Tras cinco días explorando la remota costa oriental de Groenlandia, tocaba regresar a lugares más civilizados. Nuestra siguiente escala era Seyðisfjörður, en uno de los fiordos orientales de Islandia. Un puerto del que nos separaban 840 kilómetros de navegación, que tardaríamos unas 36 horas en recorrer. Un día y medio para descansar, asimilar las maravillas que acabábamos de contemplar y prepararnos para la última etapa de nuestro viaje, rodeando la costa meridional de la Tierra de Hielo rumbo a Reikiavik.

Atardecer en el este de Groenlandia

Atardecer en el este de Groenlandia.

Nos despedimos de Groenlandia con un espectacular atardecer, mientras la entrada al fiordo del rey Óscar se empequeñecía en la distancia. Durante la madrugada, el SH Vega se encontró con aguas en las que abundaba el hielo, obligando al barco a detenerse, para terminar dando un amplio rodeo hacia el sur. Agotados, tras unas jornadas tan intensas como prolongadas, no nos enteramos hasta la mañana siguiente.

Un polizón en el SH Vega

Un polizón en el SH Vega.

Ésta era gris, pero serena. Tan solo vimos un lejano banco de niebla y ni el más mínimo rastro de icebergs. Respecto a la fauna, el día fue una continuación de la mala racha que habíamos tenido en Groenlandia. Únicamente nos cruzamos, a cierta distancia, con un par de ballenas y las pocas aves que avistamos fueron casi todas los clásicos fulmares boreales. Alguna gaviota, una pareja de alcatraces y poco más. La estrella de la jornada acabó siendo un polizón. Un correlimos oscuro, que decidió emigrar hacia latitudes más cálidas subido en una de las zódiac almacenadas en la popa del barco. Allí pasó todo el día, indiferente a la expectación que logró crear.

En el puente del SH Vega

En el puente del SH Vega.

El resto de la jornada se redujo a un par de charlas sobre la zona que acabábamos de recorrer, una introducción a los tres días que teníamos por delante en Islandia y una visita al puente de mando del SH Vega. Interesante, como toda visita a una sección del barco que, normalmente, está vedada al pasaje. Y, al ir tan pocas personas a bordo, con la ventaja de poder movernos con bastante libertad, preguntando por todo aquello que nos llamara la atención.

Frente a la costa de Islandia

Frente a la costa de Islandia.

Tras un día de descanso, la mañana siguiente desperté poco después de las cuatro. Media hora más tarde, ya estaba en cubierta. Navegábamos frente a Islandia, en una jornada todo lo plomiza y gris que uno puede esperar de los Fiordos del Este. A estribor, podía ver una de las costas más remotas de la Tierra de Hielo. Una de las pocas que no conocía y a la que resulta muy complicado llegar. Tan solo la F946, también conocida como Loðmundarfjarðarvegur, recorre alguno de sus deshabitados valles.

Nubes en los Fiordos del Este

Nubes en los Fiordos del Este.

En comparación con el paisaje que habíamos recorrido tan solo un par de días atrás, lo que ahora teníamos delante casi parecía un vergel. Aunque las montañas eran escarpadas y estaban envueltas entre nubes, al menos tenían la mayor parte de su superficie cubierta de vegetación. También había algún edificio. Antiguas granjas abandonadas, que lograban humanizar mínimamente el paisaje, además de servirnos para apreciar sus auténticas dimensiones.

Glettingsnes

Glettingsnes.

Sobre la aleta de estribor, iba quedando atrás el faro de Glettingsnes. Uno de los más solitarios de Islandia, tan solo accesible mediante lancha o dando una complicada caminata desde las inmediaciones de Borgarfjörður, más de 7 kilómetros hacia el oeste. Glettingsnesviti fue construido en 1931 y tiene una altura de 20 metros. El plano focal del faro se encuentra a 25 metros sobre el nivel del mar. Antiguamente había una granja en las inmediaciones, la más aislada de toda la región, que fue abandonada en 1952.

Dalatangi

Dalatangi.

Al filo de las seis de la mañana, llegábamos a las inmediaciones del Seyðisfjörður. En el fondo del fiordo se ubica la pequeña localidad homónima, en cuyo puerto haríamos escala. Por primera vez en una semana, estaba frente a un paisaje familiar. A estribor, podía ver el faro de Dalatangi. El mismo que me había recibido durante mi primer viaje invernal a Islandia, regalándome uno de los momentos más mágicos que jamás he disfrutado navegando.

Frente a Jötnar

Frente a Jötnar.

Entre el faro y la entrada del fiordo, se extendía un agreste tramo de costa con el sugerente nombre de Jötnar. Parece hacer referencia a ciertos gigantes mitológicos, que aparecen en las viejas leyendas nórdicas. Los acantilados terminaban en un lugar llamado Tröllanes, el promontorio de los troles. Observando la costa, era fácil comprender que inspirase extraños pensamientos a los navegantes de la lejana Edad Media.

Sobrepasando Brimnesviti

Sobrepasando Brimnesviti.

Comenzamos a adentrarnos en el Seyðisfjörður. A estribor quedó el pequeño faro de Brimnesviti, que señala la costa septentrional del fiordo, bajo la mole del Brimnesfjall y sus más de 700 metros de altura. Según nos adentrábamos en el fiordo, las señales de nuestro regreso a la civilización eran cada vez más evidentes. Campos cultivados, pequeñas granjas, lineas de suministro eléctrico. Viniendo de la salvaje Groenlandia, Islandia parecía un lugar casi cotidiano.

Llegando a Seyðisfjörður

Llegando a Seyðisfjörður.

Poco antes de las siete teníamos a la vista la diminuta población. Una fábrica de procesado de pescado, la terminal marítima donde atraca el Norröna, un par de barcos de pesca y un pequeño grupo de casas, en las que viven sus poco más de 600 habitantes. Todo ello bajo un denso manto de nubes, entre las que se adentraba la carretera que remonta el paso de Fjarðarheiði, camino de Egilsstaðir y la Ring Road.

Mañana nublada en Seyðisfjörður

Mañana nublada en Seyðisfjörður.

Aquella era mi cuarta visita a Seyðisfjörður. Había estado dos veces en invierno y una en verano. Por tanto, regresaba a un lugar de sobra conocido. Tampoco me importaba. La única ocasión en que había navegado por el fiordo había sido durante una gélida mañana invernal, por un paisaje bien distinto al que teníamos delante. Y la pequeña población es una de las pocas de Islandia con cierto atractivo. Pese a haber sido fundada en fecha tan reciente como 1848, tanto su trama urbana como sus edificios tradicionales tienen un encanto que no suele abundar en los normalmente destartalados núcleos habitados de la isla.

El Aida Aura en Seyðisfjörður

El Aida Aura en Seyðisfjörður.

Atracamos en Bjólfsbakki, justo frente a la terminal del Norröna. Pero no estábamos solos en el fiordo. Según nos adentrábamos en sus aguas, había podido divisar otro crucero en el horizonte. Resultó ser el Aida Aura, que llegó a puerto mientras nosotros desayunábamos tranquilamente en el SH Vega. Curiosamente, fondearon en medio del fiordo y de inmediato comenzaron los preparativos para desembarcar con las lanchas. Era evidente que se esperaba la llegada de otro barco. ¿Un tercer crucero, en la diminuta Seyðisfjörður?

El Alma af Froya llegando a Seyðisfjörður

El Alma af Froya llegando a Seyðisfjörður.

Tan solo tuve que consultar Marine Traffic para salir de dudas. El tercer buque que se aproximaba a puerto era el Norröna. Habíamos acertado a llegar a Islandia coincidiendo con el viaje semanal que el ferry hace entre el continente y la isla. No estaba lejos y tampoco teníamos prisa. Lleno de melancolía, me dispuse a presenciar la llegada de un barco del que conservo preciosos recuerdos. Mientras tanto, nos entretuvimos observando otra de las embarcaciones que llegaba a puerto esa mañana. Se trataba del Alma af Froya. Un hermoso velero, con bandera noruega, procedente de Húsavik.

El Norröna en Seyðisfjörður en agosto de 2023

El Norröna atracado en Seyðisfjörður.

El Norröna llegó puntualmente a puerto. A las ocho, ya estaba amarrado y comenzaron a salir vehículos de su gran bodega. Se trata del único ferry con una ruta regular entre Islandia y el resto del mundo. Exceptuando los meses más duros del invierno, navega semanalmente entre Hirtshals, en el extremo septentrional de Dinamarca, Tórshavn, la capital de las Islas Feroe, y Seyðisfjörður. Su ruta es fundamental para el transporte de mercancías y vehículos a Islandia. No solo lleva grandes tráilers. También suelen ser numerosos los coches particulares. Y los turistas, sobre todo del norte de Europa, que deciden viajar a Islandia con su propio vehículo.

Paseando por Seyðisfjörður

Paseando por Seyðisfjörður.

Unos minutos después, éramos nosotros los que desembarcaban en Seyðisfjörður. Teníamos por delante una larga escala, partida en dos por una excursión, organizada por la naviera, hasta Skálanes. Un lugar famoso por la abundancia de aves, junto al extremo occidental de Jötnar. Antes, daríamos un tranquilo paseo por las inmediaciones. El plan, era visitar la parte media del valle de Vestdalur.

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Para ampliar la información.

Se puede ver mi primera travesía rumbo a Seyðisfjörður, en pleno invierno, en https://depuertoenpuerto.com/de-torshavn-a-seydisfjordur/.

En https://depuertoenpuerto.com/dia-de-invierno-en-seydisfjordur/ está la primera visita que realicé a la población.

Encontrarás la visita que hicimos en verano, llegando en coche, en https://depuertoenpuerto.com/dia-de-invierno-en-seydisfjordur/.

Y mi siguiente visita, de nuevo en invierno pero también desde tierra, en https://depuertoenpuerto.com/una-breve-excursion-a-seydisfjordur/.

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