Con una superficie de 953 km² y un espesor máximo de 580 metros, el glaciar Langjökull es el segundo más extenso de Islandia. Se encuentra casi perfectamente alineado, en sentido suroeste – nordeste, con las fisuras de las grandes zonas volcánicas que atraviesan el corazón de la isla. Aunque quizá su característica más peculiar sea la facilidad con la que se accede hasta sus hielos perpetuos. La carretera 551, por el oeste, y la 336, desde el este, mueren contra su gélida superficie. Con la experiencia y el vehículo adecuados, en los meses del corto verano islandés incluso es posible atravesarlo de un lado a otro.

Llegando al Langjökull

Llegando al Langjökull en agosto de 2021.

En agosto de 2021, habíamos recorrido la carretera 551 hasta llegar a escasos metros del hielo. Hubo un momento en que la pista estaba en tan mal estado, que nos pareció mas prudente aparcar en un lateral y seguir hasta el glaciar caminando. De regreso hacia Kaldadalsvegur, hicimos una breve pausa en Klaki Basecamp, donde había aparcados varios «autobuses de montaña», entre los que destacaba un descomunal monstruo de ocho ruedas, pintado en un llamativo color rojo. Aquel verano, con el turismo de Islandia sufriendo los últimos coletazos de la pandemia, no había excursiones al glaciar. Pero nos quedamos con el «gusanillo». Aunque no somos muy amigos de las actividades organizadas, esta parecía tener cierto interés.

El primer autobús

El primer autobús.

Dos años más tarde, llegó la ocasión de comprobarlo. El azar nos había llevado a pasar tres noches en Haukadalur. Estando a menos de 10 kilómetros del punto de partida de la excursión, en el aparcamiento superior de Gullfoss, parecía un buen plan. Unos minutos antes de la una de un mediodía asombrosamente luminoso y despejado, subíamos al autobús que nos debía llevar hasta las inmediaciones del Langjökull. Una vez allí, haríamos transbordo al que nos llevaría sobre el glaciar. En invierno, cuando la carretera 35 está cerrada al tráfico, la excursión sale directamente desde Gullfoss. Durante los meses de verano, la excepcional anchura del «autobús de montaña» hace poco aconsejable que se mezcle con los vehículos normales.

La carretera 35

La carretera 35.

Nos adentramos en la carretera 35. La misma ruta de Kjölur que habíamos recorrido en el verano de 2020. La antigua «carretera de montaña» en la actualidad no tiene ningún vado y cuenta con un firme razonablemente bien mantenido. Lo cual no quiere decir que esté libre de baches. El autobús nos zarandeaba continuamente mientras un chico joven, que hacía las veces de guía, intentaba amenizar el trayecto con una mezcla de datos, anécdotas y curiosidades, todo ello aderezado con algún que otro chiste. La clásica colección de tópicos para turistas, tan común en este tipo de actividades. En Islandia o en Vietnam.

Desde la 336

Al final de la 336.

Tres cuartos de hora más tarde, llegábamos al final «oficial» de la carretera 336. Unos metros más allá, en una explanada, nos esperaba el monstruo rojo. El paisaje era impresionante. La pista seguía avanzando, camino del glaciar. Hacia el sur, éste abrazaba un grupo de montañas, creando un intenso contraste entre el blanco del hielo y la oscura roca volcánica. Se trataba del extremo septentrional de Jarlhettur, nombre que se podría traducir como la capucha del conde. Una cadena de picos que flanquea a lo largo de 15 kilómetros el borde oriental del Langjökull.

El glaciar desde la 336

El glaciar desde la 336.

Al frente, la vista no se quedaba atrás. Al otro lado de lo que parecía ser una vaguada, se extendía la superficie congelada del glaciar. El rango cromático del hielo iba desde tonos prácticamente negros en su parte inferior hasta zonas de un blanco casi puro en las alturas. Todo ello atravesado por infinidad de grietas y fisuras y, lo que resultaba más extraño, un par de «carreteras». Su blanca superficie destacaba sobre las zonas más grisáceas por las que zigzagueaban, camino del otro extremo del glaciar.

En Sleipnir

En Sleipnir.

Subimos a Sleipnir. El enorme autobús rojo ha sido bautizado con el nombre del mítico caballo de Odín, que se traduciría del noruego antiguo por «el resbaladizo«. Las ocho patas del caballo han sido sustituidas por ocho enormes ruedas, tan altas como una persona, impulsadas por un motor de 850 CV. Y el gris de su pelo por una llamativa pintura roja, que lo hace destacar sobre la nieve. El interior del autobús es amplio y confortable, con unos enormes ventanales que permiten disfrutar del paisaje. Tras una breve preparación, en la que el conductor comprobó la presión de los neumáticos mientras calentaba el motor, nos pusimos en marcha.

Adentrándonos en el Langjökull

Adentrándonos en el Langjökull.

Superamos la vaguada y nos adentramos en el glaciar. Al principio, por la más septentrional de las dos carreteras que habíamos divisado durante la pausa. Avanzábamos a una velocidad razonable, impulsados por las ocho ruedas motrices de Sleipnir, mientras contemplábamos por las ventanas la atormentada superficie del glaciar. La tarde era espléndida, con una temperatura relativamente alta y un sol brillante dominando el cielo azul. El resultado era un glaciar que parecía estar derritiéndose frente a nosotros. Una asombrosa cantidad de riachuelos recorría su superficie. Algunos, atravesaban la «carretera», que en algunas zonas estaba completamente encharcada.

Grieta en el hielo

Grieta en el hielo.

A continuación, nos salimos de la ruta marcada y comenzamos a recorrer el glaciar «campo a través». De vez en cuando, veíamos grandes fisuras. Aunque Sleipnir está preparado para atravesar grietas con un ancho de hasta tres metros, era difícil no sentir cierto recelo cada vez que superábamos una. Pasamos varios minutos zigzagueando por la superficie del glaciar, hasta que el chófer encontró un lugar que consideró seguro para descender del autobús.

Molino glaciar

Molino glaciar.

Como casi siempre en Islandia, el concepto de seguridad no es exactamente igual al que podemos tener en otros países. Aunque no había ninguna gran grieta en las inmediaciones, el terreno estaba lleno de fisuras de menor tamaño. Algunas, lo suficientemente anchas como para tragarse a una persona. También abundaban los molinos glaciares. Era necesario moverse con cierta precaución. En cualquier caso, el guía nos dio unas cuantas indicaciones sobre los peligros que nos rodeaban, repartió un par de crampones por persona y nos dejó a nuestro aire. Como también suele ser habitual en Islandia, si quieres hacer el imbécil y jugarte la vida, generalmente nadie te lo impedirá. Allá tú con las consecuencias.

Ríos en el hielo

Ríos en el hielo.

Sinceramente, pensaba que nos internaríamos algo más en el glaciar. En la publicidad de Sleipnir Tours, incluso mencionaban la posibilidad de visitar una cueva de hielo, recientemente descubierta, que existe en su parte alta. Según parece, tan solo llegan a ella en invierno, cuando el hielo es lo suficientemente estable. En verano, nos tendríamos que conformar con un paseo sobre el glaciar, de aproximadamente 45 minutos. En cualquier caso, no era cuestión de quejarse. Al menos habíamos acertado a visitar el Langjökull en un día espléndido, con un sol increíblemente brillante y un viento casi inexistente. Todo un lujo en Islandia.

Jökuldrýli en el Langjökull

Jökuldrýli.

Aunque sabíamos que sería imposible alcanzarla, comenzamos a caminar rumbo a la zona más próxima con hielo blanco, hacia el interior del glaciar. De camino, observábamos las peculiaridades de su superficie. Las fisuras, los cursos de agua y los extraños conos de ablación que salpicaban el entorno. Conocidos en Islandia como jökuldrýli, son originados por los granos de arena volcánica que arrastra el viento. Al caer en alguna depresión de la superficie congelada, se amontonan en el fondo, creando una capa aislante. Cuando la acción del sol y el aire derriten el hielo circundante, originan un montículo de forma conoidal. Aunque parezcan montones de arena, en realidad su interior es de hielo y la arena tan solo forma una fina corteza protectora. El resultado es un paisaje extraño, salpicado por una infinidad de túmulos que, por su forma, podrían parecer artificiales.

La carretera de hielo

La carretera de hielo.

De pronto, nos dimos de bruces con una de las carreteras. Lo último que podrías esperar encontrarte en lo alto de un glaciar. Pero el Langjökull es un lugar parcialmente domesticado, que recorren numerosas excursiones. Autobuses, motos de nieve o grandes 4×4 se adentran todos los días de verano entre sus hielos eternos. Aunque, en el fondo, éstos no sean tan eternos. Se estima que, en la era moderna, el glaciar alcanzó su mayor superficie en el entorno del año 1840. Desde entonces, ha retrocedido incesantemente. Según algunas estimaciones, a finales de siglo podría llegar a perder hasta el 90% de su superficie actual.

Arreglando la carretera

Arreglando la carretera.

Estábamos pensando si sería conveniente cruzar la carretera, cuando vimos un vehículo extraño, acercándose desde el noroeste. Resultó ser una motoconformadora, haciendo las veces de máquina quitanieves. El amontonamiento de hielo suelto que dejó en el margen de la carretera despejó nuestras dudas. Además, se acercaba otra larga hilera de motos de nieve. Sería mejor regresar al autobús.

Última pausa en el Langjökull

Última pausa en el Langjökull.

Éste reemprendió la marcha unos minutos después de las tres de la tarde. Nuevamente saltando de grieta en grieta, mientras recorríamos una superficie plagada de pequeños arroyos. Hicimos otra breve pausa, poco antes de salir del glaciar. En aquella zona que, desde la distancia, presentaba una superficie más oscura. Su color se debía a la gran acumulación de tierra y polvo volcánicos, que en algunas áreas cubría completamente el hielo. En otras, creaba una multitud de pequeños montículos. Versiones en miniatura de aquellos que habíamos podido ver en la parte más alta del glaciar.

En el límite del glaciar

En el límite del glaciar.

Volvimos a ponernos en movimiento. Poco después, superábamos el límite del glaciar. Un límite extraño, donde era complicado distinguir el hielo sucio de la tierra. La mejor señal de que salíamos del glaciar fue el arroyo que recorría su borde, camino de una pequeña laguna. Al igual que en su extremo occidental, junto a la 551, el frente glaciar resultaba asombrosamente anodino. Aunque, pensándolo bien, era de esperar. Si el Langjökull finalizase en un espectacular frente de hielo, con altas y escarpadas paredes, no sería tan fácilmente transitable.

Jarlhettur desde la carretera 35

Jarlhettur desde la carretera 35.

Nueva pausa para ajustar la presión de los neumáticos, nuevo transbordo al autobús normal y nuevo trayecto, por las carreteras 336 y 35, camino del aparcamiento de Gullfoss, donde llegábamos a las cuatro y media de la tarde. Exactamente tres horas y media después de partir. ¿Mereció la pena? No. Me explico. La excursión fue interesante y lo pasamos bien. En casi cualquier otro lugar del mundo, sería una actividad señalada. Pero en Islandia hay tanto y tan sugerente que ver, con la posibilidad de moverte a tu ritmo y de marcar tus propios límites, que realizar una experiencia «enlatada» me parece una perdida de tiempo. Ya lo sospechaba. Ahora lo sé. Aunque posiblemente nuestra decepción fuera provocada, al menos en parte, por el agudo contraste con la impresionante excursión a Langisjór del día anterior. Aquella sí había sido una experiencia inolvidable.

Para ampliar la información.

Nuestra anterior excursión al Langjökull, en su flanco occidental, está en https://depuertoenpuerto.com/una-excursion-hasta-el-langjokull/.

Hay un artículo sobre Sleipnir en la web Periodismo del Motor: https://periodismodelmotor.com/sleipnir-autobus-ocho-ruedas-recorrer-glaciares/287940/.

En inglés, Iceland Travel Guide tiene una buena entrada sobre el glaciar: https://icelandtravelguide.is/locations/langjokull-glacier/.

La web de Sleipnir Tours está en https://www.sleipnirtours.is/.

La otra empresa que ofrece recorridos sobre el glaciar es Into the Glacier: https://intotheglacier.is/.

En https://www.youtube.com/watch?v=9dZDD67T7JU se puede ver cómo es conducir sobre el Langjökull, en un día mucho más despejado que el de nuestra visita.