Jueves, 7 de enero. A mediodía, comienza a nevar. De momento, aquello no parece demasiado serio. A pesar de encontrarme fuera de Madrid, sigo con mi vida normal. El viernes por la mañana me acerco a visitar a unos amigos, apenas unos kilómetros al norte de la ciudad, en las primeras estribaciones de la sierra. Emprendo el regreso poco antes de comer. De nuevo está nevando y parece que esta vez la cosa va en serio. Además, la nevada se acerca desde el sur. Prefiero no correr riesgos innecesarios. Encuentro una retención en la intersección entre la A6 y la M40. Aquello comienza a parecerse a la gran nevada de 2009, cuando los atascos en Madrid superaron los 400 kilómetros y hubo quien pasó 8 horas atrapado en el coche. Pero apenas tardo 5 minutos en superar el atasco y llego a casa sin más complicaciones.
Sábado, 9 de enero. Un extraño silencio domina la ciudad. Al despertar, echo en falta el zumbido de fondo que, hasta en una casa poco ruidosa, forma parte del paisaje sonoro de Madrid. Es evidente que no hay tráfico. Me asomo a la ventana y la vista es impresionante. Un gran manto blanco cubre la ciudad. No hay coches ni peatones. Y sigue nevando. En la televisión recomiendan no salir de casa. Pero no puedo resistirme. Pasear por Madrid, aun con esta nevada, no puede ser más duro que subir al Preikestolen en pleno invierno noruego. Busco la ropa de invierno. La de verdad, no la que suelo usar en Madrid, y me dispongo a salir a la calle. Hasta cojo los crampones, por si acaso. Una vez vestido, no puedo soportar el calor y bajo a esperar a Olga en la calle, frente al portal. Mientras espero, un crio pasa esquiando por delante de mis narices. La calle ha comenzado a cobrar vida. Pero una vida extraña. Gente con esquís, con ropa de montaña, andando por el centro de la calzada, mientras los coches, normalmente omnipresentes, se han convertido en una hilera de inútiles bultos blancos.
Madrid no es una ciudad habituada a nevadas de este calibre. Ni sus infraestructuras, ni los hábitos de sus habitantes, están preparados paras esta circunstancia excepcional. Tampoco sus árboles, tejados o cornisas, que se pueden convertir en un riesgo mucho más serio que los resbalones o las caídas. Buscando terreno despejado, nos vamos hacia la explanada frente al Cuartel General del Ejército del Aire. De camino, subimos al mirador que hay sobre el intercambiador de transportes. El paisaje es irreal. Hacia el noroeste, apenas logramos ver la Avenida de la Memoria, una de las principales arterias de entrada a la ciudad. Está prácticamente vacía. Tan solo se ve un vehículo, aparentemente un SUV, intentando entrar a Madrid. Desiste y se vuelve por donde ha venido. Desaparece entre la nevada, recorriendo la autopista en sentido contrario.
Hacia el suroeste, el Paseo de Moret parece estar algo más animado, con varias personas paseando por el centro de la calle. La nevada está arreciando y decidimos ir hacia Princesa, una calle ancha en la que, en principio, podemos sentirnos seguros. De camino, mientras pasamos frente a los arcos de Moncloa, nos cruzamos con otro grupo de esquiadores. Mientras, varias personas aprovechan las rejillas de ventilación de la línea 6 del metro para entrar en calor.
Princesa está totalmente cubierta de nieve. No nos sorprende, pero en cambio nos asombra el volumen de transeúntes que hay en la calle. Me recuerda aquellos días de la pandemia, a principios de mayo, cuando comenzaron a permitir los paseos durante unas horas concretas y las calles se llenaban de peatones, deambulando por el centro de la calzada. Pero entonces había algún que otro vehículo, aunque solo fueran ambulancias y coches de policía. Ahora, ni eso. En cambio, niños y no tan niños se entretienen haciendo muñecos de nieve en los lugares más insospechados.
Llegamos al cruce con Alberto Aguilera. Todo el comercio está cerrado. A pesar de los viandantes, la ciudad tiene un aspecto irreal, algo fantasmagórico. Decidimos seguir avanzando hasta el palacio de Liria. Un árbol se comba peligrosamente sobre la calzada de Princesa. Parece a punto de partirse, pero casi nadie se molesta en dar un rodeo para evitar pasar bajo la rama. Tengo la sensación de que ni tan siquiera son conscientes del peligro. A lo lejos, las siluetas de los grandes edificios de la Plaza de España comienzan a entreverse entre la nieve.
El palacio tiene un aire centroeuropeo. Salvo por unas pequeñas palmeras que, frente a su verja, aguantan como pueden el peso de la nieve. Tampoco parece irles mucho mejor a las esfinges, apenas visibles en lo alto de sus pedestales. Llevamos más de hora y media fuera de casa y Olga comienza a tener frío. Damos media vuelta.
Apenas hemos avanzado unos metros cuando escuchamos un fuerte chasquido. Una rama se desploma sobre la calle, mientras la nieve que ha logrado vencerla parece quedar suspendida en el aire por unos segundos, antes de caer lentamente, formando una nube blanquecina. Asombrosamente, no ha habido ningún herido. Tras los primeros gritos y carreras, unos cuantos curiosos rodean la escena. La rama queda tendida en el suelo, a modo de aviso para incautos.
Más cerca de casa, vemos otro aviso. Aquí es una gran rama la que se ha desplomado sobre la calzada central de Arcipreste de Hita, bloqueando la calle. Afortunadamente, tampoco parece haber tenido consecuencias. Pero lo que queda del árbol sigue estando peligrosamente inclinado. Vemos un operario municipal pasar por debajo a la carrera, mientras mira con temor el grueso y amenazante tronco. Definitivamente, es hora de regresar a casa.
Domingo, 10 de enero. Por fin ha parado de nevar. Parece un buen momento para dar otro paseo, que esta vez nos planteamos con más ambición. Por lo menos, intentaremos llegar hasta el Templo de Debod. El cielo está casi despejado y un tibio sol se filtra entre las nubes. Pero la sensación es engañosa. La temperatura es muy baja, lo suficiente para congelar la nieve, convirtiéndola en una placa helada, mucho más peligrosa donde además ha sido compactada. Por contra, en los tejados de algunos edificios el calor que éstos irradian comienza a derretir la nieve, que acaba desplomándose sobre las aceras.
Decidimos bajar hacia Rosales por el Paseo Moret. Han pasado las quitanieves y, al menos, las calles principales parecen estar razonablemente limpias. Lo suficiente como para que circulen los vehículos de emergencia. Al atravesar el tramo final de Princesa, frente al intercambiador de Moncloa, nos llama la atención el trasiego de 4×4 y la concentración de personas, formando grupos en la calzada. Resulta ser un curioso ejemplo de colaboración ciudadana. Ante la falta de transporte público de superficie y la virtual imposibilidad de desplazarse en coches normales, varios propietarios de vehículos todoterreno, capaces de desenvolverse sobre la nieve, se han coordinado mediante las redes sociales y se dedican a trasladar gente entre Moncloa y la periferia noroeste de Madrid.
Según avanzamos por el Paseo de Moret, las peores consecuencias de la nevada comienzan a hacerse evidentes. Un coche del ejército del aire sale de su cuartel general, para quedar bloqueado en medio de la calle. Un grupo de soldados lo empuja como puede, retrocediendo de regreso al cuartel. La calle está completamente cubierta por un espeso manto blanco, por el que es imposible moverse con un vehículo normal. Incluso es complicado andar. Los propietarios de los escasos coches aparcados en las aceras se van acercando a arrancarlos y limpiarlos de nieve. Algunos, se llevan una sorpresa desagradable. Varios árboles se han desplomado, cayendo sobre la calzada y los vehículos.
En el Parque del Oeste, el destrozo ha sido notable. El suelo está lleno de ramas de diverso tamaño, caídas sobre la nieve. También hay bastantes árboles tumbados. Algunos, han sido arrancados de raíz. En cambio otros han sido tronchados por la fuerza de la nieve. Da lástima ver sus enormes troncos astillados. A la vez que nos recuerda la fuerza de la naturaleza. Mientras, se va desplomando la nieve que queda sobre los árboles que aún están en pie. A veces suavemente, como si fuera una fugaz nevada. Otras en grandes bloques, que impactan contra el suelo emitiendo un sonido seco.
Finalmente, llegamos junto al Templo de Devod. El día mejora por momentos y el cielo es cada vez más azul. Tal como esperábamos, el templo está cubierto de nieve. Pero alguien ha estado pisoteándola. La escena es mucho menos hermosa de lo que habíamos supuesto. Como residentes en Madrid, no pudimos evitar sentir cierto remordimiento. ¿Cómo puede permanecer esa joya expuesta a una meteorología que la está matando lentamente? ¿A qué esperamos para proteger sus frágiles piedras, tan sensibles a las frecuentes heladas del invierno madrileño?
En lugar de desanimarnos, decidimos prolongar el paseo hasta el Palacio de Oriente. Las obras en Plaza de España nos obligan a dar un rodeo y la acera junto a lo que pueden ser los restos de la cerca del arrabal parecen una pista de patinaje sobre hielo, a lo que se une la emoción de un gran bloque de nieve en precario equilibrio sobre el alero de uno de los edificios colindantes con el Senado. En cualquier caso, logramos llegar a la Plaza de Oriente, donde nuevamente nos encontramos con una concurrencia que no esperábamos.
Seguimos hasta San Francisco el Grande, para comenzar el regreso por las Plaza de los Carros y la Cava Baja, donde aprovechamos para dar un bocado. De allí a la Plaza Mayor y la Puerta del Sol, donde nos sorprende otra escena inverosímil. Nos cruzamos con un esquiador frente a la Real Casa de Correos, la actual sede del gobierno autónomo de Madrid.
Regresamos por Gran Vía y Princesa. Al ser dos de las avenidas principales de Madrid, ambas tienen varios carriles limpios de nieve. Carriles que, en cualquier caso, siguen siendo principalmente utilizados por los peatones. Las aceras están cubiertas de nieve helada y los pocos vehículos que circulan por las calles se ven obligados a armarse de paciencia. El pavimento húmedo y el cielo, cada vez más luminoso, crean curiosos reflejos. Mientras, las calles secundarias siguen completamente bloqueadas por la nieve. Cuando llegamos a Arcipreste de Hita, descubrimos que la gran rama que había caído el día anterior no está sola. Unos metros más allá, ha sido un árbol entero el que se ha desplomado, bloqueando completamente la calzada.
El lunes, la ciudad intenta recuperar su pulso normal. Sin lograrlo. Según salgo a la calle, me doy de bruces con una quitanieves. Por el estado del asfalto, no es su primera pasada. Parece que vivimos en una de las calles consideradas prioritarias por el ayuntamiento, pues varias de las que nos rodean siguen intransitables. En Hilarión Eslava, un valiente intenta sacar su coche. Tras fracasar, tiene serios problemas para conseguir volverlo a dejar medio aparcado. Decido quedarme en casa y teletrabajar. Igual que el martes. Finalmente, el miércoles saco el coche del garaje. Para pasar casi una hora atascado en las inmediaciones de Vallehermoso. Tan solo hay un carril abierto y los túneles de Ríos Rosas y Cristo Rey están cortados. Hay pocos vehículos, pero la ciudad no es capaz de absorberlos. Aprendida la lección, jueves y viernes utilizo vías periféricas. Las carreteras exteriores están limpias y apenas hay tráfico.
Sábado, 16 de enero. Ha pasado una semana desde la gran nevada. Aparentemente, han limpiado buena parte de las calles, aunque hay que seguir teniendo cuidado al conducir o andar. Es posible encontrar una placa de hielo en el lugar más inesperado. Decido salir a dar un paseo, esta vez en solitario, hacia la Ciudad Universitaria y el Parque del Oeste. Por precaución, vuelvo a llevarme los crampones. No tardo mucho en ponérmelos. La antigua vía del tranvía de la universidad está cubierta de nieve helada. Por contra, tanto el asfalto de la Avenida de la Memoria como el de Reyes Católicos están completamente despejados. Incluso han limpiado el acceso al túnel de Cristo Rey. A pesar de lo cual hay muy poco tráfico, incluso para ser sábado por la mañana.
Recorro el trazado de la antigua vía hasta la rotonda de la Complutense y allí cruzo al lado contrario de la carretera, dando media vuelta camino del Parque del Oeste. Sin tener un plan claro, llego hasta las inmediaciones del monumento a José de San Martín. Hasta ese punto, apenas he visto media docena de árboles caídos o con ramas tronchadas. Sobre la marcha, decido acercarme a los antiguos fortines de la Guerra Civil.
Los tres antiguos búnkeres siempre me han parecido un lugar fascinante. Uno de los pocos recuerdos de que, hace menos de un siglo, hubo un frente de batalla apenas a unos cientos de metros de donde vivo. No son más que tres bloques de hormigón, feos, viejos y medio abandonados, pero en mi opinión deberían ser una visita obligada para todos los escolares de Madrid. Por aquello de que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Casi no puedo verlos, ocultos tras un amasijo de ramas y troncos. Realmente, parece que de nuevo hubiera habido una batalla en las inmediaciones, en la que, al menos de momento, los árboles se han llevado la peor parte.
La escena se repite por todo el parque. Árboles partidos, ramas desgajadas, arbustos hundidos bajo el peso de la nieve. El paisaje es desolador. Pero no me sorprende. Al igual que el resto de la ciudad, la vegetación de sus parques no está preparada para semejante nevada. La misma nieve que, en un entorno adecuado, crea un paisaje asombrosamente hermoso y sereno, aquí se convierte en un elemento destructivo, que ataca especialmente a las especies menos aclimatadas al frío, como los pinos piñoneros. También los cedros del Atlas, de los que hay unos cuantos en el parque, sufren bajo un peso al que sus ramas no están acostumbradas. Tan solo las especies de hoja caduca parecen, en su mayor parte, haber logrado escapar a la debacle.
Que no fuera una sorpresa no impide que el espectáculo acabe siendo deprimente. Tras llegar cerca del final del Paseo de Camoens, emprendo el regreso. En el Paseo de Ruperto Chapí, que sigue cerrado al tráfico, encuentro más maquinaria recogiendo nieve. La ladera que sube hacia el Paseo de Moret está llena de ramas partidas. Al igual que en los fortines del otro bando, las antiguas lineas republicanas vuelven a parecer un frente de batalla. El destrozo que ha causado Filomena en la flora del parque es asombroso.
Al llegar a casa, leo en la prensa que el ayuntamiento no piensa abrir el Retiro y los demás parques vallados en varias semanas. Quizá un par de meses. Todavía hay un porcentaje elevado de calles sin limpiar. El aeropuerto sigue afectado y los colegios, que iban a regresar a la actividad el lunes, atrasan su reapertura al miércoles. Al desastre de la pandemia se ha unido una nevada para la que claramente no estábamos preparados. Las fotos del primer fin de semana con nieve fueron muy bonitas, pero nos van a costar demasiado caras. Un precio que, en la situación actual, quizá no nos podamos permitir.
La web Cazatormentas tiene varias entradas sobre Filomena: https://www.cazatormentas.com/?s=filomena.
El blog de Javier Martínez Moran tiene una preciosa galería de imágenes de la nevada: https://jmartinezmoran.com/nevada-de-enero-2021-en-madrid/.