Había recorrido fugazmente la orilla oriental del Lagarfljót, junto con Olga, en el verano de 2020. Descendimos hasta su orilla tras una accidentada incursión en el este de las Tierras Altas. El lago tenía un aspecto espléndido, al igual que los bosques que lo rodean. Lloviznando y con una rueda perdiendo aire, no tuvimos ocasión de detenernos. Atravesamos el bosque de Hallormsstaðaskógur más pendientes del indicador de presión de los neumáticos y de la distancia a Egilsstaðir que de los paisajes que recorríamos.
Regresaba en solitario, año y medio más tarde, al final de una corta jornada invernal que había empleado en su mayor parte recorriendo algunos de los Fiordos del Este. A priori mi destino era Hengifoss, la tercera cascada más alta de Islandia. Pero no estaba seguro de poder visitarla. El temporal de los días anteriores había dejado una gruesa capa de nieve sobre el paisaje. Además, era demasiado tarde para aventurarse en el campo de Islandia, más aun en pleno mes de febrero. En cualquier caso, cuando llegué a Egilsstaðir quedaban un par de horas de luz por delante. Pocas para intentar llegar a Hengifoss, pero suficientes para explorar su entorno de cara a un posible intento en la jornada siguiente.
Parte de la orilla oriental del Lagarfljót está ocupada por Hallormsstaðaskógur, uno de los mayores bosques de Islandia. También conocido como Hallormsstaður, fue el primer espacio forestal protegido de la isla, al ser declarado bosque nacional en 1905. La intención era preservar uno de los últimos bosques de abedules de Islandia. Desde entonces, el bosque ha crecido hasta ocupar 740 hectáreas, aunque gran parte de este crecimiento se debe a la repoblación. Se han empleado unas 85 especies distintas de árboles, procedentes de 600 ubicaciones repartidas por buena parte del planeta, con la idea de estudiar su posible aclimatación a las duras condiciones de la isla.
Llegué al aparcamiento de Hengifoss cerca de las cuatro de la tarde, con el sol rozando las montañas hacia el suroeste. Como había supuesto, no tenía sentido intentar subir a la cascada tan cerca del ocaso. Además, el camino que llevaba a Hengifoss parecía estar cerrado. Las pocas huellas que se adivinaban en la escalera con la que éste comienza estaban difuminadas bajo la nieve del último temporal. Parecía llevar tiempo sin que alguien hubiera intentado recorrerlo.
En cualquier caso, el día era aparentemente óptimo para volar el dron. Apenas hacía viento y la visibilidad era buena. No perdía nada por intentarlo. Me serviría para explorar el sendero, más allá de la escalera y, de paso, hacer alguna toma de la cascada. Volar el dron no resultó tan sencillo como esperaba. Algo por otra parte bastante habitual en Islandia. En cuanto tomó altura, comenzó a derivar hacia el norte. Señal inequívoca de que, al abandonar la protección de la cercana ladera, el viento era bastante más intenso. Mi idea era llegar hasta las inmediaciones de Litlanesfoss, a 1.200 metros del aparcamiento, para intentar hacer una fotografía de ambas cascadas. Pero no pudo ser. Según se elevaba, el dron tenía más dificultades para mantener el rumbo. Cuando el mando mostró una alerta sobre la excesiva intensidad del viento, decidí que era el momento de dejarlo. En cualquier caso, el vuelo me sirvió para hacer dos averiguaciones. Por una parte, las huellas en el camino desaparecían a un centenar de metros del aparcamiento. Además, las cascadas estaban completamente congeladas. Algo que por otra parte ya esperaba, pues no había el menor rastro de agua en el curso inferior del Hengifossá.
Llegado el momento de regresar a Egilsstaðir, tenía dos opciones. La más sencilla era desandar el camino por la orilla oriental del Lagarfljót, con mejor trazado y pavimento. En la orilla occidental, la carretera 931 es una simple pista de tierra. Pero, conduciendo sobre una capa compacta de nieve, tampoco era muy relevante el firme que hubiera debajo. Con casi una hora de luz por delante, me decidí por la opción más aventurera.
La carretera tuvo cierto grado de dificultad. No había tráfico, por lo que la nieve apenas estaba pisada. Mi mayor temor era que los bajos del coche acabasen rozando en la nieve, haciéndome perder tracción. En cualquier caso, el paisaje era realmente hermoso, con el bosque de Hallormsstaðaskógur extendiéndose al otro lado de un lago completamente congelado. Para rematar la vista, apareció un grupo de caballos islandeses, caminando sobre la nieve. Pero la belleza del lago era un tanto engañosa. Desde que se inauguró la presa de Kárahnjúka, una parte del antiguo caudal del Jökulsá á Dal se desvía hacia el Jökulsá í Fljótsdal, que desemboca en el Lagarfljót. El resultado ha sido un incremento en los sedimentos que llegan al lago, con la consiguiente alteración química de sus aguas y una grave degradación de sus ecosistemas.
La carretera seguía avanzando cerca de la orilla occidental del lago, saltando de colina en colina. Pronto comenzaron a aparecer algunas granjas dispersas. La nieve estaba más pisada, facilitando la conducción. A mi espalda, el sol del atardecer se filtraba entre las nubes, intentando teñir el paisaje con sutiles tonos cálidos. La sensación de paz era asombrosa y, como tantas veces en Islandia, conducir era un auténtico placer.
Pero, una vez mas, el voluble clima de la isla parecía empeñado en no darme tregua. En apenas un cuarto de hora, la situación comenzó a cambiar. Hacia el norte, una gran nube se iba apoderando lentamente del horizonte. Los últimos rayos del sol iluminaban su vientre, revelando la intensidad de la nevada que estaba dejando caer. Se avecinaban problemas.
Llegué a la Ring Road en pleno ocaso, rodeado por una nevada cada vez más fuerte. Me alegré de encontrar cierto tráfico que, junto con las quitanieves, mantenía la carretera bastante más despejada. Diez minutos después de las cinco atravesaba el puente de la Ring Road sobre el Lagarfljót. Construido en 1958, sus 301 metros de longitud lo convirtieron durante quince años en el mas largo de Islandia. A pesar de que estaba muy cerca de Egilsstaðir y su aeropuerto, la creciente intensidad de la nevada me impedía distinguirlos, más allá del manto gris que cubría el horizonte.
Acabé mi recorrido alrededor del lago en la N1 de Egilsstaðir. La misma gasolinera que había marcado el final de nuestra pequeña aventura en el este de las Tierras Altas, a principios de agosto del 2020. Mientras repostaba, no pude evitar comparar mis dos recorridos en las inmediaciones del Lagarfljót. Ambos acabaron complicándose. En verano, habíamos buscado los problemas nosotros solos, adentrándonos en la F910 sin la debida preparación. En invierno, las dificultades llegaron solas, en forma de una intensa nevada que no vi venir. Lo habitual en la salvaje Tierra de Hielo.
Finalmente, en el invierno de 2023 pude visitar Hengifoss: https://depuertoenpuerto.com/hengifoss-en-invierno/.
En https://depuertoenpuerto.com/diez-dias-de-invierno-en-islandia/ describo todo mi segundo recorrido invernal por Islandia.
En inglés, Guide to Iceland tiene un largo artículo sobre el bosque de Hallormsstaðaskógur: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/hallormsstadaskogur-forest-and-lagarfljotsormurinn-monster.
Muy interesante la entrada sobre la zona en el blog Embraced by the North: https://embracedbythenorth.com/2020/10/25/iceland-ring-road-lagarfljot/.
Hengifoss tiene página web, que podemos encontrar en https://www.east.is/en/place/hengifoss.
Quien esté interesado en el impacto ecológico que ha tenido la presa de Kárahnjúkar en el lago puede encontrar un artículo en Saving Iceland: https://www.savingiceland.org/2013/04/the-biological-death-of-river-lagarfljot-yet-another-revelation-of-the-karahnjukar-disaster/.
Espectacular!! Excelente trabajo! Nos han encantado los videos! Feliz Año!
Gracias José, igualmente.