Habíamos dejado Þingvellir para el final de un largo día empleado en recorrer el suroeste de la isla. Acabamos llegando poco antes de las nueve de la tarde, mucho mas tarde de lo que habíamos planeado inicialmente. Fue toda una suerte. Todavía faltaban dos horas para la puesta de sol, pero solo media para el comienzo de uno de los eternos atardeceres de las tierras del norte.
Llegábamos desde el Este, procedentes de Haukadalur. Decidimos hacer una primera parada para ver la cascada de Öxarárfoss, formada cuando el río Öxará se precipita en la falla de Almannagjá. Con una caída de 13 metros, Öxarárfoss no es una gran cascada, pero el entorno es de una gran belleza. El río se precipita sobre una caótica acumulación de rocas, en el fondo de la falla y, atrapado en Almannagjá, gira noventa grados, perdiéndose en dirección sur encajonado entre los bordes de la dorsal oceánica.
El acceso desde el parking hasta Öxarárfoss se hace cómodamente por una especie de pasarela de madera. Antes de llegar a la cascada, la pasarela recorre un tramo de la falla de Almannagjá que, sin ser tan espectacular como el sector en torno al antiguo emplazamiento del Alþingi, no deja de ser de gran belleza. Recorrimos la pasarela con la única compañía de alguna nube de mosquitos y del impresionante paisaje. La pasarela termina justo en Öxarárfoss, donde el río pasa a ocupar la mayor parte del fondo de la falla. Aquí había algo mas de gente. En concreto dos chicos jóvenes, uno haciéndose selfies como un poseso entre las rocas y otro, mas tranquilo y armado con un trípode, aparentemente haciendo un time-lapse de Öxarárfoss. Por lo demás, estábamos prácticamente solos. Pudimos disfrutar del increíble lugar con toda la tranquilidad del mundo.
Tras un rato junto a la cascada, decidimos seguir ruta, regresando al aparcamiento por el mismo camino que habíamos recorrido. Tampoco había otra opción. Cuando salimos de Almannagjá pudimos contemplar un hermoso paisaje que, al llegar, nos había pasado completamente desapercibido, centrados en llegar a la falla. Frente a nosotros, mas allá de un bosquecillo de coníferas, se extendía el campo hermosamente áspero de Islandia. El único sonido que nos llegaba era el del viento soplando entre los abetos. El incipiente atardecer acentuaba si cabe la belleza y el sosiego del lugar. A pesar de lo hermoso del entorno, todavía no habíamos llegado al corazón de Þingvellir. Teníamos que continuar.
Tras un breve trayecto en coche, llegamos al aparcamiento principal de Þingvellir, junto al centro de visitantes. Por supuesto, éste había cerrado. Los trabajadores de su último turno charlaban animadamente entre ellos junto al aparcamiento, prácticamente desierto. Pasamos junto al grupo, camino de la senda que desciende hacia la falla de Almannagjá. El recorrido comienza con una pasarela de madera que salva parte del desnivel entre el aparcamiento y el fondo de Almannagjá. Según descendíamos por la pasarela, nos cruzamos con una familia que abandonaba Þingvellir. Fueron las últimas personas que vimos esa tarde. A partir de ese momento, nos quedamos en la mas absoluta soledad.
Nos internamos en Almannagjá con una extraña sensación, mezcla de respeto y admiración. Según descendíamos, en un silencio solo roto por el ruido de nuestros pasos sobre la grava, parecía que nos adentrábamos en un lugar mágico. A nuestra izquierda, una gran pared de roca gris, salpicada por incontables manchas de musgo y liquen, marcaba el límite de la placa de Norteamérica. El borde de la placa euroasiática era algo mas difuso, formado por una cornisa mas baja y discontinua que se extendía a nuestra derecha. Mas allá de la cornisa, hacia el sureste, se extendía una hermosa vista, que llegaba mas allá del lago Þingvallavatn. Frente a nosotros, en un mástil solitario encaramado sobre un grupo de rocas, ondeaba una bandera islandesa. Marca el Lögberg, o Roca de la Ley, lugar en el que, según la tradición, se reunía el Alþingi y en el que se proclamó la independencia de Islandia.
Seguimos avanzando, sobrecogidos por la belleza del entorno, hasta que llegamos a una profunda poza, formada por las aguas del río Öxará y conocida como Drekkingarhylur. El río, tras remansase en la poza, sale de Almannagjá en dirección sureste, desembocando unos metros mas allá en el lago Þingvallavatn. El Öxará es una mas de las rarezas geológicas de Islandia: nace en la placa norteamericana, recorre la dorsal oceánica durante unos trescientos metros y muere en la placa euroasiática.
Un pasado tenebroso.
En Þingvellir no faltan los nombres macabros. También están Kagaholmi (Islote de la Flagelación), Galgaklettar (Acantilado del Cadalso) o Brennugja (Desfiladero de la Estaca). Durante siglos, el Alþingi impartió justicia de forma bastante brutal, ejecutando sus sentencias en los alrededores. Finalmente, bien entrado el siglo XIX, tuvo que intervenir el rey de Dinamarca, suavizando el sangriento Stóridómur (Gran Edicto) de 1564, base legal de las ejecuciones.
Eran casi las diez de la «noche». Llevábamos en pie desde las seis de la mañana y, después de desayunar, lo único que habíamos tomado en todo el intenso día era un café con leche junto a la cascada de Faxi. Estábamos realmente hambrientos y agotados, por lo que decidimos que era hora de comenzar el regreso. Desandamos el camino por la senda que recorre Almannagjá, aunque está vez dimos un rodeo por la pasarela que bordea Lögberg por el este. Seguíamos absolutamente solos, cada vez mas embelesados con el entorno. Frente a nosotros, el sol comenzaba a teñir las nubes con tonos dorados, impregnando el paisaje con una hermosa luz crepuscular. Recorrimos el camino sin prisa, disfrutando de un momento mágico, quizá irrepetible.
Cuando llegamos al final de la senda, junto a un aparcamiento completamente vacío, hicimos una última parada en un mirador cercano. La vista desde la plataforma era cautivadora. Casi bajo nuestros pies, podíamos ver la enorme grieta formada por la separación de las placas tectónicas. Mas allá, la superficie del lago Þingvallavatn se agitaba levemente, al arrastrar el viento sus aguas. Tras salir de la protección de Almannagjá, una brisa limpia y fresca acariciaba nuestras caras. A pesar del hambre y el cansancio, estuvimos un largo rato en silencio, disfrutando de uno de los momentos mas mágicos de todo el viaje. Perdimos la noción del tiempo, hasta que escuchamos un sonido extraño y creciente. Resultó ser un coche, que pasaba por la vecina ruta 36. No se si nos devolvió a la realidad o rompió algún tipo de hechizo. Pero fue la señal de que había llegado el momento de partir.
En https://depuertoenpuerto.com/crucero-trasatlantico/ se puede ver el itinerario completo de nuestro crucero trasatlántico.
En Naturaleza y Viajes se puede consultar una buena página sobre la zona: https://naturalezayviajes.com/parque-nacional-thingvellir-islandia/.
En El Blog de Islandia hay una entrada sobre Þingvellir desde el punto de vista histórico: https://www.elblogdeislandia.com/thingvellir-primer-parlamento-de-islandia/.
En inglés, muy recomendable visitar Arctic Adventures: https://adventures.is/iceland/attractions/thingvellir/.
También, la página sobre Þingvellir en Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/jorunnsg/ingvellir-national-park.
En https://notendur.hi.is/oi/geology_of_thingvellir.htm hay una completa explicación sobre la geología del lugar.
Por último, la página oficial del parque nacional está en http://www.thingvellir.is/english.aspx. Muy recomendable.
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