Había sobrevolado el sur de Islandia en febrero de 2024. Un recorrido corto, de apenas 36 minutos, sobre el borde meridional del Vatnajökull. Fue una experiencia interesante, pero demasiado breve y realizada en un momento que quizá no era el más adecuado. Con el terreno en gran parte cubierto por un manto blanco que sin duda resultaba hermoso, pero también homogeneizaba el paisaje, privándolo de sus extrañas texturas y gamas de colores. En cualquier caso, aquello no había sido más que una prueba. Un ensayo para averiguar si realmente merecía la pena conocer Islandia desde una avioneta, así como comprobar las posibilidades de hacer buenas fotografías durante el vuelo.

Volando frente al Skaftafellsjökull

Frente al Skaftafellsjökull, en febrero.

Regresaba en septiembre, a principios del breve otoño islandés, para realizar un recorrido mucho más ambicioso, que debía llevarme hasta el deslumbrante Landmannalaugar, en el corazón de Fjallabak. De camino, sobrevolaríamos varias lenguas glaciares y lugares tan fascinantes como Lakagígar y Langisjór. Contaba con la experiencia de mi anterior vuelo, en la misma avioneta, para intentar evitar los errores cometidos en aquella ocasión. Y con un paisaje en todo su esplendor, que además había recorrido en buena parte desde tierra, por lo que más o menos sabía qué esperar.

La Cessna 207 de Atlantsflug

La Cessna 207 de Atlantsflug en febrero de 2024.

También tenía claro el uso de la cámara. En la avioneta, no habría mucho tiempo para buscar encuadres óptimos o modificar los parámetros. Ni mucho espacio para moverse. Por tanto, grabaría los videos con un iPhone, aprovechando su asombrosa capacidad de estabilización. Las fotos, con una Sony Alpha 7C. Pondría el objetivo de 50 mm y configuraría la cámara con una apertura de 6.3 y 1/1000 de velocidad. El ISO, en automático y con una corrección de -1 paso para reducir el riesgo de posibles sobreexposiciones, acabó oscilando entre 125 y 320. Llevaría la cámara y el teléfono colgando de mi cuello con correas, para poder cambiar de uno a otro con facilidad y evitar que pudieran caer accidentalmente en el piso de la avioneta, donde sería complicado recuperarlos rápidamente. Por último, me las ingenié para sentarme en el asiento derecho de la última fila de la Cessna 207. Fue sencillo, tan solo tuve que dejar a todos mis compañeros de vuelo elegir sitio y quedarme con el que ellos pensaban que sería el peor. En realidad, era el que ofrecía la vista más limpia, con la ventaja añadida de ir en el lado que, viendo el plan de vuelo que nos explicó el piloto antes de despegar, a priori resultaría más interesante.

Volando sobre Skeiðarársandur

Volando sobre Skeiðarársandur.

Despegamos al filo de las dos de una tarde que, al menos de momento, parecía perfecta. Con un cielo mayormente nublado, al que los relativamente numerosos claros daban una buena luminosidad. Además, aún no había el menor rastro del temporal de viento que se esperaba para esa misma tarde. El despegue fue hacia el sudeste, permitiéndome ver la amplia llanura de Skeiðarársandur, atravesada por el incierto cauce del Skaftafellsá, difuminándose en la no tan lejana costa meridional de Islandia.

Sobre el Svínafellsjökull

Sobre el Svínafellsjökull.

No tardamos en girar hacia el norte, recorriendo el borde occidental del Öræfajökull. Por unos metros, no pude contemplar el mismo Falljökull que había visitado a primera hora de esa misma mañana. En cambio, conseguí ver desde el cielo el hermoso Svínafellsjökull que estuve fotografiando en todo su esplendor justo antes de tomar el vuelo. Después, mientras la avioneta describía un suave giro hacia el noroeste, llegó el turno del Skaftafellsjökull.

Skaftafellsheiði desde el aire

Skaftafellsheiði desde el aire.

Sobrevolamos Skaftafellsheiði, donde el Stórilækur se despeña en una sucesión de saltos de agua. Entre los que se encuentra Svartifoss. En mi modesta opinión, una de las cascadas más sobrevaloradas de Islandia.

Frente a Morsárdalur

Frente a Morsárdalur.

Después llegó el turno de Morsárdalur. Un majestuoso valle, que había recorrido parcialmente durante una fallida excursión en el invierno de 2023. Lo remata una imponente pared de roca, desde la que se descuelga Morsárfoss, la cascada más alta de Islandia.

Remontando el Skeiðarjökull

Remontando el Skeiðarjökull.

Tras superar su laguna glaciar más oriental, comenzamos a remontar el enorme Skeiðarjökull, dejando al este los picos de Krossgilstindur y Færnestindar. El glaciar, que es la principal lengua meridional del Vatnajökull, tiene una longitud aproximada de 45 kilómetros, con un enorme frente que forma un arco de 18 kilómetros. En algunos lugares, el glaciar alcanza una velocidad de deslizamiento de 400 metros por año. Lo que no impide su continuo retroceso. Se estima que, en su extremo occidental, la lengua se ha reducido en 5 kilómetros. En el este, el retroceso rondaría los 1.500 metros.

Un mundo de hielo

Un mundo de hielo.

Hasta aquí, la principal diferencia con mi anterior excursión en avioneta había sido la ausencia de nieve sobre el terreno y de hielo en los ríos. Pero esta vez, tras adentrarnos varios cientos de metros en el Skeiðarjökull, en lugar de dar media vuelta viramos hacia el oeste, adentrándonos aún más en un mundo cada vez más gélido. Hubo un momento en que, desde la ventanilla, tan solo podía ver una interminable superficie de hielo, desapareciendo tras el horizonte. Para hacer la escena aún más irreal, a las grietas de la superficie se unían grandes manchas de ceniza, fruto de sucesivas erupciones volcánicas.

Grænalón

Grænalón.

Unos minutos más tarde, volvíamos a volar sobre «tierra firme». En concreto, sobre una extraña superficie, de tonos que parecían derivar hacia el verde. Era Grænalón, un lago con una extensión de 18 km². O, siendo más precisos, su antiguo lecho. Grænalón debía su existencia a los hielos del Skeiðarjökull, que formaban una presa natural. El progresivo adelgazamiento de la capa de hielo hizo desaparecer el dique. Tras varios años de continuo decrecimiento, el lago desapareció completamente en el 2018.

Al sur de Grænafjall

Al sur de Grænafjall.

A continuación, volamos al sur de Grænafjall. Una cadena de montañas peladas, con tres de sus costados rodeados por los hielos del Vatnajökull. Más allá de las montañas, parcialmente velado por las nubes, estaba el Grímsvötn, el volcán más activo de Islandia. Se estima que el grosor del hielo sobre su caldera es de entre 240 y 300 metros. Suficiente para que, en muchas ocasiones, el agua generada por el calor de la tierra no encuentre una forma fácil de escapar y acabe creando un lago subglaciar, que llega a tener un diámetro de 15 kilómetros. Cuando el nivel del agua alcanza entre 100 y 150 metros, su presión es suficiente para abrir túneles en el hielo, dando lugar a uno de los temidos jökulhlaup que periódicamente asolan Skeiðarársandur.

Frente a Geirvörtur

Frente a Geirvörtur.

Luego vino el extraño Geirvörtur. Un nunatak que alcanza los 1.436 metros de altitud. A sus pies, otra de las lenguas del Vatnajökull se adentraba entre el áspero terreno. Que el glaciar no tenga nombre es la mejor muestra de que volábamos sobre una de las zonas más remotas del sur de Islandia.

Eldgígur

Eldgígur.

Justo antes de alcanzar la mole negruzca del Hágöngur, pude ver una extraña formación volcánica. Sus tonos rojizos destacaban sobre la llanura gris. Se trataba de Eldgígur. Un lugar prácticamente inaccesible, encajonado entre las lenguas de hielo del Vatnajökull. Tan solo unas cuantas rutas de senderismo, todas ellas largas y complicadas, pasan por sus inmediaciones.

Sobre el Siðujökull

Sobre el Siðujökull.

Después, nuevamente hielo. Ahora sobrevolábamos el Siðujökull. Otra descomunal lengua glaciar, que se descuelga desde el extremo suroccidental del Vatnajökull. El Thordarhyrna, un volcán central cuya caldera tiene un diámetro de 15 kilómetros, se encuentra junto a su extremo nororiental. Aunque, en este caso, las manchas de ceniza que podía apreciar sobre el hielo no parecen proceder de un volcán cuya última erupción tuvo lugar en 1904.

Byrða

Byrða.

Tras volver a dejar el hielo atrás, un cráter solitario destacaba sobre la áspera llanura. Se trataba de Byrða, que quizá sea el extremo nororiental del gran suceso volcánico conocido como Skaftáreldar, los «fuegos de Skaftá». Podría ser el origen de la columna de fuego que, el 24 de noviembre de 1783, los vecinos de Kirkjubæjarklaustur vieron elevarse hacia el cielo más allá del monte Kaldbakur, que alcanza una altitud de 735 metros.

Volando sobre Lakagígar

Volando sobre Lakagígar.

Aquello significaba que volábamos sobre la gran fisura de la erupción del Laki, que había recorrido el día anterior. Desde el aire, resultaba mucho más sencillo apreciar la sucesión de cráteres cubiertos de musgo, trazando una larga linea en la llanura. Aunque en realidad tan solo pude ver su extremo septentrional. Con 130 cráteres, repartidos en una fisura de 25 kilómetros, aquella erupción expulsó 14 km³ de lava y 120 millones de toneladas de dióxido de azufre, alterando el clima de todo el hemisferio norte del planeta.

Llegando al Skaftá

Llegando al Skaftá.

A continuación, nos acercamos al Skaftá. Un río que nace en dos de las lenguas occidentales del Vatnajökull y cuyo cauce se vio muy afectado por la erupción a la que dio nombre. Hasta tal punto, que todavía no ha sido capaz de estabilizar un nuevo curso, desparramándose por la llanura un innumerables brazos, para acabar llegando al mar en tres lugares distintos. De paso, crea escenas de una extraña belleza.

Sobrevolando Hálsar

Sobrevolando Hálsar.

Pero no cruzamos el río. En su lugar, el piloto nos regaló un círculo completo alrededor de un lugar llamado Hálsar. Allí, un pequeño grupo de lagos, de aparente origen volcánico, formaba una hermosa estampa. Aunque el paisaje alcanzó su punto culminante mientras volábamos al noreste de los lagos. Más allá de éstos, el Skaftá se desparramaba por una llanura grisácea en infinidad de brazos, formando un laberinto de ceniza y agua. Al sureste, el Uxatindar mostraba las huellas de una nevada. Debía ser muy reciente, pues  el día anterior lo había fotografiado desde la F207 sin la menor huella de nieve. Más allá, difuminadas por la bruma, se distinguían unas montañas cubiertas de nieve. Probablemente, se trataba del Torfajökull, un estratovolcán cubierto por un glaciar. En cambio, hacia el suroeste, era la inconfundible silueta del Mýrdalsjökull la que llenaba el horizonte.

Cruzando el Skaftá

Cruzando el Skaftá.

Tras completar el círculo, finalmente cruzamos el Skaftá. Ahora, hacia el noreste, podía ver las grandes lenguas glaciares en las que nace el río. Además, estábamos llegando a Fögrufjöll. Las montañas, de un verde rabioso, que separan el Skaftá de Langisjór, uno de los lagos más espectaculares de Islandia.

Llegando a Langisjór

Llegando a Langisjór.

Apenas tardamos unos segundos en llegar al lago. Con una longitud de 20 kilómetros y encajonado entre dos pequeñas cadenas montañosas, Langisjór es en realidad el fondo inundado de una de las numerosas fisuras que atraviesan el sur de Islandia en sentido suroeste – nordeste.

Klakkafell

Klakkafell.

En otros pocos segundos, dejábamos el lago atrás y teníamos a la vista las montañas de Klakkafell, donde se entrelazaban la roca y la ceniza con el musgo y algún resto de nieve. Nos acercábamos al corazón de Fjallabak y el ritmo del viaje se aceleraba. La velocidad de la avioneta era la misma, pero el paisaje cambiaba con una frecuencia asombrosa, saltando de una escena deslumbrante a otra irreal en una cadencia cada vez más rápida.

Snjóöldufjallgarður

Snjóöldufjallgarður.

Llegamos frente a otras montañas, cuyo nombre se podría traducir al español como «Montañas Nevadas». Aunque aquella tarde no pude ver el menor rastro de nieve en sus cumbres. Snjóöldufjallgarður se elevaba entre el incierto cauce del río Tungnaá y Litlisjór, un lago con 21,8 kilómetros de longitud. Más allá, el áspero paisaje de las Tierras Altas y un lejano glaciar, que en este caso podía ser el Hofsjökull.

El Tungnaá en su laberinto

El Tungnaá en su laberinto.

Comenzamos a volar sobre el Tungnaá. El principal afluente del Þjórsá, que a su vez es el río más largo de Islandia. Como tantos ríos glaciares de la Tierra de Hielo, el cauce del Tungnaá se desparrama en infinidad de pequeños brazos, creando escenas tan extrañas como atractivas. A pesar de estar entre las fotos aéreas más manidas de Islandia, no pude evitar la tentación de fotografiarlos.

El Tungnaá rumbo al norte

El Tungnaá rumbo al norte.

Debimos pasar por encima del Austurbjallavötn. Justo al sur del lago, el Tungnaá describe un giro de 180 grados, para dirigirse hacia el norte. Después, gira 90 grados hacia el oeste, buscando el valle del Þjórsá. Antes, atraviesa nada menos que cuatro embalses: Vatnsfell, Sigalda, Hrauneyjafoss, y Sultartangi. El tramo inferior del salvaje Tungnaá acaba siendo uno de los ríos más domesticados de Islandia.

Frente a Landmannalaugar

Frente a Landmannalaugar.

Noventa segundos más tarde, volábamos frente a Landmannalaugar. Podía distinguir la inconfundible paleta de colores del Brennisteinsalda y, a sus pies, la humareda de una fumarola en Laugahraun. Más allá, la primera nevada del otoño tamizaba unas montañas que no logré identificar, aunque probablemente se tratase de Reykjafjöll y el Hrafntinnusker.

Remontando el Jökulgilskvísl

Remontando el Jökulgilskvísl.

Pero el paisaje aún no había alcanzado su clímax. Según comenzábamos a remontar el Jökulgilskvísl, cada vez resultaba más complicado creer que aquel lugar era real. El río serpenteaba entre montañas de extraños colores, con varias montañas nevadas como telón de fondo. Todo bajo una suave cubierta de nubes, que ayudaba a tamizar la luz. Ni en mis mejores sueños había imaginado poder recorrer aquel paisaje en unas condiciones tan favorables.

Volando sobre Grænihryggur

Volando sobre Grænihryggur.

Habíamos llegado junto a Grænihryggur. Una cresta con un colorido tan extraño que, hasta en un lugar como Landmannalaugar, logra destacar por su rareza. Una vez más, el piloto nos regaló un giro completo, con la suerte de que me tocó el lado interior del círculo. Creo que su intención era repetir el rodeo en sentido contrario, pero en ese momento nos alcanzó la primera andanada del incipiente temporal. La avioneta dio un brusco bandazo, que nos pilló a todos desprevenidos, arrancándonos algún grito de sorpresa. Tras una conversación en islandés con el aeródromo, tan breve como incomprensible, emprendimos el camino de regreso.

El Jökulgilskvísl se une al Þjórsá

El Jökulgilskvísl se une al Þjórsá.

Dimos un breve rodeo hacia el norte, con el fin de esquivar Halldórsfell y Kirkjufell, dos cumbres que rozan los mil metros de altitud. Hacia el norte, el sol había roto entre las nubes, iluminando el curso bajo del Jökulgilskvísl, poco antes de su unión con el Þjórsá. Más allá, el paisaje se perdía en una sucesión, aparentemente infinita, de montañas, ríos, lagos y glaciares.

Dejando atrás el Jökulgilskvísl

Dejando atrás el Jökulgilskvísl.

Mientras volvíamos a volar frente a Landmannalaugar, que ahora estaba en el lado contrario de la avioneta, aún pude contemplar por última vez el Jökulgilskvísl, serpenteando entre montañas de colores. Después, viramos hacia el este. Comenzábamos el regreso al aeródromo.

Llegando al Kirkjufellsvatn

Llegando al Kirkjufellsvatn.

Al principio, prácticamente por encima de la F208, por lo que podía reconocer el paisaje con relativa facilidad. Como el lago Kirkjufellsvatn, encajonado entre montañas. Sus aguas alimentan el Kirkjufellsós. El último río que deberemos vadear si decidimos llegar a Landmannalaugar desde el sur, recorriendo la hermosa Fjallabaksleið Nyrðri.

Volando hacia el sur de Fjallabak

Volando hacia el sur de Fjallabak.

La tarde seguía abriendo y el paisaje, aunque no tan irreal como unos minutos antes, seguía siendo deslumbrante. Según nos acercábamos a los contrafuertes meridionales de Fjallabak, cada vez eran más visibles el Mýrdalsjökull y los lugares que había recorrido durante los primeros días de mi viaje otoñal.

Sobre Eldgjá

Sobre Eldgjá.

Luego llegamos junto a Eldgjá, el impresionante barranco creado por la erupción del 939. Por una vez, no iba en el lado correcto de la avioneta. Aún así, no pude resistirme a fotografiar desde el aire el mayor cañón volcánico del planeta.

El Skaftá camino del mar

El Skaftá camino del mar.

Volvimos a sobrevolar el Skaftá, muy cerca del lugar en el que se encuentra el vado más meridional de la F208, sobre el Stangakvísl. Un poco más al sur, el Skaftá se divide en tres brazos, desparramándose por la llanura del sur de Islandia rumbo a un océano que comenzábamos a intuir en el brumoso horizonte.

Entre Fjallabak y el mar

Entre Fjallabak y el mar.

Ahora tenía el sol de frente y los ríos y lagos brillaban bajo su luz, cada vez más intensa. Nos acercábamos diagonalmente a la llanura meridional de Islandia, dejando la mole del Katla al suroeste. Junto a la difusa costa, apenas podía distinguir Hjörleifshöfði. El gran inselberg donde, durante los lejanos días del landnámsöld, habían asesinado a Hjörleifr Hróðmarsson, el cuñado del fundador de Reikiavik.

Systravatn

Systravatn.

A las tres y diez sobrevolábamos Systravatn, el pequeño lago que hay sobre Kirkjubæjarklaustur. Desde nuestra posición, era imposible distinguir Systrafoss, la cascada por la que desgua el lago, oculta entre los pliegues del terreno. Pero aquella era la señal inequívoca de que regresábamos a la civilización. En apenas unos segundos, superábamos la Ring Road y enfilábamos hacia el este.

La confluencia entre el Skaftá y el Breiðbalakvísl

La confluencia entre el Skaftá y el Breiðbalakvísl.

Pero la diversión no había terminado. Aún teníamos que recorrer una parte de la llanura costera del sur de Islandia, sobrevolando algunos de los grandes ríos que la atraviesan. Primero superamos el cauce septentrional del Skaftá, justo por el lugar donde sus aguas blanquecinas se unen a las oscuras del Breiðbalakvísl, en su mayor parte procedentes del Geirlandsá.

Sobrevolando Núpsvötn

Sobrevolando Núpsvötn.

Después, el Núpsvötn, en el extremo occidental de Skeiðarársandur. El río es en realidad la errática unión de varios cauces glaciares, entre los que destacan los ríos Núpsá, Súla, Hverfisfljót y Gígjukvísl. El resultado es uno de los terrenos más caóticos e inaccesibles de Islandia, donde los cursos de agua cambian continuamente y no existe la menor infraestructura. Desde el aire, los efímeros canales creados por el agua creaban extrañas tramas geométricas, en ocasiones ensalzadas por los distintos tonos del agua de cada río.

En el este de Skeiðarársandur

En el este de Skeiðarársandur.

Comenzamos a virar. El este de Skeiðarársandur, entre los ríos Skeiðará y Skaftafellsá, tampoco estaba falto de interés. Los cauces, mucho más secos que en el oeste. parecían hilos de oro, zigzagueando entre las negras arenas. El extraño color procedía de la vegetación reseca que, en esta zona, aún era capaz de aferrarse al terreno.

Más allá de Landmannalaugar

Más allá de Landmannalaugar.

Aterrizamos un poco después de las tres y media. Al final, el vuelo había durado 99 minutos, en los que recorrimos algo más de 250 kilómetros, a una velocidad media de 150 kilómetros por hora y una altitud cercana a los 1.000 metros. Había logrado hacer 209 fotografías y 77 fragmentos de video. En realidad, saqué alguna foto más, pero acabé borrando unas cuantas que eran demasiado repetitivas, fruto del «por si acaso». Fue, sin la menor duda, una experiencia impresionante, realizada en unas condiciones difícilmente mejorables. Un largo vuelo, que me permitió observar algunos lugares conocidos desde una perspectiva completamente nueva y ver desde el cielo otros que son difíciles de alcanzar por tierra. O, en algunas ocasiones, completamente inaccesibles. Una de las pocas actividades «enlatadas» de Islandia que no dudaría en volver a repetir.

Para ampliar la información.

Puedes ver mi anterior vuelo en avioneta en https://depuertoenpuerto.com/volando-sobre-el-borde-de-los-glaciares/.

En inglés, la página de Atlantsflug sobre este recorrido concreto está en https://flightseeing.is/product/1084906710.

Guide to Iceland tiene un magnífico artículo sobre fotografía aérea, escrito por el difunto Haraldur Diego. En vida, uno de los mejores pilotos de avioneta de la isla: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/haddidiego/flying-and-photography.

El blog de Andro Loria tiene una larga entrada sobre el mismo tema, acompañada por la mejor colección de fotografías aéreas de Islandia que jamás he logrado ver: http://androloria.com/blogandroloria/2022/12/27/aerial-photography-in-iceland.

En https://jongustafsson.com/category/aerial-photography/ puedes encontrar varias colecciones de fotos aéreas, realizadas por el fotógrafo islandés Jon Einarsson Gustafsson.