Aunque ya teníamos vuelo, coche y alojamiento reservados, cambié la reserva de hotel por otro algo más cercano a la erupción. El plan era intentar subir al volcán al menos durante el primer y el último día de nuestro paso por la Tierra de Hielo. Mientras se acercaba la fecha, observaba todos los días el gráfico de tremores del volcán, las diversas cámaras web y los dos grupos de Facebook especializados en la geología de Islandia que suelo frecuentar. Hasta que, 5 días antes de nuestra llegada, cesó el flujo de lava. Una lástima. Ver un volcán en erupción es un espectáculo increíble. En cualquier caso, ya no había marcha atrás. El cambio de hotel significaba que habíamos renunciado a nuestros antiguos planes, por lo que decidimos realizar una excursión por la nueva senda E, hasta las inmediaciones del cráter mas reciente. Al menos, recorreríamos el entorno de los volcanes y podríamos ver, de primera mano, los cambios en el terreno tras la última erupción. Además, visitaríamos un lugar mucho más tranquilo que con el volcán en plena actividad. El que no se consuela es porque no quiere.
Comenzamos la ruta al filo de las once y media de la clásica mañana de verano islandés. El cielo estaba completamente cubierto y, de vez en cuando, caía una leve llovizna. Pero apenas había viento y la previsión afirmaba que el día iría a mejor. No teníamos un plan fijo. Nuestro objetivo era llegar hasta el primer punto panorámico sobre la erupción, a 5 kilómetros de distancia. Una vez allí, decidiríamos si merecía la pena seguir más allá o simplemente daríamos media vuelta.
Tras remontar un primer repecho, llegamos a un amplio valle, al este de la cuerda formada por el Langihryggur. La senda era ancha y cómoda. En realidad, se trataba de una antigua pista. Aunque, tras la erupción, los únicos vehículos a motor autorizados eran aquellos de los servicios de emergencias. Los demás podíamos recorrerla andando o en bicicleta. Aún más hacia oriente se extendía el clásico campo de lava antigua, parcialmente cubierta de musgo, similar a muchos otros que se pueden ver repartidos por media Islandia. Interesante, pero en absoluto excepcional.
Tardamos una hora en llegar a la siguiente subida. Finalmente, el paisaje comenzaba a cobrar interés. A nuestra izquierda se elevaba una oscura montaña, con sus laderas fuertemente erosionadas. Se trataba del Stórihrútur. Un viejo conocido, desde la primera erupción en Geldingadalir, pues sus 357 metros de altitud dominan el paisaje en el entorno de las sucesivas coladas. No lo habíamos reconocido, al verlo por primera vez desde el este.
Un poco más allá llegamos a la altura del primer desvío. Por primera vez, un sendero llevaba a las inmediaciones de las coladas. El lugar era muy interesante. Desde la ladera era posible ver los tres conos por los que había manado lava en tres años consecutivos. También era sencillo distinguir las tres coladas, que en algunas zonas se superponían. Curiosamente, estábamos justo frente al lugar en que dimos media vuelta en nuestra larga excursión a Meradalir, en agosto de 2021.
Habíamos alcanzado nuestro objetivo inicial y apenas era la una del mediodía. Aunque podíamos haber comenzado el regreso, hacia el norte la lava, aún humeante, de la última erupción era un reclamo demasiado fuerte para resistirse. Sobre la marcha, decidimos acercarnos al siguiente mirador, dos kilómetros mas cerca del volcán.
Volvimos a separarnos de la colada. La pista zigzagueaba otra vez entre una ladera y un campo de lava antigua. Pero el paisaje se había vuelto más áspero. Los verdes apagados del primer tramo dieron paso a grandes zonas con tonos más amarillentos. ¿Habría llegado el calor del volcán hasta esa zona, secando el musgo desde sus raíces?
En media hora llegamos al siguiente desvío. A la izquierda, la pista llevaba nuevamente hacia la colada y el segundo punto panorámico. Preferimos seguir de frente, por la senda que ascendía hacia el tercero. Ya que estábamos tan cerca, no íbamos a renunciar a aproximarnos al volcán tanto como fuera posible. En cualquier caso, entrábamos en zona de peligro, como se encargaba de recordarnos un llamativo cartel colocado por la policía de Islandia. Por si nos quedaba alguna duda, en los márgenes de la senda el musgo estaba en buena parte quemado. Aquí sí era evidente que el calentamiento del terreno había provocado su combustión.
A las dos en punto, nos dábamos de bruces con un cartel prohibiendo el paso. Me llamó la atención, sabiendo que en Islandia son más partidarios de advertir de los riesgos y dejar que cada uno tome sus propias decisiones, asumiendo sus consecuencias. Pero, al contrario que en las dos erupciones anteriores, ésta se había producido durante un verano en el que el turismo, superados los estragos de la pandemia, estaba batiendo todos los récords históricos de la isla. Los videos de turistas cometiendo imprudencias frente al volcán, visibles públicamente en YouTube, parecían haber surtido efecto. Aquel parecía el final de nuestra ruta, con el cráter más reciente a nuestra izquierda y la inconfundible silueta del monte Keilir al frente.
Nos apartamos algo del camino, con la idea de hacer una pausa en la que reponer fuerzas, antes de comenzar el regreso. Acabamos acampando en unas rocas algo elevadas, con una espléndida vista sobre el entorno. Aunque la erupción llevaba aproximadamente 120 horas detenida, el lugar seguía siendo interesante, con el cono más reciente apenas unos cientos de metros hacia el noroeste.
Hacia el sur, mas allá de las coladas de lava, la mole del Stórihrútur seguía dominando el paisaje. Aún más allá, se podía distinguir la cima del Langihryggur, con sus antenas de comunicaciones. Dos años antes, aquel había sido el punto final de nuestra última excursión a la erupción de 2021, en una mañana inolvidable.
Incluso, mientras me movía de un lado para otro haciendo fotografías, acerté a divisar el cono de la erupción de 2021, asomando tímidamente sobre una ladera. Aquel lugar no tenía desperdicio. Menos aún pudiendo aprovechar todo el conocimiento acumulado en las diez excursiones que llevaba realizadas por las inmediaciones. Recorríamos la zona que mejor conozco de Islandia. Un terreno que había visto cambiar durante los dos últimos años, mientras las sucesivas coladas de lava iban cubriendo los valles, uno tras otro, creando el mundo áspero y gris que nos rodeaba.
Comenzamos el regreso al filo de las tres. En esta ocasión, decidimos explorar el segundo desvío, que habíamos desdeñado anteriormente. Éste conducía hasta la colada más reciente, donde la lava todavía expulsaba humo y vapores. El camino estaba flanqueado por carteles de la policía, repartidos por el campo. Algunos, advirtiendo del peligro. Otros, prohibiendo el paso taxativamente. En cualquier caso, el desvío moría contra un muro de lava solidificada. Ésta me recordó la que había podido contemplar en mi primera excursión al volcán, en abril de 2021. El mismo caos de roca, las mismas emanaciones gaseosas, los mismos efectos sobre el terreno. Con la diferencia de que, en este caso, estábamos ante una masa inerte. Nada que ver con el impresionante monstruo de piedra negra que, en aquella ocasión, reptaba lentamente sobre el terreno, devorándolo todo a su paso.
Regresamos a la senda principal. Los mismos campos de lava vieja que, mientras íbamos hacia el norte, se nos habían antojado ásperos y resecos, ahora casi parecían un vergel. La comparación con la desolación en el entorno del volcán, donde el negro de la lava se entremezclaba con los campos de musgo quemado, había cambiado nuestra percepción del entorno.
Un poco antes de llegar a la bifurcación que lleva al primer punto panorámico, vimos otra senda, saliendo a nuestra derecha en dirección a la colada. Íbamos bien de tiempo y el día seguía mejorando. Sin tener muy claro qué íbamos a encontrar, decidimos tomar el desvío. Éste moría nuevamente junto a la colada, cerca del extremo oriental del valle de Meradalir. Por pura casualidad, acabamos dando con el lugar más interesante de toda la excursión.
Estábamos frente a la única zona en la que, un año tras otro, habían coincidido las tres coladas. Los flujos de lava acabaron superponiéndose, mientras creaban un entorno tan caótico como hermoso. El caos no se limitaba a la lava, pues ésta había ejercido una intensa presión sobre la ladera. Más allá de los clásicos amontonamientos de tierra, que es posible apreciar en los bordes de muchas coladas de lava tipo aa, aquí la fuerza de la colada incluso había empujado rocas de tamaño medio. Éstas se entremezclaban con los bloques de lava, dando al lugar un aspecto anárquico.
Además, había zonas de lava pahoehoe, creando extrañas formas y texturas. Lo mismo era posible encontrar superficies encordadas que otras «en tripa». Formando una extraordinaria acumulación de fragmentos rotos, que también permitían apreciar la estructura interna de la lava, o incluso su parte inferior.
Todo a la vista del cráter de la erupción del 2021 y de la mole del Stórihrútur, que presidía el paisaje hacia el sur. Aquel lugar era un paraíso para cualquier aficionado a los volcanes. Pasamos allí, más de treinta minutos, en los que hice una asombrosa cantidad de fotografías. Y habrían sido más, pero eran casi las cinco de la tarde y aún teníamos un largo trayecto por delante. Primero, casi 6 kilómetros andando. Luego, otros 136 kilómetros en coche, hasta el hotel en Haukadalur. No podíamos seguir demorándonos.
Tras la última parada del día, la única distracción mientras regresábamos al aparcamiento fueron algunas pequeñas plantas, que a duras penas sobrevivían entre la gravilla que rodea los campos de musgo. A pesar de su aparente insignificancia, de alguna forma representaban el triunfo de la vida sobre tanta desolación.
Llegamos al coche a las seis y media de la tarde. Habíamos empleado siete horas en la excursión. Pocas, si tenemos en cuenta que, además de realizar varias pausas, acabamos caminando más de 20 kilómetros. Avanzar por una senda amplia y relativamente cómoda, mientras visitábamos un volcán «muerto», nos ayudó a reducir el tiempo de la visita. Aunque recorrimos lugares interesantes, en ningún momento corrimos el riesgo de sucumbir al poderoso hechizo de una erupción activa. Una magia de la que resulta muy complicado liberarse y que, en mi experiencia, suele alargar las excursiones hasta el límite de la extenuación.
Para ampliar la información.
Quien esté interesado en visitar el entorno de las erupciones, puede encontrar ayuda en https://depuertoenpuerto.com/guia-para-visitar-el-volcan-de-islandia/.
En Guide to Iceland hay una guía sobre la erupción en Litli-Hrutur: https://guidetoiceland.is/es/lo-mejor-de-islandia/complete-guide-to-the-2023-eruption-of-litli-hrutur-volcano.
Puedes ver nuestro viaje por el suroeste de Islandia en https://depuertoenpuerto.com/cinco-dias-en-el-suroeste-de-islandia/.
En inglés, antes de cualquier excursión por el campo en Islandia siempre es imprescindible visitar https://safetravel.is.
En https://fireandiceland.com pueden verse videos y alguna otra información útil, así como mantenerse al día sobre el siempre cambiante entorno volcánico de Islandia.
La excursión promete y tus explicaciones son magníficas. Gracias por compartirlo. Saludos
Gracias Nuria. El entorno de las recientes erupciones de Reykjanes es muy interesante, aunque en este momento sea inaccesible, debido a la inminencia de una nueva erupción en las inmediaciones de Grindavik.