Volábamos en un avión de Turkish Airlines rumbo al aeropuerto de Estambul, teníamos reservadas cuatro noches en un hotel de Estambul y, en apenas unos días, embarcaríamos en un velero en la terminal marítima de Gálata, también en Estambul. Y sin embargo, mi espíritu viajaba a Constantinopla. La Segunda Roma. La fabulosa ciudad refundada por Constantino I, que perpetuaría durante un milenio el legado de la antigüedad clásica.

Constantino portando una maqueta de su ciudad

Constantino portando una maqueta de su ciudad.

En realidad, viajábamos a la que quizá sea la ciudad del mundo con más nombres. El primer asentamiento histórico fue fundado por un tal Bizas, en el 667 AEC, y recibió el nombre de Bizancio. Cuando, en el 324, Constantino el Grande eligió la pequeña ciudad como segunda capital de su imperio, decidió llamarla Nueva Roma. Pero en la década siguiente, ya aparecía en las monedas como Constantinopla. Los escandinavos que formaban la Guardia Varega, se referían a ella como Miklagarðr (la Gran Ciudad). Nombre que, con ligeras variaciones, aún perdura en las lenguas de Islandia y las Islas Feroe. Sería Tsargrad (Ciudad del César) para los eslavos, Takht-e Rum (Trono de los Romanos) para los persas, Rūmiyyat al-Kubra (Gran Ciudad de los Romanos) para los árabes o Gosdantnubolis (Ciudad de Constantino) para los armenios. Mientras, los habitantes de Tracia simplemente la llamaban Poli (Ciudad). Hay quien dice que el actual nombre turco, Estambul, sería una derivación de la expresión «a la Ciudad», que en griego sonaría parecido a «eis tin Polin«.

El emperador y su corte

El emperador y su corte, en el obelisco de Teodosio.

Constantinopla sería sucesivamente capital de cinco imperios. Entre los años 330 y 395, del Imperio Romano. Cuando, en este último año, Roma fue dividida en dos mitades, quedó como capital del Imperio Romano de Oriente. Aquel que la historiografía occidental, no sin intencionalidad, ha decidido llamar Imperio Bizantino. Entre 1204 y 1261 sería la sede del Imperio Latino, surgido de la perversión de la cuarta cruzada y que de imperio tenía poco más que el nombre. Para volver a ser la capital de un mermado Imperio Romano de Oriente después de su reconquista por Miguel VIII Paleólogo. Finalmente, tras uno de los asedios más épicos de la historia, en 1453 se convertiría en capital del Imperio Otomano. A lo que, en 1517, añadiría la sede del califato, la institución política más importante para el mundo musulmán.

Fachada de la catedral patriarcal de San Jorge

Fachada de la catedral patriarcal de San Jorge.

El 29 de octubre 1923 Mustafa Kemal Atatürk proclamaría la república. Apenas 16 días antes, había trasladado la capital a Ankara, la antigua Angora. En 1924 también se aboliría el califato. Estambul, que seguía siendo conocida en occidente como Constantinopla, perdió la capitalidad, pero no su importancia. Para los cristianos ortodoxos, el Patriarca de Constantinopla aún es el líder formal de 300 millones de fieles, aunque su preeminencia en la jerarquía eclesiástica tan solo sea nominal. Y la ciudad, convertida en una megalópolis con 16 millones de habitantes desparramados por dos continentes, sigue siendo la más rica y poblada de la actual Turquía. En 1928 Atatürk decide cambiar el alfabeto árabe por el latino. Al año siguiente, la república turca pide a las demás naciones que comiencen a utilizar Estambul para referirse a la ciudad. Lentamente, la antigua denominación fue cayendo en el olvido.

Hagia Sophia

Hagia Sophia.

Y sin embargo, la huella de la vieja Constantinopla lucha por pervivir en el corazón de la vibrante Estambul. Comenzando por su templo más destacado. La espléndida Hagia Sophia, levantada entre los años 532 y 537 por orden de Justiniano I. Su imponente silueta aún domina el horizonte de Estambul en las inmediaciones de Topkapı, el antiguo palacio de los sultanes. Y su impronta en la arquitectura de las espléndidas mezquitas imperiales del periodo otomano clásico es innegable. El prestigio y simbolismo del templo eran tales, que el primer acto de Mehmed II tras su entrada triunfal en la ciudad fue dirigirse a Santa Sofía y convertir la catedral en la principal mezquita de su pujante imperio.

Obelisco de Teodosio

Obelisco de Teodosio.

Apenas nos han llegado vestigios del Gran Palacio de Constantinopla, parcialmente sepultado bajo los cimientos de Sultan Ahmet Camii. En cambio, aún es posible apreciar la planta del antiguo hipódromo, que estuvo ubicado junto al costado noroccidental del palacio. Hoy es el espacio urbano conocido como Sultanahmet Meydanı. Cerca de su extremo suroccidental encontraremos tres elementos de la antigua espina, en el eje de lo que fue su pista de carreras. En la actualidad, ésta se encuentra aproximadamente dos metros por debajo del pavimento.

Obelisco de Constantino

Obelisco de Constantino.

El llamado obelisco de Constantino, con 32 metros de altura, es el elemento más meridional que ha sobrevivido. No está claro cuándo se levantó. Su nombre procedería de Constantino VII, que ordenó su restauración en el siglo X. Antiguamente, estaba recubierto con placas de bronce, que fueron arrancadas y fundidas durante la cuarta cruzada. También fueron saqueados los cuatro caballos de bronce que se encontraban junto a las carceres, en el extremo opuesto del hipódromo. Al menos, éstos no fueron destruidos y en la actualidad son el tesoro más preciado del museo de la basílica de San Marco, en Venecia.

Columna Serpentina

Columna Serpentina.

Tampoco se libró de los saqueos la conocida como Columna Serpentina. Con una antigüedad aproximada de 2.500 años, se encontraba originalmente en el templo de Delfos. Era una ofrenda al dios Apolo, para conmemorar la victoria de las polis griegas en la batalla de Platea. En su parte superior había tres cabezas de serpiente, sujetando un cuenco de oro. Fue trasladada a su ubicación actual por orden de Constantino I. El cuenco desapareció durante la cuarta cruzada. No está del todo claro el destino de las cabezas de serpiente, que parecen haber sobrevivido hasta finales del siglo XVII.

Columna de Marciano

Columna de Marciano.

En la ciudad podemos encontrar otros monumentos de origen romano, como la Columna de Marciano, hecha levantar por Tatianus, prefecto de la ciudad a mediados del siglo V, en honor del emperador Flavio Marciano. Construida con dos piezas de granito rosa procedente de Egipto, está coronada por un capitel corintio. Se piensa que originalmente servía de base a una estatua del emperador, de la que no queda el menor rastro. Encontrarás la columna, medio olvidada, en el cruce de las calles Kıztaşı y Dolap.

Columna de Constantino

Columna de Constantino.

No mucha mejor suerte parece correr la Columna de Constantino, en Yeniçeriler Caddesi. Fue levantada por orden de Constantino I en el año 330, para conmemorar la fundación de la ciudad. Construida con pórfido egipcio, originalmente medía 50 metros de altura y estaba coronada por una estatua de Constantino portando un orbe y una lanza. Otras fuentes dicen que la estatua era de Apolo. Quizá fuera el emperador, caracterizado como el dios mitológico. En 1106 un temporal derribó la estatua junto con la parte superior de la columna, que quedó reducida a 35 metros. Manuel I Comneno hizo instalar una cruz sobre lo que quedaba, reforzando los restos con guirnaldas de bronce. Que serían robadas durante la cuarta cruzada. Los otomanos retirarían la cruz en 1453. El tono ennegrecido que hoy podemos apreciar tiene su origen en el incendio de 1779, que asoló un barrio colindante. Desde entonces, se han sucedido los trabajos de consolidación, añadiendo la base actual, sellando las grietas en la piedra y renovando las abrazaderas metálicas. La última restauración tuvo lugar en 2010.

Cúpula norte del exonártex

Cúpula norte del exonártex.

En su mayor parte, las antiguas iglesias ortodoxas han terminado convertidas en mezquitas. Hasta tal punto, que la actual sede del patriarcado ecuménico de Constantinopla es la catedral de San Jorge, un edificio del siglo XVI. Al igual que en Santa Sofía, la conversión de las iglesias en espacios de culto musulmán se cobró un duro tributo en los frescos y mosaicos que adornaban el interior de muchos templos. Aunque algunos lograron sobrevivir, a veces por puro azar. Quizá el mejor ejemplo sea la pequeña San Salvador de Cora, que actualmente es la mezquita de Kariye Camii. A pesar de que una parte del edificio está vedado a los no musulmanes, la espléndida restauración, finalizada en 2024, nos permite imaginar cómo sería el aspecto interior de los templos de Constantinopla en todo su esplendor.

Acceso al museo

Palacio de los Porfirogénetas.

Algo más al norte está el Palacio de los Porfirogénetas, nombre que significa «nacido en la púrpura» y tan solo se daba a los hijos de un emperador nacidos durante el reinado de éste. Es el vestigio mejor conservado del antiguo complejo palaciego de Blachernae, edificado en los albores del siglo VI. Blachernae sería la residencia imperial desde finales del siglo XI, cuando Alejo I Comneno decidió trasladarse desde el Gran Palacio. Desconocemos sus razones, pero quizá influyera su proximidad al sector más débil de la muralla de Teodosio. Las subsiguientes obras acometidas en el palacio afianzarían las defensas, mientras la presencia de la guardia imperial servía para reforzar su guarnición. El edificio que nos ha llegado tiene su origen en el siglo XIII, o inicios del XIV. Debido a su ubicación, sufrió muchos desperfectos durante el asedio de Constantinopla. Después, sería utilizado sucesivamente como zoológico, prostíbulo, taller de cerámica, hospicio y fábrica de botellas. En el siglo XX, el que había sido último palacio imperial romano, quedó en el más absoluto de los abandonos. Habría que esperar hasta 2010 para que comenzara su restauración. Desde 2021 sus renovadas estancias acogen un museo de cerámica.

En las murallas de Constantinopla

Las murallas de Constantinopla.

Junto al palacio encontraremos el segundo vestigio más destacado de la Constantinopla romana, tan solo por detrás de Santa Sofía: sus impresionantes murallas. El triple muro defensivo que hizo levantar el emperador Teodosio II, finalizado en el 413, logró poner a salvo durante 790 años a una de las ciudades más ricas y codiciadas del planeta. Resistió asedios de los ávaros y los persas, cuatro intentos consecutivos del califato árabe, un primer ataque búlgaro, dos intentos rusos, otros tres asedios búlgaros y nuevamente a los rus de Kiev. Todo ello, sin contar los ataques durante rebeliones o guerras civiles dentro del imperio. Tan solo los cruzados, en unas circunstancias confusas, lograrían superar las defensas. Y lo harían desde el mar, por la muralla del Cuerno de Oro, mucho más débil. En 1391, 1396 y 1422 aún serían capaces de rechazar los primeros intentos otomanos. En 1453, unas murallas apenas guarnecidas lograrían contener durante 53 días a un enorme ejército, equipado con la mejor artillería de la época. Y caerían in extremis, durante un postrer intento de los jenízaros, por una serie de desafortunadas casualidades. Al menos para los defensores.

Acueducto de Valente

Acueducto de Valente.

Aunque una urbe del tamaño de Constantinopla, que en su cenit superó holgadamente el medio millón de habitantes, tenía necesidades más perentorias. Una de ellas era el abastecimiento de agua, fundamental para toda ciudad romana digna de tal nombre. Aunque desconocemos cuantos acueductos llegaron a abastecerla en su máximo esplendor, sabemos que el de Valente destacaba entre todos. El mayor acueducto romano jamás construido, extendía sus tentáculos por Tracia, con su fuente más lejana a 130 kilómetros de la ciudad. En su apogeo, la longitud total de la red era de 494 kilómetros. El acueducto tenía dos canales paralelos, de forma que era posible limpiar uno de ellos, mientras el otro mantenía el suministro de agua a la ciudad. A pesar de la decadencia de Constantinopla y la notable merma de su población, seguía en uso cuando, a principios del siglo XV, Ruy González de Clavijo pasó por la ciudad rumbo a la corte de Tamerlán.

Cisterna de Teodosio

Cisterna de Teodosio.

Pero el intrincado sistema de acueductos tenía un seria debilidad: cualquier ejército atacante podía cortar el flujo de agua de forma sencilla. Para reducir dicho inconveniente, se construyeron numerosas cisternas, que al menos ayudarían a solventar el problema durante un tiempo. En la actualidad, hay documentadas 160. Una de las mayores es Yerebatan Sarayı, popularmente conocida como Cisterna Basílica y convertida en una de las principales atracciones turísticas de la moderna Estambul. Por tanto, es un espacio habitualmente masificado. La espléndida Cisterna de Teodosio, que en turco se denomina Şerefiye Sarnıcı (el Palacio Sumergido), actualmente sirve de escenario a un espectáculo audiovisual, que logra privar al lugar de su alma.

Cisterna del parque Gülhane

Cisterna del parque Gülhane.

También se puede visitar la Cisterna de Binbirdirek, en las inmediaciones del antiguo hipódromo. Pero, si quieres recorrer una antigua cisterna con tranquilidad, quizá tu mejor opción sea la que encontrarás en el parque Gülhane. Aunque parece haber estado integrada en el sistema de acueductos creado por Adriano, antes de la fundación de Constantinopla, está datada entre los siglos V y VII. No es una gran cisterna. Apenas tiene 17 x 12 metros, con su techo soportado por 12 columnas. Pero podrás visitarla sin largas filas ni agobios. Quizá, como nosotros, en la más absoluta soledad.

Capitel junto a Macar Kardeşler

Capitel junto a Macar Kardeşler.

Como en toda gran metrópoli del pasado, los vestigios de Constantinopla salen a la luz a poco que se remueva la superficie. Por ejemplo, en la Iglesia de San Polieucto, un templo del siglo VI que fue redescubierto en la década de 1960 y cuyos restos parecen languidecer en una eterna excavación arqueológica, donde los sacos de materiales de construcción se entremezclan con los capiteles más afortunados. Otros, han corrido peor suerte. Desparramados junto a la acera de la actual calle Macar Kardeşler, sirven de improvisado asiento a cualquiera que pase por allí.

«Hoy Constantinopla no existe, es una idea, un recuerdo, una añoranza, un anhelo, un mito.»
Pedro Álvarez de Frutos.

Más de medio milenio después de su caída, el peso de una de las mayores urbes del planeta asfixia inexorablemente el legado agonizante de la vieja Constantinopla. Una ciudad que, hasta hace poco más de cien años, aún mantenía una gran diversidad étnica y cultural. En el censo de 1856, de sus 236.096 habitantes, 58.516 tenían el griego como lengua materna. Cuarenta años más tarde, el millet-i Rûm (Nación Romana) aún agrupaba el 16% de una población que ya superaba el millón de personas. Después, llegó el auge de los nacionalismos, seguido por el Mübâdele y rematado por el pogromo de 1955. Actualmente, tan solo quedan unos 2.000 griegos, en su mayor parte vinculados al Patriarcado Ortodoxo de Constantinopla. En la moderna Turquía, la mayor comunidad de lengua helena reside en el Ponto, junto a la costa nororiental de Anatolia. Apenas serán 5.000 personas, hablando una variante local del idioma a la que ellos siguen llamando Rhomaiika.

Para ampliar la información.

Entradas del blog donde describo con mayor detalle varios de los lugares mencionados anteriormente:

Santa Sofia: https://depuertoenpuerto.com/visitando-santa-sofia/.

Muralla de Teodosio: https://depuertoenpuerto.com/visitando-las-murallas-de-constantinopla/.

San Salvador de Cora: https://depuertoenpuerto.com/san-salvador-de-cora/.

En inglés, muy recomendable la sección sobre Constantinopla en The Byzantine Legacy: https://www.thebyzantinelegacy.com/constantinople.

En https://www.bosphorustour.com/the-hippodrome-and-ancient-columns.html hay un artículo sobre el antiguo hipódromo, con una hermosa recreación de el extremo oriental de la Constantinopla clásica.

La web History of Istanbul tiene una entrada sobre el suministro de agua en tiempos de Constantinopla: https://istanbultarihi.ist/554-the-water-supply-of-byzantine-constantinople.

En https://greekreporter.com/2023/12/05/constantinople-istanbul-greeks/ podemos encontrar un artículo sobre los griegos de Estambul.