Tórshavn es la mayor ciudad de las Islas Feroe. A sus habitantes les gusta decir que es la capital más pequeña del mundo, aunque no sea del todo exacto. Creció alrededor de la península de Tinganes y su puerto natural, ubicado en el sureste de Streymoy, la isla más extensa del archipiélago. Sus orígenes son inciertos. Aunque hay evidencia de una primera convocatoria del parlamento en Tinganes en el 825, durante la era vikinga los «ting» solían reunirse en zonas deshabitadas, consideradas neutrales. Por eso se cree que el primer asentamiento se produjo en el siglo X, cuando Tinganes se convirtió en un lugar de mercado.

Llegando a Tórshavn

Llegando a Tórshavn.

Llegué a Tórshavn procedente de Hirtshals, en el norte de Dinamarca, a bordo del Norröna, el ferry que cubre la ruta regular entre ambos puertos y Seyðisfjörður, en Islandia. Con un retraso de una hora, lo que dejaba la escala reducida a siete. En cualquier caso, el barco atracó sobre las siete de la mañana, media hora antes del alba. No se si haber desembarcado a las seis me hubiera servido de mucho.

Tórshavn desde Kongaminnið

Tórshavn al alba, desde el mirador de Kongaminnið.

La terminal de Smyril Line está en el corazón de la ciudad, a unos metros de Tinganes, su centro histórico y mi principal objetivo del día. Aunque, al ser todavía noche cerrada, decidí hacer tiempo dando un rodeo hasta el mirador de Kongaminnið (el monumento del rey), apenas 400 metros al norte del puerto. El obelisco fue levantado en 1882 para conmemorar la visita a las islas efectuada ocho años antes por el rey danés Christian IX. El monumento propiamente dicho no es gran cosa, pero la vista sobre la ciudad y sus alrededores resultó interesante. A la incipiente luz del alba, Tórshavn semejaba una postal navideña.

Catedral de Tórshavn

Catedral de Tórshavn.

Mientras tanto, hacia el sur, una franja de luz rojiza sobre el horizonte anticipaba el inminente amanecer. Iba siendo hora de descender hacia Tinganes. Las tranquilas calles de Tórshavn estaban cubiertas por un tenue manto de nieve, que obligaba a caminar con cierta precaución. Pasé sin detenerme frente a varios de los escasos edificios significativos de la ciudad, como su ayuntamiento. O la catedral, un sencillo edificio de madera, construido en 1788 en el mismo solar de un templo anterior, de principios del siglo XVII.

Vestaravág al amanecer

Vestaravág al amanecer.

Antes de entrar en Tinganes, no pude evitar dar un breve rodeo hacia Vestaravág, el pequeño puerto que se extiende al oeste de la península. Actualmente, está ocupado casi en su totalidad por embarcaciones de recreo, aunque en su parte meridional se podía ver algún que otro barco de pesca. En un amanecer asombrosamente sereno, el agua del puerto parecía un espejo. La nieve tamizaba las superficies del muelle, los pantalanes y alguna de las embarcaciones amarradas a éstos. Pero apenas me detuve unos minutos. Quería recorrer las calles de Tinganes a la luz del amanecer.

Amanecer invernal en Tinganes.

Sin duda, el recorrido por Tinganes, el hermoso barrio con techos de turba, fue lo mejor de la escala. La preciosa luz, la nieve tamizando las calles y la tranquilidad que se respiraba se conjugaron para realzar la belleza del lugar.

Monumento a Hans Andrias Djurhuus

Monumento a Hans Andrias Djurhuus.

Terminado el recorrido por Tinganes, intenté visitar la catedral, que resultó estar cerrada. Decidí dar un paseo por la ciudad. Además de recorrer sus calles, tenía que comprar un encargo y buscar algún lugar en el que tomar un café. Ninguna de las dos tareas fue sencilla. Encontré bastantes comercios cerrados y el único café abierto resultó estar en la estación de autobuses. Al final, a pesar de no ser muy amigo de los centros comerciales, opté por acercarme a SMS, hasta donde yo se el único existente en la ciudad. De camino, pasé frente a Sjónleikarhúsið, el pequeño teatro local, así como junto a la estatua dedicada a Hans Andrias Djurhuus, uno de los principales poetas en lengua feroesa, fallecido en 1951. El barrio residencial que atravesé estaba compuesto por casas tradicionales, generalmente rodeadas de zonas arboladas. La armonía entre edificios y naturaleza trasmitía la sensación de estar en un medio rural, más que en una pequeña ciudad.

Hoyvíksgarður y la isla de Nólsoy

Hoyvíksgarður y la isla de Nólsoy.

En SMS logré ambos objetivos. Compré el encargo y pude tomar un reconfortante café bien caliente. Aproveché la pausa estudiando mis opciones para lo que quedaba de día. Al final, decidí visitar la granja de Hoyvíksgarður, convertida en un museo que permite apreciar la forma de vida tradicional de los granjeros de las Feroe. La distancia en linea recta era inferior a dos kilómetros, por lo que era perfectamente viable ir andando. Al final, teniendo en cuenta los rodeos a los que me vi obligado, tardé casi tres cuartos de hora en llegar. La primera parte del recorrido, atravesando una zona industrial en la periferia de Tórshavn, no tuvo el menor interés. La situación mejoró cuando la ruta se acercó al mar, con la isla de Nólsoy al frente.

Hoyvíksgarður

Hoyvíksgarður.

Cuando llegué a Hoyvíksgarður, me encontré el museo cerrado. Era temporada baja y tan solo abría de jueves a domingo. Me tuve que contentar con pasear entre sus construcciones, disfrutando del paisaje y la tranquilidad que se respiraba en el lugar. La granja de Hoyvíksgarður parece tener sus orígenes en la Edad Media, aunque tan solo hay certeza de su existencia en la ubicación actual desde 1772, estando operativa hasta la década de 1960. El edificio principal, de madera, es de 1803. Alrededor hay varias construcciones auxiliares, que son una buena muestra de edificios tradicionales de las islas. A pesar del relativo fracaso al encontrarlo cerrado, siendo un museo al aire libre la visita acabó siendo interesante.

Ovejas de las Feroe

Ovejas de las Feroe.

Podía haberme acercado al Museo Nacional, sobre un colina a unos 200 metros de distancia. Pero me estaba empezando a quedar sin tiempo y, además, hacía un día espléndido para ser la primera mitad de febrero. Preferí regresar hacia el puerto dando un tranquilo paseo junto a la costa. Tras pasar cerca de un diminuto embarcadero en la ensenada de Heljareyga, según me acercaba a Tórshavn el espacio entre la carretera y el mar estaba ocupado por parcelas en las que pastaban algunos ejemplares de las ovejas de las Feroe, famosas por su lana.

Cañones daneses en Skansin

Cañones daneses en Skansin.

Llegué a las inmediaciones del puerto, donde aún me esperaba la última visita del día, a escasos metros del muelle en el que atracaba el Norröna. La fortaleza de Skansin es la segunda que se ubica en la misma localización, defendiendo Tinganes y el puerto de Tórshavn. La primera, edificada alrededor de 1580, fue reforzada en 1629, ante la alarma generada por el ataque de los piratas berberiscos a la población de Hvalba, en Suðuroy. Fue destruida en 1677, durante el saqueo de Tórshavn a manos de los franceses. Reconstruida un siglo más tarde, volvió a ser atacada en 1808, esta vez por los británicos. Perdió su función militar en 1865, para recuperarla durante la ocupación británica de las islas, en la Segunda Guerra Mundial. De esta época son los dos cañones de 5,5 pulgadas que se oxidan lentamente en la parte inferior del fuerte, abandonados por los británicos al finalizar la guerra. Según parece, estuvieron montados previamente en el HMS Furious, un buque de la Royal Navy con una historia tan larga como curiosa.

Faro de Skansin

Faro de Skansin.

Desde 1888, un faro se levanta en la parte alta de la fortaleza, frente al canal que separa las islas de Streymoy y Nólsoy. El faro señaliza la entrada al puerto de Tórshavn, a la vez que embellece un entorno que, siendo sinceros, ya sería suficientemente atractivo por si mismo. Skansin no tiene ningún edificio que se pueda visitar, pero desde sus parapetos hay una vista espléndida sobre la costa, además de Tinganes y los dos puertos que bordean la península.

Tinganes desde la cubierta superior del Norröna

Tinganes desde la cubierta superior del Norröna.

La distancia en linea recta desde Skansin al Norröna era inferior a los 200 metros, por lo que podía haber apurado casi hasta el último minuto antes de subir a bordo. Al final, opté por ir con algo de margen, que me permitiera tanto pasar por el camarote antes de zarpar, como disfrutar durante un rato de las vistas desde las cubiertas superiores. Subí al barco cansado pero satisfecho. A pesar del retraso en la llegada y de haber encontrado Hoyvíksgarður cerrado, la escala había cubierto mis mejores expectativas. Aunque el día no había terminado. El Norröna tenía que atravesar el archipiélago camino de Seyðisfjörður, su siguiente destino y mi puerto de entrada a Islandia.

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Para ampliar la información:
Muy interesante la enciclopédica entrada en Acróbata del Camino: https://acrobatadelcamino.com/que-ver-y-que-hacer-en-torshavn/.

En el blog Salta Conmigo también hay una larga reseña sobre la ciudad: https://saltaconmigo.com/blog/2018/11/que-ver-en-torshavn-islas-feroe/.

En https://depuertoenpuerto.com/de-oslo-a-reikiavik/ se puede ver todo mi itinerario invernal entre Oslo y Reikiavik.

En inglés, la página oficial de turismo de la ciudad está en http://visittorshavn.fo.

Quien no quiera ir hasta Hoyvíksgarður para encontrar la granja cerrada, puede consultar su horario en la web del Museo Nacional de las Islas Feroe: https://www.tjodsavnid.fo/en/english.

Se puede consultar la web del puerto en https://www.portoftorshavn.com.

Por último, mencionar el blog Along Dusty Roads: https://www.alongdustyroads.com/posts/things-to-do-in-torshavn-faroe-islands.