A las siete en punto de la tarde, el Sarfaq Ittuk comenzó a soltar amarras. En el muelle, unas treinta personas se despedían de sus seres queridos. Familiares, amigos, parejas… Saludándose con la mano, gritando un último adiós o sencillamente llorando. Todo con una emotividad que me retrotrajo a mi ya lejana infancia, cuando viajar por España también era complicado y cada despedida una pequeña tragedia. En Groenlandia, las comunicaciones siguen siendo tan difíciles como largas las distancias entre sus núcleos habitados. Sin carreteras, los medios de transporte entre las distintas poblaciones quedan reducidos al mar o al aire. La línea de ferri entre Qaqortoq e Ilulissat es el único medio no aéreo que permite realizar un viaje de larga distancia en la mayor isla del planeta.
Qaqortoq fue quedando atrás, mientras comenzábamos a superar los primeros bloques de hielo. Había visitado Qaqortoq en julio de 2017. En aquella ocasión, el hielo había obligado a modificar el itinerario del MS Rotterdam, que también acabó haciendo una escala imprevista en Narsaq, el siguiente puerto en la ruta del Sarfaq Ittuk. Para ir de un lugar a otro, el crucero había salido a aguas abiertas, en la ensenada de Julianehåb, regalándonos un hermoso atardecer entre grandes icebergs. Por contra, el Sarfaq Ittuk no tardó en virar hacia estribor, enfilando el canal entre la península donde se encuentra Qaqortoq y la isla de Kilattoq.
A partir de ese momento, la navegación se convirtió en una hermosa danza entre islas y escollos, aderezada con algún que otro bloque de hielo. Afortunadamente, ninguno era de grandes dimensiones y tampoco estaban en los pasos más estrechos, donde la posibilidad de maniobrar habría sido nula. En algún lugar, había leído una referencia al Sarfaq Ittuk como «el Hurtigruten de Groenlandia». En ningún momento de la larga travesía me pareció más adecuado que en aquel trayecto, mientras el barco zigzagueaba entre las balizas, escorándose en cada giro.
Mientras tanto, el áspero paisaje de Groenlandia formaba un imponente telón de fondo. Hacia el interior, una agreste cadena de montañas dominaba el horizonte. Eran las mismas que había podido ver volando en helicóptero entre Narsarsuaq y Qaqortoq, apenas unas horas atrás. Aunque el día anterior había encontrado sus cimas cubiertas de nubes, por lo que en aquel momento me resultó complicado reconocerlas. Más allá, oculto tras las cumbres, estaba el extremo meridional de la segunda mayor capa de hielo del planeta. Una capa de hielo tan descomunal como esquiva, pues no resulta demasiado fácil verla. Sobre todo, navegando entre los fiordos, casi siempre rodeados de agrestes laderas.
Poco después de las ocho llegábamos al Skovfjorden. Nombre con el que se conoce la parte exterior del Tunulliarfik. O el Tunulliarfik sería el extremo interior del Skovfjorden, no está del todo claro. Los nombres en Groenlandia tienden a ser confusos, más aún teniendo en cuenta que suele haber dos denominaciones: la danesa y la inuit. Más allá de los nombres, en ocasiones tampoco coinciden los espacios concretos a que estos hacen referencia, añadiendo más ambigüedad a los mapas, que en cualquier caso no dejan de ser mucho menos precisos que en otros lugares del planeta.
De lo que estaba seguro era de regresar a aguas conocidas. En realidad, había navegado cuatro veces por aquel tramo del fiordo durante mi primera visita a Groenlandia, por lo que no tardé en identificar la ubicación de Narsaq, nuestro siguiente destino, a los pies del Qaqqarsuaq. La principal diferencia con aquellas ocasiones era un cielo mucho más plomizo, algunos icebergs flotando en el fiordo y los restos de las nieves del pasado invierno, cubriendo parte de las laderas. Por lo demás, el paisaje era tan descarnado como lo recordaba. Y la sensación de estar en un lugar remoto aún mayor, ensalzada por viajar en un barco mucho más pequeño.
Lo que no recordaba era la diminuta granja que pude ver en la orilla meridional del fiordo. Una casa, un cobertizo algo apartado, varias máquinas y unos cuantos campos de cultivo, apenas distinguibles del pedregal circundante. Kujalleq es la única zona de Groenlandia en la que se practica la agricultura. Como había podido comprobar en mi anterior visita a Qaqortoq, durante el verano las temperaturas pueden ser asombrosamente altas. No en vano, esta comarca fue la elegida por Erik el Rojo para fundar el primer asentamiento noruego en la Tierra Verde. Precisamente unos kilómetros hacia el noreste de donde me encontraba, remontando el Tunulliarfik hasta un lugar que entonces se conocía como Brattahlíð. La actual Qassiarsuk.
Narsaq estaba cada vez más cerca, al otro lado del canal que comunica el Tunulliarfik con el Ikersuaq. Unas cuantas casas de colores, un pequeño puerto, algunos depósitos de combustible y, una vez más, campos de cultivo. La pequeña localidad, que con 1.700 habitantes es el segundo mayor núcleo urbano de Kujalleq, tiene una ubicación extraordinariamente protegida. Quizá por ese motivo, ha estado habitada, aunque sea de forma intermitente, desde hace varios milenios. También fue uno de los emplazamientos elegidos por los noruegos durante su fallida colonización de Groenlandia en la Edad Media. Aunque la actual Narsaq fue fundada en 1830 y bautizada por los daneses como Nordprøven.
Apenas unos minutos antes de las nueve nos aproximábamos lentamente a sus muelles. Entremezcladas con la veintena de groenlandeses que estaban esperando el barco, pude reconocer un par de caras familiares. Se trataba de Iñigo y Josuan. Dos vascos, con los que había coincidido sucesivamente en los aeropuertos de Copenhague, Nuuk y Narsarsuaq. Su destino también era Ilulissat, aunque ellos habían decidido comenzar la travesía en Narsaq. A partir de aquel momento, de los seis turistas que íbamos a bordo del Sarfaq Ittuk, la mitad seríamos españoles.
La escala en Narsaq apenas era de 30 minutos. Además, ya había pasado varias horas recorriendo la localidad, por lo que ni bajé a tierra. Pasé el rato observando el trajín en el muelle, mientras hacía algunas fotos. Curiosamente, al igual que durante mi anterior visita, un pequeño iceberg se había colado hasta el mismísimo corazón del puerto, flotando indolentemente entre los barcos de pesca y las lanchas utilizadas para el transporte de personas.
Zarpamos a las nueve y media, bajo un incipiente atardecer subártico. Una vez más, tenía la duda de por dónde seguiría la ruta del Sarfaq Ittuk. Según Open Street Maps, por el noroeste. Pero recordaba que, en mi anterior viaje por la zona, la excesiva presencia de hielo en el fiordo había obligado al MS Rotterdam a salir a mar abierto por el Tunulliarfik. Esta vez, hubo más suerte. Apenas unos minutos después de dejar atrás los muelles de Narsaq, viramos decididamente hacia estribor, rumbo al Ikersuaq.
El canal que separa ambos fiordos apenas supera los nueve kilómetros de longitud. Mientras lo recorríamos, buscaba en mi móvil alguna foto de 2017, donde poder comprobar si realmente había menos icebergs que en aquella ocasión, o la principal diferencia estaba en el barco, más pequeño y habituado a navegar por aguas congeladas. La respuesta parecía estar en un punto intermedio, pues aunque las aguas estaban más despejadas, creo que ningún crucero con las características del MS Rotterdam se habría aventurado por ellas.
A las diez en punto virábamos hacia el suroeste. Habíamos llegado a un Ikersuaq bastante despejado de icebergs. Lo cual era una buena muestra de lo caprichosa y contraintuitiva que llega a ser la presencia de estos en las aguas cercanas al Ártico. Un razonamiento simple nos puede hacer pensar que a más frío, más hielo flotante. Por tanto, cuanto más nos adentremos en el verano, las aguas estarán más despejadas. Lo cual no es siempre así. Siendo cierto que la extensión de la banquisa, o superficie marina congelada, depende directamente de la temperatura del aire y del agua, los grandes bloques que se desprenden de los frentes glaciares tienen una mecánica mucho más compleja, que además se ve influenciada por otros factores, como las corrientes, los vientos o la propia orografía de los fiordos. Un gran iceberg, encallado en una antigua morrena sumergida, puede bloquear la parte interior de un fiordo, manteniendo la parte exterior libre de hielos durante semanas o meses. En cambio, un verano excepcionalmente cálido incrementará la cantidad de icebergs que se desprenden del glaciar. Por poner un par de ejemplos, entre las innumerables circunstancias que pueden llegar a darse.
Mientras el Sarfaq Ittuk se deslizaba lentamente hacia el suroeste, el sol avanzaba aún más pausadamente hacia el ocaso. Todavía estábamos al sur del círculo polar ártico, por lo que acabaría poniéndose tras las montañas que flanquean el fiordo por el norte. También habría noche, aunque ésta tan solo duraría tres horas. En el fondo, el sur de Groenlandia no está tan al norte y, por ejemplo en Narsaq, los días sin noche cerrada apenas se dan durante un breve periodo, aproximadamente entre el 11 de junio y el 1 de julio.
En cambio, no tardamos en poder disfrutar de otro espectáculo, para mí más interesante. Hacia el noroeste, cada vez que navegábamos frente a uno de los brazos del fiordo principal, comenzaron a aparecer retazos de la enorme capa de hielo de Groenlandia, enmarcados entre montañas. El segundo mayor cuerpo de hielo del planeta cubre aproximadamente 1.710.000 km2. Con un espesor máximo que supera los 3.000 metros, ocupa cerca del 80% de la superficie de Groenlandia. Sin embargo, su presencia no es tan prominente como podría pensarse. La parte no congelada de Groenlandia, donde nos concentramos los humanos, tiene una superficie superior a los 400.000 km2. Si a esto unimos un relieve generalmente abrupto, es fácil entender que el casquete helado acaba siendo un ente esquivo, difícilmente alcanzable y no siempre visible. Y que, incluso cuando se muestra en todo su esplendor, tiene unas dimensiones de tal calibre, que resulta sencillo confundirlo con un banco de niebla, o con nubes bajas.
Poco antes de las once, navegábamos frente al Qalerallit Imaat. El último de los brazos septentrionales del Ikersuaq que me permitiría ver la capa de hielo. Mientras tanto, la luz del cielo seguía apagándose lentamente, el relieve era cada vez menos abrupto y yo comenzaba a acusar tanto el frío como el cansancio de una larga jornada, que había comenzado a las seis de la mañana. Al día siguiente, me esperaba un interesante día de navegación, entre Arsuk y Qeqertarsuatsiaat, que sería mejor afrontar descansado. Había llegado el momento de hacer uso de mi camarote.
Para ampliar la información.
Las dos visitas a Qaqortoq en https://depuertoenpuerto.com/escala-en-qaqortoq/ (julio de 2017) y https://depuertoenpuerto.com/veintisiete-horas-en-qaqortoq/ (mayo de 2025).
Puedes ver mi primera travesía por el Tunulliarfik visitando https://depuertoenpuerto.com/navegando-por-el-tunulliarfik/.
En https://depuertoenpuerto.com/en-el-sarfaq-ittuk/ encontrarás información sobre el ferri.