Comenzar desde cero a conocer una ciudad del tamaño de Tokio no es una tarea sencilla. Tanto que ver y tan poco tiempo. Ni multiplicando por diez los días de nuestra estancia habríamos tenido tiempo para hacer algo más que entrever la realidad de la mayor ciudad del mundo. Al final, la solución de compromiso fue organizar una serie de rutas a pié, uniendo varios de los lugares más emblemáticos de la ciudad. Siempre he pensado que las ciudades se conocen caminándolas. Empezaríamos a conocer Tokio dando un paseo, de poco más de siete kilómetros, entre dos de sus zonas más famosas. Para ir y venir desde nuestro hotel, en Marunouchi, hasta los dos extremos del paseo, utilizaríamos el eficiente transporte público de Tokio, con el que también queríamos ir familiarizándonos.
El cruce de Shibuya.
Nuestro siguiente destino estaba en Harajuku, donde se encuentra la entrada al santuario Meiji. Podíamos haber ido en tren, pues estábamos a una estación de distancia por la linea Yamanote del ferrocarril urbano de Tokio. Pero preferimos mantener el plan inicial de realizar todo el trayecto andando. Recorrimos el distrito de Udagawacho, en la parte septentrional de Shibuya, callejeando sin un rumbo demasiado preciso. Acabamos dándonos de bruces con las obras del Gimnasio Nacional Yoyogi, que estaban adecuando para la Olimpiada de 2020, y teniendo que cruzar por una pasarela peatonal sobre la vía del tren. Fue la parte menos interesante de todo el itinerario.
Harajuku es una de las zonas comerciales más populares de Tokio, en la que es posible encontrar tanto tiendas de marcas internacionales como los excéntricos locales de la calle Takeshita. Intentamos tomar algo en el rocambolesco Kawaii Monster Café, uno de los restaurantes temáticos más famosos de Tokio. Pero la fila que había para acceder al local nos hizo desistir. Al final, nos conformamos con visitar la caleidoscópica entrada del centro comercial Tokyu Plaza Omotesando Harajuku y nos fuimos a buscar destinos más espirituales.
El santuario Meiji.
Otro breve paseo nos llevó desde los jardines del santuario Meiji a Tōkyō-to Chōsha, el complejo de edificios del Gobierno Metropolitano de la ciudad. Una vez más, nos sorprendió el contraste entre la tranquilidad que se respiraba en el recinto del santuario y el tráfico frenético de la autopista metropolitana número 4, bajo cuyos puentes seguía nuestro camino.
Sintecho en Tokio.
En el mirador del Tocho.
Tras descender del mirador, giramos hacia el este para dirigirnos al destino final de nuestro largo paseo. Recorriendo las calles prácticamente vacías, entre modernos rascacielos, teníamos la sensación de haber sido teletransportados a una ciudad de Norteamérica. Hasta la sobrecarga visual, tan común en muchos lugares públicos de Japón, había dejado paso a unos espacios asépticos, en los que era tan complicado encontrar un cartel como un peatón.
Hicimos una breve pausa para tomar un cuenco de ramen en un local bajo un enorme edificio de oficinas. Era nuestro primer encuentro con una de las máquinas en las que hay que elegir el menú y tuvo que salir un dependiente a ayudarnos. Tras la divertida experiencia, atravesamos sobre la avenida Ome-kaido por una plataforma peatonal elevada. Doscientos metros más allá, las vías de la linea Yamanote, que atraviesan el distrito de norte a sur, parecían marcar la frontera entre dos mundos. Al oeste, un inmaculado barrio burocrático, en el que apenas había coches e incluso era complicado encontrarse con un peatón. Al este Kabukichō, repleto de locales de ocio, con sus llamativos rótulos, y cientos de personas yendo aceleradamente de un sitio para otro.
Shinjuku tiene sus orígenes a finales del siglo XVII, cuando se estableció una estación de postas en la ruta conocida como Kōshū Kaidō, entonces una de las principales del país. Precisamente su nombre significaría en español «Nueva Posada». En 1923, durante el terremoto de Kanto, fue una de las zonas de Tokio que menos devastación sufrió. Su suelo resultó ser más estable que el del resto de la ciudad. Menos suerte tuvo en la Segunda Guerra Mundial, cuando fue destruido el 90% de sus edificios. Tras la guerra, su parte occidental comenzó a desarrollarse como un centro de oficinas y hoteles de lujo, mientras en el este Kabukichō se convirtió en uno de los distritos de ocio del renovado Tokio. También acabó convertido en el barrio más cosmopolita de toda la ciudad, con una cifra de extranjeros que ronda el 10% de la población. Asombrosamente alta para el estándar japonés.
Kabukichō es una amalgama de locales de ocio para adultos. Bares, karaokes, tiendas, restaurantes, locales de pachinko y otros de «dudosa» reputación se mezclan en sus abigarradas calles, formando el mayor barrio rojo de Japón. Todo rodeado de una asombrosa acumulación de rótulos y carteles de neón, que parecen rivalizar por el último milímetro de pared libre. La apoteosis de la saturación visual quizá sea el célebre Robot Restaurant, un local kitsch donde los haya, con fama de trampa para turistas.
La zona también tiene fama de ser uno de los epicentros de la yakuza, o mafia japonesa, en Tokio. Según algunas estimaciones, a principios del milenio contaba con un millar de miembros en el barrio, controlando más de cien empresas. Desde entonces, la presión social y policial han ido cercando sus operaciones, evitando que sigan extorsionando a los propietarios de los locales. En cualquier caso, Kabukichō es un barrio cada vez más popular entre los turistas. Y, como todo Japón, un lugar asombrosamente seguro, en el que se puede pasear con total tranquilidad.
Nuestro errático deambular nos llevó hasta Golden Gai. Un manojo de seis callejones repletos de diminutos bares. La mayoría tan pequeños que apenas pueden acoger a media docena de clientes. El lugar es asombrosamente destartalado, cuando no directamente cutre. Bicicletas, aparatos de aire acondicionado, cajas y, en general, cualquier cosa que no quepa en los reducidos locales, se acumula en los callejones. Algunos, tan estrechos que apenas cabía una persona. Mientras los atravesábamos, tuvimos la sensación de estar en alguna ciudad del sureste asiático, en lugar de en la capital del pulcro y ordenado Japón.
Pero no podíamos finalizar nuestro paseo sin un último contraste. Tan solo tuvimos que cruzar una calle para pasar del caótico Golden Gai a un inmaculado santuario sintoísta. En este caso, Hanazono-jinja, que hunde sus orígenes en el siglo XVII. Encajonado entre Golden Gai y varios edificios de oficinas, Hanazono es un pequeño remanso de paz en medio del barrio más bullicioso de Tokio. A pesar de su larga historia, el edificio actual es de 1965 y, pese a las apariencias, fue construido en hormigón. Está dedicado a Okami, deidad del comercio y el éxito mundano. Algo muy apropiado, dado el vecindario en el que se ubica. Los monjes sintoístas nunca dan puntada sin hilo.
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Que se puede complementar con varios artículos del blog Un Gato Nipón: https://www.ungatonipon.com/category/shibuya.
También muy interesante la entrada en Directo a Japón: https://www.directoajapon.com/blog/que-ver-en-tokio-shibuya/65.html.
Quien busque información de Shinjuku también puede encontrar información en Japonismo, que tiene una entrada genérica sobre el barrio (https://japonismo.com/blog/viajar-a-tokio-shinjuku-centro-administrativo-de-ocio-y-neones), que se puede complementar con otras sobre Kabukichō (https://japonismo.com/blog/viajar-a-tokio-el-barrio-rojo-de-kabukicho) y sobre Golden Gai (https://japonismo.com/blog/viajar-a-tokio-shinjuku-golden-gai).
Un Gato Nipón también tiene varias entradas sobre Shinjuku: https://www.ungatonipon.com/category/shinjuku.
Por último, mencionar la entrada sobre el barrio en el blog Directo a Japón: https://www.directoajapon.com/blog/que-ver-en-tokio-shinjuku/73.html.
En https://depuertoenpuerto.com/tres-dias-en-tokio/ se puede ver nuestra estancia completa, de tres días, en Tokio.
En inglés, la web Japan Visitor tiene una larga entrada sobre Hanazono-jinja: https://www.japanvisitor.com/japan-temples-shrines/hanazono.
Una guía de lo más completa! Me ha gustado recordar nuestro viaje de hace años por estos barrios…
Gracias Ekaitz. Japón es un país fascinante.