Por este motivo, Hofði es un lugar relativamente popular entre los habitantes de Islandia, que por contra pasa desapercibido para buena parte de los turistas que visitan la isla, más interesados en ver sus extraños fenómenos geológicos, o los restos que éstos han dejado en su atormentado paisaje, que en pasear por un bosquecillo con menos de un siglo de antigüedad. Mejor, pues parte del encanto de Hofði está en la tranquilidad que se respira en sus caminos. A lo que añade unas vistas espléndidas sobre Klasar, una de las formaciones de roca más interesantes del Mývatn.
Muchos lugares de Islandia cambian notablemente entre el verano y el invierno. Algunos para bien, pero otros pierden parte de su atractivo bajo la capa de nieve que oculta sus extrañas formas y colores. No tenía muy claro en cuál de las dos categorías se encontraría Hofði. Tampoco estaba seguro de que estuviera abierto. Pese a que lo peor de la pandemia parecía estar quedando atrás, en el invierno de 2022 aún era posible encontrar infraestructuras y espacios turísticos cerrados. En cualquier caso, Hofði se encuentra al borde de la carretera 848, que rodea el Mývatn por el sureste. Apenas tuve que desviarme unos metros para comprobar que su verja estaba abierta. Un camino completamente cubierto de nieve avanzaba entre la arboleda. Ingenuo de mí, me adentré en ésta pensando que haría un breve recorrido hasta sus miradores occidentales, sobre las extrañas formaciones de Klasar y, en unos minutos, reemprendería mi ruta.
No tardé mucho en advertir que aquello no sería una visita rápida. Por una parte, la capa de nieve era bastante espesa y hacía complicado moverse con agilidad. Pero lo que realmente comenzó a retrasarme, prácticamente desde que entré en Hofði, fue el mágico entorno por el que me movía. Al inmaculado manto de nieve que cubría el bosque se unía una cencellada, con el resultado de que buena parte de los árboles también estaban teñidos de blanco.
Según avanzaba, la vista que podía entrever hacia el sur era de una belleza sublime. El sol comenzaba a filtrarse entre las nubes, caldeando las gélidas aguas del lago y creando una bruma etérea, que flotaba a escasa altura. La temperatura seguía siendo muy baja. En torno a 16 grados bajo cero. Pero la completa ausencia de viento, tan extraña en Islandia, hacía perfectamente posible soportarla. Más allá del lago, se elevaban las laderas nevadas del Blafjall. Un antiguo volcán, que alcanza los 1.222 metros de altitud, formado en una erupción subglacial durante el Pleistoceno.
Avancé unos metros, hasta alcanzar el mirador meridional de la península, donde hice la primera pausa imprevista. Aquí tenía una vista más limpia del Mývatn. La superficie del lago, en su mayor parte congelada, estaba rota por varios islotes y rocas, igualmente cubiertos por un manto blanco. La escena trasmitía una serenidad asombrosa, rodeada por un entorno increíblemente hermoso. Pero aquello solo era un aperitivo de lo que me esperaba unos metros más allá.
Seguí bordeando la península. Tras asumir que mi recorrido sería mucho más prolongado de lo que había previsto, avanzaba con toda la calma del mundo, recorriendo los miradores uno tras otro. El siguiente me llevó frente a la senda que conduce a Klasar. La misma que había recorrido, en compañía de Olga, apenas seis meses atrás. Pero el paisaje era completamente distinto. Un mundo monocromo, en el que el blanco parecía llevar todas las de ganar, había sustituido a los tonos verdes y pardos que encontramos en verano.
El siguiente mirador estaba frente a Klasar y sus extrañas formaciones de roca volcánica. El lugar parecía completamente irreal. Si, en condiciones normales, resulta un emplazamiento extraño, la nieve y el hielo lo elevaban a otra dimensión. Aquí la superficie del lago no estaba completamente congelada y, nuevamente, una sutil bruma levitaba sobre sus someras aguas, añadiendo una nota de misterio a la escena.
Avancé hasta el siguiente mirador. Apenas tuve que desplazarme unos 70 metros hacia el norte para encontrarme con una nueva perspectiva, todavía más hermosa y extraña que la anterior. ¿Aquél paisaje era real, o estaba sufriendo algún tipo de alucinación? A la izquierda, los bosques nevados de Hofði llegaban justo hasta el borde de la diminuta península. En frente, las extrañas formaciones de Klasar se reflejaban en las plácidas aguas del lago. En medio, uno de los brazos del intrincado Mývatn, parcialmente libre de hielo, teñido por los sutiles reflejos de un cielo invernal.
Tomaba fotografías sin parar. En esas condiciones, quizá irrepetibles, era difícil buscar la moderación. Además, el sol comenzó a romper entre las nubes, cambiando nuevamente la escena y su iluminación. Me vi «obligado» a hacer otra ronda de fotos. En ese momento recordé que, al pensar que tan solo estaría unos minutos en Hofði, había salido del coche sin baterías de repuesto para la cámara. En el fondo, fue una suerte, pues me hizo ser más prudente a la hora de disparar, cuidando el encuadre y los parámetros, en lugar de hacer tomas como si estuviera poseído por el demonio de la incontinencia fotográfica.
Tras visitar el tercer mirador frente a Klasar, me pareció buena idea intentar subir al resalte rocoso que hay en el noreste de Hofði. El ascenso tuvo su dificultad, pues los escalones y la senda que llevan hasta su cima estaban completamente cubiertos de nieve helada. Las vistas compensaron con creces el esfuerzo. Sobre las copas de los árboles, podía ver Dimmuborgir, Hverfjall o la cima del Námafjall, bañada por el tibio sol de un incipiente atardecer. Pero, una vez más, el panorama más interesante estaba hacia el sur, donde la bruma seguía luchando por ocultar la lejana mole del Blafjall.
En cualquier caso, debía continuar mi camino. En realidad, tenía que haberlo reanudado al menos media hora antes. Mi siguiente destino era Dimmuborgir. Apenas estaba a 4 kilómetros de distancia, pero la tarde avanzaba y quería realizar un largo recorrido entre sus extrañas formaciones de lava. Tuve que hacer un esfuerzo para dejar atrás uno de los lugares más increíbles que he podido visitar en Islandia. Un lugar deslumbrante, que tuve la suerte de visitar en la más absoluta soledad, durante una mágica jornada de invierno que recordaré el resto de mi vida.
If you see this after your page is loaded completely, leafletJS files are missing.
En https://depuertoenpuerto.com/diez-dias-de-invierno-en-islandia/ encontrarás mi segundo recorrido invernal por Islandia.
En este mismo blog, quien quiera ver Hofði en un día de verano y ampliar su conocimiento sobre la historia del lugar, puede visitar https://depuertoenpuerto.com/un-paseo-por-hofdi/.
Sobre nuestra visita a Klasar, hay una entrada en https://depuertoenpuerto.com/un-paseo-hasta-klasar/.
En R&S Wanderlust describen una ruta circular por la península: https://randswanderlust.com/hofi/.
En inglés, el blog ZIgZagonearth tiene un post sobre Hofði: https://www.zigzagonearth.com/hofdi-lava-pillars-myvatn/.
Hola,
No soy muy amante de los lugares fríos, pero me ha llamado la atención porque, es cierto, los árboles me encantan. No sé muy bien el porqué.
Me ha gustado el entorno y el recorrido por diferentes miradores, las fotos,… Es precioso. El Klasar, esos mantos blancos hasta el infinito y la nieve sobre los árboles. Aunque lo del frío no lo llevaría yo muy bien.
Un saludo
Yo, como buen alicantino, también soy friolero. Y te puedo asegurar que, con la ropa adecuada, 20 grados bajo cero son perfectamente soportables, siempre que no haga viento. Incluso llegan a ser agradables, sobre todo si el entorno acompaña.