Nosotros llegábamos a Milos en barco, procedentes de la no tan lejana Patmos, en el Dodecaneso. Cuando, al filo de las seis y media de la mañana, subí a la cubierta del Sea Cloud II, la mañana era tan hermosa como serena. Según enfilábamos la bocana de la caldera volcánica, en cuyo interior se ubica el espléndido puerto natural de la isla, el sol jugueteaba con el islote de Arkadi y el faro abandonado de Nisida Akrathion, que marca el costado occidental de la entrada. El escaso viento y la total ausencia de nubes me hicieron presagiar otra jornada tórrida. Por desgracia, acerté con el pronóstico.
La isla es casi en su totalidad de origen volcánico. Se cree que la actividad comenzó hace 2 o 3 millones de años, cesando aproximadamente hace 90.000. En el sur de la isla aún es posible apreciar algún cono erosionado, aunque el cráter principal sería la gran caldera sumergida que ocupa el centro de Milos. Según nos adentrábamos en sus aguas, recorríamos una costa reseca y descarnada. Un paisaje adusto, pero de una extraña belleza, ensalzada por la luz del amanecer.
Aunque nuestra atención no tardó en centrarse en el cogollo de casas blancas que cubría parcialmente la cima más elevada de la isla. Era Plaka, la capital de la isla, coronada por las ruinas de su antiguo castillo veneciano. Como en tantas de las pequeñas islas griegas, durante siglos la población de Milos se refugió en las zonas elevadas, menos vulnerables ante los ataques piratas y más sencillas de defender.
A partir del siglo XX, el incremento de la estabilidad y, sobre todo, del turismo, llevó de nuevo la población hacia la costa. En la actualidad, el puerto de Adamantas es la mayor población de la isla, con aproximadamente 1.300 habitantes. También era nuestro punto de desembarco y el origen de una visible columna de humo, que llevábamos viendo desde que entramos en la caldera. Lo que inicialmente habíamos tomado como un incendio, resultó ser la humareda provocada por el encendido de los motores de un ferri. Sin comentarios.
Desembarcamos en la lancha de las 8:15. La primera que fue desde el Sea Cloud II hasta los muelles de Adamantas. En cierto modo, el plan era muy similar al de nuestra anterior escala en Patmos. Subiríamos en un taxi hasta Plaka, recorreríamos la antigua capital, después daríamos un paseo hasta las ruinas junto a Klima y volveríamos a pedir un taxi, que nos llevaría de vuelta al puerto. La alternativa habría sido ir a la extraña playa de Sarakiniko, en la costa septentrional. Parecía interesante, pero nos dio miedo acabar en un lugar masificado.
Plaka resultó ser una pequeña ciudad, tranquila y agradable. Llena de callejones y casas blancas, típicamente griegas. Aunque su trama urbana no era rival para la espléndida ciudad que habíamos recorrido un día antes, en parte lo compensaba con un hermoso emplazamiento, dominando la entrada a la caldera volcánica.
De camino al castillo, hicimos una pausa en Panagia Thalassitra. Una fotogénica iglesia, construida en 1839. Aunque parece que en su interior hay algún elemento más antiguo, posiblemente reutilizado de algún otro edificio, no pudimos comprobarlo, al encontrar sus puertas cerradas. Tuvimos que conformarnos con disfrutar de las espléndidas vistas sobre el paisaje circundante.
Algo muy similar a lo que nos ocurrió en el castillo veneciano, que consistía en unas cuantas ruinas, en muy mal estado, coronadas por una diminuta capilla. La vinculación de Milos a Venecia comenzó en el entorno de 1210, cuando Marco Sanudo, duque de Naxos, incorporó la isla a sus dominios. Aunque el ducado era nominalmente feudatario del Imperio Latino, en la práctica fue una dependencia veneciana. Situación que fue reconocida formalmente en 1418. Así permaneció hasta 1566, cuando los otomanos se hicieron con el control del archipiélago. El castillo quedó abandonado, al igual que Chora, el asentamiento creado a su sombra. Lo mejor de subir hasta su cima fueron las espléndidas vistas sobre la isla.
Después, recorrimos fugazmente las calles de Plaka, buscando su iglesia principal, Nuestra Señora del Rosario, que resultó ser un templo católico. Una perfecta muestra de la huella dejada por la presencia veneciana en la isla, donde hubo un obispado entre 1253 y 1746. Aunque la iglesia actual fue levantada en 1823, por orden de Louis J. Brest, vice-consul francés en Milos, utilizando materiales del antiguo templo de San Cosme y San Damián, en Chora. Acertamos a llegar a Nuestra Señora del Rosario en pleno oficio religioso, con el templo lleno a rebosar. No parecía muy adecuado entrar a “turistear” y tampoco andábamos muy sobrados de tiempo. Tuvimos que renunciar a la visita.
Tras disfrutar de las espléndidas vistas desde la explanada que hay junto a la iglesia, continuamos nuestro paseo descendente por la isla. Pronto dejamos atrás los estrechos callejones de Plaka, para adentrarnos en un paisaje típicamente mediterráneo, con olivos, campos resecos y el omnipresente mar Egeo como telón de fondo. Mientras tanto, el calor comenzaba a apretar y las cigarras cantaban con todas sus fuerzas. El aire estaba lleno del peculiar olor del verano mediterráneo, que me trajo lejanos recuerdos de mi Alicante natal.
Apenas tardamos quince minutos en llegar a nuestro siguiente destino, en la antigua Melos. La ciudad fue durante siglos el principal núcleo urbano de la isla. El lugar parece haber estado habitado de forma más o menos continua durante una largo periodo, que quizá comenzó en el entorno del 2300 AEC, para finalizar entre los siglos VI y VII de nuestra era. Durante tan largo plazo, la ciudad gozó de periodos de gran prosperidad, en los que incluso llegó a acuñar su propia moneda. La riqueza de la isla se basaba en sus yacimientos de obsidiana. Tenemos vestigios de que, ya en el 6000 AEC, se exportaba regularmente a Rodas, Creta o Egipto.
Aunque también tuvo sus momentos difíciles. Quizá el peor fue durante la guerra del Peloponeso. Tras un largo asedio, los atenienses tomaron Melo. Ejecutaron a todos los hombres y esclavizaron a las mujeres y niños que pudieron encontrar. Tras la victoria espartana, Lisandro repatrió a los supervivientes, aunque también anexionó la isla a Esparta. En el 338 AEC, Melo caería en la órbita macedonia, para convertirse en una dependencia romana en el 197 AEC. La ciudad parece haberse despoblado antes incluso de las primeras incursiones árabes, a partir del siglo IX. Aunque todo indica que la isla seguía siendo una valiosa posesión bizantina justo antes de la cuarta cruzada.
El resto mejor conservado de este largo periodo es el teatro de Melo. Sus gradas de mármol parecen haberse construido en varias fases, a partir del siglo I. En el siglo IV cayó en desuso, aunque hay indicios de que fue utilizado esporádicamente como vivienda y taller. Completamente abandonado a partir del siglo VII, sería redescubierto por un viajero anónimo en 1735. Las primeras excavaciones, dirigidas por Carl Haller von Hallerstein, tuvieron lugar entre 1816 y 1817. Tras varias campañas arqueológicas a lo largo del siglo XIX y otra entre 1990 y 1995, en los años 2010 – 2015 se realizó una nueva excavación, en este caso acompañada con trabajos de restauración y consolidación. El teatro que podemos ver en la actualidad es fruto de estos esfuerzos.
El lugar donde se encontró la Venus de Milo está aproximadamente 150 metros al noreste del teatro, en las proximidades de la puerta oriental de la antigua muralla. Fue desenterrada en abril de 1820 por un campesino llamado Yórgos Kendrotás, que dio con ella de forma completamente fortuita. A partir de ese momento, la historia es un tanto rocambolesca. Yórgos encontró la estatua partida en dos. Al no poder con la pieza más pesada, se llevó la más pequeña a un establo. Después, comunicó su descubrimiento a un sacerdote ortodoxo. Por pura casualidad, se encontraba en la isla Jules Dumont D’Urville, un oficial de la marina francesa a bordo del Chevrette. Ahí terminan las certezas. Según algunas versiones, Yórgos habría vendido la Venus a un representante del sultán otomano, en aquella época el soberano de Milos. Según otras, el sacerdote se la vendió a D’Urville. Una tercera afirma que los franceses robaron la estatua, rompiendo los brazos mientras la transportaban sobre unas rocas. Y la cuarta afirma que los brazos se perdieron durante un ataque de los turcos, que intentaban impedir el robo. En 1960, Turquía volvió a reclamar la posesión de la estatua, afirmando tener en su poder los brazos perdidos. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que la estatua llegó a Paris en 1821 y terminó expuesta en el Louvre, donde sigue en la actualidad.
Lo único que queda en Milos de su célebre Venus es una placa junto a un olivo, en el lugar donde Yórgos encontró la estatua de Afrodita, nombre que dan los griegos a la diosa. Y junto a una carretera, 44 metros al sureste de la placa, una copia realizada en el año 2022. Según reza, en griego e inglés, el texto que hay bajo la diosa, es una «réplica exacta», regalada al municipio por Imersys. Una multinacional francesa, con una larga tradición de explotaciones mineras en la isla. En la actualidad, controla el 90% de la producción de bentonita y perlita de Milos.
La pequeña carretera llevaba a nuestro último destino en la zona: las catacumbas de Melos. Un cementerio de los primeros años del cristianismo, ubicado a unos 200 metros de las antiguas murallas de la ciudad. Están compuestas por varios corredores, excavados en la toba volcánica. Las catacumbas, con una longitud aproximada de 200 metros, parecen haber sido utilizadas entre los siglos I y VI. Cuando el arqueólogo alemán Ludwig Ross las visitó por primera vez, en 1844, habían sido saqueadas en varias ocasiones. El primer estudio en profundidad fue realizado en 1928 por Georgios Sotiriou. En la actualidad, es posible visitarlas en pequeños grupos guiados.
Después llamamos a un taxi, que nos llevó de vuelta a Adamantas. Nos acercamos a Agia Triada, la iglesia de la Santísima Trinidad. Según las fuentes, el templo más antiguo de la ciudad tendría entre 600 y 1.000 años de historia. En su interior habría un pequeño museo eclesiástico, que encontramos tan cerrado como la iglesia. Después, visitamos la diminuta San Nicolás. Una iglesia católica, nuevamente edificada por orden de Louis J. Brest, cuyo rasgo más destacado eran las tres tumbas que había en su suelo. De franceses, por supuesto. El resto de Adamantas resultó ser una ciudad bastante moderna, sin demasiado interés. En cualquier caso, nuestro tiempo en Milos se acababa. Regresamos al Sea Cloud II con el tiempo justo de dar un bocado antes de zarpar.
A las dos de la tarde, con el sol en todo lo alto, enfilamos el canal que comunica la caldera con el mar abierto. La luz era plana y dura, con la única ventaja de que apenas proyectaba sombras, permitiéndonos apreciar detalles del canal que los fuertes contraluces del amanecer nos habían ocultado. Comenzando por Skinopi, un antiguo pueblo de pescadores que en la actualidad parece haber sido reconvertido en una pequeña concentración de alojamientos turísticos.
Un poco más allá, la fotogénica Klima, con Trypiti, otra de las principales poblaciones de Milos, dominando las alturas. Su edificio más prominente era Agios Nikolaos, una iglesia levantada en 1880. También podíamos ver un par de molinos, otro de los rasgos distintivos de Trypiti.
A continuación, pasamos frente a Plaka, encaramada en su risco. En lo alto del cerro, las ruinas del castillo veneciano, con su diminuta capilla blanca. A media ladera, Panagia Thalassitra. Finalmente, rodeada por el cogollo de casas blancas, Nuestra Señora del Rosario. Haber recorrido aquellos lugares caminando nos permitía reconocer fácilmente sus rasgos.
Antes de finalizar nuestro recorrido por el canal, aún vimos un último pueblo de pescadores. Se trataba de Areti, nuevamente reconvertido en residencias para turistas. Milos nos dejó la sensación de estar a mitad de camino entre la tranquila Patmos y la abarrotada Santorini. En ningún momento tuvimos sensación de masificación, si bien es cierto que evitamos ir a sus famosas playas.
En cualquier caso, el tráfico de ferris era continuo. En nuestra breve estancia, coincidimos con un fast-ferry de Seajets, un barco de Aegean Sea Lines y otro de Minoan Lines, que nos sobrepasó según llegábamos a mar abierto. También nos cruzamos con un buque de Hellenic Seaways. No he encontrado cifras del número anual de visitantes de Milos, pero desde luego no debe ser desdeñable. Al menos en verano.
Después, tan solo quedaba superar el faro de Nisida Akrathion, encaramado en su reseco islote, y virar hacia el noroeste. Más allá de la deshabitada Antimilos, nos esperaba nuestro siguiente destino: Nauplia, en el Peloponeso. La primera capital de la Grecia independiente y el punto de partida para una excursión hasta el yacimiento arqueológico de Micenas.
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Para ampliar la información.
Muy recomendable la entrada sobre la isla en Grecotour: https://www.grecotour.com/milos.
El blog Vagamundos viajeros tiene una entrada sobre su isla favorita en Grecia: https://vagamundosviajeros.com/grecia-isla-milos-playas-pueblos.
También es interesante el artículo en National Geographic: https://www.nationalgeographic.es/viaje-y-aventuras/2024/08/milos-desconodida-encantadora-isla-griega-que-hacer.
Si dispones de varios días para conocer la isla con tranquilidad, puede interesarte la entrada en el blog de Serena Muzzolon: https://serenamuzzolon.com/que-ver-en-milos-en-1-semana/.
He disfrutado enormemente leyendo tu artículo sobre la escala en Milos. La forma en que describes la isla, resaltando su origen volcánico y la riqueza de sus paisajes, me ha transportado directamente a sus costas. Me ha resultado fascinante conocer que la actividad volcánica en Milos comenzó hace 2 o 3 millones de años y cesó aproximadamente hace 90.000 años.
Tu relato sobre la visita al lugar donde se halló la famosa Venus de Milo añade un valor histórico y cultural significativo al viaje. Además, la manera en que describes Adamantas, el principal puerto de la isla, y Plaka, la antigua capital, permite al lector imaginarse recorriendo sus calles y disfrutando de su encanto.
Aprecio especialmente cómo integras datos históricos y geológicos en tu narración, lo que enriquece la comprensión de la isla y su formación. Tu habilidad para combinar información detallada con experiencias personales hace que el artículo sea tanto educativo como entretenido.
Sin duda, tu artículo es una fuente valiosa para quienes planean visitar Milos o simplemente desean conocer más sobre esta joya del mar Egeo. Gracias por compartir tus vivencias y conocimientos de manera tan amena y detallada.
Muchas gracias Héctor. Por cierto, muy interesante la entrada en tu blog sobre las islas griegas.