Aunque no teníamos ningún plan concreto, habíamos reservado un coche de alquiler en el puerto de Ísafjörður. Las carreteras de la zona o directamente no existen, siendo simples pistas de tierra, o tienen un trazado complicado. Si a esto unimos unas condiciones meteorológicas adversas y además muy cambiantes, la prudencia aconsejaba improvisar en función de como fuese avanzando el día. Nuestro hipotético objetivo más lejano era la cascada de Dynjandi, al final del fiordo de Arnarfjörður, que tiene fama de ser una de las más hermosas de Islandia. Estábamos a unos 85 kilómetros de distancia, pero la carretera asfaltada se acababa junto a Þingeyri. Los últimos 39 kilómetros eran una pista. Sin dilación, bajo una leve pero incesante llovizna, partimos con rumbo a Þingeyri.
Tras salir de Ísafjörður, la primera diversión del día fue el túnel de Vestfjarðagöng. Lo que al principio parece un túnel normal, tiene dos peculiaridades. En primer lugar, el túnel es en realidad una Y, con una bifurcación en su interior. Parece poca cosa, pero encontrarte con un cruce en medio de un túnel bastante cavernoso, cuando has perdido toda referencia con el mundo exterior, es bastante extraño. Pero lo realmente curioso comienza tras el cruce: el túnel se estrecha y se reduce a un carril. De vez en cuando, hay apartaderos en los que se tiene que parar el vehículo que no tiene preferencia. Afortunadamente había muy poco tráfico, pero cuesta acostumbrarse a calcular las distancias en un túnel con paredes de roca oscura y escasa iluminación. Una experiencia bastante interesante.
Salimos del túnel en el fiordo de Önundarfjörður, desde el que pasamos sin detenernos al de Dýrafjörður. Según nos acercábamos a Þingeyri por la costa sur del fiordo, pudimos ver la pista que lleva a Dynjandi, por la que subían un par de vehículos que, por su silueta, parecían ser 4 x 4. Pasamos lentamente frente al desvío, pero mantuvimos el plan original de hacer una parada en Þingeyri y evaluar la situación.
Þingeyri es una pequeña población, de apenas 260 habitantes, cuya principal actividad es la pesca. No se veía un alma por el pueblo pero, milagrosamente, encontramos un hotel en el que pudimos tomar un reconfortante tazón de café con leche, tras lo que dimos un tranquilo paseo. Aparentemente, la escasa actividad estaba concentrada en el puerto pesquero, donde descargaban unas grandes cajas, imagino que con las capturas de la mañana. Seguía lloviznando, aunque cada vez con menos fuerza. Numerosos jirones de niebla cubrían las laderas de las montañas circundantes. El único ruido era el de un pequeño barco de pesca, que se alejaba lentamente por la bocana del puerto, agitando las tranquilas aguas del fiordo. La sensación de calma era increíble.
Acababan de comenzar las obras del nuevo túnel de Dýrafjarðargöng, por lo que la ruta hacia Dynjandi aún era la tradicional, siguiendo la actual carretera 626. Desde el puerto, podíamos ver hacia el sureste el valle por el que discurría la pista. Aunque, en realidad, lo que veíamos era el banco de niebla que lo cubría. La pista no tiene clasificación F, por lo que se puede circular por ella en un vehículo normal. Pero finalmente decidimos no intentarlo. Por lo que habíamos visto al pasar, el suelo estaba totalmente empapado por la débil pero incesante llovizna. Además, no sabíamos si el valle en el que se encuentra Dynjandi estaría cubierto por la niebla y, después de hacer el esfuerzo, no podríamos ver nada. Volvimos a pasar frente al desvío, camino de Flateyri, teniendo que hacer un esfuerzo para no dejarnos llevar y acabar intentando llegar a la cascada.
De camino a Flateyri, hicimos un pequeño desvío hacia la pista que lleva a Núpur, para poder disfrutar tranquilamente de la vista del fiordo, uno de los más hermosos de la zona. Sin saberlo, nos dimos de bruces con una curiosa placa sobre la Saga de Gísla, que precisamente se desarrolla en el fiordo de Dýrafjörður. Además de un breve resumen de la saga, que no tiene nada que envidiar al más escabroso argumento de una telenovela actual, en la placa había un esquema explicando los distintos puntos visibles en los que se desarrollaba la trama.
Finalmente, llegamos al Önundarfjörður y, unos minutos después, a Flateyri. La localidad, con una población de unos 180 habitantes, era otro remanso de paz. Poco más que dos calles flanqueadas por casitas perfectamente cuidadas, con un aspecto encantador. Aparentaba ser un lugar idílico, al menos en Verano. Y, sin embargo, Flateyri fue testigo de una tragedia, ésta vez sin ninguna relación con las Sagas de Islandia. En 1995, una parte del pueblo fue literalmente borrado del mapa por una avalancha, que se llevó por delante 20 vidas y 29 casas. Un alto precio para una localidad tan pequeña. Hoy una especie de talud deflector, para evitar otra avalancha similar, y una placa conmemorativa junto a la iglesia son las únicas señales visibles del desastre.
Volvimos a cruzar el túnel de Vestfjarðagöng, pero esta vez nos desviamos hacia Suðureyri, en el fiordo de Súgandafjörður. La pequeña localidad, de apenas 300 habitantes, estuvo prácticamente aislada por tierra hasta que se construyó el túnel. Situada cerca de la entrada de un fiordo especialmente angosto, Suðureyri carecía del hermoso entorno de las otras dos poblaciones que habíamos visitado, aunque rivalizaba con ellas en tranquilidad.
Decidimos seguir la carretera hacia la cercana boca del fiordo. Llegamos junto a un rompeolas. Allí terminaba el asfalto. Aparcamos el coche y seguimos andando. La pista discurría entre una agreste ladera y una sucesión de escollos. La ladera rezumaba humedad y, de vez en cuando, alguna pequeña cascada se precipitaba directamente sobre la pista. Más adelante, ésta desaparecía tras girar a la izquierda, oculta por la ladera de roca. Algo más lejos, podíamos ver una montaña adentrándose en el mar, en parte cubierta por los bancos de niebla que llevaban todo el día acompañándonos. El entorno era arrebatador. Estuvimos tentados (en realidad, muy tentados) de volver a coger el coche y adentrarnos por la pista, sin saber donde conducía. Pero se nos empezaba a hacer tarde y nos pareció que eran un lugar y un momento perfectos para despedirnos de los Fiordos del Oeste. Con todo el dolor de nuestro corazón, subimos al coche y comenzamos el regreso hacia Ísafjörður.
Se pueden ver todas las entradas del blog sobre los Fiordos del Oeste en https://depuertoenpuerto.com/category/europa/escandinavia/islandia/fiordos-del-oeste/.
En https://depuertoenpuerto.com/crucero-trasatlantico/ está el itinerario completo de nuestro crucero trasatlántico.
Muy recomendable la entrada del blog De Pronto a Bordo: https://www.deprontoabordo.com/visitar-vestfirdir-fiordos-del-oeste-de-islandia/.
En el blog Lowcosteros hay una larga e interesante descripción de una ruta en coche por la zona, en un día bastante soleado: http://www.lowcosteros.com/2018/01/ruta-fiordos-del-oeste-islandia.html. Personalmente, me quedo con nuestro día gris y brumoso.
Quien tenga curiosidad sobre cómo es atravesar el túnel de Vestfjarðagöng, puede ver un video en https://www.youtube.com/watch?v=yk-McyHhLHw.
En inglés, se puede encontrar la página oficial de turismo de Westfjords en https://www.westfjords.is.
Finalmente, una página imprescindible para cualquiera que vaya a conducir por la zona: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/stephen.midgley.7/westfjords-roads-a-complete-guide.
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