La península de Snæfellsnes es una de las zonas más deslumbrantes de Islandia. Pero, hasta en un espacio tan excepcional, hay categorías. El extremo occidental de la península, a los pies del imponente Snæfellsjökull, es la indudable joya de la corona. Un lugar con tantos sitios fascinantes, que en realidad es imposible conocerlos todos en un único día. Y al que no me canso de regresar una y otra vez.

Búðir antes del amanecer

Búðir antes del amanecer.

Comenzaba una nueva jornada en mi cuarto viaje invernal a Islandia. Era miércoles, por lo que convenía ir regresando hacia el este, rumbo a Skjól. Allí, al mediodía del viernes, arrancaría la excursión sobre la que pivotaba todo mi itinerario. Apenas estaba a 253 kilómetros de distancia. Pero, en pleno invierno islandés, siempre es mejor contar con cierto margen de maniobra. Mi plan era llegar desde Búðir, donde había pasado la noche, hasta las inmediaciones de Borgarnes, prácticamente a mitad de camino. Como casi siempre, no tomaría la ruta directa. Empezaría el día en sentido contrario, dando un rodeo por el extremo occidental de Snæfellsnes.

Desde mi ventana del hotel Búðir

Desde mi ventana del hotel Búðir.

El día amaneció plomizo. Las nubes bajas me impedían contemplar el imponente paisaje de la costa meridional de Snæfellsnes. Además, nevaba débilmente. Pero la vista desde mi ventana del hotel Búðir era tan serena como hipnótica. Con razón el lugar había sido uno de los refugios favoritos de varios artistas islandeses, como el pintor Jóhannes Sveinsson Kjarval o el Premio Nobel de Literatura Halldór Laxness. Me costó reunir la fuerza de voluntad necesaria para ponerme en marcha.

Suave nevada en Búðakirkja

Suave nevada en Búðakirkja.

Aunque no es uno de mis lugares favoritos, estando tan cerca de Búðakirkja me pareció descortés no realizar una breve visita a una de las iglesias más fotografiadas de Islandia. No tenía ni el tiempo ni las condiciones de luz de mi anterior visita al lugar, prácticamente un año atrás, por lo que apenas estuve diez minutos en sus inmediaciones. Después, comencé mi viaje hacia el oeste, por un paisaje tan blanco, que resultaba muy complicado ver la carretera. La única señal de su existencia era una hilera de postes amarillos, sobresaliendo por encima de una inmaculada capa de nieve.

Arroyo al sur de Rauðfeldsgjá

Arroyo al sur de Rauðfeldsgjá.

Mi siguiente destino era Rauðfeldsgjá, una profunda grieta que se adentra entre las montañas, el este de Klifhraun. Si, el año anterior, el acceso ya era muy complicado, ahora la situación resultó ser aún peor. De no haber sido por una solitaria señal azul, sobresaliendo entre la nieve, me habría pasado de largo. Hice una  breve pausa, pero era imposible adivinar el trazado de la pista de acceso. Incluso el arroyo que pasa por las inmediaciones estaba parcialmente cubierto por la nieve. Por segunda vez, tuve que renunciar a visitar uno de mis lugares pendientes en la península.

Bárður Dumbsson

Bárður Dumbsson.

Decidí acercarme a Arnarstapi, donde me encontré con una «estatua» de Bárður Dumbsson que, por primera vez, no me pareció un horror. Su silueta, recortada contra un horizonte a la vez limpio y duro, y los restos de nieve que acumulaba en uno de sus costados, conseguían dar cierto encanto al extraño monumento, creado en 1978 por el escultor islandés Ragnar Kjartansson.

En la costa de Arnarstapi

En la costa de Arnarstapi.

Tampoco quería hacer una pausa muy larga, en un lugar que visitaba por cuarta vez. Me dirigí directamente al mirador que hay a espaldas de la estatua, con unas vistas espléndidas sobre la costa. Nuevamente a tientas, pues la nieve había borrado cualquier señal del sendero. Apenas había oleaje y las nubes bajas seguían ocultando las montañas, pero la vista era espléndida. En cualquier caso, el día parecía ir a mejor. Hacia el oeste, más allá de unos acantilados de basalto tamizados por la nieve, el cielo comenzaba a abrir.

Montañas al este de Arnarstapi

Montañas al este de Arnarstapi.

Al este, por primera vez era posible entrever la espina dorsal de Snæfellsnes. La espléndida cadena montañosa, formada por una sucesión de sistemas volcánicos, que recorre la península de este a oeste. Sus cumbres apenas superan los 800 metros de altitud, pero se elevan abruptamente sobre la llanura meridional, creando preciosas estampas, habitualmente realzadas por la nieve.

Aves en Arnarstapi

Aves en Arnarstapi.

Pasé un buen rato en el mirador. A falta de olas, observando el comportamiento de las aves que suele haber por el lugar. En invierno, prácticamente limitadas a fulmares y gaviotas, aunque también logré ver un cormorán moñudo. Una especie que en España está teniendo serios problemas, aparentemente por la explotación de los bancos de pesca.

Monumento a Guðríður Þorbjarnardóttir

Monumento a Guðríður Þorbjarnardóttir.

Mi siguiente parada fue en Laugarbrekka. Una antigua granja, de la que apenas quedan restos, pero que fue el lugar de nacimiento de Guðríður Þorbjarnardóttir. Una seria candidata al título de «mujer más viajera de la Edad Media». Guðríður, nacida en el 980, era nieta de Sigmundur Ketilsson, uno de los noruegos que llegó a Snæfellsnes con Bárður Dumbsson. Cuando tenía aproximadamente 20 años, sus padres emigraron a Groenlandia. Allí, tras el fallecimiento de su primer marido, se casaría con Þōrsteinn Erīksson, el hijo mayor de Erik el Rojo. Juntos, intentaron viajar a Vinland. Tras regresar a Groenlandia, Þōrsteinn enfermó y murió. Posteriormente, Guðríður contrajo matrimonio con Thorfinn Karlsefni quien, sobre el 1010, fundó un asentamiento en Vinland. Probablemente en la actual L’Anse aux Meadows. Pasarían allí tres años, en los que Guðríður concebiría a Snorri Thorfinnsson. El primer niño de ascendencia europea nacido en América. La colonia fracasó y la pareja viajó a Noruega, para después asentarse en Glaumbær, al norte de Islandia, donde tendría otros dos hijos. Tras la muerte de Thorfinn, Guðríður aún realizaría un último viaje, peregrinando hasta Roma. Después, regresaría a Glaumbær, donde terminó sus días como monja de clausura. Se dice que buena parte de los actuales islandeses puede remontar su árbol genealógico hasta Guðríður. En Laugarbrekka, una placa y un pequeño monumento perpetúan su gesta.

Malarrifsviti

Malarrifsviti.

Después, me dirigí al faro de Malarrif, junto al extremo meridional de la península. Malarrifsviti fue construido por primera vez en 1917, aunque la torre actual es de 1946. Años después, se levantó en las proximidades una vivienda para el farero. La torre, de 20,2 metros de altura, es un edificio protegido desde el año 2003. Su arquitecto fue Ágúst Pálsson, que también diseñó el faro de Stokksnes, al este de Höfn.

En el centro de visitantes de Snæfellsjökull

En el centro de visitantes de Snæfellsjökull.

En las inmediaciones del faro está el centro de visitantes del parque nacional de Snæfellsjökull que, con una superficie de 170 km2, ocupa el extremo occidental de la península de Snæfellsnes. Por un motivo u otro, nunca lo había visitado, así que decidí entrar. El lugar tiene su interés. Con numerosos paneles y unos cuantos objetos, ayuda a comprender tanto el entorno natural del parque como las difíciles condiciones en las que, hasta tiempos muy recientes, se desarrollaba la vida de sus escasos habitantes.

Lóndrangar desde el oeste

Lóndrangar desde el oeste.

También hay una senda, que llega hasta la hermosa formación rocosa de Lóndrangar. Formada por los restos erosionados de dos tapones magmáticos, es todo lo que queda de un antiguo volcán. El sendero, de casi un kilometro, permite acercarse a sus pies. Pero comenzaba a hacerse tarde y tampoco estaba seguro de que el camino fuera practicable. Además, la vista es mucho mejor desde el mirador que hay al noreste de las rocas, sobre un acantilado. Preferí seguir mi ruta, que ahora giraba hacia el norte.

El cráter de Saxhóll​.

A continuación me detuve en un hermoso cráter, a un paso de la carretera 574, cuyo acceso había sido acondicionado recientemente. La intervención, además de facilitar la visita, ayuda a preservar el delicado entorno. Acabó siendo un recorrido breve, sobre todo por culpa del intenso viento.
La siguiente escala de mi ruta era Öndverðarnesviti. Un faro al que había intentado llegar en dos ocasiones, sin éxito. Esta vez, lo único que logré fue fracasar por tercera vez. La carretera volvía a estar en pésimas condiciones. Pude llegar hasta la playa de Skarðsvík, donde me encontré con un amontonamiento de nieve bloqueando la calzada. Ya que estaba allí y que la playa parecía protegida del intenso viento, decidí dar un paseo.

En la playa de Skarðsvík

En la playa de Skarðsvík.

Skarðsvík es una de las pocas playas de arena clara de Islandia. Toda una rareza, que solo se da entre Snæfellsnes y la orilla meridional del Arnarfjörður. En uno de sus costados hay una pequeña cueva, donde en 1962 se encontraron los restos de un joven vikingo, enterrado con sus armas, que en la actualidad se conservan en el Museo Nacional de Reikiavik. En cualquier caso, el oleaje era demasiado intenso para aventurarse bajo los acantilados. Más aún encontrándome completamente solo en el lugar. Alcanzado el que sería el extremo occidental de mi recorrido por Snæfellsnes, emprendí el regreso hacia el este. Ahora, por la costa septentrional de la península.

Sæljós GK-2

Sæljós GK-2.

Me detuve en el puerto de la diminuta localidad de Ríf. Allí estaba el Sæljós GK-2, un antiguo arrastrero, varado en la playa. Siempre me ha llamado la atención la afición de los islandeses a dejar los barcos abandonados en la costa, en lugar de desguazarlos o, si deciden preservarlos, hacerlo adecuadamente. Aunque, todo hay que decirlo, la curiosa «tradición» permite hacer fotos interesantes. Algo que, en esta ocasión, no logré. Quizá el barco no era excesivamente atractivo o simplemente, a esas alturas de la tarde, yo comenzaba a acusar el cansancio.

Aquella fue mi penúltima parada en Snæfellsnes. Había decidido regresar hacia el sur de la península por la carretera 52, atravesando Fróðárheiði. Un paso que solo había recorrido una vez, durante el verano de 2021, en medio de una espesa niebla. Por tanto, se puede decir que no lo conocía. Apenas había tráfico, pero la carretera estaba razonablemente limpia de nieve. Aunque había nubes bajas, éstas permitían apreciar el paisaje circundante, envolviéndolo en un aura de misterio. La única excepción era el Snæfellsjökull, cuya característica cima era completamente invisible.

Al sur de Fróðárheiði

Al sur de Fróðárheiði.

Fue un recorrido hermoso, que alcanzó su punto culminante en la cara sur del paso, donde hice una última parada. Las montañas nevadas, la llanura, atravesada por la zigzagueante cinta negra de la carretera, y el mar, teñido de un azul intensamente oscuro, formaban una escena dura y descarnada. Tan solo una línea de postes de alta tensión lograba enturbiarla. Aunque también servía para escalar el espléndido panorama.

Basalt Hótel

Basalt Hótel.

La tarde avanzaba rápidamente. Aproveché la pausa para buscar alojamiento. En ese momento, descubrí que el hotel donde pensaba alojarme, al norte de Borgarnes, estaba completo. Tocaba improvisar. Acabé decidiéndome por la opción menos ortodoxa. Un pequeño hotel en un remoto valle, 150 kilómetros hacia el este, poco antes del punto donde la carretera 52 suele estar cortada en invierno. Conseguí llegar a su puerta coincidiendo con las últimas luces del ocaso.

Para ampliar la información.

No me canso de regresar una y otra vez a Snæfellsnes. Este era mi sexto recorrido por la península.

El primero, durante un espléndido día de invierno, está en https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-snaefellsnes/.

El segundo, en un deplorable día de verano, puede verse en https://depuertoenpuerto.com/de-saelingsdalur-a-reykholt/.

El final del tercero, durante una mañana que empezó bien pero acabó siendo nefasta, en https://depuertoenpuerto.com/de-stykkisholmur-a-borgarnes/.

Otra vez en invierno, en una jornada hermosa, aunque también bastante complicada, en https://depuertoenpuerto.com/de-borgarnes-a-hveragerdi-dando-un-rodeo-por-snaefellsnes/.

El quinto itinerario está partido en dos entradas: https://depuertoenpuerto.com/de-reykholt-a-langaholt/ y https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-el-oeste-de-snaefellsnes/.

Mi visita al cráter de Eldborg, el día anterior al aquí descrito, puede encontrarse en https://depuertoenpuerto.com/eldborg-el-castillo-de-fuego/.