La iglesia de San Vital está considerada como la mejor muestra de arte figurativo bizantino que ha llegado hasta nuestros días. Cualquiera que haya visto un retrato del emperador Justiniano I o de su mujer, Teodora, ha contemplado la representación de ambos en los mosaicos de su ábside. Que éstos sobrevivieran, al contrario que los de las grandes urbes del oriente cristiano, acabó siendo fruto de una combinación de hechos fortuitos.
Cuando se realizaron los mosaicos, Rávena era la capital de una importante provincia en el extremo occidental del Imperio Romano de Oriente. Aquel que en la actualidad, con una imprecisión no exenta de intencionalidad, conocemos como Imperio Bizantino. Posteriormente, cuando en Constantinopla comenzó el primer periodo iconoclasta, el Exarcado de Rávena había dejado atrás sus mejores momentos. Las luchas con francos y lombardos, la rivalidad con la iglesia romana y la propia querella iconoclasta hicieron que la autoridad imperial no fuera capaz de controlar efectivamente la ciudad, que acabó cayendo definitivamente bajo dominio lombardo en el 751. Rávena también se libró de la conquista musulmana, al contrario que las sedes de los principales patriarcados orientales (Antioquía, Alejandría o la misma Constantinopla). De esta forma, los mosaicos de San Vital esquivaron el destino que esperaba a los de otros grandes templos del este.
El exterior de San Vital no es especialmente llamativo. Una mole de ladrillo visto, que recuerda las formas de otras construcciones de la parte oriental del imperio. Se cree que su desconocido arquitecto se inspiró en el Octógono Dorado de Antioquía, un edificio ya desaparecido, del que apenas tenemos referencias. Lo cual no deja de ser extraño, dado que su construcción comenzó durante el dominio de los ostrogodos, enemigos declarados de Constantinopla. Su planta es básicamente octogonal. El nártex está actualmente integrado en el vecino monasterio benedictino, originario del siglo X, por lo que la entrada se realiza por dos puertas secundarias. El campanile, del siglo XIII, se derrumbó en el terremoto de 1688. El actual es de 1696 – 1698.
Una vez en el interior, se reproduce la forma octogonal. Ocho pilares, unidos por arcos de medio punto, soportan la parte central del templo. Una gran cúpula corona la estructura, sobre un tambor con numerosos vanos. Éstos, unidos a varias filas de ventanales, dan a San Vitale una gran luminosidad. El suelo fue elevado en el siglo XVI, para recuperar su nivel original durante la restauración de finales del XIX. Quizá esta circunstancia ayudase a preservar los mosaicos del pavimento. Peor suerte corrieron los de la cúpula, parcialmente destruidos durante una reforma y sustituidos por frescos de estilo barroco.
Los mosaicos que han sobrevivido hasta nuestros días son indudablemente la joya de la iglesia. Los más afamados, conocidos como mosaicos de Justiniano, forman parte de una campaña de publicidad. Representan la consagración de San Vital, presidida por Justiniano y la emperatriz. Pero ninguno de ellos viajó a Italia. De hecho, Teodora fallecería el mismo año en que se consagró la iglesia. Además, ambos están retratados con aspecto juvenil, cuando en realidad eran sexagenarios. Un recordatorio de que la tergiversación de la realidad por los poderosos es tan antigua como la civilización.
En cualquier caso, los mosaicos nos presentan el esplendor de un cortejo imperial en pleno apogeo del Imperio Romano de Oriente. Los ricos vestidos, la colocación de los personajes, su aspecto y expresividad, los ponen claramente sobre los súbditos que gobiernan. Esta sensación se acrecienta en el matrimonio imperial, notoriamente por encima, en riqueza y dignidad, del resto de los personajes representados. Su cabeza, coronada y rodeada por un halo, nos recuerda que ejercen tanto el poder terrenal como el espiritual.
El resto de los mosaicos de San Vital no se queda atrás. El estricto orden jerárquico se mantiene en todo el edificio, con las partes más elevadas reservadas para Dios en sus diversas manifestaciones. También tenemos la representación de numerosas escenas bíblicas, todo ello adornado profusamente con plantas y formas geométricas de vivos colores. Se supone que esta parte de los mosaicos fue, al menos parcialmente, completada antes de la conquista bizantina y estaría, por tanto, más próxima a la tradición clásica.
Pese a no haber llegado completo a nuestros días, el conjunto de mosaicos de San Vital es una auténtica joya, que nos permite intuir cómo serían sus obras contemporáneas en la parte central del imperio. Los destrozos producidos durante los dos periodos iconoclastas y el abandono o la destrucción deliberada en las partes del imperio que iban cayendo en manos del Islam, nos han privado de lo que, en su día, debió ser la parte más destacada de dicho legado. Por no hablar de la destrucción gratuita a que fue sometida Constantinopla durante la Cuarta Cruzada.
Rávena tampoco quedó incólume, sufriendo tres saqueos sucesivos a manos de Carlomagno, con el permiso expreso del papa Adriano I. Su principal interés era conseguir elementos para el nuevo palacio imperial de Aquisgrán, cuya capilla palatina se inspira claramente en las formas de San Vital. Posteriormente, la posición algo periférica de Rávena, unida a su progresiva pérdida de importancia a partir del siglo VIII, sumieron a la ciudad en un prolongado letargo, que indudablemente contribuyó a la preservación del patrimonio restante. Una suerte para los que podemos disfrutarlo en la actualidad.
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La web de la Universidad de Valencia tiene un buen artículo sobre la iglesia: https://www.uv.es/mahiques/Vitalrav.htm.
También muy completa la entrada en la Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Iglesia_de_San_Vital_de_Rávena.
En https://depuertoenpuerto.com/entre-los-dolomitas-y-ravena/ se puede ver todo nuestro itinerario por el nordeste de Italia.
En inglés, la página oficial del monumento está en https://www.ravennamosaici.it/en/basilica-of-san-vitale/.
Muy concienzudo el análisis en http://employees.oneonta.edu/farberas/ARTH/arth212/san_vitale.html.
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