Había llegado al Mývatn el día anterior, en una mañana que, sin la más mínima exageración, se podría calificar como mágica. La niebla y la temperatura, por debajo de los -20ºC, habían dejado a su paso un paisaje de postal. El lago, en su mayor parte congelado, el manto blanco que cubría los campos circundantes, la cencellada y la ausencia de viento, tan inusual en Islandia, me hicieron disfrutar de un día increíblemente hermoso. Tanto, que a la mañana siguiente me resistía a abandonar la zona. A pesar de que la temperatura se había recuperado hasta alcanzar los valores normales en esa época del año (-3ºC) y el sempiterno viento había regresado. Cuando salí del hotel Laxá, en lugar de virar hacia occidente, camino de Akureyri, no pude evitar girar hacia el este, sin un plan demasiado concreto.
Mi objetivo inicial era volar el dron en las inmediaciones de Klasar, repitiendo en invierno las tomas que había realizado en el verano de 2021. La previsión meteorológica era de un gradual incremento del viento a lo largo del día, por lo que decidí ir directamente al grano, ignorando cualquier posible parada intermedia. Logré despegar, pero el viento comenzaba a arreciar y, tras cuatro minutos en el aire, no me quedó más remedio que tomar tierra, pues el dron comenzó a derivar hacia la carretera. No era prudente seguir en esas condiciones.
Los pseudocráteres de Skútustaðir.
De haber encontrado las espléndidas condiciones de la tarde anterior, quizá me habría animado a subir hasta la senda que recorre el perímetro superior del cráter. Pero el día seguía cambiando por momentos. El viento era cada vez más intenso. Si, en una posición relativamente protegida, sentía sus intensas rachas, en lo alto del cono la situación sería mucho peor. Además, tampoco estaba seguro de que el sendero de acceso fuera practicable. Me resigné a fotografiarlo desde la distancia.
En cambio, Dimmuborgir parecía llamarme cada vez con más fuerza. El caos de roca y nieve refulgía bajo el sol de la mañana, en medio de un silencio tan solo interrumpido por el ulular del aire entre las ramas. Sabía que, una vez descendiera a las sendas que lo atraviesan, estaría completamente protegido del viento dominante. Quizá sería una buena idea hacer una incursión rápida hasta Hallarflöt y aprovechar la espléndida luz para hacer algunas fotos. Estaba a punto de sucumbir a la tentación, cuando llegó un autobús al aparcamiento. Los gritos del guía y de la veintena de turistas que lo seguían me hicieron cambiar de idea.
Sobre la marcha, decidí acercarme a Grjótagjá, de la que apenas me separaban 6 kilómetros. Pero no llegué muy lejos. Al poco de tomar el desvío de la carretera 860, encontré un amontonamiento de nieve bloqueando la calzada. El viento cubría las huellas más recientes con un manto blanco, de apariencia inofensiva. Pero sabía por experiencia que ese tipo de nieve, extraordinariamente fina, es muy complicada de atravesar. Pese a la tracción a las cuatro ruedas y los neumáticos de invierno, el SUV que conducía tenía muchas posibilidades de quedarse atascado. Además, la 860 es una carretera con tan solo 4.100 metros de longitud, que termina en la Ring Road. Con toda seguridad, su otro extremo estaría más despejado.
Durante el regreso, pude recrearme una vez más con la irreal silueta del Hverfjall, que aparecía y desaparecía según avanzaba entre las extrañas formaciones de lava. El enorme cráter de escoria, uno de los mayores del mundo, se eleva 160 metros sobre el paisaje circundante. Más allá de sus dimensiones, con un diámetro que ronda el kilómetro, impresiona pensar que, según las teorías más recientes, su formación pudo durar apenas uno o dos días. La erupción tuvo que ser impresionante.
Unos minutos después llegaba al extremo norte de la carretera 860. Como ya esperaba, su pavimento estaba bastante más limpio. El viento soplaba si cabe con más intensidad que en el otro extremo de la carretera, pero me encontraba en la ruta más utilizada para llegar a Grjótagjá, por lo que la nieve estaba bastante más pisada. A pesar de lo cual, encontré algún problema para superar los pequeños amontonamientos creados por la ventisca, en los que ni la tracción ni la dirección del coche se comportaban normalmente. Los tuve que superar por fuerza bruta, utilizando la inercia del vehículo.
En cualquier caso, tampoco llegué muy lejos. Algo más allá, encontré un par de coches parados en medio de la carretera. Unos metros al sur, había una furgoneta atascada en un amontonamiento de nieve. Descendí del coche con la idea de echar una mano, pero había demasiada gente junto al vehículo. Tantos, que más de la mitad no podía ni acercarse a su parte trasera y se dedicaba a animar a gritos a aquellos que estaban empujando. La situación, entre grotesca y caótica, contrastaba vivamente con la de la mañana anterior en Hverir, cuando una sola persona, con el equipo y los conocimientos adecuados, había logrado desatascar un coche en apenas unos minutos.
Viendo que aquello no tenía aspecto de arreglarse a corto plazo y que mis posibilidades de ayudar eran nulas, decidí renunciar a visitar Grjótagjá. Aunque lograsen liberar la furgoneta en breve, era imposible que todas las personas que había en el atasco cupieran simultáneamente en la cueva. Aproveché para hacer la enésima foto al Hverfjall y continué mi ruta.
Ésta me llevó a superar nuevamente el paso de Námaskarð, en unas condiciones completamente diferentes a las de la jornada anterior. La densa niebla, que a primera hora de aquella mañana cubría Búrfellshraun, había sido sustituida por un vendaval cada vez más infernal. Y, aunque desde luego la zona estaba muy lejos de la saturación, tampoco iba a poder disfrutar de la espléndida soledad de mi visita más reciente. En cualquier caso el paisaje seguía siendo fascinante. Pero, una vez más, no pude llegar a mi destino. Según me aproximaba a la pista de acceso, observé un par de vehículos, uno de ellos de grandes dimensiones, con serios problemas para recorrer sus escasos 500 metros. El incesante viento acumulaba gran cantidad de nieve a una velocidad asombrosa. Los ocupantes de los pocos vehículos que había en el aparcamiento parecían no darse cuenta de que sus posibilidades de regresar a la Ring Road disminuían por momentos.
Atravesé de nuevo Námaskarð, disfrutando de unas espléndidas vistas sobre el entorno del Mývatn. El viento arrastraba hacia el suroeste el gran penacho de vapor de la planta geotermal de Bjarnarflag. Cuando llegué a la altura de la pequeña laguna que hay entre Bjarnarflag y la Ring Road, el contraste entre sus aguas color turquesa y la blanquecina nube de vapor que flotaba apenas unos centímetros por encima de ésta formaba una estampa de una extraña belleza. A pesar de saber que se trata de un fenómeno artificial, acabé haciendo una breve pausa en su orilla.
Entre vueltas y revueltas, se me había hecho la una de la tarde. Pese a los diversos fracasos, la mañana había dado bastante de sí. Aunque el Mývatn no era el entorno mágico de la anterior jornada, seguía siendo un lugar fascinante, cuya belleza se veía incrementada por la nieve que cubría prácticamente cada centímetro cuadrado del paisaje. Las nubes se alternaban con los claros y, pese a que la temperatura era relativamente alta, el fuerte viento hacía descender la sensación térmica, a la vez que aportaba al entorno un punto salvaje que, al menos a mis ojos, aumentaba su atractivo.
Antes de abandonar el lago, quise hacer una última parada. Recordaba mi primera visita a sus orillas, en la primera jornada de mi primer viaje a Islandia. Entonces, nos hablamos detenido en el lugar en el que la Ring Road alcanza la orilla occidental del Mývatn. También recordaba cómo me había impactado el extraño paisaje, con las nubes reflejándose en las oscuras aguas del lago. Todo ello en medio de una asombrosa calma, que contrastaba con la visita que aquel día acabábamos de realizar a Goðafoss.
Conseguí localizar el mismo emplazamiento. Pero el paisaje que tenía delante era radicalmente distinto. Aun más irreal que aquel que había contemplado casi cinco años atrás. La superficie del lago estaba por completo congelada, cambiando el negro por el blanco. El silencio sepulcral de aquel verano había sido sustituido por el creciente sonido de la ventisca, acompañado por el eco apagado de los lejanos ladridos de un perro. La nieve cubría tanto la carretera como la superficie del lago, cuyos límites eran difícilmente reconocibles. Un viento cada vez más intenso la barría continuamente, creando extrañas texturas en la orilla. La completa ausencia de vegetación me recordaba que estaba en los límites de la tundra, cerca del círculo polar ártico. Pese a encontrarme en una de las zonas mas turísticas de Islandia, por un momento tuve la sensación de estar en un lugar tan aislado como remoto. Pero la familiar silueta del Hverfjall, al otro lado del gélido lago, me devolvió a la realidad.
Para ampliar la información.
Las demás entradas del blog sobre el lago Mývatn están en https://depuertoenpuerto.com/category/europa/escandinavia/islandia/ring-road/myvatn/.
En inglés, muy interesante la entrada del blog ZigZagonearth.com: https://www.zigzagonearth.com/lake-myvatn-winter-iceland/.
Pese a no estar centrada en el invierno, el artículo sobre el lago en Guide to Iceland es muy completo: https://guidetoiceland.is/nature-info/the-ultimate-guide-to-lake-myvatn.
La web oficial de turismo del Mývatn está en https://www.visitmyvatn.is/en.