Como suele ser habitual en los museos locales, sus salas, repartidas en dos plantas, son un variado batiburrillo que comprende diversos aspectos de la isla, desde su fauna y geografía hasta su etnografía e historia. Sin embargo, logró sorprenderme por la calidad de muchas de sus exposiciones. Como aspecto negativo, apenas había indicaciones traducidas desde el ruso. Aunque, en nuestro caso, esto se vio aliviado al realizar una visita guiada en inglés.
La parte más interesante del museo es la dedicada a las etnias nativas, Ainu, Orok y Nivjis, que habitaban respectivamente el sur, centro y norte de Sajalín. A pesar de su condición insular, el estrecho de Nevelskói, con sus escasos 7.300 metros de ancho habitualmente congelados en invierno, nunca ha supuesto una barrera para los invasores de la isla. En consecuencia, Sajalín cayó bajo la órbita mongola a principios del siglo XIV. Desde entonces, cada nueva dinastía que lograba hacerse con el control en China reclamaba su soberanía sobre la isla, por difusa que fuera su presencia real. Los pueblos indígenas, apenas ligados al poder central por vagos acuerdos de vasallaje, mantuvieron prácticamente intacto su modo de vida tradicional.
La llegada de los rusos al Pacífico, contenida temporalmente gracias al tratado de Nérchinsk, provocó un mayor interés de los funcionarios Qing sobre la remota isla. Pero, más allá de otorgar títulos a los jefes locales y cobrar algunos tributos, la presencia china siguió siendo escasa. En 1679 los japoneses hicieron un intento fallido de establecerse en Ōtomari, la actual Korsakov. Ya en la primera mitad del XIX, los rusos comenzaron a fundar pequeños asentamientos ilegales. En 1855, ignorando la soberanía china, los imperios ruso y japonés establecieron una especie de condominio sobre la isla. La situación se mantuvo hasta el tratado de San Petersburgo, de 1875, en el que Japón renunció a Sajalín a cambio de las Kuriles. Por primera vez, Rusia ejercía su soberanía sobre toda la isla.
La guerra Ruso-Japonesa trajo un nuevo status-quo, dividiendo Sajalín por el paralelo 50. El Imperio Ruso al norte y el del Japón al sur. El gobierno de Tokio emprendió un programa de colonización de su mitad de la isla, convertida en una provincia japonesa. Al estilo del oeste americano, se concedieron tierras a todo el que quisiera establecerse en la nueva prefectura de Karafuto, atrayendo a gran cantidad de granjeros desde las zonas más depauperadas de Tōhoku y Hokkaidō. Adicionalmente, se introdujo gran cantidad de mano de obra coreana, en condiciones de semi-esclavitud, para realizar obras de infraestructura. En apenas 25 años, la población de la mitad japonesa de la isla se multiplicó por diez.
La presencia japonesa en la isla tan solo se prolongó 40 años y acabó de forma dramática. Los soviéticos atacaron desde el norte el 11 de agosto de 1945, en una campaña que apenas duró 14 días. Previamente, 100.000 civiles habían sido evacuados a Hokkaidō. Los 300.000 restantes se vieron atrapados por el bloqueo naval aliado y fueron retenidos por una Unión Soviética desesperadamente necesitada de mano de obra. Muchos coreanos se quedaron, voluntaria o forzadamente, mientras que la mayor parte de los japoneses logró regresar a Japón, aunque algunos llegaron a tardar 20 años en conseguirlo. Mientras, la URSS fue llenando los huecos con población étnicamente rusa. El resultado es una isla que, con medio millón de habitantes en su conjunto, a duras penas supera la población que tenía la mitad japonesa de Sajalín en 1945.
Los claros perdedores de todo el proceso fueron los Ainu, el pueblo nativo tanto del sur de Sajalín como de la vecina isla japonesa de Hokkaidō. Para los japoneses, los Ainu eran una etnia primitiva, con la que cualquier método de asimilación era válido, por brutal que éste fuera. Para los rusos, simplemente eran japoneses del norte. El resultado fue que, tras el tratado de San Petersburgo, los Ainu de Sajalín fueron expulsados a Hokkaidō. Regresaron en 1905, pero no se les permitió volver a su modo de vida tradicional, viéndose obligados a habitar en ghettos. Tan solo en 1933 fueron reconocidos como ciudadanos japoneses. Lejos de suponer una mejora, este reconocimiento oficial únicamente sirvió para ilegalizar sus costumbres tradicionales, mientras los Ainu seguían siendo de facto discriminados. La conquista soviética del sur de la isla trajo consigo que los Ainu sufrieran el mismo destino que los demás japoneses de Sajalín. De los escasos 2.750 nativos censados en 2010, ninguno era de etnia Ainu.
El exterior del museo aloja un pequeño pero cuidado jardín japonés, que parece ser bastante popular entre las parejas de novios como marco para el consabido reportaje fotográfico. Y, tratándose de Rusia, tampoco podía faltar una muestra de parafernalia militar repartida por uno de los patios. La pieza más curiosa es un pequeño tanque japonés de la Segunda Guerra Mundial. Anécdotas aparte, una visita muy interesante, imprescindible para cualquiera que esté interesado en comprender mejor uno de los lugares más remotos de la extensa Rusia.
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En https://depuertoenpuerto.com/crucero-extremo-oriente/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por Extremo Oriente.
En inglés, la web oficial del museo está en http://sakhalinmuseum.ru/en.
La página Find Out Russia tiene una breve reseña: https://findout-russia.com/2018/03/31/the-sakhalin-regional-museum/.
La web Alchetron tiene una larga entrada sobre Sajalín: https://alchetron.com/Sakhalin.
En Russia Beyond hay una breve reseña sobre el legado japonés en la isla: https://www.rbth.com/arts/2015/05/23/japanese_legacy_lives_on_in_sakhalin_46291.html.
Mucho más larga e interesante la entrada sobre el mismo tema en Unseen Japan: https://unseenjapan.com/karafuto-japan-lost-prefecture/.
Quien quiera profundizar en la historia de los Ainu en Rusia puede consultar la página https://en.topwar.ru/168916-ajny-v-rossii.html.
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