Teniendo una especial repulsión por las aglomeraciones, nuestras visitas a Venecia tienden a ser bastante atípicas. En muchas ocasiones, acaban pareciendo una yincana, en la que el principal objetivo sería evitar mezclarnos con las masas de turistas. Con esta premisa, es sencillo deducir que la basílica de San Marco no está entre nuestros lugares favoritos en la ciudad de la laguna. Llevábamos muchos años sin visitar su interior. Viajando a Venecia en el verano de 2020, nos pareció una buena idea aprovechar la falta de turismo para recorrer San Marco. Pero había un problema. Las autoridades italianas habían decidido aprovechar esa misma circunstancia para realizar trabajos de restauración en la basílica, que por tanto estaba cerrada. Lejos de desanimarnos, nos pusimos a buscar alguna forma alternativa de acceder. Acabamos encontrando dos, aunque no pudimos visitar alguno de los espacios emblemáticos de San Marco, como su famosa Pala d’Oro.
La primera, fue asistiendo a uno de sus oficios religiosos. Era sencillo. Bastaba presentarse en la espléndida Porta dei Fiori a la hora indicada y apuntarse en una lista. Lo de la lista no sé si será habitual o consecuencia de las medidas sanitarias para contener la pandemia. La misa se celebraba en la capilla de la Madonna Nicopeia, por lo que la zona por la que nos pudimos mover era muy restringida. En cualquier caso, actuando con el debido respeto y no molestando al resto de los asistentes, nadie se preocupaba de lo que hicieras. Fue una experiencia extraña. Apenas habría una docena de personas en la capilla, por lo que la sensación de paz invitaba a reflexionar sobre San Marco y su significado para Venecia.
La historia de la actual basílica comenzó con un robo. Según la tradición, en el año 828 Buono da Malamocco y Rustico da Torcello, dos mercaderes venecianos de paso por Alejandría, sustrajeron el cuerpo del santo de su tumba, reemplazándolo con el de la mártir santa Claudia. Para evitar ser descubiertos por los guardas del puerto, de religión musulmana, escondieron las reliquias entre un cargamento de carne de cerdo.
La iglesia se comenzó el mismo año, estando finalizada en el 832. Mas allá de su posible interés litúrgico, la posesión de las reliquias de uno de los evangelistas brindaba a la naciente república ventajas económicas y políticas. Además de hacer de Venecia un potencial lugar de peregrinación, afianzaba sus aspiraciones a convertirse en sede episcopal independiente, dejando de estar subordinada a los obispos de Grado o Aquileia.
Aquel templo se quemó accidentalmente, durante un motín en el 976. La iglesia fue reconstruida en apenas un par de años, pero la cada vez mas pujante Venecia parecía no estar conforme con el edificio levantado bajo el auspicio de Pedro Orseolo. En una fecha indeterminada, en torno a 1063, el dogo Domenico I Contarini decidió construir un templo completamente renovado, en el que mostrar al mundo el poder y la riqueza de la Serenissima. Aunque el edificio comenzó a usarse en el 1071, no fue consagrado hasta el año 1094, cuando el cuerpo del santo se colocó definitivamente en la cripta que todavía lo aloja.
Nuestra segunda visita a San Marco fue esa misma tarde. Después de recorrer el palacio ducal, accedimos al museo de San Marco, situado en el interior de la basílica. En concreto en su primera planta. Más allá de las piezas que expone, entre las que se encuentran varios incunables, ropas litúrgicas y planos de la basílica, la visita permite observar, aunque sea parcialmente, el laberinto de pasajes de la parte alta del edificio, así como contemplar de cerca varios de sus mosaicos. Mosaicos que, todo sea dicho, nunca me han parecido demasiado atractivos. Aquel año, después de haber visitado Rávena unos días atrás, aun me gustaron menos.
Pero la auténtica joya del museo es la espléndida Cuadriga Triunfal que, hasta 1981, lucía en la fachada de la basílica. Nuevamente, estamos contemplando el resultado de un expolio. Nadie sabe con certeza el origen de los cuatro caballos. Según algunas hipótesis, habrían sido creados en la isla de Quios, durante el siglo IV. Otros afirman que proceden de algún monumento romano y, por tanto, serían aun más antiguos. Lo único que sabemos con certeza es que, en el Parastaseis syntomoi chronikai, un texto escrito entre los siglos VIII y IX, se cita su presencia en el hipódromo de Constantinopla.
Allí estaban cuando, el 13 de abril de 1204, la ciudad fue expoliada por los cruzados latinos, capitaneados por Bonifacio de Montferrato y el dogo veneciano Enrico Dandolo. Como parte del inmenso botín, Dandolo hizo llevar a Venecia los cuatro caballos, que en 1254 serían colocados en la fachada de San Marco. Su extremada belleza y su fuerte simbolismo hicieron que Napoleón, durante la ocupación francesa de Venecia, ordenara su traslado a París, donde coronaban el arco de triunfo del Carrusel. Tras la derrota de Bonaparte, serían devueltos a Venecia en 1815. En 1981 serían trasladados nuevamente, esta vez al interior del museo, y sustituidos por una réplica.
Desde sus orígenes, San Marco había sido poco más que la capilla privada de los dogos de Venecia. Tradicionalmente, la sede episcopal había residido en Olivolo, la actual Castello. Allí se intentaron llevar inicialmente las reliquias de San Marco. Pero, según la leyenda, el cadáver hizo una señal, indicando que quería ser depositado en San Marco. La historia revela el largo enfrentamiento entre los dogos y el poder eclesiástico. La Serenissima intentó mantener siempre su autonomía respecto a la Iglesia, hasta el extremo de que el primicerius, la persona al cargo de la basílica de San Marco, era nombrado directamente por el dogo, sin intervención del obispo de Venecia (desde 1451 patriarca), con sede en San Pietro di Castello.
El enfrentamiento llegó a su fin con la desaparición de la república. En marzo de 1797, las tropas napoleónicas invadían la Terraferma veneciana. El 12 de mayo se reunía por última vez el Gran Consejo. El 16, los franceses entraban en Venecia sin encontrar la menor resistencia. El 23 de agosto, en la actual Perast (Montenegro), se arriaba la última bandera del León de San Marco. En 1807, Napoleón visitó Venecia. Durante su estancia, impulsó varias reformas. Hizo cubrir canales, crear jardines y modernizar mercados. Además, ordenó trasladar la sede del patriarcado a San Marco, abriendo su uso a todos los venecianos. Finalmente, 979 años después de su construcción, la basílica se convirtió en catedral.
El blog Walks Inside Rome tiene un curioso artículo sobre la historia del cuerpo de San Marcos: https://www.walksinsiderome.com/es/blog/could-saint-marks-basilica-contain-the-body-of-historys-greatest-warlord/.
En http://www.meravigliedivenezia.it/es/recorridos-virtuales/basilica-de-san-marcos-tesoro-santuario.html nos ofrecen un recorrido virtual por el tesoro de la basílica.
En https://depuertoenpuerto.com/entre-los-dolomitas-y-ravena/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por el nordeste de Italia.
En inglés, la web oficial de San Marco está en http://www.basilicasanmarco.it/?lang=en.
El blog My World of Byzantium tiene una interesante entrada sobre la Madonna Nicopeia: https://www.pallasweb.com/deesis/nicopeia-icon-san-marco-loot-from-constantinople-1204-crusade.
En https://www.wga.hu/html_m/zgothic/mosaics/6sanmarc/index.html es posible ver fotos de todos los mosaicos de la basílica.
La verdad es que poder ver Venezia y la basílica sin tanto turista es una verdadera aventura, pero merece la pena.
Muchas gracias por compartir estos lugares.
Sobre todo la primera visita resultó ser bastante extraña, pero mereció mucho la pena. La visita al museo fue más convencional, aunque sin las colas y agobios habituales. Viajar a Venecia en agosto de 2020 fue todo un acierto.