Entramos en Vesturland por el puente que permite salvar el Gilsfjörður, en el límite con los Fiordos del Oeste. Aunque nuestro destino era Sælingsdalur, donde teníamos hotel reservado, en lugar de seguir avanzando hacia el sur por la carretera 60, en menos de cinco kilómetros tomamos un desvío hacia el oeste, por la carretera 590. Una pista que recorre la costa de la península de Fellsströnd og Skarðsströnd. Si, en lo que llevábamos de día, habíamos recorrido una zona sobre la que teníamos poca información, ahora entrábamos en terreno completamente desconocido. Tan solo sabíamos que, tras recorrer 83 kilómetros de pista, regresaríamos a la carretera principal 20 kilómetros al sur de donde la habíamos abandonado.
Avanzábamos con el Breiðafjörður a nuestra derecha y una sucesión de paredes de roca pelada, rota de vez en cuando por pequeños valles, flanqueando la carretera por la izquierda. La estrecha llanura costera que ésta recorría tan solo estaba ocupada por unas cuantas granjas aisladas. Algunas, con aspecto de estar abandonadas. Otras, reconvertidas en alojamientos turísticos. Aunque, siendo sincero, no parecía haber mucho turismo por la zona. En realidad, tan solo recuerdo haber visto un par de coches en las dos horas que pasamos en la carretera.
Hicimos una primera pausa a los pies del monte Klofningur. Frente a nosotros, bajo un cielo cada vez más plomizo, se extendía un intrincado laberinto de roca y agua. En aquel mismo lugar comenzó la colonización noruega de Groenlandia. En el año 985, Erik el Rojo reunió en estas aguas una flota de 25 barcos, con los que trasladó hacia occidente la primera oleada de pobladores, destinada a establecerse en el sur de la isla, cerca de la actual Qassiarsuk. Tan solo 14 naves llegarían a su destino.
Poco después, nos desviamos nuevamente, esta vez para recorrer una estrecha y sinuosa pista sin salida. Llevaba a un lugar con el nombre de cabo Dagverðarnes, donde parecía haber una iglesia. Aunque tampoco sabíamos lo que íbamos a encontrar, sobre el mapa parecía sugerente, muy próximo al extremo occidental de la península. Pese a tener tan solo cinco kilómetros de longitud, la pista resultó ser complicada. La encontramos en pésimas condiciones y había varios tramos con mucha arena. Pero el entorno, pese a no resultar especialmente hermoso, era cautivador. Al descender, habíamos perdido la perspectiva del laberinto de islotes entre el que avanzábamos y el paisaje resultaba menos atractivo. A cambio, teníamos la sensación de estar en un lugar remoto y apartado. Incluso para el estándar de Islandia.
La pista terminaba en Dagverðarneskirkja. Una diminuta iglesia, que parece tener sus orígenes en 1758. Aunque no acaba de estar claro. Pese a estar cerrada, por las ventanas pudimos observar un púlpito fechado en 1783. En la puerta, la cerradura indicaba el año 1867. Y se sabe con certeza que fue reconstruida en 1934. En las inmediaciones, había un pequeño cementerio y un edificio aislado, con aspecto de vivienda. Eso era todo, en medio de un silencio sepulcral, tan solo interrumpido por los graznidos de algunas aves y las ráfagas de viento que nos llegaban desde el norte. Viento que venía cargado de un intenso olor a humedad. Se aproximaba un aguacero. El lugar tenía un extraño encanto, difícil de describir, además de ser un emplazamiento perfecto para volar el dron. Pero nuestra única salida era por una pista en muy mal estado y el agua podía convertir las zonas arenosas en un barrizal intransitable. Decidimos olvidar el dron y seguir nuestra ruta.
No habíamos recorrido media pista, cuando comenzó a llover. Para cuando quisimos reincorporarnos a la carretera 590, diluviaba. La carretera describía un amplio arco, rodeando la península por su costa meridional. El paisaje era más suave y, según nos acercábamos a la carretera 60, las granjas más abundantes. Había alguna con cierto interés histórico, pues recorríamos una de las primeras zonas que se poblaron de Islandia, en tiempos del landnámsöld. Además Snorri Sturluson, una de las figuras más importantes de la historia islandesa, nació en 1179 en una de estas granjas. Pero llovía tanto que no pudimos hacer ninguna pausa. Sobre la marcha, decidimos emplear el tiempo que habíamos «ganado» con la lluvia dando un rodeo hacia el sur. Estábamos a unos 30 kilómetros de un lugar llamado EiríksstaðIr. Con suerte, allí no llovería.
Nuestro nuevo destino era una mezcla entre yacimiento arqueológico y atracción turística, ubicada en el valle de Haukadalur. Otro de los topónimos repetidos de Islandia, que no debemos confundir con el lugar donde se encuentra el célebre géiser Strokkur. Todo apunta a que Eiríksstaðir sería la granja que fundó Eirikr Þorvaldsson, conocido en España como Erik el Rojo, después de casarse con Þjódhild Jorundsdottir y trasladarse a Islandia. En contra de lo que muchos creen, Erik no descubrió Groenlandia, que había sido avistada en una fecha desconocida por Gunnbjörn Ulfsson. Pero, en el año 985, sería el primer noruego en fundar un asentamiento estable en las orillas del fiordo hoy conocido como Tunulliarfik.
EiríksstaðIr fue excavada por primera vez entre 1894 y 1896, realizándose posteriores prospecciones en 1938 y 1997-2002. Se descubrieron vestigios de una casa larga y un edificio auxiliar. Los restos de madera carbonizada encontrados, se dataron por la técnica del carbono 14 en el entorno de los siglos IX o X. También revelaron que la granja tan solo estuvo habitada durante un máximo de 20 años, reforzando así la tradición local, que ubicaba en aquel lugar la residencia de Erik el Rojo durante su estancia en Islandia. En 1999 se construyó una réplica de la casa larga en las inmediaciones del emplazamiento original, utilizando técnicas y materiales similares a aquellos de los noruegos medievales. Al año siguiente, se abrió un pequeño museo en el interior del edificio, donde podrás encontrar réplicas de utensilios originales y personas ataviadas con ropajes similares a los de aquellos tiempos, narrando historias de la época de Erik el Rojo. Siempre que no hagas como nosotros y llegues a Eiríksstaðir antes de la hora de cierre.
Tras nuestra fallida, pero aun así interesante, visita a Eiríksstaðir, había llegado el momento de ir al hotel. Éste, en realidad, era uno de los internados repartidos por toda Islandia que, durante las vacaciones escolares, complementan sus ingresos ofreciendo alojamiento a los viajeros. Llegábamos a sus puertas con una mezcla de curiosidad y recelo. Sin estar al nivel de los generalmente magníficos hoteles islandeses, la experiencia no estuvo mal. Dormimos en una habitación, perfectamente equipada, que aparentemente servía de alojamiento a uno de los docentes. La cena, en lo que también parecía ser el comedor de profesores, fue sencilla pero correcta. Aunque parte de las instalaciones estaban cerradas, aprovechamos para curiosear por donde pudimos. No todos los días puedes visitar un colegio de Islandia.
Después, salimos a dar un paseo por las inmediaciones. Cerca del hotel, encontramos una pequeña piscina de aguas termales, perfectamente acondicionada. Según las sagas, ya habría sido utilizada por Guðrún Ósvífursdóttir, aunque aquella piscina fue destruida por un corrimiento de tierras. En 2009 se construyó la actual, cuyas aguas también se utilizan para caldear la piscina al aire libre de la escuela. Resultaba tentadora, pero el frío y el cansancio acumulado nos hicieron desistir. Preferimos disfrutar de un necesario descanso. Al día siguiente, nos esperaba otra larga jornada, visitando la impresionante Snæfellsnes. Al menos, esos eran nuestros planes. El imprevisible clima de Islandia tendría otros.
En inglés, en Guide to Iceland describen un recorrido parcial por la zona: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/a-lovely-stay-at-fellsstrond-in-west-iceland.
La web oficial de turismo de Vesturland tiene una sección dedicada a Dalir: https://www.west.is/en/destinations/towns-regions/visit-dalir.
La página oficial de Eiríksstaðir está en https://eiriksstadir.is/en/.
El hotel Laugar Sælingsdal ha cambiado de nombre. Ahora se llama Dala Hótel. Su nueva web está en https://www.dalahotel.is/.
Trackbacks/Pingbacks