Había podido comprobarlo en nuestra primera visita a Estambul, durante la primavera de 2007. En aquella ocasión, viajamos con otra pareja de amigos. Uno de los días, alquilamos un taxi para dar una vuelta por los alrededores de la ciudad. Cuando su conductor nos dijo «¿por dónde queréis empezar?», exclamé sin la menor duda «por las murallas de Teodosio». Aún recuerdo la cara con la que me miró el chófer. Una mezcla entre extrañeza y desdén. «Estos turistas están locos», debió pensar. Al final, tras superar un atasco de proporciones bíblicas, apenas pudimos realizar un breve recorrido, sin llegar a bajar del coche, frente a una muralla rodeada de carreteras y huertos. Me quedé con la miel en los labios.
Diecisiete años más tarde, no estaba dispuesto a cometer el mismo error. Recorrer andando el muro, aunque fuera parcialmente, era uno de los objetivos prioritarios de nuestro regreso a Estambul. El principal obstáculo sería el calor, por lo que decidimos hacer de la muralla nuestra primera visita de la segunda mañana en la ciudad. También éramos conscientes de que intentar recorrerlas en toda su extensión, durante un tórrido día de julio, no parecía una buena idea. Limitaríamos nuestra visita a los aproximadamente 1.800 metros que hay entre la actual puerta de Top Kapi y el palacio de los Porfirogénetas. Aproximadamente un tercio de la longitud de las fortificaciones en el lado de tierra, aunque coincidía con el sector más relevante durante la caída final de la ciudad, en 1453.
El autobús de la linea 28T nos dejó a escasos metros de la puerta de Top Kapi. Según la placa conmemorativa instalada en su lado exterior, fue en las inmediaciones de esta puerta donde los cañones turcos abrieron la brecha por la que las tropas de Mehmed II lograron entrar en la ciudad, el 29 de mayo de 1493. Sin embargo, la realidad parece ser mucho menos épica. Por mucho que los otomanos tuvieran la mejor artillería de la época, sus propias limitaciones y la disposición de la muralla hacían muy complicado atacarla eficazmente. La mayor parte de los proyectiles terminó impactando en la muralla exterior, que en cualquier caso era reparada continuamente. Hoy sabemos que, en contra de la narrativa habitual, Constantinopla cayó de una forma tan fortuita como extraña, sobre la que volveré más tarde.
El conjunto de fortificaciones que nos ha llegado tiene su origen en el siglo V, siendo emperador Teodosio II. En la sección del lado de tierra, a priori la más proclive a ser atacada, era un sistema tan complejo como sofisticado. Cualquier agresor debía enfrentarse a una triple barrera. Comenzando por un foso, con aproximadamente 20 metros de ancho y 10 de profundidad, tras el que había un primer muro de un metro y medio de altura. Aparentemente, su misión era dificultar el uso de máquinas de asedio y quebrar el ímpetu de los atacantes, por lo que no solía estar guarnecido. Unos 20 metros más allá, estaba la muralla exterior, con un grosor de 2 metros y 9 de altura. Tras otra explanada de 18 metros, denominada peribolos, se llegaba a la muralla interior, con 12 metros de altura y hasta 6 de espesor. Todo ello complementado con numerosas torres intercaladas, que creaban amplias zonas de fuego cruzado. Una pesadilla para cualquier atacante.
Al norte de la puerta, las fortificaciones descendían hacia el antiguo valle del río Lycus. En la actualidad, la avenida Adnan Menderes. Éste era uno de los lugares más vulnerables del recinto y, por tanto, uno de los más castigados en los sucesivos ataques que sufrió la ciudad. De las tres murallas originales, no pudimos apreciar el menor resto de la exterior, probablemente enterrada por una de las principales arterias del moderno Estambul. Los otros dos muros estaban en un estado un tanto caótico, en el que se mezclaban los torreones agrietados con otros restaurados recientemente. Los lienzos reconstruidos con los originales. Todo ello aderezado con una vegetación que aprovechaba la menor ocasión para hacer acto de presencia, aferrada a los muros o surgiendo del peribolos.
En general, la conservación de la muralla deja bastante que desear. Algunos tramos han desaparecido bajo huertos, calles o edificios. Otros han sufrido una restauración bastante discutible, que ha primado los aspectos estéticos sobre la conservación real del patrimonio. La mayor parte de los trabajos se realizó en la década de 1980 y fueron de tan mala calidad, que durante el terremoto de 1999 sufrieron más desperfectos las zonas restauradas que aquellas originales. Su inclusión en el listado del Patrimonio de la Humanidad, junto con otros lugares históricos de Estambul, no parece haber dado demasiados frutos.
En la avenida Adnan Menderes la muralla desaparece completamente en un tramo que supera los 60 metros. Nos vimos trasladados a un mundo de autopistas y puentes de hormigón, aparentemente tan infranqueable como la vieja muralla durante la Edad Media. Al final, la única forma de cruzar la avenida fue aprovechando los túneles de la cercana estación de metro.
Al norte la muralla estaba, si cabe, aún en peor estado. Durante un tramo, tan solo encontramos algún torreón agrietado y un pequeño muro casi derruido. Aparentemente, todo lo que queda de la antigua muralla interior. Al menos, la autopista de circunvalación se apartaba ligeramente de los muros, dejando una zona ajardinada algo más amplia. También era más numerosa la arboleda. Algo que agradecimos, pues el sol comenzaba a calentar con fuerza.
El estado de conservación mejoró según llegábamos a la puerta Sulukule, o «de la Torre del Agua». La Quinta Puerta Militar, en tiempos de Constantinopla. Según parece, en sus inmediaciones se produjo el acto final que condujo a la caída de la ciudad. Giustiniani, el mercenario genovés que dirigía la defensa de Constantinopla, fue herido de muerte mientras luchaba en el peribolos. Aunque la muralla interior estaba prácticamente intacta y sus puertas cerradas, Constantino XI autorizó la apertura de esta puerta, con el fin de poder evacuar al herido. Grave error. Al ver a su comandante agonizando y la puerta abierta, los genoveses que acompañaban a Giustiniani decidieron seguir a su líder. La defensa flaqueó. En ese momento entró en escena Ulubatlı Hasan, un gigantesco jenízaro, acompañado de 30 hombres, para dar el golpe final a la mermada voluntad de los sitiados. Aprovechando la confusión, logró subir a una torre y plantar la bandera otomana. Él y sus compañeros acabaron muriendo, pero la visión del estandarte enemigo sobre uno de los lugares prominentes de la muralla interior creó una onda expansiva de desmoralización que se extendió por todo el perímetro, sellando la suerte de la ciudad. Por este motivo, la puerta también es conocida como Hücum Kapısı: «la Puerta del Asalto».
Seguimos nuestra ruta hacia el norte. En medio de la zona ajardinada, nos llamó la atención lo que parecía ser un puente, atravesando los escasos vestigios del antiguo foso. Aunque fuimos incapaces de averiguar si se trataba de una obra original o de la era otomana. Antiguamente, los puentes que atravesaban el foso solían contar con tuberías. No está claro si su misión sería permitir inundar algunos tramos del foso o contribuir al suministro de agua de la ciudad.
Apenas unos metros más allá llegamos a Edirne Kapı. La puerta de Adrianópolis, en tiempos de Constantinopla. Una vez más, solo nos ha llegado el recinto interior de la vieja muralla. Incluso la puerta parece haber sido modificada profundamente durante el periodo otomano, aunque buena parte de lo que hoy podemos ver es fruto de la restauración del siglo XX. La puerta fue abierta desde dentro, en la madrugada del 29 de mayo de 1453, por los jenízaros que habían traspasado la Quinta Puerta Militar. Esa misma tarde, sería utilizada por Mehmed II para hacer su entrada triunfal en la nueva capital de su imperio. Desde entonces, sería conocido como Fatih, el Conquistador.
Siguiendo hacia el norte, nos encontramos con una nueva brecha, esta vez de apenas 40 metros, para permitir el paso de la actual Edirnekapı Kavşağı. Al menos aquí había un semáforo, que nos permitió cruzar cómodamente. La autopista de circunvalación se separaba de los restos de la muralla y no sabíamos si, más adelante, habría posibilidad de volver a su lado. Decidimos continuar nuestro paseo por el interior del antiguo recinto.
Había leído que, en algunos lugares, era posible subir a la muralla. No fuimos capaces de dar con ninguna escalera habilitada. Incluso en los tramos con aspecto de haber sido restaurados recientemente, los accesos estaban clausurados, a veces de forma un tanto burda. En general, la sensación era de abandono. Quizá sea fruto de la desidia, o simplemente las autoridades locales no tienen demasiado interés en preservar y promover unos restos que, a sus ojos, no casan en el relato del moderno nacionalismo turco.
Varios recovecos de la muralla eran utilizados para almacenar los objetos más diversos. Otros, simplemente como basurero. Algunos tramos, ni tan siquiera existían y habían sido reemplazados por aparcamientos o campos de fútbol. Lo único positivo era estar al margen del Estambul más turístico y masificado. Mientras avanzábamos por Hoca Çakır Caddesi apenas nos cruzaríamos con dos o tres personas, todas ellas turcas, que nos miraban con gesto entre divertido y extrañado.
Finalmente llegamos a las inmediaciones del palacio de los Porfirogénetas. El único resto que ha sobrevivido del antiguo complejo palaciego de Blachernae y la última residencia de un emperador romano. En esta ocasión, la muralla había sido sustituida por un parque infantil y un merendero. El antiguo palacio, profundamente restaurado, se ha convertido en un museo dedicado a la cerámica, que debería haber sido el epílogo a nuestro recorrido por la muralla. Encontramos sus puertas cerradas.
Terminó así nuestro paseo de hora y media por los antiguos muros de Teodosio. Habría preferido realizar un recorrido completo de las murallas del lado de tierra y complementarlo con una visita a alguno de los pocos lugares en los que se conserva la mucho menos espectacular, pero sin duda también interesante, muralla del mar. Ni disponíamos del tiempo necesario, ni los días finales de un tórrido mes de julio parecían los más indicados para intentarlo. En cualquier caso, me separé de las murallas satisfecho. Por fin había cumplido un viejo sueño. Conocer de primera mano un lugar de indudable importancia, frente al que se desarrolló uno de los capítulos más dramáticos de la historia de Europa.
Para ampliar la información.
La Wikipedia contiene un largo y completo artículo sobre el lugar: https://es.wikipedia.org/wiki/Murallas_de_Constantinopla.
En inglés, muy interesante la web Istambul City Walls: https://istanbulcitywalls.ku.edu.tr/en/.
En el blog The Byzantine Legacy encontraremos una entrada sobre las murallas de Teodosio: https://www.thebyzantinelegacy.com/theodosian-walls.
Aunque contiene algún error al identificar las puertas, en GPSMyCity se puede encontrar un recorrido guiado por el muro: https://www.gpsmycity.com/tours/istanbul-city-walls-3072.html.
El blog de Ryan Murdock nos describe un recorrido parcial en https://ryanmurdock.com/2022/01/walking-the-theodosian-walls/.
En https://pbase.com/dosseman/istwalls hay una galería fotográfica muy completa sobre la muralla.
La web oficial del museo alojado en el palacio de los Porfirogénetas está en https://www.tekfursarayi.istanbul/en.
Quien esté interesado por la problemática de la conservación de las murallas puede ampliar la información en https://oxfordbyzantinesociety.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/02/report_land_walls_whs.pdf.
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