Recorriendo por última vez la senda A.
Como había podido comprobar en mis dos anteriores visitas al área geotermal, apenas separadas por 17 meses, Gunnuhver es un lugar cambiante. Algo que, por otra parte, es relativamente común en Islandia. Su joven y voluble terreno hacen que la estabilidad geológica a la que estamos acostumbrados en la mayor parte del mundo aquí sea una rareza. La corteza se desgarra, la tierra tiembla, los géiseres nacen y mueren, los volcanes recrecen la isla y la erosión lima continuamente su áspero paisaje. Sin ser tan espectaculares, los cambios en Gunnuhver también son evidentes. La vieja charca geotermal de las leyendas se convirtió, a raíz de un terremoto, en el volcán de lodo más grande de Islandia. Para regresar de nuevo a su estado original, esta vez sin motivo aparente. Devorando por el camino la antigua pasarela que permitía acercarse hasta su borde.
Apreciar Gunnuhver es relativamente complicado. Por una parte, no hay ningún emplazamiento elevado desde el que se pueda tener una perspectiva general del lugar. Por otra, está estrictamente prohibido salirse de los caminos marcados. Además de ser peligroso, pues habitualmente la temperatura del terreno puede superar los 80 grados, el suelo es muy frágil. Cualquier pisada deja una huella que puede tardar siglos en desaparecer. Por tanto, me pareció una buena idea intentar verlo desde el cielo con un dron.
Con lo que no contaba era con el fuerte viento, que aquí también hizo acto de presencia. Una vez más, volar el dron en su contra era tan lento como complicado, además de conllevar un gran gasto de batería. A pesar de las dificultades, logré sobrevolar durante unos minutos la zona y el gran cráter, situado apenas unos metros al norte de la charca, cuyo borde se adivina desde la pasarela de madera. En cambio, no he logrado averiguar si el cráter, con 25 metros de diámetro, guarda alguna relación con el desaparecido volcán de lodo. Encontrar información fiable de Gunnuhver es más difícil de lo que parece.
En cualquier caso, Gunnuhver estaba tan activo como lo recordaba, con un enorme penacho de vapor manando continuamente de sus hirvientes aguas. El viento lo arrastraba hacia el sur con tanta fuerza, que apenas lograba levantarse del suelo. Gasté la segunda batería del dron luchando contra el vendaval, sin lograr grabar más que un puñado de tomas, que no cumplieron mis expectativas.
Mi última parada del día, y en realidad de todo el viaje, estaba apenas unos metros más allá, en las inmediaciones del faro de Reykjanes, donde tenía pensado volar por última vez el dron, gastando la tercera y última de las baterías. Al final cambié de idea. El viento seguía soplando desde el norte, en dirección al mar, con tanta fuerza que temí perder el dron. Después de haber logrado que, mal que bien, sobreviviera a dos excursiones al volcán, me pareció una lástima arriesgarme a perderlo en un lugar al que, en cualquier caso, tarde o temprano acabaría regresando.
Vendavales aparte, hacía un día espléndido. Me atrevería a decir que demasiado espléndido. El sol brillaba con una fuerza inusitada, mientras el mar permanecía extrañamente calmado. Nunca recordaba haber visto unas aguas tan serenas en la costa de Islandia. Una lástima, pues me hubiera gustado despedirme de la isla con un mar embravecido, como el que había disfrutado en el mismo lugar durante mi visita en el invierno de 2019. Al emprender el regreso hacia el hotel, no pude evitar sentir una punzada de decepción.
Terminaba así mi viaje imprevisto a Islandia. Tan imprevisto como el volcán que lo provocó. Un viaje extraño, pues en contra de lo que suelo hacer cuando viajo a la isla, apenas me moví con el coche. Con la única excepción de una breve excursión hacia el sur, provocada por mi deseo de buscar cierta tranquilidad y huir de la avalancha de visitantes que acudía a Geldingadalir cada fin de semana, acabé durmiendo casi todas las noches en Keflavik. Una localidad sin mayor interés, aparte de ser el lugar más cercano al volcán con una oferta hotelera aceptable. Al menos fuera de temporada.
A pesar de un final un tanto decepcionante, el viaje acabó superando mis mejores expectativas. Ni en mis mejores sueños pensaba que, viajando a Islandia a principios de primavera, sería capaz de cumplir con creces mi objetivo principal: contemplar de cerca un volcán en erupción. Había planificado tres excursiones a Geldingadalir, con la idea de que al menos una se vería frustrada por la inclemente meteorología de la isla, o por los caprichos del propio volcán. Logré hacer cuatro. Al final, la aventura más complicada fue lograr llegar a la isla en medio de una pandemia. Y regresar.
Volcán de Geldingadalir: https://depuertoenpuerto.com/category/europa/escandinavia/islandia/reykjanes/geldingadalir/.
Gunnuhver: https://depuertoenpuerto.com/gunnuhver/.
Reykjanestá: https://depuertoenpuerto.com/reykjanesta/.
En https://depuertoenpuerto.com/un-viaje-imprevisto-a-reykjanes/ se puede ver el itinerario completo de mi viaje en abril de 2021.
En inglés, quien esté interesado por la geología de Reykjanes puede visitar el interesante blog Volcano Cafe: https://www.volcanocafe.org/a-reykjanes-story/.
La página del geoparque de Reykjanes está en https://reykjanesgeopark.is.
En https://www.visitreykjanes.is/en se puede encontrar la web oficial de turismo de la península.
En Geostrum hay una breve entrada sobre Gunnuhver: https://geosturm.com/gunnuhver/.
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