La Aljafería «peca» del mismo mal. Un lugar con una historia rica y complicada, declarado Patrimonio de la Humanidad, que sin embargo pasa casi inadvertido. Ya sé que es difícil competir con el deslumbrante legado arquitectónico que nos dejaron los árabes en el sur de la península. Pero es precisamente su ubicación, cerca del límite septentrional del mundo islámico ibérico, y la época en que fue construido, de la que apenas nos han llegado otros vestigios, lo que hace del palacio de la Aljafería un lugar excepcional.
Sus orígenes se difuminan entre la bruma de la historia. La parte más antigua del complejo, que hoy conocemos como torre del Trovador, procede de una fecha indeterminada, que algunos historiadores sitúan a finales del siglo IX, mientras otros la atrasan hasta la segunda mitad del X. Tampoco parece haber acuerdo sobre su altura inicial. Hay quien sostiene que sus 5 plantas actuales son todas originales y quien afirma que la torre inicialmente solo constaba de 3 niveles, siendo los demás un añadido. Por tanto, desconocemos quién la ordenó levantar y porqué motivo. Únicamente sabemos que fue construida en una época confusa y llena de cambios.
Zaragoza fue, desde los comienzos de la conquista islámica, el baluarte septentrional de los dominios árabes en la península ibérica. Un lugar alejado de Córdoba, pero fundamental para articular la defensa, tanto del fértil valle del Ebro, como de las tierras meridionales que constituían el corazón de Al-Andalus. Dicha defensa acabó estructurándose en una serie de «marcas», siguiendo el modelo de la frontera entre el Califato y el Imperio Romano de Oriente. Tras diversas vicisitudes y la caída en desgracia de los poderosos Banu Qasi, que llegaron a formar un reino virtualmente independiente, la Marca Superior acabó siendo gobernada por los Tuyibíes. Un clan de origen yemení, que inicialmente actuaba en nombre del poder cordobés. Tras el desmoronamiento de éste, en el año 1018 Múndir I comenzó a acuñar moneda. Había nacido la Taifa de Zaragoza.
Apenas tardarían 21 años en ser reemplazados por otro clan de origen yemení: los Banu Hud. Sería Al-Muqtádir, el tercer hudí que reinó en Zaragoza, quien ordenaría levantar la Aljafería como un palacio de verano, extramuros de la ciudad. Aunque también era una fortaleza, con gruesos muros y torreones aislando el pequeño paraíso interior del inclemente mundo exterior. Todo indica que la Aljafería fue construida entre los años 1065 y 1081. Con Al-Muqtádir la taifa alcanzó su mayor esplendor político. Logró detener el avance aragonés, retomando Barbastro, que había sido perdida frente a una cruzada en 1064. También conquistó varias taifas menores en Levante, extendiendo sus dominios, directa o indirectamente, hasta más allá de Denia.
En el plano cultural, el cenit llegaría con Yúsuf al-Mutaman, su hijo. Un rey erudito, que continuó la labor de mecenazgo de su padre, creando en su corte un refugio para todos aquellos intelectuales musulmanes que huían de la intransigencia almorávide. Amante de las artes, la filosofía y las ciencias, fue un brillante matemático. Escribió un tratado (Libro de la perfección y de las apariciones ópticas) donde recogía tanto conocimientos de los griegos clásicos, como los posteriores avances árabes. Y en el que aparece por primera vez la demostración del teorema de Ceva, que sería «descubierto» en el Occidente cristiano en 1678.
Pero los vientos estaban cambiando. En 1085, el mismo año en que fallecía Yúsuf al-Mutaman, caía Toledo, la antigua capital de la Marca Media. Zaragoza quedaba prácticamente aislada, en un remoto confín de un mundo que se empequeñecía inexorablemente. En 1110 los mismos almorávides que, por mera utilidad, habían respetado la independencia de la taifa, deciden poner fin a su existencia. Aunque, precisamente por su lejanía del poder central, Zaragoza siguió siendo un refugio para los pensadores musulmanes. Como el poeta Ibn Jafaya, o el filósofo Ibn Bayyah. Bajo Ibn Tifilwit, su último gobernador musulmán, la Aljafería volvió a resplandecer como foco de cultura.
Fue su canto del cisne. Ibn Tifilwit murió en 1117. Los almorávides no tuvieron ocasión de nombrar un nuevo gobernador. Al año siguiente, tras seis meses de asedio, entraba en la ciudad Alfonso I el Batallador. La Aljafería se convirtió en el palacio de los reyes de Aragón. Inicialmente, apenas sufre alteraciones. Sería Pedro IV el Ceremonioso quien, en 1336, ordena edificar la iglesia de San Martín. También hace construir nuevas salas, al norte del palacio musulmán. Nace así el palacio mudéjar, que apenas altera la estructura preexistente.
La siguiente expansión llegaría con Fernando II el Católico. Entre 1488 y 1495 se superpone un nivel al ala norte del palacio árabe, alterando las partes altas de éste. Por ejemplo, fue destruida la cúpula de la mezquita. Afortunadamente, el resto del recinto apenas sufrió modificaciones. La reforma aunó elementos cristianos, como los arcos góticos, con otros de origen musulmán, pues en ella participaron numerosos artesanos moriscos. Con su finalización, la Aljafería alcanzaría su máximo esplendor arquitectónico.
Una vez más, al esplendor le sucedió la decadencia. La unión entre las coronas relegó Zaragoza a un papel secundario. Los Reyes Católicos jamás llegaron a habitar en la Aljafería. Ya en 1486 comienza a utilizarse una parte del palacio como sede de la Inquisición. En una fecha indeterminada, pero no muy lejana, la torre del Trovador debió convertirse en prisión del Santo Oficio.
En esa torre sería encarcelado Antonio Pérez, cuando intentaba huir de Felipe II aprovechando su supuesta condición de aragonés. El rey decidió saltarse los fueros del reino, utilizando para ello a la Inquisición, que acusó al antiguo secretario real de herejía. La situación se fue complicando, hasta que una multitud se dirigió a la Aljafería, donde logró liberar a Pérez. Tras restablecer el orden y hacer decapitar al Justicia de Aragón, Felipe II ordenó reforzar las defensas del palacio. Nacieron entonces los fosos, se construyeron alojamientos en los lienzos este y sur y se levantó una nueva defensa exterior, con muros y baluartes de corte renacentista.
La función militar desbancó completamente a la palaciega. En 1705, durante la guerra de Sucesión Española, sirve de alojamiento a dos compañías francesas. Al año siguiente, la Inquisición traslada su tribunal a la plaza del Carmen. Aunque no lo sabemos con certeza, una parte del edificio debió quedar abandonada. En 1772 sufre una nueva reforma, aumentando su capacidad como cuartel. Durante los Sitios de Zaragoza, fue utilizado como prisión y cuartel general por los asediados, bombardeado por los franceses y sirvió de alojamiento a las tropas de ambos ejércitos, según iba cambiando de manos. Entre sus muros capitularían las últimas tropas francesas en Zaragoza, el 2 de agosto de 1813. Resulta asombroso que, tras las Guerras Napoleónicas, aún quedara algo en pie.
Los primeros tímidos intentos de restauración, a mediados del siglo XIX, se vieron frustrados cuando el edificio, que hasta entonces había formado parte del Patrimonio Real, pasa a depender del Ministerio de la Guerra. Los salones reales acabaron convertidos en depósitos de armas, la mezquita en cocina. Tan solo la torre del Trovador mantuvo su anterior función, pues fue utilizada como calabozo. El nivel de destrucción fue tal, que es difícil saber si fue por simple ignorancia, o hubo algún otro motivo para tanto ensañamiento. Los pocos esfuerzos de preservación realizados se limitaron al traslado de algunas piezas al Museo Arqueológico Nacional, en Madrid, o al Museo de Zaragoza.
Habría que esperar a 1947 para que Francisco Íñiguez comenzara a trabajar en la restauración de la Aljafería. Tarea en la que no cejaría durante el resto de su vida, aunque buena parte de ésta se desarrolló fuera de Zaragoza. Hasta tal punto, que él mismo describió el palacio como «casi una obsesión», que le acompañaría hasta su fallecimiento en 1982. Su actuación en la Aljafería no está exenta de polémica, pues sus métodos quizá no fueron los más adecuados. Sobre todo si nos atenemos a los criterios más modernos. Pero es inevitable reconocer que sin su empeño y perseverancia, quizá la destrucción habría sido total. El palacio, intensamente reconstruido, que podemos visitar hoy, es principalmente fruto de los esfuerzos de Íñiguez.
Recuerdo haber visto la Aljafería, precisamente en aquel año, mientras hacía el servicio militar en Zaragoza. Desde fuera, parecía un lugar sucio y descuidado, rodeado por un descampado yermo y destartalado. Para el profano, aquello tenía más aspecto de una cárcel abandonada que de un Monumento Nacional de Interés Histórico-Artístico. La pomposa calificación que tenía desde 1931.
En 1980 el Ayuntamiento de Zaragoza logró hacerse con la propiedad del palacio y los solares adyacentes. Tres años más tarde, se decide la instalación del Parlamento Autónomo Aragonés en el Palacio de la Aljafería. El acuerdo entre el ayuntamiento y las Cortes de Aragón supuso el empujón definitivo a la restauración del palacio, que estaría finalizada en 1998. En 2001 la restauración recibiría el premio Europa Nostra. Al año siguiente, el palacio sería declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.
En 2024 la casualidad me llevaba de nuevo a las proximidades de la Aljafería. Me prometí que, esta vez, no regresaría de Zaragoza sin visitar el palacio. Tras un primer paseo por su patio principal y alrededor del perímetro exterior, decidí realizar la visita guiada al interior. Un grupo pequeño, una guía apasionada y la magia de un lugar que, por fin, lograba visitar, hicieron que la hora del recorrido pasara en un suspiro. Más allá de su indudable interés, la Aljafería me pareció una perfecta metáfora de la falta de cariño con la que, durante demasiados siglos, este país ha maltratado su espléndido patrimonio histórico. Un patrimonio tan rico y tan variado que, a pesar de la desidia y los expolios, sigue siendo deslumbrante. Por fortuna, parece que finalmente estamos aprendiendo a cuidarlo y apreciarlo.
If you see this after your page is loaded completely, leafletJS files are missing.
Para ampliar la información.
La página oficial de las Cortes de Aragón tiene una sección dedicada a la Aljafería: https://www.cortesaragon.es/Aljaferia.2208.0.html
Muy recomendables las enciclopédicas entradas de Guadalupe Ferrández en su blog El Viaje de la Libélula: https://www.elviajedelalibelula.com/single-post/2019/10/26/la-aljafer%C3%ADa-qasr-al-sur%C3%BBr-el-palacio-de-la-alegr%C3%ADa-restos-del-palacio-taifal-zaragoza y https://www.elviajedelalibelula.com/single-post/la-aljafer%C3%ADa-palacio-mud%C3%A9jar-y-palacio-de-los-reyes-cat%C3%B3licos.
La web Historia de Aragón tiene varios artículos de Santiago Navascués sobre la historia de la Marca Media. Encontrarás el primero en https://historiaragon.com/2016/07/16/la-marca-superior-tierra-de-frontera/.
Muy interesante el PDF sobre el mismo tema en https://revistas.uca.es/index.php/aam/article/view/7867/7823.
Muy interesante y …muy diferente a lo habitual.
He estado creo que tres veces en Zaragoza y siempre muy de paso. La próxima vez me tomaré el tiempo de visitarlo
Hazlo, si tienes ocasión. Un lugar muy interesante.