Desembarqué del Kong Harald en una fría noche de invierno, sin tener ningún plan concreto, más allá de una reserva en el único hotel del lugar y un par de opciones para regresar a Tromsø al día siguiente. En realidad, mi visita a Skjervøy era fruto de un error de planificación. Sabía que la isla era famosa por sus orcas y ballenas jorobadas, estaba bien comunicada con Tromsø y tenía un hotel. Me pareció el lugar perfecto para acabar mi periplo invernal de 2020. Y así quedó, como última etapa de un itinerario que iba planificando lentamente, como suelo hacer con los viajes que realmente disfruto.
Cuando le llegó el turno a Skjervøy, apenas faltaban unos días para el comienzo del viaje. En ese momento, descubrí que a finales de febrero habría terminado la temporada de avistamiento de cetáceos. Mis opciones eran quedarme un día más en Tromsø o mantener la excursión a Skjervøy, improvisando sobre el terreno. Lo cual, viajando al Ártico en pleno invierno, no es lo más aconsejable. Sin embargo, fue lo que acabé haciendo. La improvisación llegó al extremo de que, según viajaba entre Harstad y Tromsø, decidí cambiar la forma de llegar a la isla. Había pensado hacer transbordo en Tromsø y llegar a Skjervøy en un ferry rápido. Al final, prolongué en una escala mi viaje en el Kong Harald. Respecto al regreso a Tromsø, lo decidiría una vez en la isla.
Tras dejar el equipaje en el hotel, salí a dar una vuelta, con la esperanza de lograr ver otra aurora boreal. No tardé en comprobar que, a pesar del cielo raso, iba a ser complicado. El alumbrado público, al reflejarse en la nieve, creaba una cantidad asombrosa de contaminación lumínica. Podía haber intentado alejarme del pueblo, pero hacía un frío intenso y tampoco conocía el lugar. Tras dar un paseo por sus desiertas calles, decidí que lo mejor sería irme a dormir y reservar fuerzas para la siguiente jornada.
Desperté a las seis y media. En realidad, me despertó la luz que comenzaba a entrar por la ventana de mi habitación. Aunque había nevado débilmente durante la noche, la mañana era asombrosamente serena. El cielo apenas tenía nubes y una franja rojiza comenzaba a aparecer más allá del fiordo de Kvænangen. La ausencia de viento hacía que los -4 grados de temperatura fuesen perfectamente soportables. Tras desayunar salí a pasear, justo en el momento en que zarpaba el fast-ferry que une Skjervøy con Tromsø. En cualquier caso, durante la noche había cambiado al plan B y regresaría en autobús.
También sobre la marcha, había decidido aprovechar la espléndida mañana para dar un tranquilo paseo sin rumbo definido, mientras esperaba al autobús de las 13:30. Comencé andando hacia el amanecer, que daba sus últimas bocanadas en tanto el sol comenzaba a elevarse sobre las montañas nevadas, al este del fiordo. Mi plan era buscar la senda que llevaba hasta Engnes, el extremo septentrional de la isla, donde parecía haber un buen panorama y algunas ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Pero no llegué muy lejos. La calle terminaba abruptamente, medio kilómetro al este del hotel. En un campo completamente cubierto de nieve, era imposible adivinar por dónde seguía el camino.
Regresé hacia el oeste, con la idea de intentar visitar la iglesia. Contra todo pronóstico la encontré abierta, aunque no pude entrar. Estaban preparándola para un funeral. Pero la persona que hacía las veces de sacristán me dijo que, si regresaba más tarde, dejarían su puerta abierta para que pudiera visitarla. Creo que le sorprendió encontrarse con un turista en esa época del año. Continué mi paseo por Skjervøy, mientras en la iglesia tocaban a difunto, tañendo su única campana.
Sin ser un pueblo especialmente hermoso, tengo que reconocer que Skjervøy logró sorprenderme. El lugar rezumaba paz por sus cuatro costados. Al contrario que los edificios industriales de la zona del puerto, buena parte de las viviendas mantenían la estética tradicional noruega, realzada por la nieve que cubría sus tejados. Todo en medio de un hermoso paisaje invernal, bañado por un tibio sol, que refulgía sobre la nieve.
Mi siguiente objetivo era la pequeña ensenada de Finneidet, en el lado oeste de la isla. En su parte más estrecha, Skjervøya no alcanza ni los 800 metros. Además, había un camino que llevaba hasta la costa occidental. El problema sería encontrarlo y tener la suerte de que fuera practicable. En cualquier caso, mientras lo buscaba podría disfrutar del hermoso paisaje nevado.
Tras varios intentos fallidos, finalmente di con la senda, señalizada por un poste que sobresalía de la nieve en las proximidades del lago Eidevannet. Lago que, por otra parte, tan solo pude identificar por su superficie perfectamente nivelada y desprovista de árboles, ya que estaba congelado y cubierto de nieve. Por su parte, la senda, que al principio era relativamente ancha, fue estrechándose poco a poco, hasta quedar reducida a una estrecha vereda, únicamente reconocible por la falta de vegetación y las huellas que habían dejado otros excursionistas.
Al final, no logré llegar a Finneidet. Tras aproximarse al mar, el sendero giraba hacia el sur, bordeando un pequeño acantilado. O eso decían los mapas, pues sobre el terreno era imposible distinguirlo. Tampoco me importó. La vista era tan espléndida como el día. El silencio y la sensación de soledad eran impresionantes. Al otro lado del mar, las laderas nevadas de tres islas, Arnøya, Laukøya y Kågen, se entremezclaban hasta bloquear el horizonte.
Pasé casi media hora inmóvil, hipnotizado por la belleza y serenidad del lugar, mientras una lejana ventisca levantaba la nieve de la cima del Sukkertoppen, en Arnøya. Entre tanto, las nubes jugaban con el sol, creando efímeros contrastes de luces y sombras en las inmaculadas laderas blancas. Sabía que ese era el punto final de mi viaje y me resistía a emprender el camino de vuelta. Desde allí, solo quedaba regresar, primero al hotel, luego a Tromsø y finalmente a Madrid. Pero no fue un momento triste. Al contrario, aquel era el mejor epílogo que podía haber imaginado para mi largo peregrinar hacia el Ártico.
Inicié el camino de vuelta al hotel, recorriendo las nevadas calles de Skjervøy. Con el avance de la mañana, la pequeña ciudad iba cobrando vida. Pero una vida un tanto peculiar, condicionada por su duro entorno. Había quien se dedicaba a retirar la nieve acumulada frente a la fachada de su casa. Algunos a paladas, pero otros con métodos más modernos. Varios peatones utilizaban unos curiosos trineos de mano, con los que se ayudaban a mantener el equilibrio sobre las resbaladizas aceras. Mientras, los vehículos se movían a cámara lenta, extremando las precauciones ante la imposibilidad de frenar bruscamente.
En fecha tan tardía como 1662 la población de Skjervøy estaba compuesta por una persona. En concreto, el sacerdote de su iglesia. Ese año, se estableció en el lugar Christen Michelsen Heggelund, un comerciante originario de Bergen. En pocos años, logró convertir Skjervøy en el centro del comercio ártico noruego. Una posición que mantuvo durante un siglo, hasta la fundación de Tromsø y Hammerfest. En el proceso, Heggelund se hizo inmensamente rico, hasta el punto de ser conocido como «el rey de Skjervøy». Una leyenda local afirma que parte de su fortuna quedó oculta, enterrada en algún lugar de la isla. Skjervøy ha perdido gran parte de su importancia comercial. Por contra, se ha convertido en el principal centro de la acuicultura en el norte de Noruega, actividad que complementa con un incipiente turismo.
Finalmente, mi paseo me llevó frente a la iglesia, donde el sacristán había cumplido su palabra. Me encontré la puerta abierta de par en par. Su interior era tan cálido y acogedor como esperaba. Nadie sabe cuándo se edificó la primera iglesia en el lugar, aunque hay constancia documental de que ya existía en 1589. Tampoco esta claro si fue ese edificó el que seguía en pie en 1727, cuando se levantó la iglesia actual, tanto para atender a los noruegos de la zona, como para facilitar la asimilación de los pueblos finés y sami. Fue ampliada varias veces a lo largo del siglo XVIII. La restauración de mediados del siglo XX estuvo centrada en devolver a la iglesia su aspecto de finales del XVIII. De su interior, lo más destacado es el retablo, creado en 1664 y trasladado desde el anterior templo. Por contra, el púlpito fue construido en el siglo XVIII.
La iglesia de Skjervøy ocupó un papel relevante en uno de los últimos episodios violentos de la historia de Noruega, la rebelión Kautokeino, que tuvo su semilla en su interior. Durante el verano de 1851, un grupo de sami nómadas organizó un gran alboroto durante una ceremonia religiosa, impidiendo que el pastor diera el sermón. El resultado fue el arresto de 22 personas de la localidad de Kautokeino, en el interior, a las que además impusieron cuantiosas multas. En noviembre del año siguiente, las mismas personas protagonizaron el único incidente conocido entre noruegos y samis con victimas mortales.
Tras visitar la iglesia, se acercaba el momento de emprender el regreso a Tromsø. Recogí mi equipaje y subí al autobús, que esperaba la hora de partir en la blanca explanada frente al hotel. Finalizaba así mi estancia en Skjervøy. Una excursión que, pese a la brevedad y la improvisación, acabó dando de sí mucho más de lo que cabía esperar. No logré ver orcas ni ballenas, pero la espléndida mañana, paseando tranquilamente por un precioso paisaje completamente nevado, en una jornada impropia del invierno ártico, fue el colofón perfecto para mi largo viaje hacia el norte.
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El «culpable» de mi visita a Skjervøy fue un video de Arturo de Frías: https://youtu.be/rsSZj87iakc.
En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.
En inglés, la página oficial del municipio está en https://skjervoy.kommune.no/tourist-information.482391.no.html.
Me alojé en el Hotel Martitim. Se puede encontrar su web en https://hotell-maritim.no/en/home/.
La web de arquitectura de la Universidad de Tromsø tiene una sección sobre Skjervøy: https://arkitekturguide.uit.no/collections/show/27.
Quien quiera profundizar en la historia de la Rebelión Kautokeino, puede visitar http://www.laits.utexas.edu/sami/dieda/hist/kautokeino.htm.
Fantástico artículo y preciosas fotos. ¡Muchas gracias!
Llegué hasta aquí buscando información sobre Skjervøy porque estoy buscando un puerto del Hurtigruten que merezca la pena para permanecer algo de tiempo, y me ha encantado tu reportaje.
Enhorabuena ¡y un saludo!
Muchas gracias Silvia. No dudes en preguntar si necesitas ayuda planificando tu viaje. Un saludo.
No cabe dudad que la nieve da un aspecto mágico a los paisajes y a los pueblos.
Gracias por compartir.
El Ártico es siempre un lugar mágico. Gracias por comentar.