Alquilar un velero es algo bastante menos romántico de lo que a priori se podría pensar. Más aún pretendiendo adentrarte en mar abierto. Lo primero es ir al supermercado. Hay que comprar comida, y sobre todo agua potable, para uno o dos días más de los que preveas estar en el mar. Por si acaso. Luego, un curso intensivo sobre el barco. Cómo funcionan el motor y los aparejos, las peculiaridades del instrumental de a bordo, etc. Y probar el uso de la radio, que acabará siendo el único vínculo con el mundo exterior. Tu vida puede acabar dependiendo de ella. Terminado el largo ritual, nos fuimos a cenar a tierra firme. Y luego a dormir. O al menos a intentarlo. Con tan solo una fina capa de fibra de vidrio, sin mucha capacidad de aislamiento acústico, entre nuestras cabezas y el mar, el sonido del chapoteo del agua era incesante.
La «ventaja» de dormir poco y mal fue que, al día siguiente, estábamos listos para zarpar con las primeras luces del alba. Salimos del puerto a motor y, tan pronto como dejamos atrás la bocana, izamos las velas. Una suave brisa del norte comenzó a empujarnos rumbo a África. Para alguien que no lo haya experimentado en primera persona, es difícil imaginar la sensación de libertad que se siente navegando a vela. Sin depender de una máquina y de un depósito de combustible, parece posible llegar a cualquier mar del planeta. Hasta que la brisa desapareció completamente, dejándonos prácticamente inmóviles en medio de una de las rutas de navegación más transitadas del Mediterráneo. No quedó más remedio que volver a arrancar el motor. La calma fue el anticipo de un pequeño temporal, que nos alcanzó cerca del cabo de Tres Forcas. Acabamos llegando a Melilla de noche. Según atravesábamos la bocana, varios coches de la Guardia Civil se aproximaban rápidamente por el muelle. La situación parecía un tanto extraña. Desde el puerto nos indicaron dónde debíamos atracar y los agentes se limitaron a comprobar nuestra identidad y darnos las buenas noches. Cansados y sin tener muy claro a qué venía tanto revuelo, nos fuimos a dormir. O al menos a intentarlo.
El enigma se desveló tras el siguiente amanecer. Sin saberlo, habíamos coincidido con la segunda edición de la Regata Entreculturas. Al vernos llegar, pensaron que éramos el primer velero que realizaba la singladura desde Cartagena. Resuelto el equívoco, tocaba cambiar de amarre. Estábamos en un muelle reservado para las embarcaciones de la regata, que debían llegar a lo largo de la mañana. El problema era que no quedaba ningún lugar libre en el puerto. Además, como habíamos podido comprobar durante el cursillo intensivo en Benalmádena, el motor del ancla no acababa de funcionar correctamente. La opción de fondear fuera del puerto estaba totalmente descartada. Tras varias conversaciones por radio, finalmente nos permitieron atracar en un pantalán del Real Club Marítimo de Melilla, a un paso del centro de la ciudad. Perfecto para explorarla.
Melilla es la antigua Rusadir de los fenicios, fundada en algún momento del siglo VIII AEC. La ciudad fue pasando de mano en mano, entre los diversos imperios que dominaron el extremo occidental del Mediterráneo. Durante un breve periodo del siglo XI, incluso llegó a encabezar una taifa independiente. Aunque no tardó en volver a ser una dependencia del nuevo poder emergente en el Magreb. En este caso los almorávides. En 1494 la ciudad se rebeló contra el sultán de Fez. Acabó siendo devastada y completamente abandonada. Tres años más tarde, llegaría a sus costas Pedro de Estopiñán y Virués, quien se hizo con la plaza sin encontrar la menor resistencia. Melilla se incorporó a la Corona de Castilla.
La fortificación de la ciudad comenzó de inmediato. Así como los ataques musulmanes. Al principio, Melilla ocupaba todo el espacio que hoy se conoce como «Villa Vieja», también correspondiente a los tres primeros recintos fortificados. Entre 1525 y 1526 se produce un repliegue hacia el antiguo castillo, en lo que hoy conocemos como primer recinto fortificado, o «Villa Nueva». El principal motivo fue el cambio de política de Carlos V, más preocupado por sus compromisos imperiales que por la difusa frontera castellana en el norte de África. En 1527 llega a la ciudad el ingeniero Gabriele Tadino di Martinengo, con el encargo de reforzar las defensas del antiguo castillo. Los trabajos se prolongaron durante décadas, sucediéndose diversos ingenieros hasta que, en 1556, el primer recinto alcanzaba la forma que conocemos actualmente.
A partir de ese momento, Melilla pasará por épocas de prosperidad y de crisis, al albur de la situación interna en Marruecos y de los intereses norteafricanos de España. Logra un precario control sobre su hinterland durante el reinado de Felipe II, para perderlo con Felipe III. Se construyen bastiones en la periferia, que son conquistados por los marroquíes. Hay asedios, periodos de paz, bloqueos y cabalgadas. En 1687 llega a morir en combate el gobernador de la plaza y al año siguiente, ante la imposibilidad de mantenerlas, se decide demoler todas las fortificaciones exteriores. Con el siglo XVIII vuelve un periodo de expansión, que culmina en el asedio de 1774 – 1775. Varios tratados de paz y amistad y la guerra de 1859 – 1860 desembocan en el tratado de Wad-Ras, por el que se fijaron los límites actuales de la ciudad. Para establecerlos, se utilizó un cañón, conocido como «El Caminante», ubicado en el fuerte de Victoria Grande. La bala cayó a 3.060 metros de distancia. Con esa referencia, se trazó el perímetro fronterizo, haciendo un quiebro, al sur del actual paso fronterizo de Farjana, para dejar un cementerio musulmán en el lado marroquí.
En 1902, Francia ofrece a España repartirse Marruecos en áreas de influencia. En 1912 se establecen dos zonas de protectorado y España se hace con el control del norte de Marruecos, a excepción de Tánger, que queda bajo administración internacional. La ocupación efectiva del territorio asignado a España no fue fácil y acabó degenerando en otra guerra y en el desastre de Annual, que incluso hizo temer por la pérdida de Melilla. El control efectivo del territorio llegaría en 1927, dos años después del desembarco de Alhucemas. Mientras tanto, la ciudad vive un periodo de esplendor, materializado en lo que se ha denominado el «modernismo melillense».
El movimiento modernista llegó a Melilla de la mano de Enrique Nieto y Nieto. Un arquitecto barcelonés, nacido en 1880 y que colaboró en alguno de los proyectos de Gaudí, como La Pedrera. Nieto se trasladó a Melilla en 1909 y permaneció en la ciudad hasta su muerte en 1954, llegando a ser nombrado arquitecto municipal. Acabó desarrollando un estilo propio, en el que introdujo elementos historicistas y art decó, para terminar derivando hacia el racionalismo. Diseñó viviendas, grandes almacenes, una mezquita, un teatro y el edificio en el que actualmente se ubica la Asamblea de Melilla.
Junto con otros arquitectos, entre los que destaca Emilio Alzugaray, acabaría creando el segundo mayor conjunto de edificios modernistas de España, tan solo por detrás de Barcelona. Aunque las condiciones económicas no eran comparables a las de una Ciudad Condal con su rica burguesía, enriquecida por la industria textil y la política arancelaria de finales del siglo XIX. Los edificios de Melilla son mucho más modestos y carecen del genio creativo de figuras como Antoni Gaudí o Lluís Domènech i Montaner. Aún así, hay algunos realmente interesantes y forman un curioso contrapunto a la parte más antigua de la ciudad.
Después de una guerra civil que comenzó en Melilla un día antes que en el resto de España, el fin del protectorado en Marruecos supuso el regreso a las fronteras de 1860. Límites que, en realidad, nunca habían cambiado, pues la ciudad se mantuvo como una plaza de soberanía, distinta del Marruecos español. Pero Melilla volvía a tener una relación errática con su hinterland, que sigue a fecha de hoy. Y que, en la época de nuestra visita, era una presencia difusa, flotando en el ambiente. La ciudad parecía vivir en un tiempo prestado, bajo la amenaza de que un nuevo cambio en la situación geoestratégica acabe dando a Marruecos la ocasión de ocuparla. Nada nuevo, en los últimos cinco siglos.
Tras otra noche de sueño ligero, al día siguiente emprendimos el regreso a la península. Salimos de Melilla con viento del nordeste, perfecto para navegar de ceñida. Avanzábamos hacia el norte, rozando los 12 nudos, mientras el barco escoraba y las olas lamían su costado. Según Melilla iba quedando atrás, nos cruzábamos con dos pesqueros marroquíes, acompañados por una nutrida escolta de gaviotas. Cuando parecía que aquello no podía mejorar, aparecieron un par de delfines, que pasaron un buen rato jugando con nuestra proa. El cielo salpicado de nubes, el viento fresco, la costa de África deslizándose a nuestro babor, el sonido del barco cortando la olas… He vivido momentos hermosos en el mar. Ninguno como aquel.
Entretenidos con el espectáculo, llegamos frente al cabo de Tres Forcas en lo que nos pareció un suspiro. Conocido en Marruecos como Raʾs Thalātha Madari, es la punta de un promontorio que se adentra unos 12 kilómetros en las aguas del Mediterráneo. Sobre el cabo, se levanta el hermoso edificio del faro. Aunque se hizo un primer intento en 1909, el faro actual fue construido entre 1925 y 1927, cuando la zona formaba parte del protectorado español en Marruecos. La torre tiene una altura de 23 metros y su plano focal está a 112 metros sobre el nivel del mar.
Superado el faro, en lugar de regresar directamente a Benalmádena decidimos dar un rodeo por la isla de Alborán, que da nombre al brazo del Mediterráneo que se extiende entre el estrecho de Gibraltar y el cabo de Gata. Alborán apenas supera las siete hectáreas de superficie, con una altitud máxima de 15 metros. Su nombre parece proceder de un pirata tunecino, apodado Al-Borany, que la utilizó como base para sus correrías. En 1540 tuvo lugar en sus aguas una batalla naval, entre una escuadra capitaneada por Bernardino de Mendoza y una flota de corsarios berberiscos. Tras la victoria, Mendoza tomó posesión de la isla en nombre de Carlos V.
En cualquier caso, la isla permaneció deshabitada, hasta que en 1869 comenzó la construcción del actual faro, que se prolongó durante 7 años. En 1907 la mujer de un farero daría a luz una niña, Mercedes Martínez Marín, que acabaría siendo la única persona nacida en Alborán de la que tenemos constancia histórica. El faro se automatizó 59 años más tarde y la isla volvió a quedar deshabitada, salvo por la presencia ocasional de algún destacamento militar. En 1997 las disputas territoriales con Marruecos provocaron el posicionamiento de una guarnición permanente. Además del faro, Alborán cuenta con un pequeño puerto y varios edificios para dar servicio al destacamento. Nuestro plan era intentar desembarcar en la isla, aunque fuera fugazmente. Plan que no tardó en frustrarse. Cuando pedimos permiso por radio, nos remitieron a la comandancia de Málaga. En pleno puente del Pilar, una forma como otra cualquiera de decirnos no.
Llegamos a Benalmádena de noche. Tan cansados que, por fin, conseguimos dormir bien. Afortunadamente, pues al día siguiente nos esperaba un largo viaje en coche, de vuelta a Madrid. Terminó así nuestro breve periplo a Melilla. Si, normalmente, los viajes tienen la virtud de dilatar el tiempo, los poco más de tres días que pasamos a bordo del Diosa Astarte acabaron pareciéndonos una prolongada expedición, en la que vivimos momentos complicados, junto a otros de excepcional belleza. Todo ello, mientras visitábamos una de las ciudades más interesantes y a la vez menos conocidas de España.
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Para ampliar la información.
Peor le fue al Diosa Astarte, que en 2016 acabó siendo utilizado para un asunto bastante turbio: https://svahistoria.blogspot.com/2016/03/detencion-del-velero-diosa-astarte.html.
La web oficial de turismo de Melilla está en https://melillaturismo.com/.
La de su Real Club Marítimo, donde tan bien se portaron con nosotros, en https://www.realclubmaritimomelilla.es/clmar/.
La revista Traveler tiene un buen artículo sobre la Melilla modernista: https://www.traveler.es/articulos/la-melilla-modernista-de-enrique-nieto.
También es recomendable visitar la página Melilla Monumental: https://melillamonumental.es/.
Si te interesa la evolución histórica de la ciudad, puedes descargar un largo PDF en https://www.academia.edu/4511311/Cartograf%C3%ADa_hist%C3%B3rica_de_Melilla.
En https://www.puertodemelilla.es/images/informacion/publicaciones/faros_espanoles_en_el_norte_de_africa.pdf puedes descargar un PDF sobre los faros españoles en el norte de África, que incluye información sobre los de Melilla y Tres Forcas.
En https://vueltaibericafaros.blogspot.com/2019/02/e6778-faro-de-tres-forcas.html visitan este último por tierra.
Por último, en https://armada.defensa.gob.es/archivo/rgm/2017/04/rgmnov042017cap04.pdf encontrarás una breve historia de la isla de Alborán.
Bonita aventura y muy bien narrada. Saludos,
Muchas gracias Alfonso.