Me pide un buen amigo que escriba unas palabras sobre Islandia. Unas 300. Que iluso, como si fuera posible condensar Islandia en unas cuantas frases. En cualquier caso, lo intentaré. La respuesta parece sencilla. Islandia es una isla en el norte del océano Atlántico, con aproximadamente 103.000 km² de superficie, habitados según escribo estas líneas por unas 305.000 personas, que en su mayor parte viven en Reikiavik, la capital, y su periferia inmediata. Pero algo me dice que no es esta la respuesta que busca mi amigo. En ese caso, le habría bastado con consultar la Wikipedia. Así que, sin tener claro qué pretende con su solicitud, intentaré contestarle con lo que, para mí, es Islandia. Quizá sea esto lo que realmente le interesa, aunque obtendrá una visión tan personal como sesgada, seguramente distinta de aquella que pueda darle uno de sus escasos habitantes o cualquiera de sus numerosos visitantes.

El 26 de agosto, desde la senda C

Desde la senda C.

Es fácil caer en tópicos al hablar de Islandia. La tierra de hielo y fuego, la isla de las 10.000 cascadas . . . Para bien o para mal, Islandia se ha convertido, desde hace años, en uno de los destinos turísticos de moda. ¿Quién no querría ver un géiser en acción, observar la irresistible fuerza de un volcán o sentir la extraña atmósfera de un campo geotermal? ¿Alguien puede ser indiferente a caminar por una dorsal oceánica, sabiendo que lentamente, bajo sus pies, dos continentes se van separando milímetro a milímetro? ¿Cómo no sentirse atraído por paisajes primigenios, que parecen estampas de la remota era en que se formó nuestro planeta?

Sendero en Almannagjá.

Pero Islandia es mucho más que caminar por la senda que recorre Almannagjá, dar un grito de sorpresa ante una súbita erupción de Strokkur o hacerse una foto posando ante Skógafoss. Como en muchos otros lugares del planeta, buena parte de sus visitantes busca poco más que experiencias rápidas, casi de usar y tirar. Tachar otra casilla en la lista de «lugares que ver antes de morir» y seguir su camino, en busca de la siguiente marca en su listado. He perdido la cuenta de la cantidad de veces que, estando contemplando tranquilamente un paisaje, observando el comportamiento de un grupo de aves o esperando pacientemente una hermosa puesta de sol, ha llegado alguien en un coche, ha descendido de éste el tiempo justo para hacer una foto y ha seguido con su ruta. Personalmente, lo he agradecido, sobre todo en los viajes que realizo en solitario. Pero ¿es eso conocer Islandia?

Charrán ártico sobre roca

Charrán ártico en el Reykjarfjörður.

Según redacto la anterior frase, recuerdo haber escrito una reflexión parecida sobre Venecia, mi otra gran pasión viajera. Cualquiera que me lea de vez en cuando sabrá que, en más de una ocasión, he comparado ambos lugares. Pero, ¿puede haber dos sitios más diferentes que Islandia y Venecia? Difícilmente, lo cual no impide que, en algunos aspectos fundamentales, sean muy parecidos. Ambos son extremadamente frágiles. Ambos rebosan de lugares fascinantes, hasta tal extremo que, en numerosas ocasiones, espacios que en cualquier otra parte serían considerados maravillas de obligada visita, acaban pasando casi desapercibidos. En ambos el turismo se concentra en lugares muy concretos, desdeñando en su mayor parte el espacio circundante. Y, sobre todo, ambos son complicados de conocer. Y cuando digo conocer, me refiero a un conocimiento real, profundo, mas allá de pasar por allí y hacer una foto «resultona» para subir a Instagram.

Amanecer invernal en Húsavík

Amanecer invernal en Húsavík.

Al igual que es imposible comprender Venecia sin conocer la historia de sus habitantes, tampoco se puede entender Islandia sin la de los suyos. Una historia que va mucho mas allá de los manidos tópicos de aguerridos vikingos y deforestaciones salvajes. Una historia que nos habla de una auténtica epopeya, protagonizada principalmente por granjeros, que atravesaron mares inhóspitos para llegar a un terreno desconocido y hostil, en el que buena parte del conocimiento previamente adquirido era prácticamente inútil. Contra todo pronóstico, los protagonistas del landnámsöld y sus descendientes lograron superar las numerosas dificultades, hasta conseguir crear la Islandia actual. Una sociedad con problemas, como todas, pero que se encuentra entre las más admiradas del mundo.

Vista desde la colina del teatro

Vista desde la «colina del teatro».

Y, sin embargo, una sociedad que vive en el filo de la navaja. No por posibles estallidos sociales o guerras más o menos lejanas. La auténtica amenaza para Islandia está bajo los pies de los islandeses. Una corteza mucho más fina de lo normal, situada sobre una zona del manto especialmente activa, crea las condiciones perfectas para un desastre que, tarde o temprano, llegará. No en forma de un volcán «amable», como el que hemos tenido la suerte de disfrutar recientemente en Geldingadalir. Ni de una erupción violenta pero breve, como la del 2010 en el Eyjafjallajökull. O en un lugar prácticamente inaccesible de las Tierras Altas, como la que creó Holuhraun en 2014.

Eldgjá y Ófærufoss

Eldgjá y Ófærufoss.

Me refiero a una erupción como la del Laki, en 1783, que expulsó la segunda mayor cantidad de lava a nivel global en el último milenio. O la de Eldgjá, en el 946, que creó un enorme cañón volcánico y dos campos de lava que, combinados, cubren 780 km². Ambas dieron lugar a grandes hambrunas y provocaron el despoblamiento, todavía evidente, de buena parte del sur de la isla. Por no hablar de las grandes erupciones, previas al landnámsöld, de las que solo podemos tener referencia por sus consecuencias. ¿Cómo sería la que creó el cráter de Hverfjall, según algunos científicos en tan solo unas cuantas horas? ¿O las que originaron los enormes jökulhlaups que modelaron Jökulsárgljúfur? Islandia está llena de huellas de fenómenos catastróficos, cuya magnitud real es tan difícil de concebir como lo serían las consecuencias de que se repitieran en nuestros días. Y bajo cuya amenaza viven tanto los islandeses como aquellos que visitan la isla. Lo sepan o no.

Þorvaldsstaðir, en Bakkaflói

Þorvaldsstaðir, en Bakkaflói.

Esta sensación de precariedad, de que todo se puede ir por la borda en cualquier momento, crea un carácter peculiar, que se ve reforzado por los siglos de relativo aislamiento en los que, históricamente, han vivido muchos de los habitantes de Islandia. Una isla en la que, hasta tiempos relativamente recientes, había que jugarse la vida para intentar llegar de una orilla a otra de algunos de sus ríos. O atravesar páramos infinitos, en los que apenas crecía la hierba, para acudir a las reuniones del Alþingi. Por no hablar del clima, tan duro como impredecible. Un clima que dificulta las comunicaciones, incluso en la actualidad, y hace de la agricultura una actividad complicada, con cosechas tan cortas como inciertas. Y de la pesca una profesión arriesgada. Aunque viendo la próspera Islandia actual nos pueda parecer increíble, no hace tanto que las condiciones de vida en buena parte de la isla apenas superaban el umbral de la subsistencia. A veces, ni eso. Quizá por esta combinación de precariedad, dureza y aislamiento, sus habitantes tienen un arraigado espíritu de autosuficiencia, mezclado con un cierto «fatalismo optimista», resumido en el þetta reddast islandés.

Grafarkirkja

Grafarkirkja.

Llevo, según el editor de WordPress, más de mil palabras y creo que ni he empezado a contestar a mi amigo. Va siendo hora de intentarlo. Comenzaré diciendo lo que, en mi modesta opinión, no es Islandia. No es el lugar más remoto del mundo. De aquellos que tengo la suerte de conocer, son mucho más apartados Svalbard o Groenlandia. Y sé que los hay todavía más inaccesibles. Tampoco el más hermoso. Si quieres ver paisajes de postal, vete a las islas Lofoten o a los Dolomitas. Por poner dos ejemplos entre un millar. Y, si por algo no destaca Islandia, es por su legado artístico. Aquí tampoco encontrarás catedrales góticas, palacios barrocos o grandes pinacotecas.

Monte Öldufell

Monte Öldufell.

¿Quiere esto decir que Islandia no tiene lugares hermosos? Al contrario. Los hay en abundancia. Pero la belleza de Islandia es, en buena parte, una belleza extraña, casi extraterrestre. Enormes cañones, llanuras de ceniza volcánica, rocas de formas imposibles, montañas de colores asombrosos, playas de arena negra o ríos que se desparraman por cauces sin definir serían, en cualquier otro lugar, los accidentes mas destacados del paisaje. En Islandia, tan solo son el marco de sus charcas hidrotermales, fumarolas, campos de lava aun humeantes, volcanes de lodo o solfataras, que son sus auténticas atracciones. Siempre que no haya un volcán en erupción, que acabe acaparando todo el protagonismo. Si todo esto puede parecer poco, además están los glaciares, las auroras boreales o los miles de cascadas de casi todas las formas y tamaños que sea posible concebir.

Gatklettur, en Arnarstapi

Gatklettur, en Arnarstapi.

¿No hay lugares asombrosos en otras partes? Por supuesto, pero otro de los rasgos característicos de Islandia es su acumulación. Þingvellir está, en línea recta, a tan solo 25 kilómetros de Haukadalur, que a su vez está a 9 de Gullfoss. En los 14 kilómetros que separan Djúpalónssandur de Arnarstapi podemos visitar Vatnshellir, Lóndrangar o Hellnar. Por no hablar del entorno del Mývatn o el flanco meridional del Vatnajökull, donde la acumulación de sitios interesantes llega a límites casi apabullantes. Y solo estamos hablando de los lugares más conocidos y accesibles. Porque, al igual que en Venecia, para conocer Islandia hay que salir de sus caminos trillados. Más allá de la Ring Road y el Círculo Dorado hay un mundo de carreteras secundarias, pistas de tierra y senderos que nos mostrarán paisajes solitarios, en los que podremos captar la auténtica esencia de la isla.

Playa de Lækjavik

Playa de Lækjavik.

Entonces, ¿Islandia sería un país de una belleza tan salvaje como extraña, lleno de lugares sorprendentes, con un clima complicado y una población que, además de escasa, se concentra en su esquina suroeste, dejando el resto del país en buena parte despoblado? Si, pero también es un lugar con una luz extraordinaria, muy similar a la del cercano Ártico. Una luz suave y tamizada, que incide en el relieve desde ángulos bajos, realzando sus pliegues y texturas. Con cielos generalmente brumosos, en los que las nubes se estratifican en capas, añadiendo interés a un paisaje de por sí deslumbrante. Un paraíso para cualquier aficionado a la fotografía. Y, sin embargo, nada de lo hasta aquí descrito es lo que realmente me atrae de Islandia.

Sprengisandur

Sprengisandur.

Para mi, Islandia es sus interminables desiertos de piedra y hielo, sus descarnadas montañas, desprovistas de vegetación, su indómita costa septentrional, expuesta a la furia del Ártico, o el brumoso laberinto de tierra, nieve y agua de sus Fiordos del Oeste. Pero, por encima de todo, lo que hace de Islandia un lugar fascinante, al que no me canso de regresar una y otra vez, son las poderosas sensaciones que trasmite. Soledad, aislamiento, fragilidad, insignificancia. Islandia reduce al ser humano a su auténtica escala. Un mero accidente pasajero en un universo hostil.

Al final, mi amigo puede elegir. Un largo texto, con casi dos mil palabras, o un breve párrafo de cuatro frases, con apenas noventa y dos. Lo siento, no hay término medio.

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Para ampliar la información:
Como sé que mi amigo es el perfecto viajero de sofá, esta sección de vínculos está destinada a todos los que quieren «conocer» Islandia desde la comodidad de su hogar.

La web Iceland 360º VR tiene una sección con vistas interactivas de los lugares más destacados de la isla: https://iceland360vr.com/panorama/.

Si prefieres ver la Tierra de Hielo en directo, puedes visitar las cámaras web en https://livefromiceland.is/.

Aquellos que, sin abandonar su confortable salón, quieran hacer un recorrido más «aventurero» por Islandia, deberían visitar https://www.youtube.com/c/VividIceland.

Si eres amante de la fotografía, Mads Peter Iversen tiene una estupenda serie de videos en YouTube: https://www.youtube.com/playlist?list=PL8OsdzASUWWDUT9rJn3avTOclG5EC86gh.

Por último, la página de Rafn Sigurbjörnsson es una auténtica joya, a la que personalmente acudo cada vez que sufro el síndrome de abstinencia: https://icelandphotogallery.com.