Cuando salí a cubierta, sobre las cinco de la mañana, ya navegábamos por el Skovfjord. Habíamos recorrido las mismas aguas dos días antes, rumbo al fiordo Tunulliarfik, en ambos sentidos. Por tanto, el paisaje nos era en cierto modo familiar. Pero ahora llegábamos a primera hora de la mañana, con una luz mucho mas cálida que en la anterior singladura. El cambio de la sensación de sorpresa y descubrimiento por otra de anticipación de los lugares interesantes que teníamos por delante no restó atractivo al recorrido. Me atrevería a decir que nos ayudó a hacer un trayecto mas relajado. Por último, el día era espléndido, con un cielo prácticamente sin nubes. Las dos horas de navegación fueron un auténtico placer.
La escala en Narsaq no formaba parte del itinerario original del viaje. Nos enteramos tres días antes cuando, por el exceso de hielo, se canceló la navegación por Prins Christian Sund y la escala en Nanortalik. Nos cogió, por tanto, con el paso cambiado, sin tener muy claro en qué emplear el día. Mi primer impulso fue buscar la forma de llegar a los vecinos fiordos de Ikerssuaq (Bredefjord en danés) o Isafjord. En ambos desembocan lenguas glaciares, procedentes de la cercana capa de hielo de Groenlandia. Pero, en el MS Rotterdam, anunciaron que por la tarde íbamos a salir a alta mar por el Bredefjord, por lo que nos pareció una plan redundante. Al final, decidimos dar un tranquilo paseo por la ciudad y ver qué nos podía ofrecer.
Desembarcamos en Narsaq a las siete de la mañana. En el mortecino puerto se había colado un pequeño iceberg, que flotaba indolentemente en medio de los barcos allí atracados. La única actividad apreciable en la zona eran los preparativos para zarpar de un velero con bandera suiza. Daba la sensación de que todo el mundo aprovechaba para disfrutar del espléndido día. La calma se extendía a toda la localidad, que parecía estar anestesiada por el resplandeciente sol.
Sin un plan concreto, comenzamos a andar tierra adentro, en dirección al Qaqqarsuaq, la mole de roca que, con 685 metros de altitud, domina la población. Narsaq tenía un aspecto más descuidado que Qaqortoq, nuestra anterior escala. Muchas calles estaban sin asfaltar, las casas peor cuidadas y, en general, daba la sensación de ser menos próspero. A cambio, nos dio la sensación de ser un lugar más auténtico, mucho menos tocado por el turismo. Hasta tal punto, que la simple presencia del MS Rotterdam fondeado frente a su puerto era motivo suficiente para sacar a los niños de la guardería de excursión, a ver el barco desde la costa.
Al poco de desembarcar, vimos una pista que salía hacia el este y decidimos seguirla. Conducía a una subestación eléctrica de la línea de alta tensión que cruza sobre el Tunulliarfik, dando servicio a Narsaq, Qaqortoq y algún asentamiento menor. Pasamos junto a algunos pequeños lagos y finalmente llegamos a un punto que ofrecía una vista espléndida del fiordo Tunulliarfik. El día mejoraba por momentos. Las pocas nubes que había a primera hora se iban alejando lentamente hacia el este, dejando un cielo de un azul inmaculado. La mole grisácea del Qaqqarsuaq, además de protegernos del escaso viento reinante, reflejaba los rayos del sol, caldeando el ambiente hasta extremos que nos hacían olvidar que estábamos en Groenlandia. Aunque bastaba con mirar hacia el fiordo para que los icebergs flotando a la deriva nos devolvieran a la realidad.
De vuelta a Narsaq, nos detuvimos en el único hotel de la localidad para tomar un café y reponer fuerzas. El hotel nos dio la sensación de estar gestionado de una forma un tanto «de andar por casa». Alojado en un edificio casi indistinguible de las viviendas que lo rodean, apenas tiene 11 habitaciones y un salón común, sencillo pero agradable. El sol resplandecía cada vez con más fuerza, haciendo que el salón, con ventanas en tres de sus lados, estuviera lleno de luz y, todo hay que decirlo, alcanzara una temperatura más propia del sur de España que de Groenlandia. Lo que aparentemente hacía feliz a la señora que atendía en recepción, que nos recibió con una amplia sonrisa y en manga corta. Aunque quizá, en lugar de sonreír, contemplaba con sorna nuestra aparatosa vestimenta, que a esas alturas se había convertido en un estorbo.
El hotel tenía un tablón con información turística, en el que descubrimos que en las inmediaciones había un yacimiento arqueológico de la era vikinga. Fuimos a investigar. Se trata de los restos de una «casa larga» noruega, encontrados de forma accidental en la década de 1960. No está claro quién fundó el asentamiento, aunque se cree que pudo ser alguien emparentado con Erik el Rojo. En los alrededores de la casa se han localizado edificios menores y se piensa que otros fueron destruidos por la erosión marina. Curiosamente, hay indicios de que al menos la casa principal fue utilizada por los inuit, tras la desaparición de los vikingos en el siglo XV. Pero que nadie busque aquí unas ruinas al estilo de las del no tan lejano Hvalsey. Únicamente se aprecian algunos restos de los muros de piedra, apenas distinguibles entre las hierbas que los rodean. Y una placa explicativa, en muy mal estado de conservación.
A continuación, decidimos visitar la iglesia, uno de los pocos edificios notables del lugar. De camino, pasamos frente a un supermercado. Siempre he pensado que entrar en los comercios locales es una buena forma de comprender un poco mejor la forma de vida de los lugareños. Sin pensarlo un minuto, nos adentramos a curiosear. Fue una visita realmente interesante. Vimos algunos productos que ya esperábamos encontrar, como carne de reno o de ballena. No nos llamó la atención la escasez de fruta o verdura fresca, que por razones obvias ya esperábamos. En cambio, nos sorprendió ver una zodiac en la sección de electrodomésticos, un quad al lado de los productos de belleza y, sobre todo, rifles y su correspondiente munición junto a la zona en que se exponían las bebidas alcohólicas. Toda una señal de que la vida en Groenlandia, a pesar de una aparente normalidad superficial, es muy distinta a la que conocemos en otras latitudes.
Finalmente llegamos a la iglesia, situada en lo alto de una colina. No es muy antigua, pues fue edificada por un carpintero local en 1927. Exteriormente, recordaba el estilo de otras iglesias de Islandia o Noruega. Pero su interior, un tanto recargado, nos llamó la atención. Al igual que en el hotel, el sol entraba con fuerza por unas ventanas pensadas para días grises, dando al interior de la iglesia una luminosidad que debía ser poco común. Al menos aquí era posible tenerlas abiertas de par en par, intentando que el aire refrescara su interior. La iglesia también cuenta con uno de los pocos órganos de Groenlandia, instalado en el 2002.
Tras visitar la iglesia, dimos un largo paseo hacia el oeste. Habíamos visto lo que parecía ser un gran iceberg varado en una bahía y decidimos acercarnos a curiosear. Por el camino, además de las características casas de madera pintadas en múltiples colores, pasamos junto a una guardería, un instituto, oficinas de la administración pública y hasta un polideportivo cubierto. Todos ellos edificios modernos y con aspecto de estar muy bien construidos. También vimos algo que es realmente extraño en Groenlandia: campos de cultivo. Narsaq es uno de los pocos lugares de la isla en los que se puede practicar la agricultura, que es una de las principales actividades de la localidad.
El paseo hacia el oeste nos permitió acercarnos al fiordo Ikersuaq, en el que había una notable cantidad de icebergs. Se suponía que, en apenas unas horas, íbamos a navegar por ese fiordo. Me extrañó, sobre todo teniendo en cuenta la aversión que suelen sentir por los icebergs los capitanes de cruceros. Mas allá de las montañas que bordean el Ikersuaq por el norte, se podía ver la enorme capa de hielo que cubre el interior de Groenlandia. Pero el iceberg solitario que nos había llamado la atención resultó estar al otro lado de una pequeña bahía. La única forma clara de acercarnos era dando un amplio rodeo, para el que no teníamos tiempo. Estuvimos un largo rato sentados sobre unas rocas al borde del fiordo, disfrutando del paisaje, el silencio y el increíble día veraniego.
Finalmente, decidimos que iba siendo hora de regresar. Volvimos dando un pequeño rodeo hacia el sur, que nos permitió pasar por la minúscula oficina de turismo local. La poca gente que se veía por el pueblo nos miraba con cierta curiosidad, mientras algunos habían decidido montar un mercadillo improvisado, en el que ofrecían productos artesanos. Regresamos al puerto. El iceberg que ocupaba su centro a primera hora de la mañana flotaba ahora cerca de su bocana. El sol y las altas temperaturas parecían estar haciendo su efecto, pues nos dio la sensación de que su tamaño había menguado. Lo que no había cambiado era la escasa actividad en el puerto, que si cabe estaba todavía más tranquilo que por la mañana. Embarcamos con cierta pena, sabiendo que era nuestro último día en Groenlandia, aunque aún teníamos por delante unas horas de navegación hacia mar abierto que prometían ser bastante interesantes.
En el blog Viajes Chavetas hay una larga entrada sobre la ciudad: https://viajes.chavetas.es/guia/groenlandia/narsaq-icebergs-campamento-glaciar/.
En inglés, se puede visitar la página oficial de turismo de Groenlandia: https://visitgreenland.com/destinations/narsaq/.
Blue Ice Explorer ofrece servicios turísticos en Narsaq. Su web está en http://blueice.gl/.
Narsaq se encuentra en el epicentro de un intenso debate sobre el futuro de la explotación minera de Groenlandia. Quien quiera profundizar en este asunto puede encontrar información en https://noah.dk/node/1109 o en https://www.theguardian.com/environment/2017/jan/28/greenland-narsaq-uranium-mine-dividing-town.
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