Cuando, aprovechando la Segunda Guerra del Opio, Rusia amplió su zona de control en el extremo oriental de Asia, anexionándose los territorios de Manchuria Exterior y llevando sus dominios más allá del río Amur, el imperio de los zares logró por fin tener acceso a un puerto en el Mar del Japón que permanecía todo el año libre de hielo. Antes incluso del fin de la guerra y la firma de la Convención de Pekín, el gobernador general de Siberia Oriental, Nikolái Muraviov-Amurski, ordenó establecer un primer puesto militar en las orillas del Cuerno de Oro, el magnífico puerto natural de Vladivostok. Tan solo once años más tarde, la incipiente ciudad se convertía en la base principal de la Flotilla Militar Siberiana.
Ya en 1862 se había instalado una precaria batería defensiva en el montículo de Bezymiannaya, desde entonces conocido como Batareinaya, pero el desarrollo de las fortificaciones tuvo que esperar hasta 1878. En dicho año, el ingeniero militar Pа́vel Fyodorovich Uńterbérger diseñó las defensas de la ciudad. A pesar de que el Imperio Ruso no escatimó en medios técnicos ni humanos, los trabajos no estaban terminados cuando estalló la guerra Ruso – Japonesa. En 1904 una flotilla al mando del almirante Kamimura atacó la ciudad, sin que los rusos fueran capaces de responder al fuego. El incidente obligó a revisar el diseño de las fortificaciones. Al inicio de la Primera Guerra Mundial, la guarnición rondaba los 80.000 hombres. A pesar de que todavía seguían los trabajos, estaba considerada como una de las mayores fortalezas costeras del mundo. Pero el comienzo de la guerra interrumpió la construcción, que no se reanudaría jamás.
Las viejas baterías fueron perdiendo su utilidad. En 1932 la Unión Soviética decidió reforzar las defensas, pero se decantó por adelantarlas a la Isla Russkiy, construyendo la batería de Voroshílov. La demolición de las antiguas fortificaciones fue descartada debido a la solidez de su construcción. En la actualidad, los restos de hormigón se reparten por los alrededores de Vladivostok, en diferentes estados de abandono. En 1996, el complejo conocido como Batareynaya Ulitsa, el más cercano al centro de la ciudad, fue convertido en un museo dedicado a la historia militar del Extremo Oriente ruso. Los nueve cañones de la batería, que antiguamente defendían el flanco occidental de Vladivostok sobre la costa de la bahía de Amur, quedaron como mudo recuerdo de la importancia estratégica de la ciudad. Aunque, en la actualidad, las construcciones modernas y la tupida arboleda que se ha desarrollado en las inmediaciones, imposibilitan tener una vista limpia de la costa.
El museo se divide en dos partes. En la exterior, además de los emplazamientos de los antiguos cañones, hay una colección variopinta de armamento de la era soviética. Cohetes, torpedos, cañones anticarro, armas antiaéreas o vehículos blindados se oxidan lentamente en la húmeda atmósfera de Vladivostok. El abandono del lugar le da un extraño encanto. La falta de cualquier tipo de indicación que ponga en contexto el material expuesto se compensa con la posibilidad de trastear a placer, sin ninguna limitación. Tan solo el evidente deterioro del armamento evita tener la sensación de que, en cualquier momento, accionar la palanca equivocada va a provocar un incidente diplomático.
El interior de las antiguas casamatas aloja un museo vetusto, pero más convencional. Sus distintas salas muestran la evolución de la zona desde la era de los mongoles hasta la década de 1960. Siempre desde el punto de vista militar. Si de algo peca el museo es de exceso de piezas en exhibición. Mapas, fotografías, maquetas, documentos y sobre todo armas, muchas armas, se amontonan en sus estancias. Aquí, al menos hay explicaciones que ayudan a entender la exposición. Aunque la mayor parte esté en ruso, hay bastantes traducidas al inglés. En cualquier caso, el reducido espacio de las casamatas, unido al gran número de objetos expuestos, acaba creando una sensación un tanto asfixiante.
No soy muy amigo de visitar museos cuando viajo. Menos aún museos militares. Pero he de reconocer que la visita acabó sorprendiéndome. En una ciudad cuya fundación y su razón de ser hasta hace solo unos años obedecía a su importancia militar, la visita me ayudó a comprender tanto la relevancia histórica como las peculiaridades de Vladivostok. Aún más interesante me pareció comprobar la actitud del pueblo ruso ante su pasado. El museo mostraba sin tapujos hechos y objetos que, en Europa Occidental, ocultaríamos o, como mucho, mostraríamos con cierto rubor. Las causas de esta diferencia darían para un largo debate, que claramente escapa al propósito de este blog.
Para ampliar la información:
En https://vladivostok-city.com/es/places/all/all/824 hay una reseña sobre el museo.
En https://depuertoenpuerto.com/crucero-extremo-oriente/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por Extremo Oriente.
En inglés, la web oficial del museo está en http://vladfort.ru/english/.
La página Museum Studies Abroad tiene una entrada sobre la fortaleza: https://museumstudiesabroad.org/vladivostok-fortress-museum/.
También es posible visitar otras de las defensas de la ciudad. Se puede encontrar información sobre el fuerte nº 7 en https://www.dalintourist.com/en/vladivostok-excursions/item/vladivostok-excursion-7-copy-2. O sobre la batería Voroshilov en http://travel2unlimited.com/primorski-krai-russky-island-voroshilov-battery/.
Quien tenga curiosidad por otras fortificaciones de Vladivostok, puede ver una amplia galería fotográfica en http://www.fortress.bosfor.ru/image/fort/pospelov/eng-index.shtml.
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