La carretera E39 recorre buena parte de la costa del suroeste noruego. Oficialmente, nace en Aalborg, al norte de Dinamarca, y muere en la pequeña localidad de Klett, unos kilómetros al sur de Trondheim, donde se incorpora a la E6. Pero la E39 no es una carretera continua. A los 132 kilómetros de travesía del estrecho de Skagerrak, entre Hirtshals y Kristiansand, se unen otros dos trayectos en ferry. La ruta, incluso en su tramo menos complicado, es un fiel reflejo de la abrupta orografía noruega.

Cancelación Fjord Line

Cancelación Fjord Line.

Mi plan inicial era ir desde Stavanger hasta Bergen en ferry. Había reservado plaza en el Stavangerfjord, el mismo barco que me había llevado un año atrás desde Stavanger hasta Hirtshals. Conocía el trayecto en barco entre Bergen y Stavanger. Lo había realizado, en sentido contrario, durante mi viaje del año anterior a bordo del Bergensfjord. En aquella ocasión, además de la lluvia y el granizo, que me impidieron disfrutar de la travesía, había llegado a Stavanger de noche. Me pareció buena idea repetir la navegación a plena luz del día. Pero, una vez más, el inclemente clima noruego tendría la última palabra. Una profunda borrasca se había instalado sobre el Mar del Norte y el Skagerrak, complicando la navegación entre Dinamarca y Noruega. Apenas 13 horas antes de zarpar, un mensaje de Fjord Line me notificó la cancelación de la travesía.

Autobús hacia Bergen

Autobús hacia Bergen.

Tuve que organizar un plan alternativo sobre la marcha. El mismo día de mi llegada a Bergen, debía zarpar en el Polarlys rumbo a Svolvaer, en las Lofoten. La opción sencilla era subir a un avión, pero también era la menos atractiva. La otra posibilidad era viajar por carretera. Encontré una plaza con Kystbussen, en un autobús que salía a las 7:45 de la estación de Stavanger, a un paso del hotel, para llegar a Bergen a las 13:00. Cinco horas y cuarto para un trayecto de 208 kilómetros. Una buena demostración de la complejidad del transporte en Noruega.

Al norte de Stavanger en la E39

Al norte de Stavanger en la E39.

El autobús arrancó puntualmente, con cinco pasajeros a bordo. Me acomodé en los asientos delanteros de la derecha, en una plaza que me permitiría disfrutar del paisaje. El día era gris y lluvioso, pero no parecía tan inclemente como anunciaba la previsión meteorológica. Mejor, al fin y al cabo teníamos que realizar dos trayectos en ferry. Una vez dejamos atrás el tráfico de los suburbios de Stavanger, nos encaminamos a la entrada del Byfjordtunnelen.

En el Byfjordtunnelen

En el Byfjordtunnelen.

El túnel, con 5,875 kilómetros de longitud, alcanza una profundidad de 223 metros bajo el nivel del mar. Cuando se completó, era el más profundo del mundo. En la actualidad, el título lo ostenta el túnel que une Stavanger con Ryfylke, a 291 metros de profundidad. Aunque éste, en el futuro, tendrá que ceder el cetro a Rogfast, el nuevo túnel que unirá Randaberg, al norte de Stavanger, con Bokn. Se estima que el túnel alcance una cota de -392 metros, aunque no estará finalizado antes de 2031. En cualquier caso, es asombrosa la cantidad de túneles de gran profundidad que hay en el entorno de Stavanger.

Embarcando en el Mastrafjord

Embarcando en el Mastrafjord.

Rogfast está destinado a suprimir el trayecto en ferry entre Mortavika y Arsvågen, el primero al que teníamos que enfrentarnos. Tras dejar atrás el Byfjordtunnelen y su acompañante, el Mastrafjordtunnelen, por primera vez se hizo evidente lo complicado de la situación. El viento y las olas impedían utilizar el puerto de Mortavika, en el extremo septentrional de Rennesøy. Nos tuvimos que desviar al muelle de Hanasand, que desde 2016 ha reemplazado a Mekjarvik como punto de embarque en días con mal tiempo. Allí nos estaba esperando el Mastrafjord, un ferry construido el año 2007 en el astillero noruego LMG Marin.

El Mastrafjord en Hanasand

El Mastrafjord en Hanasand.

El Mastrafjord zarpó a las 8:45, tras una espera de 20 minutos. Durante ese tiempo, el barco había recibido un goteo incesante de coches y camiones. En cualquier caso, no alcanzó su capacidad máxima, quedando libre buena parte de la cubierta superior. Como suele ser habitual en los ferris noruegos, era un barco cómodo y bien cuidado, con numerosas butacas, una cafetería y varias cubiertas exteriores en las que disfrutar de la navegación. En cierto modo, algunos trayectos en ferry de Noruega acaban pareciendo áreas de servicio móviles. Tomas algo, estiras las piernas, vas al baño y, cuando quieres darte cuenta, estás unos kilómetros más allá, al otro lado de un fiordo, listo para seguir tu ruta.

Oleaje en el Boknafjord

Oleaje en el Boknafjord.

Tan pronto como dejamos el refugio de la ensenada de Dravika, se hizo evidente que la travesía iba a ser complicada. A pesar de navegar por las aguas relativamente protegidas del Boknafjord, el Mastrafjord cabeceaba y gemía con cada golpe de mar. El viento y el oleaje se incrementaban según dejábamos atrás el sotavento de Rennesøy. Cada vez era más común ver la espuma de las olas sobre la compuerta de proa del ferry. Unos minutos después de zarpar, apareció un tripulante a decir que no era posible seguir en cubierta. No pudo ser más oportuno. Acababa de cerrarse la puerta tras el último del reducido grupo de pasajeros que estábamos disfrutando del espectáculo cuando, con un fuerte crujido, una ola superó la borda y se fue a estrellar sobre la pasarela que acabábamos de abandonar.

Desembarcando en Arsvågen

Desembarcando en Arsvågen.

Finalmente, tras una travesía tan entretenida como movida, llegamos a Arsvågen poco antes de las 10 de la mañana. Según se levantaba la compuerta de proa del Mastrafjord, me sorprendió la enorme fila de coches que esperaba para embarcar. A pesar de que, en días de mala mar, se refuerza el servicio de ferris, el incremento en distancia y tiempo que supone zarpar desde Hanasand complica el tráfico de forma notable. Es en esos momentos cuando se hace evidente la utilidad de los numerosos túneles y puentes que jalonan las carreteras noruegas, ganando poco a poco el espacio a las líneas de ferry.

Vista desde el Boknasundbrua

Vista desde el Boknasundbrua.

Seguimos avanzando, saltando de isla en isla por un paisaje que, aun siendo entretenido, no era especialmente interesante. Los tramos de bosque se alternaban con los de roca desnuda. Desde los puentes que comunicaban entre sí las islas, tan pronto se contemplaba una estampa bucólica como un paisaje industrial. A la altura de Aksdfal dejamos de lado la E39 para dirigirnos a Haugesund, la única ciudad digna de tal nombre en toda la ruta. La travesía de Haugesund a bordo del Bergensfjord había sido uno de los momentos más hermosos del viaje en barco entre Bergen y Stavanger. En cambio, desde la carretera, la pequeña ciudad de 36.000 habitantes no me pareció gran cosa.

Ruta alternativa

Ruta alternativa.

Aunque quizá mis recuerdos estén sesgados por el que fue el peor rato de todo el itinerario. El conductor detuvo el autobús en la desvencijada estación de autobuses de Haugesund y mantuvo lo que parecía ser una acalorada conversación con las oficinas centrales de la empresa. Según se prolongaba la llamada, cada vez en un tono más tenso, comencé a preocuparme. ¿Nos dejarían abandonados en medio de ninguna parte, a mitad de camino entre Stavanger y Bergen? Nos quedaban por recorrer 137 kilómetros hasta la estación de Bergen y, lo que era aun peor, faltaba un trayecto en ferry. Había otra opción, por el interior, rodeando el Sørfjorden y saltando el Eidfjorden por el Hardangerbrua. Pero significaba un rodeo de 324 kilómetros, adentrándose entre las montañas noruegas en pleno invierno, con los problemas e incertidumbres que esto implicaba. Al final, tras una pausa de quince minutos, que se me hicieron interminables, recuperamos la marcha por la ruta prevista.

Digernessundet.

Dejamos atrás Haugesund para zigzaguear por un terreno relativamente anodino, algo más rocoso y pelado de lo normal en esta zona de Noruega, camino de la E39. Tras reincorporarnos a la ruta principal, atravesamos bajo el Hardangerfjord por el Bømlafjordtunnelen, con una longitud de 7,82 kilómetros, que regresaba a la superficie en la isla de Føyno. Casi sin solución de continuidad, saltamos sobre el estrecho de Digernessundet atravesando el Stordabrua, un puente colgante con un vano de 677 metros, inaugurado en el 2000.

En la isla de Stord

En la isla de Stord.

Una vez en la isla de Stord, el paisaje comenzó a cobrar interés. Tras desviarnos de nuevo de la ruta principal para entrar a Leirvik, la capital de la isla, nos reincorporamos a la E39 mientras la carretera comenzaba a bordear la parte meridional del estrecho de Langenuen, entre Stord y Tysnesøy. El mismo estrecho por el que navega la línea regular de ferry entre Bergen y Stavanger. Aunque la vista desde el autobús era interesante, no resistía la comparación con la que, un año atrás, había podido disfrutar desde el Bergensfjord.

Sandvikvåg

Sandvikvåg.

Sobre las 12:30 llegábamos a Sandvikvåg, desde donde parten dos líneas de ferry, con destino a Husavik y Halhjem. Tras pasar buena parte del viaje bajo el viento y la lluvia, la sensación de paz en la diminuta ensenada, perfectamente protegida de los vientos dominantes, era sorprendente. Por un momento, incluso pareció que el cielo intentaba clarear hacia el norte. Aunque no pasó de ser un espejismo.

Costa de Reksteren

Costa de Reksteren.

En Sandvikvåg nos esperaba el Samnøy, un ferry construido en 2019 por la empresa turca Tersan Shipyard, que zarpó tan pronto como subimos a bordo. Ni tan siquiera tuve tiempo de subir a cubierta antes de hacernos a la mar. El barco, con tan solo unos meses de antigüedad, tenía un aspecto impecable. Pero era imposible salir a sus cubiertas exteriores, pues el mal tiempo había obligado a clausurar todas las puertas de acceso. En cuanto salimos del abrigo de los dos islotes que protegen Sandvikvåg, el inclemente día volvió a mostrar su cara más adusta. Protegido por los grandes ventanales del Samnøy, veía pasar la agreste costa, prácticamente despoblada, de la parte septentrional de Langenuen. La fuerza del oleaje se hacía más evidente cada vez que nos cruzábamos con alguno de los buques gemelos del Samnøy. La espuma, arrastrada por el viento, barría sus cubiertas con cada golpe del agitado mar.

Cubierta de vehículos del Samnøy

Cubierta de vehículos del Samnøy.

La última travesía del día nos llevó unos 40 minutos. A las 13:15 se abría la compuerta de proa del Samnøy y regresábamos al continente. Aunque faltaban 33 kilómetros para llegar a Bergen, muy mal se tendría que poner la situación para impedirnos llegar. Más relajado, me dediqué a disfrutar de los últimos kilómetros de la ruta. El paisaje se había vuelto más montañoso, a la vez que se tornaba progresivamente urbano, según nos aproximábamos a la segunda ciudad más populosa de Noruega.

En el Nygårdsbru

En el Nygårdsbru.

Poco antes de las dos de la tarde, el autobús atravesaba el Nygårdsbru, sobre la parte final del Puddefjorden. Más allá de Store Lungegårdsvannet, podía ver la inconfundible antena de comunicaciones del monte Ulriken rozando las nubes. Al final, habíamos empleado seis horas y cuarto en realizar el trayecto, a una media de 33 kilómetros por hora. Pero conseguimos llegar y aún faltaban más de siete horas para que zarpase el Polarlys. De hecho, había conseguido llegar a Bergen antes que éste. Cuando salí de la estación de autobuses de Bergen, el barco de Hurtigruten todavía estaba navegando al este de Askøy.

Al final, el viaje tuvo su interés. En parte, por la suerte de poder disfrutarlo desde uno de los mejores asientos del autobús. También ayudaron los dos trayectos en ferry, por aguas embravecidas. Pero, sin duda, si tuviera que repetirlo elegiría el ferry. A la comodidad de los espléndidos barcos de Fjord Line se unen los paisajes que ofrecen sus cubiertas, frente a las que la limitada visibilidad del autobús, aun en un asiento privilegiado, no es rival. Tampoco puede competir en precio, aunque la diferencia a favor del barco no sea significativa. Tan solo el tiempo de viaje, incluyendo el trayecto en autobús entre el centro de Stavanger y la terminal marítima de Risavika, de donde zarpan los barcos de Fjord Line, es algo superior para el ferry. Aun así, creo que merece la pena sacrificar los 85 minutos de diferencia a cambio de poder disfrutar de la amplitud y las vistas desde el barco.

Para ampliar la información:

La entrada en este blog sobre el trayecto en barco está en https://depuertoenpuerto.com/de-bergen-a-stavanger/.

En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.

En Un Viaje de 2 explican las diversas opciones para ir de Stavanger a Bergen: https://unviajededos.com/como-ir-de-stavanger-a-bergen-noruega/.

En inglés, la página de la línea 400 (Stavanger–Haugesund–Stord–Bergen) está en https://www.nor-way.no/en/routes/kystbussen/.

También se puede encontrar una descripción detallada de las diversas opciones en Nordic Wanders: https://nordicwanders.com/blog/getting-from-stavanger-to-bergen.