El funicular, conocido como Fløibanen, tiene un recorrido de 844 metros, durante los que asciende 302, entre su estación inferior, al final de la calle Vetrlidsalmenning, y la superior, situada a 320 metros sobre el nivel del mar. Aunque la primera propuesta de instalar un funicular es de 1895, la construcción no comenzó hasta 1914, inaugurándose cuatro años más tarde. Los coches originales han sido reemplazados en tres ocasiones. Los actuales, instalados en el 2002, son capaces de transportar hasta 100 pasajeros cada uno, a una velocidad máxima de 22 kilómetros a la hora. Dependiendo del nivel de afluencia de público, el trayecto dura entre 5 y 8 minutos.
Nunca había subido al Fløyen en invierno. La única vez que lo había intentado, la niebla y la nieve se habían conjugado para impedírmelo. A pesar de la brevedad de mi visita a Bergen durante el invierno de 2020, o quizá precisamente por este motivo, visitar su mirador más famoso se había convertido en el principal objetivo del día. Además, quería subir al atardecer y esperar allí a que llegase la noche.
El único problema de mi plan era el previsible clima de Bergen. Pero, por una vez, parecía tener suerte. A pesar del cielo encapotado, las nubes estaban relativamente altas. Las precipitaciones se reducían a una llovizna casi imperceptible, intercalada con algún breve chubasco, que a duras penas lograba empapar el pavimento de las calles. Hasta el viento parecía haber cesado. ¿Dónde estaba la borrasca que, a lo largo de la mañana, tanto había complicado mi viaje desde Stavanger?
Llegué a la estación inferior con el tiempo justo para subir al funicular de las cinco en punto. Apenas éramos ocho pasajeros, de los cuales uno debía residir en la ciudad, pues bajó en una parada intermedia. Además de las estaciones de sus extremos, el Fløibanen cuenta con tres apeaderos, en los que el funicular tan solo se detiene si alguien lo solicita. Aunque, al estar ambos vagones contrapesados y unidos por un cable, los dos lo hacen simultáneamente, de forma que en ocasiones pueden parecer detenerse sin motivo.
Nueve minutos pasadas las cinco estaba en el mirador del Fløyen. La tarde mejoraba por momentos. Hacia el suroeste, el sol intentaba romper entre las nubes. Hasta era posible ver algún jirón de cielo azul. Un día espléndido para el estándar de Bergen, una ciudad con merecida fama de ser la más lluviosa de Europa. Más aún teniendo en cuenta que estábamos a mediados de febrero y que, hacia el sur, una fuerte depresión atmosférica azotaba las aguas del mar del Norte.
Durante un rato, disfruté de una luz dorada que jamás había conseguido ver en la ciudad. Observando el incesante tráfico de barcos en su puerto y buscando desde las alturas sus calles y construcciones más destacadas. También podía ver, en los muelles de Nøstebukten, el barco de Hurtigruten en el que, esa misma noche, proseguiría mi viaje al Ártico. Incluso, hacia el sureste, los 643 metros de la cima del Ulriken quedaban por debajo de las nubes. De no ser por su inconfundible antena, me habría costado reconocerla, pues apenas quedaban restos del manto blanco que la suele cubrir en invierno. Otra muestra de la escasez de nieve, que ya se había hecho evidente durante mi paso por Oslo.
Mi plan inicial era esperar el anochecer tomando tranquilamente un café en el Fløien Folkerestaurant, el precioso restaurante de madera que, desde 1925, se levanta en las inmediaciones de la estación superior del Fløibanen. No contaba con que, en invierno, cierra a las dos de la tarde. Fue la primera señal de que mi suerte comenzaba a cambiar.
Obligado a permanecer en el exterior, desde la barandilla del mirador pude ver cómo, en unos minutos, se desvanecía cualquier rastro de azul entre las nubes y Bergen recuperaba su característico cielo plomizo. Los preciosos tonos dorados parecían haber sido tan solo un espejismo. Poco después, sucedía lo inevitable. Hacia el oeste, más allá del Byfjorden, aparecieron las primeras señales de lluvia. Una cortina grisácea se descolgaba desde las nubes, ocultando la isla de Sotra.
A partir de ese momento, la tarde se convirtió en una especie de competición. Por una parte, las nubes de lluvia, que venían desde el oeste, engullendo pausadamente una colina tras otra en su camino hacia Bergen. Por otra, la luz, que poco a poco iba dejando paso a la oscuridad. Aunque ésta era contrarrestada por la iluminación artificial de la ciudad, que se iba encendiendo lentamente. El espectáculo era hipnótico.
Perdí la noción del tiempo, mientras el frente de lluvia avanzaba por el Byfjorden, hasta envolver los bosques de la parte occidental del Fløyen. Durante un instante, aunque aún no era noche cerrada, toda la ciudad se extendía iluminada a mis pies. Las gotas de lluvia, gruesas y heladas, me trajeron de vuelta a la realidad, obligándome a buscar refugio en la estación. Al final, la lluvia ganó la carrera a la noche. No podía ser de otra manera en Bergen.
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En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.
En inglés, la interesante web del Fløibanen está en https://www.floyen.no/en.
También es recomendable visitar la página sobre el funicular de Life in Norway: https://www.lifeinnorway.net/bergen-funicular-railway/.
En noruego, se puede encontrar la página oficial del Fløien Folkerestaurant en https://www.floirestauranten.no/en.