Como toda ciudad noruega, Oslo sufrió varios incendios. El más desastroso, en 1624, duró tres días. Christián IV aprovechó la destrucción para mover la ciudad algo más al oeste, a las inmediaciones de Akershus. De paso, la rebautizó como Christiania. La antigua ubicación de Oslo quedó como un simple arrabal en la periferia, que mantuvo el nombre tradicional. Christiania comenzó a renacer durante la unión de Suecia y Noruega, entre 1814 y 1905. Aunque Noruega seguía estando supeditada a otro reino, la nueva unión fue mucho más equitativa. El reino semi-independiente necesitaba edificios acordes a su nuevo rango. De esta época son el Banco de Noruega, el palacio real, el parlamento o el Teatro Nacional. La ciudad volvió a cambiar de nombre, pasando a ser conocida como Kristiania, mientras la población se multiplicaba desde los 10.000 habitantes de 1814 hasta los 230.000 de 1900.
Tras la plena independencia, Kristiania se consolidó como principal ciudad de Noruega. Pero la capital de la joven nación no podía seguir utilizando un nombre otorgado por un rey extranjero. En 1925 se decidió recuperar la denominación de Oslo, renombrando el barrio como Gamle Oslo (Oslo Antiguo). Después de la Segunda Guerra Mundial, Oslo ha seguido su imparable crecimiento, hasta superar el millón de habitantes en 2018 para el conjunto de su área metropolitana. Simultáneamente, la riqueza de uno de los países más prósperos del mundo ha ido permeando la ciudad, hasta convertirla en una de las más pujantes de Europa.
Por primera vez llegaba a Oslo en barco. Según nos aproximábamos a los muelles de la orilla occidental de Bjørvika, desde la cubierta superior del Crown Seaways podía ver parte de la espléndida fachada marítima de la ciudad. Tuve que hacer un acto de fe para asumir que estaba frente al barrio en el que ésta había nacido. El flamante edificio de la ópera, terminado en 2007, el nuevo museo de Edvard Munch, todavía inconcluso, el impecable barrio residencial de Sørenga o las grúas y edificios en construcción del Proyecto Barcode, llenaban el horizonte con un aire de modernidad y un nivel de actividad difícil de ver en otro lugar de la vieja Europa.
Pero llegaba a un Oslo muy distinto de aquel que había podido disfrutar durante mi breve visita del año anterior. El bello manto blanco y el cielo grisáceo, del que caía sin cesar una suave nevada, había sido reemplazado por una atmósfera intensamente azul y unas calles en las que era casi imposible encontrar cualquier rastro de nieve. En aquella ocasión, Oslo me había parecido una ciudad mucho más hermosa e interesante que la capital, un tanto provinciana, por la que había pasado fugazmente en el verano de 1992, durante mi primer viaje a Noruega. Pero dejé Oslo sin saber si la buena impresión de mi segunda visita había sido real o estaba influenciada por la impresionante nevada bajo la que había recorrido sus calles. Un año más tarde, en un extraño día de invierno, tendría la ocasión de salir de dudas.
Al igual que el año anterior, mi visita era muy breve. Apenas 24 horas entre mi llegada por mar desde Copenhague y mi partida en ferrocarril rumbo a Stavanger. De forma similar, también tenía estrictamente planificado el día, centrado en visitar un museo y una fortaleza. Tan pronto como dieron el aviso de desembarco por megafonía, bajé del barco y, dando un tranquilo paseo, me acerqué hasta el hotel a deshacerme del equipaje. Tras lo cual, no pude evitar caer en la tentación de acercarme a la Ópera de Oslo. El edificio tiene un peculiar tejado inclinado, al que es posible subir andando. El año anterior, una espesa capa de nieve me había impedido disfrutar de las vistas desde su azotea. Aproveché los minutos que tenía de margen, antes de subir al autobús rumbo a Bygdøy, para dar un paseo sobre la superficie de granito blanco.
El Museo del Pueblo Noruego.
La fortaleza de Akershus.
El día se aproximaba a su fin. Mi plan era ver la puesta de sol desde Tjuvholmen, otro de los flamantes desarrollos urbanísticos que están transformando la fachada marítima de Oslo. Tjuvholmen se podría traducir como «Islote de los Ladrones». En primer lugar, la actual península era antiguamente una pequeña isla que, al igual que Bygdøy, ha acabado uniéndose al continente debido al fenómeno del rebote posglaciar. Por otra parte, durante el siglo XVIII era el lugar en el que se ajusticiaba a los condenados a la pena capital. Castigo que, en aquella época, era relativamente común aplicar a simples ladrones.
El antiguo distrito industrial se ha convertido, desde 2005, en un barrio residencial perfectamente planificado. La mayor parte de sus edificios son viviendas, aunque también hay un hotel, el museo Astrup Fearnley, oficinas, comercios y restaurantes. Todas las plazas de aparcamiento están bajo tierra, por lo que apenas hay tráfico rodado en superficie. La zona está atravesada por varios canales, creando dos islas artificiales. Todo ello diseñado por arquitectos de primera línea, como Renzo Piano. El resultado es un barrio rabiosamente moderno, por el que es muy agradable pasear y en el que debe ser una delicia vivir.
Disfruté de la puesta de sol desde Tjuvholmen Badeplass, una de esas plataformas para darse un chapuzón tan del gusto de los noruegos, situada en el extremo meridional del barrio. Es un lugar relativamente popular para ver el ocaso en invierno, pues el sol se pone más allá de las aguas del fiordo. Aquel día concreto, por encima del sur de Bygdøy. El atardecer no fue nada excepcional, pero me llevé la sorpresa de ver como el Crown Seaways zarpaba de vuelta a Copenhague.
Después de cenar en un local de la calle Stranden, regresé al hotel dando un relajante paseo por un Oslo prácticamente vacío. Recorrí los muelles de Aker Brygge, mientras disfrutaba de las vistas sobre Akershus, al otro lado de Pipervika. Al fondo de la ensenada, se levantaban las dos torres de ladrillo del nuevo ayuntamiento de Oslo, construido entre 1931 y 1950 en estilo funcionalista. Entre sus muros se celebra, el 10 de Diciembre de cada año, la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz.
Al día siguiente, tras desayunar, me acerqué hasta la orilla del fiordo. Durante la noche, la temperatura había descendido notablemente, congelando el extremo septentrional de Bjørvika. Sobre el hielo, la extraña escultura flotante conocida como Hun lyver parecía estar en su ambiente natural. Creada por la artista italiana Monica Bonvicini, está basada en el cuadro El mar de hielo, del pintor romántico Caspar David Friedrich. Pero apenas me quedaba tiempo. Tan solo alcancé a cruzar la pasarela peatonal que, sobre las aguas del Oslofjord, lleva a Sørenga, antes de tener que dar la vuelta. A las nueve de la mañana, estaba sentado en el tren que me debía llevar a Stavanger.
A pesar de la falta de nieve y de la brevedad de mi estancia, pude corroborar la espléndida impresión que me había llevado de Oslo durante mi visita del año anterior. En un país que destaca por la espectacularidad de sus paisajes, su capital ocupa una ubicación agradable, pero poco más. Que nadie busque en sus inmediaciones los hermosos paisajes y fiordos que rodean a Stavanger, Bergen o Tromsø. O la espléndida ubicación de Ålesund. Tampoco es una ciudad cargada de grandes monumentos, al estilo de las viejas capitales europeas. Habiendo llegado desde Copenhague, el contraste no podía ser mayor.
Pero Oslo tiene un innegable encanto. Su ordenada trama urbana, cada vez más entrelazada con el fiordo que la abraza, sus espléndidos museos, su mezcla entre una arquitectura tradicional impecablemente cuidada y la rabiosa modernidad de los barrios nuevos, en los que Noruega vuelca toda su calidad de vida y su pujanza económica, hacen de la ciudad un lugar muy interesante, que merece ser conocido.
Terminal de DFDS
Thon Hotel Opera
Ópera de Oslo
Museo del Pueblo Noruego
Fortaleza de Akershus
Tjuvholmen Badeplass
Ayuntamiento de Oslo
En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ también se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.
La web oficial de turismo de Noruega tiene una sección dedicada a su capital: https://www.visitnorway.es/que-ver-en-noruega/este-de-noruega/oslo/.
También es interesante la página de turismo de la ciudad: https://www.visitoslo.com/es/.
No faltan las entradas sobre Oslo en blogs en español. Entre los mejores, El Paigar Viajero (https://www.elpaigarviajero.com/viajes/oslo) y Viajablog (https://www.viajablog.com/razones-visitar-oslo-que-ver-que-hacer-capital-noruega/).
En inglés, muy recomendable la sección sobre Oslo del blog Life in Norway: https://www.lifeinnorway.net/places/oslo/.
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