Más allá de haber sido la granja a mayor altitud de Islandia, Möðrudalur es la base perfecta para explorar las Tierras Altas nororientales. Una región especialmente dura y salvaje dentro de la indómita Tierra de Hielo. Motivo por el que la antigua granja se había convertido en el lugar desde el que intentaría llegar al cráter de Askja. Una excursión en la que tendría que recorrer, entre ida y vuelta, 193 kilómetros. Todos ellos por carreteras sin asfaltar y la mayor parte por lo que en Islandia llaman «carreteras de montaña». En concreto, por las F905, F910 y F894.

Desde la F905

Desde la F905.

Arranqué poco después de las ocho de una mañana otoñal. Gris y asombrosamente ventosa. Al menos no llovía, pero el viento me preocupaba. Si, a casi 500 metros de altitud, ya era muy intenso, ¿cómo sería en la caldera del Askja, a más del doble de altura? En cualquier caso, de momento mi principal preocupación serían las carreteras. Tras avanzar tan solo 3.400 metros, llegaba al desvío de la F905 y me adentraba en la primera de las carreteras de montaña que debía recorrer. Al menos de momento, la carretera no estaba demasiado mal y el paisaje resultaba deslumbrante. Un áspero desierto gris, en el que las únicas tenues señales de civilización eran mi coche y la pista que recorría.

Seguí avanzando a un ritmo razonable. Baches, charcos, algún pequeño vado… La situación apenas cambió tras llegar al cruce con la F910. Hay dos rutas principales para acceder al Askja. Si llegas desde el Mývatn, la más directa es por la F88. Es la utilizada por la mayor parte de las excursiones organizadas, aunque tiene un serio inconveniente: el vado del Lindaá, que puede ser uno de los más complicados del norte de Islandia. También es el principal motivo de la popularidad de la ruta por la F910, a pesar de ser más larga y tortuosa. Incluso por la F910, deberás atravesar un par de vados, generalmente considerados de tamaño medio, varios kilómetros al sur de Möðrudalur.

El vado del Þríhyrningsá

El vado del Þríhyrningsá.

Aunque, en las Tierras Altas de Islandia, nunca puedes estar seguro de qué vas a encontrar. A las nueve y diez llegaba frente al Þríhyrningsá y me daba de bruces con el vado más complicado de la ruta. Me detuve a estudiar la situación, sin sacar nada en claro. Había visto un par de videos de vehículos vadeando. El río se encontraba en un estado intermedio entre el relativamente plácido cruce de un Dacia Duster y otro bastante más intenso de una Volkswagen Caravelle. Decidí esperar. Quizá llegara otro vehículo. Pasé media hora frente al vado, sin el menor éxito. Tenía tres opciones: cruzar a lo loco, calzarme las botas impermeables y tantear el vado caminando o dar media vuelta. Estaba a punto de decidirme por la segunda opción, cuando comenzó a llover. No era un gran chaparrón, pero sí un claro indicio de que el día parecía ir a peor. No tenía el menor sentido hacer el esfuerzo de llegar hasta el Askja para encontrarme el cráter rodeado de niebla, lluvia o ambas cosas simultáneamente. Con el aliciente añadido de un viento demencial. Había llegado el momento de pasar al plan B.

Junto al cruce de la F905 y la F910

Junto al cruce de la F905 y la F910.

Plan consistente en visitar el lado oriental de Stuðlagil. El cielo parecía estar algo más despejado hacia el este y, con suerte, el cañón me ofrecería cierta protección frente al viento. Para llegar, desandaría 4.800 metros por la F910, para luego girar hacia el este y recorrer otros 21 kilómetros hasta la 907. Allí giraría brevemente hacia el sur, hasta incorporarme a la 923, que me llevaría hasta la 9214, ya en las inmediaciones de Stuðlagil. Había 18.300 metros de la ruta que ni conocía, ni había estudiado previamente. Puede parecer una distancia escasa, pero en las Tierras Altas podían ser un mundo. En cualquier caso, sabía que, en principio, no debería cruzar ningún vado complicado. Y siempre tendría la opción de dar media vuelta y llegar a Stuðlagil por una ruta más convencional. Aunque también sería menos divertida.

La ruta fue una auténtica delicia. Recorriendo los descarnados paisajes del extremo nororiental de las Tierras Altas, mientras avanzaba por una carretera que, sin ser excesivamente complicada, tampoco dejaba el menor margen al aburrimiento. De los vados que tuve que atravesar, el más complicado fue el del río Þríhyrningsá, que sirve de desagüe al lago Þríhyrningsvatn. Más por su laberíntico trazado, que por la dificultad del río.

Desde el este de la F910

Desde el este de la F910.

Por lo demás, el tráfico seguía siendo inexistente, permitiéndome detenerme allí donde veía una foto interesante. Mientras tanto, la mañana había vuelto a mejorar. El viento seguía soplando con furia, pero no llovía y las nubes cada vez parecían estar más altas, ofreciéndome una vista cada vez más limpia del entorno alienígena que recorría.

Paisajes de otro mundo

Paisajes de otro mundo.

Atravesando paisajes de una belleza irreal, no tardé en olvidarme de mi fracaso en el vado del Þríhyrningsá y el fallido plan de visitar el Askja. Si la resistencia a la frustración debe formar parte de cualquier equipaje para viajar a Islandia, la dosis debe ser mucho mayor si pretendes recorrer sus Tierras Altas, donde la cantidad de factores que escapan completamente a tu control es apabullante. Y las consecuencias de empeñarte en llevar la contraria a la salvaje naturaleza de la isla nefastas. Tener planes flexibles, ser capaz de reconocer el momento de dar la vuelta y aceptarlo sin amargura te hará recorrer la región con mucha más seguridad, disfrutando de experiencias únicas. Aunque estas no sean las que habías planeado inicialmente.

Descendiendo hacia el Jökulsá á Dal

Descendiendo hacia el Jökulsá á Dal.

Cerca de las once y veinte llegaba a la 923, junto al cauce del Jökulsá á Dal. El río bajaba muy crecido. Quizá fuera debido a las intensas lluvias de los últimos días. O puede que la presa de Kárahnjúkar estuviera rebosando por su aliviadero. Probablemente, se estarían dando simultáneamente ambas circunstancias. El caso es que el río no guardaba la menor relación con aquel que había podido ver en el verano de 2020.

Una excursión a Stuðlagil.

Justo a mediodía dejaba el coche en el aparcamiento oriental de Stuðlagil y empezaba la que, en principio, debería ser la principal excursión de la jornada. Una caminata de 5 kilómetros, para visitar uno de los cañones más deslumbrantes de Islandia.
El puente de Hákonarstaðir

El puente de Hákonarstaðir.

Tras una visita un tanto decepcionante, me detuve brevemente en el puente de la 9214 sobre el Jökulsá á Dal. Un río en el que los puentes han formado parte sustancial de su historia, hasta el punto de ser también conocido como Jökulsá á Brú, o «Río Glaciar del Puente». Según parece, antiguamente había un arco natural de roca sobre el río, en las inmediaciones de la granja de Brú, que debería su nombre a esta circunstancia. Arco que colapsó en algún momento del siglo XVIII. Aguas abajo, en 1625 se había construido un primer puente de madera, en un río que por su tumultuoso caudal era imposible cruzar por otros medios. En 1900 se tomó la decisión de construir otro puente en Hákonarstaðir, que sería prefabricado en los Estados Unidos de América, para ser ensamblado en su emplazamiento durante el verano de 1908. Aún sigue en pie, aunque ha sido reemplazado por un puente más moderno, apenas unos metros al norte.

Rjúkandafoss.

Regresaría a Möðrudalur por el norte. Pero antes hice un breve desvío, de apenas 4 kilómetros, hasta Rjúkandafoss. Una hermosa cascada justo al lado de la Ring Road..

Después, tan solo quedaba regresar a Möðrudalur. Podía haber ido por la Ring Road, hasta el cruce septentrional de la carretera 901. Preferí tomar una ruta más tranquila y mucho más interesante, además de algo más corta.

Atardecer en Möðrudalsleið.

Los 32 kilómetros de pista, entre el extremo oriental de Möðrudalsleið y la granja de Möðrudalur, fueron sin la menor duda lo mejor del día. Un recorrido mágico, coincidiendo con los primeros compases de un hermoso atardecer subártico.

Möðrudalur, una granja en las Tierras Altas.

Llegué a Möðrudalur a las seis y media de la tarde, con tiempo suficiente para dar un tranquilo paseo por la granja, donde aún me esperaba una última sorpresa.

Fue un hermoso epílogo para una jornada un tanto caótica, pero muy interesante. Acabé cambiando los 193 kilómetros del recorrido hasta el Askja por un itinerario circular que, incluidos los pequeños desvíos, no llegó a los 144. No logré ver uno de los cráteres más impresionantes de Islandia, pero a cambio pude disfrutar de un par de hermosos recorridos por pistas muy poco transitadas de las Tierras Altas. Sobre todo el que hice por Möðrudalsleið, que acabó siendo una de las mayores sorpresas de todo el viaje. Y, como siempre en Islandia, ya habría otra ocasión de intentar visitar el Askja. Ocasión que, en este caso, no se hizo esperar mucho. Apenas dos días más tarde, volvería a intentarlo. Esta vez desde el este, viviendo una pequeña aventura mientras atravesaba Álftadalur. Un remoto valle, entre la presa de Kárahnjúkar y el río Kreppá.

Para ampliar la información.

Si no tienes experiencia conduciendo por las Tierras Altas de Islandia, te interesará leer esta otra entrada del blog: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-las-tierras-altas/.

En https://depuertoenpuerto.com/en-el-este-de-las-tierras-altas/ puedes ver otro recorrido por la zona, que en cierto modo es complementario del que acabas de leer.

SI quieres ver la ruta completa hasta el Askja, que ese día no logré recorrer, puedes hacerlo en Sendas de Viaje: https://sendasdeviaje.com/askja-como-llegar/.

En inglés, Epic Iceland tiene una entrada sobre un itinerario por la zona, en un día bastante más benigno: https://epiciceland.net/day-6-askja-studlagil-canyon/.