En el Sólheimajökull.
La niebla no era la más espesa que he podido “disfrutar” en Reynisfjara. Desde los acantilados, aún era posible ver la roca de Arnardrangur y el tramo más próximo de la playa. Por contra, Garðar y las rocas de Reynisdrangar permanecían ocultas tras un denso manto gris. Tampoco era mucho mejor la vista en dirección contraria, donde apenas podía apreciar la parte más cercana de Kirkjufjara. Al final, tuve que contentarme con pasar un rato observando las acrobacias de las numerosas aves que pueblan el lugar. Entre las que no se encontraban sus célebres frailecillos, que suelen llegar entre finales de abril y principios de mayo. Parece que en el 2021 se lo habían tomado con calma.
Continué la ruta visitando Skógafoss, una de mis cascadas favoritas de Islandia. Su salto, de 62 metros de altura, estaba tan hermoso como había esperado, a pesar de que una tenue neblina flotaba sobre el ambiente. Apenas había media docena de personas en los alrededores de la cascada, por lo que pude disfrutar de un entorno mucho más tranquilo de lo habitual. En cualquier caso, fue una visita rápida, que duró poco más de veinte minutos.
A solas en Seljalandsfoss.
Desde la propia pista, podía ver Nauthúsagil, cuyo nombre se podría traducir como «barranco del cobertizo del toro», en medio de un paisaje de hierba amarillenta, ajeno a la llegada de la incipiente primavera. Su salto, de apenas veinte metros de altura, desaparecía en el barranco con el que comparte nombre. Tras desviarme a la derecha y atravesar un vado, llegué a las puertas del pequeño desfiladero. El lugar tenía un aire misterioso, incluso irreal, con las paredes cubiertas de musgo y las ramas de los árboles entrelazándose sobre el río.
Sabía que el acceso a la cascada tenía cierta dificultad, pero no contaba con que el pequeño río bajaría crecido por el deshielo. Lo de menos era que el agua saltase por encima del precario puente de madera que permitía cruzar de una a otra orilla. Para llegar al puente, había que atravesar una poza, cuya profundidad era complicado averiguar. Estaba buscando algún palo que pudiera servirme para medir el nivel del agua, cuando apareció una familia islandesa, de excursión por la zona. Viendo cómo hundían sus piernas más de un palmo en el agua, decidí que no iba a intentarlo. Me conformé con contemplar el barranco desde su tramo inicial y dejar la cascada para otra ocasión más propicia.
Emprendí el regreso, con el pedregoso cauce del Markarfljót a mi derecha y un apacible paisaje agrícola a mi izquierda. Las tierras de labor se extendían por las colinas, entre las que incluso se podía ver algún pequeño bosque. Más allá, se elevaban las últimas estribaciones del Eyjafjallajökull, apenas cubiertas por algún retazo de nieve. Todo ello bajo un plácido cielo azul. Había que hacer un esfuerzo para recordar que seguía estando en Islandia.
En unos minutos, llegué a un desvío. A la derecha de la F249 salía una pista que enfilaba, recta como una flecha, hacia Stóra Dímon, una colina que, pese a su reducido tamaño, destacaba en medio de la llanura aluvial. La pista no tenía ninguna señalización. Tampoco estaba reflejada en los mapas, por lo que desconocía si tendría salida. Pero parecía tener buen firme, por lo que decidí explorarla.
Al final, resultó ser un camino de servicio construido sobre la parte superior de un dique, aparentemente destinado a proteger las granjas cercanas de las crecidas del Markarfljót. Terminaba abruptamente, al final del dique, justo frente a la extraña silueta de Stóra Dímon. En cualquier caso, el desvío tuvo su interés. Las vistas sobre el pedregoso cauce del Markarfljót, con el Tindfjallajökull al fondo, eran espléndidas. El traicionero río, de casi cien kilómetros de longitud, se retorcía por su enorme lecho, fruto de las crecidas que lo caracterizan, dividiéndose en un laberinto de innumerables brazos. Uno de sus principales afluentes es el Krossá, famoso en Islandia por sus repentinos cambios de caudal y por el número de vehículos devorados por su peligroso vado, al final de la F249.
Mi siguiente destino era precisamente Stóra Dímon. A pesar de haber estado a menos de 900 metros de su cima, me vi obligado a dar un amplio rodeo, de casi veinte kilómetros. El primer puente sobre el Markarfljót fue construido en fecha tan reciente como 1934. Para ser abandonado tras la construcción, en 1992, del puente que actualmente utiliza la Ring Road, cinco kilómetros más al sur. Al final, llegué a los pies de Stóra Dímon sobre las seis de la tarde. La pequeña montaña aparece en las sagas islandesas con el nombre de Rauðuskriður, siendo escenario de uno de sus característicos episodios, lleno de violencia, rencillas y venganzas. Sin pensármelo dos veces, emprendí el ascenso por la senda, corta pero empinada, que permite llegar a los 185 metros de altura de su cima.
El panorama desde la cima era magnífico, permitiendo apreciar la llanura aluvial en todo su esplendor. La vista más atractiva estaba hacia el noreste, donde el sol se filtraba entre las nubes, iluminando las laderas nevadas del Tindfjallajökull. Más al este, la elevación permitía distinguir con claridad la gran superficie blanca del Mýrdalsjökull cerrando el valle, flanqueada por las laderas septentrionales del Eyjafjallajökull. En medio, el laberinto de mil brazos del Markarfljót se desparramaba por la llanura. Más allá de las crecidas estacionales, su amplio lecho es fruto de los jökulhlaup, nombre con el que se conocen en Islandia las repentinas riadas creadas por una erupción, que a su vez provoca el deshielo súbito del glaciar que cubre el volcán. Aunque son fenómenos muy esporádicos, su violencia hace que se encuentren entre los mas temidos en el país.
Mi última visita del día fue Gluggafoss, una curiosa cascada situada junto al cruce entre las carreteras 250 y 261. En realidad es una cascada doble, con un salto de 44 metros, seguido por otro de 8,5. El salto inferior, dividido en varios brazos, tiene su encanto. Pero el realmente interesante es el superior. La ladera desde la que cae Gluggafoss está compuesta por dos capas de roca. La superior es de palagonita, un material volcánico relativamente blando, mientras la inferior es de roca basáltica, bastante más dura. Según parece, la cascada excavó un túnel vertical en la palagonita. Tan solo era posible ver el agua a través de unas «ventanas» creadas por la propia erosión. En 1947, la erupción del Hekla creó una gruesa capa de ceniza volcánica que, al ser arrastrada por el río Merkjá, bloqueó el túnel. Desde entonces, la cascada ha vuelto a excavar lentamente el antiguo conducto. Gluggafoss, «la cascada de las ventanas«, de nuevo pasa por un par de arcos, para aparecer definitivamente bajo el tercero.
Reynisfjara: https://depuertoenpuerto.com/reynisfjara/.
Skógafoss: https://depuertoenpuerto.com/skogafoss/.
Seljalandsfoss: https://depuertoenpuerto.com/seljalandsfoss-los-males-del-turismo-en-islandia/.
En https://depuertoenpuerto.com/un-viaje-imprevisto-a-reykjanes/ se puede ver el itinerario completo de mi viaje de primavera.
El blog Caracol Viajero tiene una entrada describiendo una ruta parecida, aunque centrada en las cascadas: https://www.caracolviajero.com.es/blog/cascadas-del-sur-de-islandia/.
En Wikiloc hay una breve descripción de la ruta hasta la cima de Stóra Dímon: https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/subida-a-stora-dimon-29532161.
En inglés, Guide to Iceland tiene una interesante entrada sobre Nauthúsagil: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/the-mystical-nauthusagil-ravine-in-south-iceland.
Es difícil encontrar información sobre Stóra Dímon, más allá de una reseña en la web del Katla Geopark: https://www.katlageopark.com/geosites/geology-culture/stora-dimon-and-litla-dimon/.
La web Visit South Iceland tiene una breve entrada sobre Gluggafoss: https://www.south.is/en/place/gluggafoss-waterfall.
Trackbacks/Pingbacks