La senda amarilla es una de las tres rutas que permiten explorar a pie el mágico entorno del Ilulissat Kangerlua, desde el lado septentrional del fiordo. Ni es la más corta, ni la más cómoda, ni la que más se acerca al fascinante mundo de hielo. Por tanto, podríamos asumir que sería una de las más tranquilas. No es que nos hubiéramos encontrado con mucha gente en nuestras anteriores excursiones por la zona, pero parecía una buena opción para nuestra tercera jornada en Ilulissat, en la que el principal objetivo era poder volar los drones con calma.

El Icefjord Centre entre la niebla

El Icefjord Centre entre la niebla.

Nuevamente me había puesto de acuerdo con Sergio y Núria para realizar la excursión juntos. A esas alturas del viaje, habíamos coincidido en varias ocasiones, desde nuestro encuentro fortuito en Nuuk. Recorriendo la zona exterior del muro de hielo del Kangia durante un hermoso atardecer, en un par de caminatas hasta el mirador principal del fiordo, en la senda azul, y realizando una espléndida excursión en lancha al Eqip Sermia. Ahora, nuestra intención era entrar al centro de visitantes del Ilulissat Kangerlua para, a continuación, recorrer la senda amarilla. Plan que no tardó en verse frustrado por la misma niebla que había logrado arruinar nuestros planes la tarde anterior. Tras visitar el Icefjord Centre de Ilulissat, no nos quedó más remedio que regresar a nuestros respectivos hoteles.

Perros entre el barro

Perros entre el barro.

Poco después de las ocho de la tarde estábamos de nuevo en camino, atravesando la destartalada zona donde descansan los perros de trineo, entre la ciudad y el centro de visitantes. La niebla seguía cubriendo las colinas, apenas unos metros por encima de las casas de Ilulissat, pero parecía estar un poco más alta que durante la mañana. ¿Sería suficiente?

En el desvío de la senda amarilla

En el desvío de la senda amarilla.

En cinco minutos llegábamos al antiguo helipuerto. La senda azul, que en su tramo inicial es una cómoda plataforma de tablones, seguía hacia el frente, rumbo a Sermermiut y el principal mirador sobre el Kangia. La amarilla se desviaba a la derecha, rumbo a la planta de generación eléctrica que hay en el extremo suroeste de la pequeña ciudad. La distancia era de apenas 2.700 metros. No parecían muchos, pero intuíamos que nos llevaría un buen rato recorrerlos.

Una pausa junto al cementerio

Una pausa junto al cementerio.

La primera parada llegó en apenas cinco minutos, cuando nos dimos de bruces con otro de los cementerios groenlandeses. Una gran acumulación de cruces blancas, cuyo mayor rasgo diferenciador era su grado de deterioro, en medio de un paisaje desolado. Con una puerta desvencijada, cuya utilidad no parecía muy evidente, pues la valla apenas se extendía un par de metros a cada lado. Aquella tarde, la niebla lograba potenciar el extraño aura de dureza que suelen tener los camposantos de Groenlandia, empujándonos a hacer unas cuantas fotos.

Rozando la niebla

Rozando la niebla.

Reanudamos la marcha, por un terreno áspero e irregular salpicado de pequeñas lagunas. La niebla seguía cubriendo la cima de las colinas y, aunque durante varias semanas no habría noche cerrada, la luz era bastante escasa. La capa de nubes debía ser densa. Según avanzábamos por la senda, saltando de roca en roca, no podía evitar preguntarme si aquella excursión habría sido un error.

Sermermiut bajo la niebla

Sermermiut bajo la niebla.

La respuesta no tardó en llegar. Tras superar unas rocas, apareció a nuestros pies la pequeña ensenada de Sermermiut. Un poco más allá, podíamos ver el extremo septentrional del gran muro de hielo que se forma en la boca del Kangia, sobre la antigua morrena sumergida. La niebla nos impedía contemplar el fiordo en toda su plenitud, pero la vista era más que suficiente para justificar un primer intento de volar los drones.

Al final hice un par de vuelos, en unas condiciones bastante complicadas. Jamás había manejado un dron con niebla. Fue una experiencia extraña, durante la que, en algunas ocasiones, era absolutamente incapaz de ver qué había delante de la cámara del dron. Logré alguna toma medianamente aceptable, aunque ninguna realmente interesante. En cualquier caso, logré recuperar el dron de una pieza.

La zona exterior del Kangia desde la senda amarilla

La zona exterior del Kangia desde la senda amarilla.

La senda seguía avanzando, por un entorno en el que las rocas se entremezclaban con las pequeñas praderas, más lagunas y algún tramo completamente nevado. Siempre con la niebla unos cuantos metros por encima de nuestras cabezas y el frente helado del Kangia de Ilulissat a nuestra izquierda. Avanzábamos lentamente, en medio de un silencio tan solo roto por el sonido de nuestros pasos, recorriendo un entorno fascinante. Quizá no tan extraño como el mismo corazón del fiordo de hielo, pero sin duda interesante.

Volando el dron hacia los icebergs

Volando el dron hacia los icebergs.

En poco más de media hora, hicimos una segunda pausa. La niebla había levantado unos metros. Al frente, un grupo de grandes icebergs flotaba indolentemente en las aguas de la bahía de Disko. Sergio lanzó su dron hacia ellos. Sabiendo que estaban fuera del alcance de mi modesto DJI Mini, preferí volar nuevamente hacia el muro de hielo. Esta vez, con bastante mejor resultado.

En el laberinto de hielo

En el laberinto de hielo.

Aunque finalmente, acabé despistándome entre el laberinto de grandes bloques de hielo. Uno de los problemas de volar drones en el Kangia es el estricto límite de 50 metros de altitud que debes respetar. Alguno de los icebergs supera dicha altura, por lo que te ves obligado a rodearlos. Por una parte, lograrás hermosas tomas de los canales de agua que hay entre las montañas de hielo. Lo malo será cuando pierdas la señal. Algo que puede verse agravado por la masa de agua helada que se interpone entre el dron y tú. Aquella tarde, mientras intentaba llegar a una extraña torre de hielo, que había llamado mi atención mientras llegaba a Ilulissat a bordo del Sarfaq Ittuk, acabé llevándome un buen susto. Afortunadamente sin consecuencias.

Llegando al café Asimut

Llegando al café Asimut.

Agotadas las baterías, aún permanecimos un rato disfrutando de la paz del lugar. Después, reanudamos nuestra marcha, por un sendero que seguía saltando de roca en roca. Y que acabó pasando junto a Asimut. Un pequeño café, en medio de ninguna parte, propiedad de World of Greenland. Habría sido un lugar perfecto para hacer una pausa, pero lo encontramos cerrado. Desconozco si por lo avanzado de la hora, o porque aún no había comenzado la temporada turística en Ilulissat.

Ilulissat desde la senda amarilla

Ilulissat desde la senda amarilla.

Poco después de las once y media, teníamos al frente Ilulissat. Con la chimenea de su central eléctrica en primer plano y la niebla dando nuevamente señales de querer descender. Aún nos entretuvimos, haciendo una pausa en un pequeño mirador, con unas espléndidas vistas sobre la ciudad, y curioseando un extraño monumento. Resultó estar dedicado a los pescadores de Ilulissat que, hace más de 100 años, idearon una herramienta que aún se utiliza para pescar bajo el hielo. A las doce y media estaba de vuelta en el hotel. Al final, el día no salió como habíamos planeado, pero al menos logramos los dos objetivos principales de la jornada. Algo que, en el Ártico, nunca puedes dar por descontado.

Para ampliar la información.

En Wikiloc describen las distintas rutas de senderismo por la zona: https://es.wikiloc.com/rutas/senderismo/groenlandia/avannaata/ilulissat.

Viaje al Patrimonio tiene una entrada sobre el fiordo: https://viajealpatrimonio.com/listing/fiordo-helado-de-ilulissat/.

En inglés, la web oficial del Ilulissat Kangerlua, con información sobre el centro de visitantes y el acceso por las sendas, está en https://kangia.gl/en.

En https://www.explorenaturewithbo.com/ilulissat-icefiord-the-yellow-trail/ encontrarás un paseo por la senda amarilla en un día bastante más despejado.

La página del café Asimut, donde puedes consultar sus horarios, está en https://worldofgreenland.com/en/tours-ilulissat/asimut-cafe/.