Autor invitado
El viaje como encuentro con lo heterogéneo
Uno de los viajes más extraordinarios que pueden realizarse lo llevó a cabo el más egregio de los filósofos del “Siglo de Oro” español, coetáneo de los no menos egregios navegantes españoles cuyas gestas hicieron época. Lo que hace único a ese viaje es que lo realizó con el pensamiento, sin que su cuerpo saliese de la injusta prisión en la que se encontraba. Así nos relata como su mente dio comienzo aquella aventura.
En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,
El autor nos indica de este modo, que ese viaje es una aventura y que se inicia con una escapada y una fuga. Una escapada de nuestros hábitos y una “fuga” de la monotonía de nuestros quehaceres monocordes. También nos indica que esta aventura se inicia a oscuras pues como todo viaje de expedición desconocemos lo que nos vamos a encontrar.
Un viaje no merecería tal nombre y perderíamos el tiempo si con nosotros viajaran nuestras ocupaciones y preocupaciones habituales. Difícilmente podremos descubrir otros mundos si llevamos el nuestro a cuestas. Por ello nos dice que que ha dejado el suyo arreglado de modo que la mente puede prestar su completa atención a la dichosa ventura que emprende para descubrir otros.
a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.
Más adelante nos informa que su viaje ha resultado exitoso. Ha llegado a un territorio inexplorado que era el destino buscado. Y nos lo indica utilizando una metáfora cinegética. Ha superado dificultades y se ha elevado y finalmente ha cazado su objetivo,
“…volé tan alto, tan alto / que le di a la caza alcance…”.
Finalmente, habiendo cruzado todos los puertos, nos revela el destino de su viaje, la pieza a la que ha dado alcance. Un lugar especial “numinoso” y desconocido que mantiene nuestro conocimiento en un estado de suspensión:
Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia tracendiendo.
Nosotros, modernos urbanitas, prisioneros de mil artefactos que manipulan nuestra atención, hemos perdido la habilidad de viajar de este modo. Para salir de la prisión de nuestro quehacer diario nosotros necesitamos aterrizar fisicamente nuestro cuerpo en un lugar remoto. Por ejemplo en una desolado valle glaciar, que azotado por incesantes y furiosas ráfagas de viento nos zarandeen hasta hacernos despertar a la nueva realidad. Solo entonces empezamos a vislumbrar la caza a la que hemos venido a dar alcance: la experimentación de lo “numinoso” de lo que nos deja “perplexos”, como bellamente dice: “no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”.
Cabe preguntarse ahora por la sustancia de la pieza cobrada: la fascinación que nos desconcierta en esos remotos parajes septentrionales. Por la tonalidad sentimental, la conmoción de la experiencia “numínica” o como lo refiere Rudolph Otto “el misterium tremendum”.
El misterio es lo oculto lo secreto, lo que no se concibe ni se entiende, lo que no es público ni cotidiano ni familiar. Misterio proviene de “mirum” o “mirabile” (admirable). Admirable porque es extraño, no se comprende, lo que sale del círculo de lo que es comprendido o familiar y por tanto nos produce asombro o estupor. El objeto misterioso nos resulta inaprensible e incomprensible. Y lo es porque el objeto admirado es totalmente heterogéneo con mi esencia y por eso retrocedo espantado o al menos guardo una prudente distancia porque sin esa distancia la mayestática naturaleza me podría helar o abrasar. Pero al mismo tiempo ese “mirum” despierta nuestra imaginación y una intensa curiosidad, precisamente por esa cualidad de heterogeneidad que tiene con nosotros, de no pertenecer al círculo de nuestra realidad, sino al más allá. Y mas allá del ser, se extiende el “no ser”, es decir la nada. Pero no en el sentido de vacío sino en el de lo absolutamente heterogéneo, de lo que nada tiene que ver con nosotros. En fin percibimos una realidad, que por ser tan heterogénea a nosotros no podemos expresarlo con conceptos claros. Lo heterogéneo es inaprensible e incomprensible, trasciende nuestras categorías hasta ponerse en contraposición a ellas y por ello resulta paradójico.
Pero ese misterio es “tremendum”, produce un sentimiento de temor especial al que podríamos denominar “tremor” o pavor, cuya primera nota sería la inquietud, que en un grado superior puede tener incluso un efecto corporal como el escalofrío o el erizamiento del vello. Otro componente de este tremor numinoso es dejarnos a merced de la ira de las fuerzas oscuras de la naturaleza. Esas fuerzas se nos presentan como un poder, una potencia, prepotencia, omnipotencia, en fin una majestad por referirlo mejor a lo “numinoso”. Ese paisaje norteño se nos hace presente de forma mayestática . Una majestad tremenda. Inaccesibilidad, prepotencia absoluta que nos anonada y provoca un sentimiento de humildad, de dependencia, de conciencia de la propia nulidad y aniquilación del sujeto; “annihilatio”, frente a esa majestad. “Yo nada, la naturaleza todo” “ El hombre se hunde y derrite en su propia nada, en su insignificancia. Cuanto mas clara y pura se le aparece la grandeza de la naturaleza, tanto más reconoce su pequeñez. “Ese sentimiento de dominación universal invencible, después se convierte en un deseo de unión con esa naturaleza dominadora”
Un ultimo aspecto de ese “numen” es la energía expresada como vida, pasión, voluntad, fuerza, movimiento, agitación, actividad, impulso, en fin un abrasador fuego y un hielo destructor. Acercarse ese fuego y ese hielo heterogéneo a nuestra naturaleza es peligroso, pues con frecuencia lo que no es homogéneo con nosotros es incompatible. Si no morimos helados o abrasados, corremos el riesgo de quedar absortos en el “misterium tremendum” y en ese trance empezar a volvernos heterogéneos con nuestra vida normal y no querer regresar a ella.
Finalizado el viaje, hemos de regresar a nuestra rutina. Atrás queda el “misterium tremendum” de lo heterogéneo. Desde su injusta prisión el egregio español sonríe a la espera de su sentencia mientras recita lo versos que siglos después serán escritos:
Ver un Mundo en un Grano de Arena
y un Cielo en una Flor Silvestre;
tener el Infinito en la palma de tu mano
y la Eternidad en una hora.
“El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”
( Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”).