Llegamos a Kapp Lee tras dar un rodeo por Sundneset, donde la niebla y un esquivo oso polar frustraron nuestro intento de desembarco. Entre unas cosas y otras, acabamos fondeando frente a Dolerittneset poco después de las tres de la tarde. Aquí no hubo el habitual trajín para desembarcar las zódiac. Debido a la escasa distancia desde Sundneset, éstas venían navegando en paralelo al SH Vega. Antes incluso de que hubiéramos fondeado, un reducido grupo del equipo de expedición desembarcaba para realizar la exploración previa del terreno. Tan pronto como comprobaron que éste era seguro, comenzó el trasiego de lanchas entre el barco y la playa.
Mientras llegaba nuestra hora para desembarcar, nos dedicamos a contemplar el impresionante entorno. La majestuosa desolación del lugar era abrumadora. Estábamos por encima de los 78º de latitud norte, por lo que la vegetación era extremadamente escasa. Las partes bajas de la isla aun lograban mostrar una precaria cubierta verdosa. Un poco más arriba, ni eso. Más allá de la diminuta ensenada que forma Dolerittneset, una extraña formación rocosa atraía nuestra mirada. Se trataba de una deformación de la corteza, claramente visible en la árida ladera, fruto del proceso geológico que dio lugar al mar de Barents.
Hacia el norte, nuestro campo visual era más limitado. Poco más allá del auténtico Kapp Lee, un gran banco de niebla acechaba amenazante. Era el mismo que había frustrado el intento de desembarco en Sundneset, a tan solo 14 kilómetros de nuestra posición actual. Como habíamos podido comprobar durante nuestra navegación entre ambos lugares, la niebla se deslizaba lentamente hacia el sur, por lo que mi temor era que acabase llegando antes de que pudiéramos desembarcar.
Finalmente llegó nuestro turno. La niebla seguía acercándose, pero con tal parsimonia que no suponía el menor problema. Poco antes de las seis, desembarcábamos en Stretehamna. Una gélida bahía, con una playa arenosa, en medio de ninguna parte. La arena, que más bien parecía barro, se mezclaba con algunos guijarros. Hacia el interior, una paupérrima pradera, formada más por musgos y líquenes que por hierba, se difuminaba hacia el interior, hasta desaparecer completamente antes de alcanzar el primer contrafuerte rocoso. El aspecto del paisaje, visto desde cerca, era aún más yermo y desolado que desde el barco.
Por si la escena fuera poco desolada, unas cuantas cornamentas de reno se desperdigaban sobre la escasa vegetación. Los renos de Svalbard forman una subespecie endémica del archipiélago. Son los de menor tamaño del planeta, lo que les permite una mayor eficiencia energética. Algo fundamental en un lugar donde el alimento no es precisamente abundante. Habíamos visto renos durante nuestro anterior paso por Svalbard, en las inmediaciones de Longyearbyen, la capital del archipiélago. Esta vez, en la despoblada Edgeøya, no logramos ver ninguno.
En realidad, no habíamos ido a Kapp Lee a ver renos. La popularidad del lugar entre los cruceros de expedición que recorren Svalbard viene de su colonia de morsas. En el sur de la playa había un gran grupo de morsas, descansando tranquilamente. Aunque, en realidad, deberíamos decir «morsos», ya que tan solo había machos. Uno de los rasgos de la especie es la estricta separación entre sexos. Los machos y las hembras únicamente se mezclan para aparearse. El resto del tiempo lo pasan en manadas separadas, mientras las crías pueden llegar a permanecer con sus madres hasta los cinco años de edad.
También se caracterizan por sus largos colmillos. No está del todo clara su función, aunque parece que los utilizan para clavarlos en el hielo y así poder salir del mar. Motivo por el que su nombre en lengua inuit significa «los que caminan con sus dientes». Esos mismos colmillos estuvieron a punto de llevar la especie a la extinción, pues su marfil era muy apreciado. En Kapp Lee parece que los primeros en cazarlos fueron los pomory. Hay quien dice que estos comerciantes de origen ruso pudieron llegar a Svalbard incluso antes que Barents. Acabarían siendo sustituidos por tramperos noruegos, que en 1904 construyeron la extraña cabaña octogonal aun visible en un extremo de la playa. Afortunadamente, la caza de morsas terminó en 1953, lo que ha permitido una lenta pero incesante recuperación de su población. Kapp Lee siguió recibiendo visitas, en este caso del personal de Caltex. Una empresa petrolera, que buscaba hidrocarburos en la zona a principios de la década de 1960. La creación en 1973 de la reserva natural de Søraust-Svalbard provocó el fin de los trabajos de campo. Desde entonces, los únicos humanos que visitan el lugar son turistas o miembros de alguna expedición científica.
Tras permanecer un rato contemplando las morsas desde una distancia prudencial, hicimos una breve incursión hacia el interior. Un corto trayecto, que nos llevó hasta la cima de la loma rocosa cuyo extremo occidental forma Dolerittneset. Paseo en el que nos vinieron muy bien las botas de agua que llevábamos puestas para desembarcar, pues tuvimos que atravesar una zona completamente encharcada.
Una vez en la loma, entre las grietas de las rocas era posible encontrar pequeños oasis de vegetación. Protegidas del gélido viento por grandes piedras, algunas hierbas y florecillas lograban crecer hasta los cinco o seis centímetros de altura. Toda una proeza en Svalbard. Mientras, hacia el sur, el amplio paisaje exudaba soledad. Un mar completamente vacío, un lejano horizonte, la remota costa meridional de Edgeøya, otra cornamenta abandonada . . .
El entorno invitaba a la introspección. pero teníamos que regresar a la playa. Incluso en las inmediaciones de Longyearbyen está prohibido andar por el campo sin protección armada. Con mayor motivo en Edgeøya, una isla completamente deshabitada. Aunque me habría gustado separarme del grupo y pasar un rato disfrutando del silencio y la soledad, no era posible.
Camino de la zódiac, volvimos a pasar relativamente cerca de las morsas. Éstas seguían a lo suyo, aparentemente ajenas a nuestra presencia. El conjunto formaba una extraña masa de piel, carne y marfil, rodeada de los restos de algunos troncos. Madera de deriva que, al igual que en Islandia, con toda probabilidad proceda de los aquí no tan lejanos ríos siberianos. Motivo por el que, en este caso, no presentaban el extraño tono blanquecino tan característico de los troncos que podemos encontrar en las playas islandesas.
Un breve trayecto en zódiac nos llevó de vuelta a la civilización. A los lujos y comodidades del SH Vega. Nuestro primer desembarco me había dejado sentimientos contrapuestos. Por una parte, asombro y fascinación. Poder visitar un entorno tan remoto y salvajemente inhóspito tenía un indudable interés. Pero, acostumbrado a moverme a mi aire, generalmente buscando la soledad y el recogimiento, tener que ir en un grupo, aunque éste fuera de tamaño muy reducido, resultó cuando menos extraño. Sería la tónica durante el resto del viaje.
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Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/de-tromso-a-reikiavik-un-crucero-por-el-artico-profundo/ puedes ver el itinerario completo de nuestro crucero de expedición por el Ártico.
En inglés, el magnífico blog Spitsbergen-Svalbard tiene una entrada sobre Kapp Lee: https://www.spitsbergen-svalbard.com/photos-panoramas-videos-and-webcams/spitsbergen-panoramas/dolerittneset-kapp-lee.html.
En https://www.pame.is/images/03_Projects/Tourism/20_AECO-KappLee_RBG.pdf hay un documento con consejos para visitar la zona.
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