Aquella mañana, Hvalfjörður no entraba en mis planes. A priori, éstos eran bastante simples. Tenía que recorrer los 188 kilómetros que, por las rutas practicables en invierno, separan el Hotel Basalt, en Lundarreykjadal, del Gullfoss, en las proximidades de la cascada homónima. De camino, me detendría tanto en Þingvellir como en Brúarárfoss. Todo iba según lo previsto, hasta que llegué a la Ring Road. Allí encontré un tráfico que, para lo habitual en Islandia, parecía desmesurado. Si me encanta conducir por las carreteras de la isla es, entre otros motivos, porque puedes pasar horas sin cruzarte con otro vehículo. Según me aproximaba al cruce con la carretera 47, recordé mi primer recorrido por Hvalfjörður, en febrero de 2022. Tomé el desvío, sin pensármelo dos veces, para adentrarme en una carretera completamente cubierta de nieve y envuelta entre la niebla. Pero sin el más mínimo tráfico. Volvía a ser feliz.
Al principio, el desvío no parecía haber sido una buena idea. La niebla era espesa y ese tramo concreto de la carretera no recorre un paisaje especialmente atractivo. Líneas de alta tensión, la planta de Grundartangi, granjas dispersas . . . Para terminar en la estación ballenera de Hvalfjörður, construida en 1948 y acompañada por dos hileras de grandes depósitos de combustible. Mi suerte cambió bruscamente según llegaba a la pequeña península que hay unos metros más allá, cerca del final del fiordo.
En apenas unos metros, la niebla levantó, convirtiéndose en una densa capa gris, que limitaba mi universo a una estrecha franja, entre las aguas del fiordo y el manto de nubes bajas. Un universo monocromo, de una belleza asombrosamente serena. En contra de lo habitual en Islandia, no había el menor rastro de viento. Allí donde no estaban congeladas, las oscuras aguas del fiordo parecían un espejo. Todo en medio de un silencio tan solo roto por los graznidos de algún ave.
Hasta 1998, el actual trazado de la carretera 47 era parte de Þjóðvegur 1, la principal carretera del país, también conocida como Ring Road. Ese año, se abrió el túnel bajo Hvalfjörður y el tramo que rodeaba el fiordo se convirtió en Hvalfjarðarvegur. Una carretera secundaria, que apenas tiene tráfico, pero cuyo trazado y ancho de calzada es bastante razonable, para el estándar de una carretera local de Islandia. Además, no faltan los lugares en los que poderse detener con seguridad para disfrutar del paisaje.
En el fondo del fiordo está el desvío que conduce a Botnsdalur, donde arranca la senda que permite llegar a Glymur. La segunda cascada más alta de Islandia y la indudable joya de la zona. En cualquier caso, visitar Glymur en invierno es entre complicado e imposible. Tan solo once meses atrás, había muerto una mujer intentándolo. Al peligro, se unían unas nubes que, casi con total seguridad, me impedirían contemplar un salto de agua que, además, podía estar tan congelado como el tramo final del fiordo. Demasiados inconvenientes. Seguí con mi ruta por un paisaje cuya belleza aumentaba por momentos.
Hasta entonces, mi desvío iba según lo esperado. Avanzaba lentamente, pero sin demasiadas pausas. Todo cambió según llegaba a la desembocadura del Brynjudalsá. A mi derecha, el paisaje del fiordo se desplegaba en toda su belleza, bajo un cielo que cada vez daba más señales de mejoría. Pero, sobre sus serenas aguas, había una constelación de pequeños puntos negros. Me detuve a indagar. Se trataba de varios grupos de aves, procedentes de una larga playa de oscuros guijarros que se extendía junto a la carretera.
En su mayor parte eran ostreros euroasiáticos, de los que literalmente había decenas, repartidos a lo largo de la orilla. Andando entre los guijarros, subidos en las rocas, chapoteando en el agua o volando de un lado a otro del fiordo, solos o en bandadas. Siempre he preferido la fotografía de paisaje sobre la de aves, pero aquella era una oportunidad que no podía desaprovechar.
Al atractivo de las aves se unía el del entorno, para componer escenas de gran belleza. Mi pausa acabó durando casi una hora, en la que realicé una asombrosa cantidad de fotos. Me costó volver a ponerme en marcha.
El retraso me hizo renunciar a visitar Fossarétt. Un pequeño salto de agua, en uno de los numerosos ríos de Islandia con el nombre de Fossá, junto a uno de los escasos bosques de la isla. En cualquier caso, la ruta de acceso estaba oculta bajo la nieve y, una vez más, lo más probable era encontrar la cascada completamente congelada. Ya sé que una cascada congelada puede ser muy hermosa. Pero, al menos en mi experiencia, es más probable que sea anodina. O incluso completamente invisible, si no es muy grande y ha nevado sobre la superficie helada. Lo realmente atractivo es una cascada a medio congelar, en la que el agua juega con el hielo, a veces creando formas imposibles. Algo que no encontrarás si, como era el caso, el río que hay aguas abajo resulta estar congelado.
Mi siguiente parada fue en un lugar llamado Hvítanes. Un pequeño promontorio, en la orilla meridional del fiordo, que forma el extremo oriental de Hvammsvík. La ensenada tuvo cierta importancia durante la ocupación aliada de Islandia en la Segunda Guerra Mundial. Hvammsvík era un punto de reposo tanto para los convoyes que atravesaban el Atlántico norte, camino de la Unión Soviética, como para los buques de guerra que los escoltaban. En Hvammshöfði, la península que cierra la ensenada por el oeste, estaba el centro de control del tráfico marítimo. Los barcos mercantes fondeaban a occidente y los de guerra a oriente. La base estadounidense se instaló en Hvammshöfði, mientras los británicos lo hicieron en Hvítanes. Con el tiempo, se creó una pequeña ciudad, con industrias, dormitorios, espacios de ocio y almacenes. Incluso llegó a instalarse un pequeño ferrocarril. Todo desapareció con el final de la guerra. En la actualidad, parece haber en marcha un proyecto de restauración.
Volví a detenerme unos metros más adelante, poco antes de llegar a Hvammshöfði. La niebla estaba cada vez más alta, permitiéndome apreciar mejor el hermoso entorno que me rodeaba. Al este, a los pies de la carretera que acababa de atravesar, una sucesión de carámbanos se descolgaba por el pequeño acantilado, hasta casi rozar las aguas del fiordo. Más allá, las nubes jugaban con el paisaje, revelando caprichosamente algunos retazos del mismo. La serenidad del momento era asombrosa.
Pero debía seguir mi camino. Comenzaba a hacerse tarde y, en mi mente, se había fraguado un nuevo cambio de planes. Consultando el estado de las carreteras, descubrí que estaba abierta la 48, por el valle de Kjós. Una ruta tranquila, atravesando una región que no conocía, acortando el trayecto 26 kilómetros y evitándome atravesar la periferia de Reikiavik y sus incontables rotondas. La única desventaja estaba precisamente en mi desconocimiento de una carretera que, en el mapa de Vegagerðin, aparecía en blanco: cubierta con hasta 10 cm. de nieve suelta. Mejor recorrerla sin prisas.
Hvalfjörður no es, ni de lejos, parte de la Islandia remota, salvaje y solitaria que tanto me fascina. En su entorno encontrarás instalaciones industriales, lineas de alta tensión y, para mi gusto, demasiadas huellas de presencia humana. Pero sí es un lugar relativamente tranquilo que, al menos de momento, logra esquivar la creciente presión turística que sufre Islandia. Un buen motivo para visitar un fiordo que, a pesar de todo, sigue teniendo una indudable belleza. Sea como un complemento de tu visita a Glymur, un divertimento mientras atraviesas uno de los tramos más insípidos de la Ring Road o una breve excursión desde la cercana Reikiavik.
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Para ampliar la información.
En inglés, hay un artículo sobre Hvalfjörður en The Reykjavik Grapevine: https://grapevine.is/travel/travel-featured/2016/11/10/the-forgotten-fjord-off-the-beaten-track-in-hvalfjordur/.
También es interesante la entrada en Visit Iceland: https://www.visiticeland.com/article/hvalfjordur.
Por último, mencionar el artículo en https://yourfriendinreykjavik.com/the-beautiful-hvalfjordur/.
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