Básicamente, el Yatch Club consiste en una zona exclusiva del barco, situada principalmente en las cubiertas superiores de la sección de proa. Los camarotes están ubicados en las cubiertas 15 y 16, con la excepción de 3 suites, que están en la proa de la cubierta 12. En la cubierta 18 hay una zona de acceso exclusivo, con solarium, una pequeña piscina, dos jacuzzis y un bar. En la cubierta 15, hay una conserjería abierta las 24 horas y un salón con vistas a la proa del barco. Por último, también en la cubierta 15, pero cerca de la popa, está el restaurante L’Olivo, al que únicamente pueden acceder los pasajeros alojados en el Yatch Club.
Con excepción del restaurante y las tres suites de la cubierta 12, el resto del Yatch Club forma un núcleo cerrado, separado del resto del barco por puertas que solo se abren con la llave de alguno de los 73 camarotes que lo integran. MSC lo define como un «yate dentro de un crucero». Incluso uno de los ascensores del grupo de proa está reservado y solo funciona al introducir la llave magnética del camarote. También hay un ascensor interno para acceder directamente al spa, en el que un par de salas de masaje son de uso exclusivo. Todos está bastante recogido y cercano. Por ejemplo, de nuestro camarote a la recepción o al Top Sail Lounge se llegaba en menos de un minuto.
Nada más llegar a la terminal de cruceros de Hamburgo, comenzamos a ver la diferencia. Había una buena aglomeración para realizar los trámites de embarque. Pero, para los clientes de Yatch Club, había una zona de espera diferenciada. Un mayordomo, además de encargarse del equipaje, nos invitó a sentarnos y nos ofreció un refresco, mientras esperábamos a que se quedase libre el punto de facturación. En menos de 10 minutos vino a avisarnos de que ya podíamos realizar los trámites. A continuación, nos acompañó hasta el camarote.
Este trato personalizado se repitió a lo largo de todo el crucero. En cada puerto, un mayordomo te acompañaba hasta desembarcar, de forma que no tenías que hacer cola. Cuando regresabas, buscabas un mayordomo que estaba mostrando un cartel con el logo de Yatch Club y, de nuevo, te acompañaba hasta el interior del barco saltándote cualquier posible cola. Por una parte, estaba muy bien, pero en alguna ocasión, como embarcando en Geiranger, pasé cierta vergüenza mientras el mayordomo, con su levita y su cartel del Yatch Club en la mano, se iba abriendo camino para colarnos.
Los detalles eran continuos. Por ejemplo, todas las mañanas te encontrabas el periódico impreso en la puerta de tu camarote. Era una versión algo reducida del periódico de tu elección, en la que estaban todas las secciones importantes. Como debíamos ser unos 140 pasajeros en la zona, para cuando llegamos a Bergen ya nos conocían a todos y sabían los gustos y manías de cada uno. Yo tenía la costumbre de ir todas las mañanas, nada más levantarme, al Top Sail Lounge a tomar un café y un bollo mientras leía la prensa y disfrutaba del paisaje. Según aparecía, sin necesidad decir nada, me llevaban un capuchino y un cruasán de chocolate. Tan pronto como me terminaba el primer café, aparecía un camarero con otro capuchino.
Nuestro camarote era el 15028, que MSC definía como «deluxe suite», aunque más bien era un camarote relativamente grande para lo que es habitual en los cruceros. Según entrabas al camarote, en primer lugar te encontrabas el baño, relativamente amplio (para ser un barco) y equipado con bañera. A continuación había un pequeño vestidor, con un armario bastante grande en el que pudimos acomodar todo el equipaje sin problemas. Enfrente había un armario pequeño, con poco fondo, pero útil. Después, una cama extragrande y, a continuación, una pequeña zona de estar, con un sofá de dos plazas y una mesita ovalada. Por último la terraza, con un par de sillas y una pequeña mesa. Los acabados eran lujosos, en maderas nobles, lo que aumentaba la sensación de confort del camarote.
El Top Sail Lounge, la zona común principal de Yatch Club, era un gran espacio, situado junto a los camarotes de la cubierta 15, con un magnífico ventanal que daba a proa. La hilera de mesas que estaba junto al ventanal era mi lugar favorito del barco. Desayunar mientras navegabas por los fiordos, escuchando a Bach y viendo la lluvia resbalar por los cristales era una experiencia sublime. La carta de bebidas incluidas era bastante amplia y, en distintos momentos del día, iban cambiando un pequeño buffet de aperitivos. Generalmente era un espacio tranquilo. Únicamente lo vi lleno la última tarde de navegación, el día antes de llegar a Hamburgo, en el que creo que todos nos pusimos de acuerdo para disfrutarlo por última vez.
En la cubierta 18 estaba el Sun Deck, también de acceso exclusivo. Situado justo encima de los camarotes, se podía acceder mediante un ascensor interno, sin necesidad de salir al «mundo exterior». Tenía vistas a proa y a ambos costados del barco, aunque en casi todo el perímetro había paneles de cristal para cortar el viento. Además de una piscina y dos jacuzzis, había un pequeño bar al aire libre. Como era de esperar en un crucero tan al norte, generalmente lo utilizamos como cubierta de observación. Únicamente en el último día de navegación, entre el Sognefjorden y Hamburgo, mejoró el tiempo lo suficiente como para utilizar las tumbonas, aunque fuese tapados con mantas. Aprovechando el relativamente buen día, abrieron el bar y montaron un pequeño buffet al aire libre que resultó muy agradable. Me imagino que, en cruceros por otras latitudes, lo harán con más frecuencia.
El restaurante L’Olivo estaba en la popa del barco. Esto te obligaba a atravesar toda la cubierta 15 o, si hacía demasiado mal tiempo, bajar una cubierta y, tras atravesar el barco bajo techo, volver a subir un nivel. Nosotros, salvo un par de veces, cruzamos directamente por la cubierta exterior, virtualmente vacía. Únicamente en el último día, que salió el sol, la cubierta se llenó de tumbonas, por lo que no era un trayecto demasiado agradable. Por lo demás, el restaurante estaba bastante bien. El turno era abierto y la mayor parte de las mesas eran para dos personas. Normalmente avisabas sobre la marcha en la recepción del Yatch Club y ellos te reservaban mesa, de forma que no tenías que esperar en la puerta. A los pocos días te empezaban a llamar por tu nombre y a traerte tu bebida favorita sin necesidad de pedirla. La calidad de la comida era buena, aunque no me pareció mejor que la del año anterior en el MSC Magnifica. En cambio me pareció que había algo menos de variedad.
De la experiencia, lo que más me gustó fue poder acceder a la mejor cubierta y el mejor salón del barco. El ambiente era mucho más relajado que en otras zonas, lo cual se notaba hasta en la música ambiental, de la que aproximadamente el 50% era música barroca. También cuidaban mucho el trato personalizado y el mantenimiento y limpieza de toda la zona, tanto en los espacios privados como en los públicos.
Lo cual no quita que haya algún aspecto que habría sido mejorable. Lo que menos me gustó fue la ubicación del restaurante, en el otro extremo del barco, aunque creo que tiene mal arreglo. Tampoco entendía el motivo por el que, mientras en tu zona tenías todo incluido, no era así si tomabas algo en el resto del barco, con la única excepción del bufett Bora Bora. Aunque normalmente estabas mejor en tu burbuja privada, en alguna ocasión te podía apetecer cambiar de aires. Parece que MSC también se ha dado cuenta y, en su web, anuncian que cambiarán esta política a partir del verano de 2017.
En general, me pareció una experiencia muy recomendable. Al contrario que en otras navieras con un concepto similar, como NCL, la diferencia de precio en MSC no era prohibitiva respecto a otros camarotes con terraza y, sin embargo, puede cambiar totalmente la forma de disfrutar el crucero. Desde luego, no es un experiencia auténticamente «premium«, como la que se puede tener viajando en una naviera como Ponant. Pero creo que la diferencia en el trato, el ambiente y las instalaciones compensan el incremento en el precio.
Programa sobre el Yatch Club en el Canal Viajar: https://www.youtube.com/watch?v=J2l9kjNNKuY
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