Parece que antiguamente hubo en el lugar un templo dedicado a Artemisa, mientras la isla recibía el nombre de Letois, en honor a la madre de la diosa. Durante la mayor parte de la antigüedad, Patmos sería un paraje tranquilo, al que la historia parecía haber dejado de lado. Quizá por este motivo, fue elegido como lugar de destierro para un personaje al que hoy llamamos Juan de Patmos, aunque en realidad desconozcamos quién pudo ser. Tampoco sabemos si murió en Patmos y mucho menos dónde pudo ser enterrado. Pero la presencia en la isla del autor del libro del Apocalipsis fue motivo suficiente para la construcción de varias basílicas. La principal, levantada entre los años 300 y 350 en el actual emplazamiento del monasterio.
Sería destruída, junto con las demás iglesias, durante diversas incursiones árabes entre los siglos VII y IX. La isla quedó completamente despoblada, hasta que en 1088 el emperador Alejo I Comneno dio autorización a un monje llamado Cristódulo Latrinos para trasladarse a Patmos y edificar un monasterio, que sería arrasado por un nuevo ataque sarraceno en 1093. Cristódulo moriría ese mismo año exiliado en Eubea, pero los monjes regresaron. Esta vez, levantaron el edificio fuertemente fortificado que podemos ver en la actualidad. A cuya sombra acabaría creciendo la hermosa población de Chorá.
Llegamos a sus muros poco antes de las diez de la mañana. Sobre la puerta de entrada, un mosaico mostraba una imagen de Juan, sosteniendo un libro abierto en sus manos. En concreto, el comienzo del Evangelio según San Juan, el más peculiar de los cuatro. Una obra que ha dado lugar a numerosos debates y de cuya autoría por el Juan que estuvo en Patmos cada vez hay más dudas.
Más allá de la puerta, un angosto pasadizo se retorcía, mientras iba adentrándose en el edificio. Aunque imagino que aquellos requiebros respondían a los requisitos defensivos del extraño híbrido entre monasterio y fortaleza, el resultado desde el punto de vista estético no dejaba de ser interesante, confiriendo al lugar un halo de misterio. Al fondo, tras el último esquinazo, una intensa luz alumbraba el tramo más alejado del corredor. ¿Qué encontraríamos al superarlo?
La luz resultó preceder de un patio central, «roto» por tres grandes arcos, que daban al espacio un aspecto irreal. ¿Los restos del desaparecido techo de una antigua construcción? ¿Contrafuertes para reforzar la resistencia estructural del conjunto? Ni logré encontrar la respuesta durante mi visita, ni posteriormente en internet. Pero la visión de un lugar extraño, aparentemente incompleto pero, simultáneamente, asombrosamente cuidado, tuvo el efecto de trasmutar nuestro espíritu, predisponiéndonos a explorar hasta el último rincón del monasterio.
Algo que no iba a resultar sencillo. Del patio salía una auténtica maraña de pasajes, ramificándose por todos los niveles y direcciones. Puertas, corredores, escaleras . . . También desconozco si eran fruto del azar y las sucesivas reformas y ampliaciones del recinto o si, por el contrario, aquel pequeño laberinto tenía una función defensiva, buscando confundir a un hipotético atacante. Aunque no todos estaban abiertos a los visitantes, sin duda tendríamos entretenimiento para un rato. Tan pronto como nos repusimos de la sorpresa inicial, decidimos acometer la exploración.
Ésta comenzó por el Katholikón, la iglesia principal del monasterio. Aparentemente procede del siglo XI y sus suelos son los originales. No así los frescos, que serían del siglo XVII, aunque parte de las pinturas originales fueron descubiertas durante una reciente restauración. Por lo demás, la iglesia es un espacio todo lo recargado que uno puede esperar de un templo ortodoxo. No dudo de su interés artístico, pero personalmente fue la parte del complejo que menos me agradó.
Muy cerca está el refectorio, otro de los espacios más antiguos del complejo. Un lugar visualmente mucho más amplio y luminoso, con sus paredes adornadas por frescos de los siglos XII y XIII. La gran mesa que hay en el centro del salón también sería la original.
Después, nos dedicamos a recorrer sin rumbo fijo el laberinto de pasadizos. Desde el punto de vista cultural, quizá no fue la parte más atractiva de la visita, aunque sin duda acabó siendo la más divertida. Siempre he presumido de tener buen sentido de orientación, pero el monasterio de Patmos logró vencerme. En más de una ocasión, terminamos completamente desorientados. Regresando involuntariamente a lugares que ya habíamos recorrido, o descubriendo nuevas perspectivas mientras buscábamos la salida.
El monasterio creció durante siglos, de forma un tanto anárquica y bajo distintas soberanías: el Imperio Romano de Oriente, la república de Venecia, el Imperio Otomano . . . El resultado era una extraña mezcla de elementos de diversos estilos, aderezada con otros meramente funcionales, sin estilo definido. Eso sí, todo ello mimado hasta extremos asombrosos.
Casi sin querer, nos dimos de bruces con el museo, donde se exponen diversas piezas pertenecientes al tesoro del monasterio. Desde iconos hasta incunables, pasando por objetos utilizados en la liturgia o restos de prendas coptas de los siglos V y VI. Agios Ioannis Theologos presume de atesorar la mayor colección de textiles coptos del mundo ortodoxo, preservados gracias a la costumbre de enterrarlos junto con los difuntos y al clima extraordinariamente seco de Egipto. El museo, repartido entre dos plantas, nos pareció muy interesante, con un nivel de mantenimiento similar al del resto del monasterio. Todo ello aderezado por las espléndidas vistas de Chorá que se podía disfrutar desde las ventanas.
Después, comenzamos a buscar la salida. Algo que tampoco resultó sencillo, pero que nos permitió seguir explorando otros rincones del complejo. Finalmente dimos con un pequeño cartel blanco, tan mimetizado con el entorno que apenas era distinguible de la pared que lo soportaba. Volvimos a recorrer el pasaje zigzagueante y regresamos, un tanto desconcertados, al mundo exterior. Más allá de su interés artístico y cultural, Agios Ioannis Theologos nos deslumbró desde el punto de vista meramente estético. Un espacio extraño, tanto por fuera como en su interior, muy distinto a lo que uno espera ver en un monasterio. Sin duda, la visita imprescindible para cualquier viajero que llegue a la isla de Patmos.
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Para ampliar la información.
Al igual que la web dedicada a los monasterios de Grecia: https://www.monastiria.gr/monasterio-de-agios-ioannis-san-juan-el-teologo-patmos/?lang=es.
También es interesante la entrada en Viaje al Patrimonio: https://viajealpatrimonio.com/listing/centro-historico-chora-con-el-monasterio-de-san-juan-el-teologo-y-la-gruta-del-apocalipsis-en-la-isla-de-patmos/.
En inglés, la reseña de la UNESCO sobre los lugares de Patmos declarados Patrimonio de la Humanidad está en https://whc.unesco.org/en/list/942/.
En la misma web, se puede descargar un interesante PDF en Pátmos (Greece) No 942UNESCO World Heritage Centre.