Llegamos al fiordo pasadas las ocho, en una tarde fría y plomiza. Al igual que en Alkefjellet, lloviznaba débilmente. El plan para lo poco que quedaba de día era dar un rodeo por sus aguas, mientras aprovechábamos para cenar. Después, realizaríamos el último desembarco de la jornada. El SH Vega rodeó lentamente Kapp Fanshawe, el extremo septentrional de Lomfjordhalvøya, para adentrarse hacia el sur, en las aguas del Lomfjorden. Al primer golpe de vista, el cabo me recordaba el paisaje de los Fiordos del Oeste, en Islandia. Grandes montañas, surgiendo desde las aguas de los fiordos, envueltas entre nieblas aparentemente eternas.
Pero aquí acababan las semejanzas. El entorno que teníamos delante era más primigenio que el de los fiordos noroccidentales de la Tierra de Hielo. Pese a ser la región geológicamente más antigua de Islandia, con entre 10 y 15 millones de años de antigüedad, los Fiordos del Oeste son apenas unos recién nacidos en comparación con el terreno que contemplábamos. Las zonas más «modernas» del Lomfjorden tienen al menos diez veces dicha edad. Estábamos ante un paisaje mucho más antiguo, completamente deshabitado y bastante más remoto.
Además, la presencia de los glaciares era más que evidente. Entre las brumas, se podía apreciar, tanto hacia el fondo meridional del Lomfjorden, como en el lado nororiental de su boca, algunos que lograban alcanzar las aguas del fiordo. En cualquier caso, no había ningún iceberg flotando sobre sus aguas. Mejor, pues ya debía ser bastante complicado para el capitán adentrarse en un fiordo cuya carta náutica sigue estando incompleta. Por mucho que el SH Vega esté provisto de su propio sistema de sónar.
El Lomfjorden se encuentra en una zona bastante peculiar. Forma parte de una gran falla, denominada Lomfjorden-Agardhbukta, con el resultado de paisajes muy diferenciados a uno y otro lado del fiordo. Al este, podía ver un terreno más agreste, que en realidad era la «espalda» de aquel que llevaba contemplando desde que habíamos llegado a Alkefjellet. Los restos de una gran intrusión magmática, quizá con 150 millones de años de antigüedad. A occidente, el terreno parece estar formado por capas de sedimentos, que descienden con más suavidad hacia las aguas del fiordo, permitiendo la existencia de una estrecha franja de terreno relativamente llano frente a la costa.
Una vez más, nos movíamos por un universo etéreo, envuelto entre brumas, que la escasez de luz hacía aún más fascinante. Las nubes bajas se mezclaban con el hielo de los glaciares y éstos con el horizonte, difuminando los límites del extraño mundo que recorríamos. Un desierto ártico, frío y aparentemente inerte. Un mundo alienígena, ajeno a los paisajes comunes en nuestro planeta.
En la orilla occidental del Lomfjorden hay una pequeña bahía, llamada Faksevågen. Poco después de superarla, el SH Vega viró en redondo. La tarde avanzaba y aún teníamos que ir a nuestro último destino de la jornada, al norte de la bahía. Pese a su latitud extrema, la zona alrededor de Faksevågen tiene una vegetación que, para el estándar de Svalbard, se podría calificar como un pequeño vergel. La tundra cubre casi completamente las partes más bajas del terreno, favoreciendo la presencia de renos y otros mamíferos. El objetivo de nuestra siguiente excursión era precisamente poder apreciar desde cerca la flora local.
Continuábamos avanzando hacia el norte, aproximándonos a nuestro punto de desembarco, mientras yo seguía extasiado por el fascinante entorno que nos rodeaba. Pese al frío, permanecía en cubierta, pasando continuamente de uno a otro costado del barco. Estaba observando un pequeño delta, formado por las aguas que descendían desde un glaciar oculto entre las nubes. De pronto, sin previo aviso, el SH Vega comenzó a virar bruscamente, acercándose a la costa. La maniobra me sorprendió en la proa, por lo que sabía que no había ningún motivo aparente para un viraje tan rápido. Mientras el barco se escoraba, mi mente comenzó a elucubrar. ¿Qué podía justificar un cambio de rumbo tan repentino?
No tardé en averiguarlo. Según el barco recuperaba la verticalidad, dieron un anuncio por megafonía: desde el puente de mando habían avistado un oso polar junto a la orilla. Al principio, no podía creer nuestra suerte. Ver osos polares en libertad es una especie de Santo Grial de los cruceros de expedición en Svalbard. Todos los buscan, pero no siempre los encuentran. Habíamos podido ver uno esa misma mañana, descansando plácidamente junto a Torellneset. Ahora, teníamos otro, comiendo tranquilamente en las inmediaciones de un lugar llamado Hingstsletta. ¿Se podía pedir más?
Si. En realidad, lo que teníamos al frente parecía ser una familia completa. Un gran macho, devorando los restos de un animal tan destrozado que me fue imposible identificar su especie. Una hembra, moviéndose erráticamente algo más al interior, mientras llevaba en su boca un bulto. Seguramente algún resto del mismo animal. Y dos oseznos, bastante crecidos, que seguían a su madre con cierto despiste, como si no supieran muy bien qué hacer.
La osa se detuvo y los oseznos se unieron a ella, arremolinándose en una gran masa blanca. La escena tenía un punto de ternura, que contrastaba con la dureza del oso, luchando por arrancar pedazos de su presa. Decidí hacer una toma abierta, para captar el desolado entorno que nos rodeaba. Entonces, observé algo extraño en la parte izquierda del encuadre, entre la playa y una lengua de nieve. Otra mancha blanca, que resultó estar formada por dos osos, tranquilamente tumbados en la tundra. Teníamos nada menos que seis osos frente a nosotros. Mas tarde, averigüé que los restos eran de un cachalote, que quizá había quedado varado, o simplemente había ido a morir en la orilla. El cadáver de un cetáceo, que puede llegar a alcanzar los 20 metros de longitud, sin duda era un auténtico festín, que explicaba la presencia del numeroso grupo de osos.
El SH Vega se había detenido frente a la costa. Para entonces, todo el pasaje y buena parte de la tripulación estaba en cubierta. Tras hacer varias fotos, decidí grabar un video. Al principio, me costó estabilizar la cámara, pues el barco no había fondeado y mantenía la posición con los motores, transmitiendo vibraciones a la cubierta. Finalmente, logré encontrar un punto estable, justo cuando un charrán ártico hacía un picado frente al oso, intentando capturar alguna presa. Mientras, el oso seguía a lo suyo, intentando romper los restos del infortunado animal. También apareció una gaviota, haciéndose la despistada mientras buscaba una ocasión propicia para conseguir algún despojo. La escena era hipnótica. Una magnífica muestra de las duras condiciones de vida en latitudes tan extremas.
Entre tanto, el equipo de expedición improvisó una salida. Ya que la aparición de los osos había tirado por la borda nuestros planes, quizá fuera una buena idea intentar acercarnos con las zódiac. Antes, tenían que inspeccionar la zona y ver si ésta era segura. Por supuesto, cualquier desembarco habría sido una locura. En su lugar, organizaron una pequeña excursión, con un convoy de tres lanchas. Dos ocupadas por el pasaje y la tercera abriendo ruta, con parte del equipo de expedición haciendo de avanzadilla y escolta.
Salimos en el último grupo, para realizar dos lentas pasadas frente a la playa. Mientras tanto, el oso había dado por finalizado el festín y se había tumbado sobre las piedras, cerca de la orilla. En la primera pasada, nos observó con cierta curiosidad. Quizá estaría evaluando si éramos comestibles, o por el contrario una amenaza. No debimos parecerle ni lo uno ni lo otro, pues cuando dimos media vuelta y emprendimos el regreso hacia el sur, nos recibió con la mayor de sus indiferencias. Tumbado en la playa, disfrutando de un sueño reparador.
Cuando finalmente regresamos al SH Vega, habían pasado más de tres horas desde nuestra abrupta llegada a Hingstsletta. Unos minutos antes de la media noche, el buque reemprendió su rumbo hacia el norte. Nosotros, agotados tras una jornada tan larga como fructífera, decidimos imitar al oso.
Para ampliar la información.
Hay una entrada sobre la zona en la siempre interesante web Spitsbergen / Svalbard: https://www.spitsbergen-svalbard.com/spitsbergen-information/islands-svalbard-co/hinlopen-strait/lomfjord.html.
La Revista Noruega de Geología tiene un artículo que describe las características de la zona en profundidad: https://njg.geologi.no/vol-91-100/details/1/5-5.html.
Si buscas buenas fotografías de osos polares, puedes visitar la galería de Richard Barrett, en https://www.wildandwonderful.org/svalbard-in-summer. Por lo que veo en las fotos 18 y 19, casi coincidimos en Hingstsletta.
Qué maravilla de paisajes y disfrutar de los osos en libertad toda una aventura! Por lo que cuentas tuvo que estar genial!!
Todo el recorrido por Svalbard fue una experiencia asombrosa, pero tener la suerte de encontrarnos con nada menos que 6 osos polares superó completamente nuestras expectativas. Tuvimos una suerte increíble. Lo normal es ver osos solitarios, como nos había ocurrido esa misma mañana.