Había visitado el Preikestolen casi treinta años atrás. Fue el punto culminante de mi primer viaje a Noruega. Recordaba una senda estrecha y en algunos tramos dura. Salvaje, como la naturaleza que la envolvía. Pero entonces la había recorrido en verano y con casi la mitad de años encima. Aunque sabía que el camino había sido acondicionado entre 2013 y 2018, no me pareció prudente intentarlo en solitario en pleno invierno noruego. A pesar de no ser muy amigo de las actividades en grupo, acabé apuntándome a una excursión de Rødne, que combinaba un mini-crucero entre Stavanger y el Lysefjord con la ascensión al Preikestolen.
En el Lysefjord.
Aunque calificar de paseo la ascensión al Preikestolen puede ser una metáfora inadecuada. A pesar de que la longitud del camino no llega a los cuatro kilómetros y el desnivel entre el punto de salida y el de llegada tan solo es de 334 metros, es una ruta mucho más exigente de lo que aparenta. Principalmente, por los repetidos cambios de nivel, que concentran la subida en tramos cortos y empinados. A lo que, aquel día, había que añadir la nieve y el hielo que nos íbamos a encontrar y el peso de la ropa y el equipo que llevaríamos encima. Además, teníamos en contra la dura meteorología noruega. Mientras cruzábamos el Lysefjordbrua camino de Preikestolen Fjellstue, ambos coincidimos en expresar la misma inquietud. Una gran borrasca se aproximaba a la zona desde el oeste. Aunque la lluvia o la nieve no se esperaban hasta las cinco de la tarde, la previsión era de fuertes vientos desde al menos un par de horas antes. La ascensión sería una carrera contra el caprichoso clima noruego.
La tercera sorpresa del día vino al llegar a Preikestolen Fjellstue. El lugar, que en mis vagos recuerdos era una explanada polvorienta rodeada de bosques, se había convertido en un espacio perfectamente urbanizado, parking de pago incluido. Sin perder un minuto, nos dirigimos a una de las cabañas, una mezcla entre tienda turística y punto logístico, y recogimos el resto de nuestro equipamiento. Bastones, crampones, linternas frontales y una enorme mochila, con la que Salva cargó todo el camino.
Comenzamos la ascensión sobre las 13:45. Físicamente, los primeros metros resultaron ser los más duros. Mis músculos, fríos y relajados, se resistían al esfuerzo de subir las empinadas rampas, que más adelante se convertían en peldaños de piedra. Salva, en cambio, ascendía con una agilidad pasmosa, a pesar de su abultada mochila. La fuerza de la costumbre, para quien tiene la suerte de pasar buena parte del año trabajando en un entorno tan espectacular, rodeado de aire puro.
En cierto modo, la ruta al Preikestolen se parece a una gigantesca escalera. Cada tramo de ascensión viene seguido por una zona relativamente llana, que permite dar cierto respiro a las piernas y el corazón. Superado el primer peldaño, recorrimos un tramo entre espesos bosques, con el lago Revsvasnet a nuestra derecha. Poco a poco, la nieve y el hielo se iban apoderando del paisaje, hasta cubrir completamente el sendero, únicamente reconocible por las huellas de los que nos habían precedido y las elusivas marcas rojas que señalizaban la ruta. Otro «peldaño» nos llevó a una zona pantanosa, atravesada por pasarelas de madera.
Avanzábamos en solitario por una ruta que me era vagamente familiar. Tan solo veíamos, cada vez más ocasionalmente, algún excursionista en sentido contrario. En parte, perfecto. Ni rastro de la masificación que, en verano, ha obligado en más de una ocasión a cortar el acceso a la roca. Se han llegado a dar casos de auténticos atascos humanos en la senda de acceso. Pero ser los últimos que realizaban la ascensión ese día también tenía su cruz. Si encontrábamos algún problema, no habría nadie para ayudarnos. En cualquier caso, subíamos lo más rápido que nos era posible. El límite era mi propia capacidad física. Afortunadamente, los tramos que recordaba como más escabrosos habían sido acondicionados recientemente. Los altos escalones cubiertos de hielo eran casi un paseo comparados con las rocas por las que antiguamente había que gatear para llegar al Preikestolen.
Finalmente, tras más de una hora avanzando frenéticamente entre bosques y campos cada vez más cubiertos de nieve, llegamos al tramo superior de la ruta. Al echar la vista atrás, no pude evitar sorprenderme. Habíamos rebasado las copas de los abetos y era posible ver el horizonte. Más allá de los bosques, una constelación de islas se repartía por el Boknafjord. Difuminada por la bruma, se adivinaba una aglomeración urbana que solo podía ser Stavanger.
Pero no había tiempo de pararse a adivinarlo. Eran más de las tres de la tarde y había que seguir adelante. Volvimos a superar un fuerte repecho. El último. A la satisfacción de saber que habíamos dejado atrás todos los tramos de ascenso, se unió el disfrute de unas vistas cada vez más interesantes. Durante un breve tramo, incluso pudimos ver por primera vez una diminiuta sección del Lysefjord, encajonado entre montañas nevadas.
Poco después, llegamos al Tjødnane. El pequeño lago, completamente congelado, parecía sacado de una postal. Pero todavía más hermosas eran las charcas heladas, que se entrelazaban con el terreno nevado. La vista era tan relajante que, por un instante, olvidamos nuestra frenética carrera y nos detuvimos, absortos por el paisaje y la asombrosa sensación de paz que de él emanaba.
Sensación que, en cualquier caso, era falsa. El viento dominante venía del sureste. Mientras bordeábamos por el norte la cima del Neverdalsfjell, sus 709 metros de altura nos servían de protección. Tan pronto como dejamos su sotavento, los efectos de la inminente borrasca comenzaron a hacerse evidentes. Al principio, mientras nos aproximábamos al primer acantilado, el imponente paisaje me hipnotizó de tal forma que apenas lo noté. El tramo final del Lysefjord, el mismo que había visto apenas tres horas atrás desde la popa del Rygerdronningen, se extendía ante mí. La vista desde las alturas era, si cabe, todavía más majestuosa.
Tras hacer el último giro del camino, estábamos en el tramo final de la ruta. Los últimos cien metros, en dirección sur, ofrecían las mejores vistas sobre el fiordo y el paisaje circundante. También eran los más peligrosos, pues son poco más que una vereda entre la ladera rocosa y el abismo que se desploma hacia el fiordo. En condiciones normales, nada de lo que se tenga que preocupar una persona sin problemas de vértigo. Aquel día, con unas ráfagas de viento que superaban los 60 kilómetros a la hora y el suelo congelado, había que tener cuidado.
En cualquier caso, finalmente habíamos llegado al Preikestolen. Y lo habíamos logrado antes de que llegara lo peor de la borrasca. Alcanzado nuestro objetivo, era hora de relajarse. Pasé un rato andando por la roca, que tenía en exclusiva para mí, mientras Salva se dedicaba a hacer algunas fotografías. Yo, por una vez, preferí no hacerlas. Era uno de esos momentos cuya esencia ninguna cámara puede captar. El viento aullaba, mientras se deslizaba fiordo arriba. Al chocar con las paredes verticales del Preikestolen, buscaba su única vía de escape, ascendiendo bruscamente. Era impresionante ver cómo arrastraba la nieve que arrancaba de la parte inferior de la montaña, creando una brusca ventisca justo donde la roca daba paso al vacío. Mientras, las nubes, cada vez más densas, iban ocultando progresivamente el impresionante paisaje circundante. El frío, el cansancio, la satisfacción de haber logrado el objetivo, la sensación de aislamiento, el paisaje salvajemente hermoso, la inminente llegada del temporal, la pureza del aire . . . Todo se conjugaba para crear una sensación de plenitud, de comunión con la naturaleza, difícil de repetir.
Pasamos media hora en la cornisa, que a mí me pareció un instante. Disfrutando de las vistas, dando un descanso a nuestras piernas, tomado un pequeño refrigerio y filosofando sobre el impresionante entorno que teníamos la suerte de disfrutar. Pero llegaba la hora de iniciar el regreso. Por una parte, la inminente llegada del temporal era cada vez más evidente. En el rato que llevábamos en el Preikestolen, había desaparecido medio Lysefjord, oculto por las nubes, por momentos más bajas y espesas. Además, eran casi las cinco, la hora en la que supuestamente debían comenzar las precipitaciones. Por si todo esto fuera poco, se acercaba la noche. Apenas quedaba una hora para la puesta de sol. Un sol que, en cualquier caso, llevábamos horas sin ver. Nos quedaríamos sin luz en pleno descenso.
Si la subida fue una carrera contra el temporal, el descenso lo fue contra la oscuridad. En unos minutos, habíamos doblado el último recodo del camino y la mole del Neverdalsfjell nos ofreció de nuevo protección frente al viento. Pero comenzó a llover. Hubiera sido mejor una nevada. Por una parte, pese a la ropa impermeable, el agua acababa encontrando resquicios por los que meterse. Por otra, creaba una superficie deslizante sobre el hielo, la roca y las raíces con la que, a pesar de los crampones, había que tener cuidado. Al final, esta carrera la perdimos y acabamos teniendo que utilizar las linternas frontales.
La oscuridad y la lluvia hicieron que, finalmente, tardásemos otras dos horas en regresar al aparcamiento. Tras dejar dejar el equipamiento prestado, emprendimos el regreso a Stavanger, bajo un aguacero cada vez más intenso. Afortunadamente, mes y medio antes habían inaugurado el Ryfylketunnelen. Con 14,4 kilómetros de longitud, atraviesa el Boknafjorden a una profundidad de 292 metros bajo el nivel del mar. De momento, el túnel más profundo del mundo.
A las 20:30, estaba de vuelta en el hotel. Agotado y hambriento, pero sumamente satisfecho. Esparcí sobre la cama toda la ropa que llevaba encima (un total de 17 prendas), me di una ducha de agua hirviendo y bajé a cenar. Definitivamente, me había desquitado de mi fracaso del año anterior. Quizá no pude hacer buenas fotos desde el Preikestolen. El viento y las nubes lo impidieron. No me quejo. Hay quien sube en pleno verano y la niebla le impide ver más allá de sus narices. A cambio, pude disfrutar de una de las mejores tardes de mi vida, rodeado por una naturaleza indómita y un paisaje salvajemente hermoso. Una experiencia inolvidable.
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Entre las innumerables entradas de blog que describen la ruta en verano, muy interesante la de viajaporlibre.com: https://www.viajaporlibre.com/noruega/preikestolen-ruta-pulpito-de-noruega-senderismo.
En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.
En inglés, la página oficial del Preikestolen está en https://preikestolen365.com.
La excursión combinada, que contraté con Rødne, puede verse en https://rodne.no/en/fjord-experiences/stavanger/preikestolen-fjord-cruise-hike-winter/.
Periódicamente aparecen noticias sensacionalistas sobre el inminente desprendimiento de la roca. Quien quiera profundizar en la cuestión, desde un punto de vista científico, puede descargar un estudio de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología en https://ntnuopen.ntnu.no/ntnu-xmlui/handle/11250/2504217.
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