Llevábamos años sin visitar el Palacio Ducal de Venecia. Tantos, que la última vez que lo hicimos aun no había cámaras digitales, por lo que no estoy seguro de la fecha exacta. La «época analógica» era así. Generalmente, la falta de tiempo, las largas colas y mi obsesión personal por seguir descubriendo, callejón a callejón, la Venecia mas recóndita, nos habían alejado de su puerta. Nuestra visita a Venecia en el verano de 2020 parecía el momento perfecto para refrescar nuestra memoria recorriendo de nuevo sus salones, que esperábamos encontrar más vacíos que nunca.
Aunque no había el más mínimo rastro de las largas colas de acceso que suelen ser habituales, visitando el palacio en tiempos de pandemia era obligatorio registrarse previamente. En cualquier caso, no encontramos ningún problema para elegir fecha y hora. Hicimos el registro en línea la noche anterior a nuestra visita. Al día siguiente, incluso nos permitimos el lujo de entrar unos minutos antes de la hora reservada, pues cuando pasamos frente a la puerta de entrada no había absolutamente nadie esperando.
Antiguamente, la entrada al palacio se realizaba por la deslumbrante puerta de la Carta, situada en su extremo noroeste, lindando con la basílica de San Marco. La puerta, encargada en el siglo XV por el dogo Francesco Foscari, fue realizada por Giovanni y Bartolomeo Bon. Actualmente, se usa como puerta de salida, pero su función original era impresionar a todo el que accedía al recinto.
Tras la puerta, un breve corredor, denominado vestíbulo Foscari, daba a otro lugar pensado para deslumbrar: la escalera de los Gigantes. Proyectada por Antonio Rizzo y realizada entre 1483 y 1485, debe su nombre a las dos grandes estatuas que la flanquean, Marte y Neptuno, representando el dominio de Venecia sobre la tierra y el mar. Venecia, la cuna de la diplomacia moderna, entendió desde muy pronto la importancia del lujo y la ostentación como instrumentos de poder. Todos los espacios públicos del Palacio Ducal se basan en la misma premisa: empequeñecer al visitante y realzar la gloria de la Serenissima.
El acceso actual está en Riva degli Schiavoni, en la pequeña Porta del Frumento, justo bajo el suntuoso balcón central de la fachada meridional del palacio. Desde allí, se pasa al gran patio central, abierto en su lado norte al vestíbulo Foscari y la basílica de San Marco, que hasta 1807 era la capilla de palacio. Además de las cuatro espléndidas fachadas que lo rodean, dos góticas y dos renacentistas, el patio tiene un par de grandes pozos de bronce, que antiguamente satisfacían las necesidades de agua del complejo.
En el patio, comienza el laberinto. Tenemos varias opciones y, en realidad, no hay una forma «correcta» de visitar el palacio. El recorrido dependerá de las preferencias personales y entra dentro de lo posible saltarse alguna de las salas. Intencionadamente o no. Buena parte del piso inferior, antiguamente ocupado por cocinas y otras dependencias menores, es utilizado en la actualidad para exhibiciones temporales. También hay un museo, donde se muestran piezas recuperadas en las restauraciones. La escalera de los Censores, en la esquina sureste, nos llevará a las logias, en la primera planta.
Llegamos así a otra de las joyas del palacio: la Scala d’Oro. La espléndida escalera fue proyectada por Jacopo d’Antonio Sansovino, por encargo del dogo Andrea Gritti. Su rica decoración, de estuco blanco y pan de oro, fue realizada principalmente por Alessandro Vittoria y Giovanni Battista Franco. Nuevamente estamos ante un elemento destinado a impresionar, pues actúa como un distribuidor, que es parte obligada de la ruta que debían seguir todos los que accedían a las dos plantas nobles. En éstas se encontraban los aposentos privados del dogo, las salas en las que se reunían los consejos de la república, aquellas en que se recibía a los embajadores extranjeros o las dedicadas a la administración de justicia. Mas que un palacio al estilo de los de las cortes de los grandes reinos de Europa, el Palacio Ducal era una especie de meta-ministerio, en el que se concentraba la cúpula del poder de la Serenissima.
El origen del Palacio Ducal se pierde en la bruma de los tiempos. En el 810, cuando Venecia aun era nominalmente una dependencia bizantina, el futuro dogo Angelo Participazio decidió trasladar la sede del gobierno desde la difícilmente defendible Metamaucum, en las inmediaciones de la moderna Malamocco, a Rivoalto, en el actual sestiere de Rialto. Eran tiempos convulsos. Los carolingios y el Imperio Romano de Oriente pugnaban por el control de Venecia. Obelerio, el antecesor de Angelo, sospechoso de favorecer la sumisión a los francos, había sido depuesto por el comandante bizantino. Mientras tanto Pipino, uno de los hijos de Carlomagno, había atacado la laguna, ocupando brevemente Metamaucum. En dichas circunstancias, parecía recomendable crear un recinto fortificado, protegido por fosos, en el que asentar la defensa del entonces ducado de Venecia.
Aquel castillo fue parcialmente devorado por un incendio. En el siglo XII, el dogo Sebastiano Ziani acometió la reconstrucción y ampliación de la sede del gobierno veneciano. Los tiempos habían cambiado. El poder de Constantinopla en Italia se había desvanecido y el Sacro Imperio, tras la derrota de Legnano, tuvo que renunciar a sus ambiciones sobre la península. Venecia se iba consolidando como un poder a tener en cuenta, hasta tal punto que el tratado que puso fin a la guerra entre el Imperio y el papado se negoció y firmó en la ciudad. Ziani ordenó levantar un edificio más grande y con aspecto palaciego, en el peculiar estilo veneciano-bizantino.
El espléndido edificio que podemos disfrutar actualmente comenzó a nacer a mediados del siglo XIV, bajo el dogo Bartolomeo Gradenigo. Venecia era cada vez más próspera y las reformas políticas de 1297 habían supuesto una cierta «democratización» de la república. El número de personas con derecho a acudir a las reuniones del Gran Consejo había crecido notablemente, desbordando los espacios existentes. La reforma se centró en el ala más cercana a la laguna. El Gran Consejo se reunió por primera vez en su renovada sala en 1419.
Los trabajos no terminaron aquí. En 1424 se decide reformar el ala que da a la Piazzetta San Marco. En 1483 el fuego destruye los aposentos del dogo. Se encarga su reconstrucción a Antonio Rizzo, que por primera vez introduce el estilo renacentista en el palacio. Los percances y las reconstrucciones se suceden en una cadencia aparentemente sin fin. En algunos, como el de 1577, se pierden valiosas obras de arte, entre ellas cuadros de Bellini y Tiziano. Entre reformas, incendios y ampliaciones, se podría decir que el palacio estaba en continua remodelación.
El complejo también contenía una cárcel. A finales del siglo XVI se decide su traslado al otro lado del Rio Di Palazzo. Las obras duraron un siglo, entre otras causas debido a las continuas ampliaciones. Para mantener la comunicación entre la nueva cárcel y el palacio, donde permanecían los magistrados, en 1614 se construyó el Puente de los Suspiros, uno de los más famosos y fotografiados de Venecia.
Con el fin de la república en 1797, el Palacio Ducal perdió gran parte de su razón de ser. El antiguo centro de poder de la Serenissima se convirtió en un edificio utilizado para oficinas administrativas e instituciones culturales, como la biblioteca Marciana, que residió en sus salas entre 1811 y 1904. A finales del siglo XIX, ante el evidente deterioro del edificio, se iniciaron los trabajos de restauración. Curiosamente, uno de los últimos espacios que mantuvo su función original fue la cárcel, clausurada en 1919. En 1923, el estado italiano cedió la gestión del palacio, convertido en museo, al municipio de Venecia.
Si tuviese que definir con una palabra la visita a los salones del palacio, sin duda alguna elegiría «abrumadora». La cantidad de salas, las innumerables obras de arte que contienen, la carga ornamental, los objetos históricos . . . Llega un momento que la visita parece inabarcable. Siglos de acumulación de riqueza, atrayendo a buena parte del talento artístico de Europa, dejaron su huella en el edificio, a pesar de los numerosos incendios que asolaron las diversas partes del complejo. Además, todo ese derroche de riqueza y ostentación tiene un único fin, que da unidad al conjunto: ensalzar las glorias históricas y el poderío de Venecia. Un magnífico ejemplo es la decoración de la sala de las Cuatro Puertas, realizada por Tintoretto a partir de 1578, donde los motivos elegidos hacen referencia a la fundación de la ciudad, su larga tradición de independencia y la misión histórica de la nobleza veneciana. Igualmente, en la sala del Antecolegio, podemos ver una figura femenina, representando a Venecia, descansando sobre un león y flanqueada por la Gloria y la Concordia.
El ciclo propagandístico sigue en la Sala del Collegio, cuya decoración fue diseñada por Andrea Palladio. Las pinturas del techo, realizadas por Paolo Veronese entre 1575 y 1578, celebran el buen gobierno de la república, la fe en la que descansa y las virtudes que lo refuerzan y guían. El Colegio era una buena muestra del complicado sistema de contrapesos y reparto de poderes de la Serenissima. Estaba formado por dos órganos independientes, conocidos como Savi y Signoria. El Savi, a su vez, se dividía en tres secciones, responsables de la política exterior, los asuntos de la Terraferma y los relacionados con el mar. La Signoria era en realidad el órgano supremo de gobierno y estaba compuesta por el dogo, los seis consejeros que formaban el Minor Consiglio, uno por sestiere, y los tres Capi de la Quarantia, un órgano que actuaba como Tribunal Supremo de Justicia.
En otra cámara se reunía el Senado, integrado por doscientos miembros y responsable de supervisar asuntos tales como las manufacturas, el comercio y la política exterior. Aquí es Cristo, protector del dogo, quien predomina en la decoración pictórica, obra de Tintoretto. Aunque también podemos ver varias obras de Palma el Joven, relacionadas con diversos momentos de la historia de Venecia.
En la cámara del Consejo de los Diez, los veinticinco compartimentos en que se divide su techo son obra de Gian Battista Ponchino, Paolo Veronese y Gian Battista Zelotti. Las pinturas representan a divinidades que ilustran el poder del Consejo, responsable de «castigar a los malvados y liberar a los inocentes». En cualquier caso, son las obras más difíciles de interpretar del palacio. Quizá sea una alegoría al secretismo y ausencia de control de los actos del Consejo, un organismo parecido a un moderno Ministerio de Interior, creado en 1310 tras un fracasado intento de golpe de estado.
El complicado sistema político de la república descansaba en el Maggior Consiglio, formado por 1.700 miembros. Sus integrantes eran elegidos, pero solo entre los varones de las familias inscritas en el Libro d’Oro, unas 200, mediante un tortuoso procedimiento, en el que se combinaban sorteos, votaciones y cargos designados directamente. Un auténtico galimatías que en la actualidad no acabamos de comprender. Fue el Gran Consejo el que, el 12 de mayo de 1797, declaró el fin de la república veneciana. Dado el gran número de miembros, la sala del Maggior Consiglio es enorme: 52 metros de largo, 24 de ancho y 11 de altura, en una habitación diáfana. Una de las mayores del Renacimiento. Techos y paredes están prácticamente ocultos tras numerosos cuadros, una vez más a mayor gloria de la Serenissima.
Es completamente imposible ignorar la gran obra que cubre uno de los extremo de la sala. Il Paradiso tiene unas dimensiones épicas y una interesante historia. En 1577 un incendio había destruido el fresco gótico realizado por Guariento di Arpo. Se realizó un concurso, al que se presentó Tintoretto, pero que ganó Veronese. Pero éste último fallecería antes de poder comenzar la obra, dando pie a un segundo concurso, que en esta ocasión fue favorable a Tintoretto. Los bocetos que presentó en ambos concursos han llegado a nuestros días. El primero está en el Louvre, el segundo en Madrid, en el museo Thyssen-Bornemisza. Tintoretto acometió la magna obra en 1588, a la edad de 70 años. Lo terminaría en 1592, poco antes de morir, aunque contó con la colaboración de su hijo, Domenico Robusti. El lienzo, de 22,6 por 9,1 metros, fue considerado durante mucho tiempo el mayor del mundo.
La sala del Escrutinio debe su nombre a ser el lugar en el que se celebraban las deliberaciones y votaciones que precedían a las diversas elecciones de los cargos de la república, entre las que se encontraba la del mismísimo dogo. Las pinturas del techo son obra del cartógrafo y pintor Cristoforo Sorte. Una vez más, glorifican los hechos de armas de los venecianos. En las paredes, destaca la obra de Andrea Vicentino que representa la batalla de Lepanto.
La sala también contiene un curioso arco del triunfo, obra de Andrea Tirali, el mismo arquitecto que diseñó el intrincado pavimento de la plaza de San Marco. Fue construido como homenaje al dogo Francesco Morosini, también conocido como el Peloponnesiaco por haber dirigido la que sería última guerra victoriosa de la república, en la que Venecia arrebató temporalmente la península del Peloponeso al Imperio Otomano.
En comparación, los espacios dedicados a la administración de justicia son bastante menos impresionantes. Las salas Quarantia Civil Vecchia, della Quarantia Criminale, dei Cuoi, dei Censori o dell’Avogaria de Comun, pese a contener varias obras de arte y algún mueble de época, palidecen en comparación con las ocupadas por los diversos órganos ejecutivos y legislativos. A pesar de que los aquí alojados eran las máximas magistraturas de la república y, en algunos casos, también formaban parte de sus otras instituciones.
La excepción es la sala de la Bussola, donde esperaban aquellos que habían sido llamados a declarar por los magistrados. La decoración fue diseñada por Paolo Veronese y finalizada en 1554. Su propósito era remarcar la solemnidad de la maquinaria legal de la república y exaltar su buen gobierno. Es una lástima que el panel central del techo, con San Marcos descendiendo para coronar a las tres Virtudes Teológicas, sea una copia. El original fue expoliado por los franceses en 1797 y actualmente se exhibe en el Louvre.
Al otro lado del Rio Di Palazzo encontraremos las prisiones nuevas, un espacio tosco, que contrasta vivamente con el resto del palacio. Fueron construidas a los largo del siglo XVI, con el doble propósito de liberar espacio en el edificio principal y mejorar las condiciones de vida de los prisioneros. Viendo las celdas en que éstos eran encerrados, es inevitable preguntarse cómo sería la anterior prisión. En cualquier caso, la visita no deja de tener su interés, además de ser un contrapunto a los lujosos espacios del palacio.
Recorrer las prisiones nos permite atravesar dos veces el célebre puente de los Suspiros. Fue realizado a principios del XVII según el diseño de Antonio Contin, que lo dotó de dos pasajes paralelos. Su romántico nombre se debe a la leyenda de que los reos, al ser conducidos a prisión, suspiraban al contemplar fugazmente Venecia desde sus ventanas, quizá por última vez. No está claro si la historia es de finales del XVIII o su creador fue Lord Byron.
Otro espacio interesante dentro del palacio es la antigua armería. Pese a su actual apariencia de museo, las salas que ocupa estuvieron destinadas a depósito de armamento desde el siglo XIV. Al principio, se almacenaban exclusivamente armas de uso militar, bajo la responsabilidad del Consejo de los Diez. Su acrónimo, CX, todavía se puede ver en las puertas o en numerosas armas. Con el tiempo, se fueron incorporando otras con uso ceremonial, trofeos de guerra o regalos recibidos por el estado. Tras el fin de la república, la armería perdió su razón de ser y sufrió diversos expolios. A pesar de lo cual, sigue conteniendo una colección histórica de enorme valor.
Llevo más de dos mil seiscientas palabras escritas y tan solo he sido capaz de esbozar un resumen de lo que representa una visita al Palacio Ducal. Un lugar en cuya visita, como mínimo, emplearás dos o tres horas de tu precioso tiempo en Venecia. Pero que, a poco que te recrees en sus salones y en el arte y la historia que encierran, puede consumir un día completo. ¿Merece la pena visitarlo? Como siempre, dependerá de tus preferencias personales y del tiempo que vayas a pasar en la ciudad. Si tan solo puedes estar en Venecia un día, quizá sea mejor que lo emplees en recorrer sus callejuelas, puentes y canales, impregnándote de la mágica esencia de la ciudad. Pero si tienes la suerte de poder alargar tu estancia a varias jornadas, es una visita muy recomendable. Además de poder contemplar su asombroso legado artístico, te ayudará a conocer mejor la interesante historia de la República de Venecia y, quizá, hasta logres comprender el extremadamente complejo entramado institucional que hizo posible su larga supervivencia. Aunque esto último no está garantizado.
Como en todo lugar especialmente popular, existe una auténtica avalancha de información sobre el Palacio Ducal. Lo difícil es separar el grano de la paja entre miles de vínculos.
La página oficial del palacio está en https://palazzoducale.visitmuve.it/es/home/.
El blog Salta Conmigo tiene una buena entrada: https://saltaconmigo.com/blog/2018/09/palacio-ducal-de-venecia-visita/.
La web del Thyssen-Bornemisza tiene un artículo con la historia del boceto del El Paraíso allí atesorado: https://www.museothyssen.org/coleccion/artistas/tintoretto/paraiso.
MyWoWo es una aplicación de audioguías, con varias entradas interesantes. En https://mywowo.net/es/italia/venecia/palacio-ducal, además de descargar el audio, podemos leerlas en forma de texto.
En inglés, el blog Images of Venice tiene una entrada sobre los capiteles del palacio: https://imagesofvenice.com/the-doges-palace-column-capitals/.
En Google Arts & Culture podemos hacer una visita virtual: https://artsandculture.google.com/partner/palazzo-ducale.
Increíble palacio, una obra de arte por dentro y por fuera.
Muchas gracias por compartir estos lugares.
Gracias a ti por comentar.