Tras devolver el coche de alquiler, llegué a la terminal de Hurtigruten poco antes de las 20:30. No tenía nada mejor que hacer en el rato que me quedaba en Svolvær y, llegando con cierta anticipación, tendría ocasión de ver zarpar al buque que iba en sentido sur. Con lo que no contaba era con encontrarme en el muelle al Polarlys, el barco que me había llevado desde Bergen hasta Svolvær. Mientras yo recorría las Lofoten, el buque de Hurtigruten había tenido tiempo de llegar hasta Kirkenes, el puerto más remoto de su ruta, y regresar.
Veinte minutos después de que el Polarlys desapareciera por la bocana del puerto, hizo su entrada el Kong Harald. Mientras, el clima del Ártico seguía tan voluble como siempre. La intensa nevada que me recibió según llegaba a la terminal había dado paso a un paréntesis, en el que el tiempo parecía mejorar, para comenzar nuevamente a nevar según subía a bordo del Kong Harald. La escala era de una hora, que aproveché para acomodarme en el camarote y dar una vuelta por el interior del barco. Zarpamos a las 22:10, con un ligero retraso sobre el horario previsto. Otra vez había dejado de nevar, pero el cielo estaba completamente cubierto por una densa capa de nubes, que reflejaban las luces de Svolvær. En esas condiciones, parecía complicado ver una aurora boreal. Además, las tres siguientes escalas, Stokmarknes, Sortland y Risøyhamn, eran de madrugada. Cansado tras un largo día recorriendo las Lofoten, decidí que el mejor plan era hacer uso del camarote. Me fui a dormir.
Cuando desperté al día siguiente, nos aproximábamos a Harstad, en el noreste de la isla de Hinnøya. Nevaba débilmente, pero la gruesa capa blanca que cubría el Kong Harald evidenciaba que durante la noche había caído con fuerza. La escala era de una hora, pero no había desayunado y sabía que en las inmediaciones del puerto no había demasiado que hacer. Menos aun a las 6:45. Decidí desayunar tranquilamente, mientras la luz del alba comenzaba a iluminar la pequeña ciudad.
Esta vez zarpamos puntualmente rumbo a Finnsnes. El día era gris, pero al menos había dejado de nevar. Unos minutos después de zarpar, vi aproximarse un barco, cuya silueta me resultó familiar. Era el Lofoten, el más veterano de los buques que cubrían la ruta postal. La casualidad quiso que me lo volviera a encontrar en las mismas aguas que cuando lo vi por primera vez, navegando a bordo del Finnmarken dos años atrás. También sabía que, con toda probabilidad, sería la última vez en que vería al Lofoten, pues el barco iba a ser retirado del servicio activo a finales de ese mismo año. Afortunadamente, ha sido declarado bien protegido por las autoridades noruegas, por lo que seguramente se librará del desguace.
Pronto se hizo evidente que la travesía sería muy distinta de la que había realizado en 2018. Hacia el norte, podía ver Toppsundet, pero las cumbres de la isla de Grytøya se perdían entre las nubes. Éstas formaban una capa compacta, que daba a la mañana un aspecto completamente invernal.
Unos minutos después, según navegábamos por el Vågsfjorden, se materializaron mis peores temores. El Kong Harald se adentró en un banco de niebla, mientras nuevamente comenzaba a nevar. La visibilidad quedó reducida a unos pocos metros. Si, en plena era del GPS y las cartas digitales, resulta complicado navegar en esas condiciones, ¿cómo sería cuando los buques de Hurtigruten tan solo tenían un cronómetro y una tabla de tiempos y coordenadas para saber dónde se encontraban y cuándo debían virar?
Salimos de la niebla al filo de las 9:30, mientras navegábamos por el Tranøyfjorden. Al sur, era posible ver los bosques nevados de la isla de Dyrøya, entre los que se repartían unas cuantas granjas dispersas. Por contra, hacia el norte, era imposible tan siquiera adivinar la silueta de Senja, oculta tras la niebla.
Navegábamos por un paisaje espectral, en el que las nubes tan pronto ascendían, permitiendo ver retazos de las islas que nos rodeaban, como volvían a descender, dejándonos en un mundo reducido a un estrecho círculo de agua, rodeado por una impenetrable pared grisácea. La nieve también parecía querer jugar con nosotros, apareciendo brevemente en los momentos más inesperados. Hasta que, súbitamente, comenzó a clarear. Hacia el sur, apareció una estructura artificial, que parecía flotar etéreamente sobre las aguas, bajo una extrañas nubes de nieve. Era el Dyrøybrua, que une la isla con el continente.
A partir de ese momento, el sol comenzó a ganar lentamente la partida. Las nubes seguían cubriendo el cielo, pero cada vez se alejaban más del suelo, permitiendo contemplar el paisaje nevado por el que navegábamos. En los bosques, se alternaban las coníferas con los árboles de hoja caduca. De vez en cuando, una granja o una cabaña aislada aportaba una sutil nota de color, rompiendo la paleta monocroma que parecía haberse apoderado del mundo. En las cimas, eran las rocas desnudas las que se entremezclaban con la nieve y algunos retazos de nubes bajas. El paisaje, sin ser especialmente hermoso, trasmitía una asombrosa sensación de serenidad.
Poco después de las diez, mientras navegábamos frente a la costa sureste de Senja, el sol finalmente logró atravesar entre las nubes, iluminando los bosques que rodean Solberg. Para unos ojos que se había aclimatado al mundo grisáceo en el que llevaban toda la mañana, el intenso color blanco de la nieve era casi doloroso.
Nos acercábamos a Nordhamnodden, donde el Kong Harald tenía que hacer un amplio viraje a babor, buscando rumbo hacia Finnsnes. Sabía que la maniobra podía ofrecer la ocasión de hacer una foto interesante, por lo que decidí ir a popa. En ese momento, el sol decidió iluminar el mar, llenado el áspero paisaje de una luz cálida que contrastaba con el intenso frío que hacía en cubierta.
Poco antes de las once llegábamos a Finnsnes, con cinco minutos de adelanto sobre el horario previsto. Recordaba el diminuto puerto, en la orilla continental del estrecho de Gisundet, como una de las escalas más frías de mi anterior viaje en Hurtigruten. Y parecía que estaba dispuesto a mantener su reputación, con siete grados bajo cero. Una gruesa capa de nieve helada cubría su muelle. No bajé a tierra. Sabía que, en la media hora escasa que duraba la escala, había poco que hacer en las inmediaciones y tampoco me apetecía ponerme los crampones para dar un breve paseo por el muelle.
Se aproximaba el mediodía y tenía que dejar libre mi camarote, por lo que aproveché la escala para llevar mi equipaje a consigna. Mientras tanto, en el exterior, se desató una nevada asombrosamente intensa. Cuando zarpamos de Finnsnes, tan solo se podían distinguir los edificios más cercanos al muelle, difuminados por innumerables copos de nieve.
En el enésimo giro meteorológico del día, dejó de nevar según nos adentrábamos en Gisundet. Pero no mejoró la visibilidad. De nuevo navegábamos atravesando una espesa niebla, que impedía ver cualquiera de las dos orillas. Tardamos cuarenta minutos en llegar a la parte más angosta del estrecho, frente a Gibostad, la localidad más poblada del norte de Senja, donde Gisundet no alcanza ni los 600 metros de anchura. Por un fugaz momento, pude vislumbrar las cercanas orillas.
Unos metros más al norte, las costas volvieron a separarse y la niebla se apoderó del paisaje. Además, comenzó nuevamente a nevar. Atravesamos el resto del estrecho sin poder ni tan siquiera adivinar la silueta de sus costas. Mientras, las cubiertas del Kong Harald iban desapareciendo bajo un manto blanco cada vez más espeso, obligando al personal de Hurtigruten a limpiarlas con unas grandes palas que arrastraban sobre el suelo, arrojando directamente la nieve al mar.
Finalmente, la niebla nos abandonó mientras atravesábamos la parte exterior del Malangsfjorden, al sur de la isla de Kvaløya. Lentamente, el paisaje circundante iba reapareciendo, mientras las nubes se elevaban y la nevada quedaba atrás.
Poco después de la una y media, llegábamos junto a la pequeña isla de Ryøya, hogar de la única manada de bueyes almizcleros de la Noruega ártica en la era moderna. La manada, que llegó a tener unos 20 miembros, no era de origen natural. En un intento de volver a introducir la especie en Europa, sus primeros miembros fueron llevados en 1969 desde el este de Groenlandia hasta un terreno al sur de Bardujord. Tras un accidente, en 1976 se decidió mover la manada a la isla de Arøya. Tres años más tarde, pasó a depender del Departamento de Biología Ártica de la Universidad de Tromsø, que en 1980 trasladó la manada a Ryøya. El experimento no salió demasiado bien, sobre todo por las infecciones con orf, un virus que no soporta las condiciones más frías y secas de Groenlandia. Pese a todos los esfuerzos, los dos últimos ejemplares murieron en 2017 y 2018.
Uno de los motivos de elegir Ryøya para el experimento fue que la isla es difícilmente accesible, al estar rodeada por dos de las corrientes de marea más fuertes de todo Noruega. Al sur, el Litjestraumen separa Ryøya de la península de Malang, en el continente. El Kong Harald atravesó Rystraumen, que se extiende entre Ryøya y la isla de Kvaløya, al norte. Ambas llegan a alcanzar velocidades de 8 nudos (15 km./h). La corriente era perfectamente visible desde la popa del barco, donde sus remolinos rompían la estela del Kong Harald, hasta hacerla desaparecer tan solo unos segundos después de nuestro paso.
Media hora más tarde navegábamos frente a Tromsø, pasando frente a las familiares siluetas de Polaria y del Museo del MS Polstjerna. El día seguía siendo gris. Tanto, que apenas podía distinguir la silueta del Tromsøbrua. Según comenzábamos la maniobra de atraque, empezó a nevar, haciendo evidente que tendría que cambiar mis planes para la escala.
Tromsø y sus catedrales.
Zarpamos a las 18:30, para una travesía de cuatro horas hasta Skjervøy, el destino final de mi viaje. Por fin, parecía que las condiciones atmosféricas habían decidido mejorar. No nevaba, ni había la menor señal de niebla. Incluso, hacia el este, eran perfectamente visibles las luces de la estación superior del Fjellheisen, a más de 400 metros de altura. En cualquier caso, en unos minutos dejábamos atrás las luces de Tromsø, para adentrarnos en Grøtsundet y la oscuridad del Ártico noruego.
Poco después de las nueve, en la parte exterior del Ullsfjorden, nos cruzamos con el Richard Width, que navegaba hacia el sur. Salí a cubierta, pues sería el último encuentro que podría ver entre dos barcos de Hurtigruten. En tan solo unos minutos, tras cumplir el ritual de saludos, el Richard With desapareció en la noche, dejándonos en una oscuridad casi absoluta. Apenas habían pasado tres noches desde la luna nueva de febrero y las únicas luces visibles eran las de alguna granja aislada, en la desolada costa occidental de la península de Lyngen.
Tras superar el extremo septentrional de la península, el Kong Harald viró hacia rumbo ENE, buscando el paso entre las islas de Arnøya y Kågen. La noche se volvió todavía más oscura y fría. Las nubes se habían dispersado, dejando un cielo cuajado de estrellas. Y entonces, apareció una aurora boreal. No fue especialmente intensa pero, en un viaje caracterizado por el mal tiempo y los cielos nublados, era la primera que lograba ver. Sabía por experiencia que, desde la cubierta de un barco en movimiento, era casi imposible lograr una foto decente, por lo que me limité a disfrutar del espectáculo, esperando que durase más de una hora y me diera ocasión de fotografiarlo desde Skjervøy. Pero no hubo suerte. La primera y única aurora boreal que pude ver en todo el viaje apenas duró media hora.
Llegamos a Skjervøy con unos minutos de retraso. Otra escala nocturna en un desolado puerto del Ártico noruego. Recordaba unas cuantas de mi anterior viaje: Havøysund, Kjøllefjord, Mehamn . . . En todas ellas, había sentido una mezcla de curiosidad y fascinación por el puñado de personas que desembarcaba para, a continuación, desaparecer entre la nieve y la oscuridad. ¿Quiénes serían? ¿Qué les llevaría a lugares tan remotos? Esta vez, era yo el que avanzaba sobre la nieve, por un muelle al que ni el grueso manto blanco que lo cubría lograba conferir algún encanto. Tras alejarme unos metros, antes de adentrarme entre las sombras de la noche, no pude evitar detenerme un instante y observar el barco. Un reducido grupo de personas me miraba con curiosidad desde la cubierta de paseo, probablemente haciéndose las mismas preguntas. Fue un momento extraño y un buen epílogo para mi última jornada a bordo del Kong Harald.
La entrada en el blog correspondiente a mi anterior travesía por las mismas aguas está en https://depuertoenpuerto.com/hurtigruten-en-invierno-dia-5-stokmarknes-skjervoy/.
En el blog Andén 27 se describe el mismo itinerario en verano: http://anden-27.blogspot.com/2016/02/hurtigruten-dia-5.html.
La web oficial de turismo de Noruega también tiene una página dedicada al expreso de la costa: https://www.visitnorway.es/organiza-tu-viaje/como-moverse/en-barco/hurtigruten/, así como una sección dedicada a las islas Lofoten: https://www.visitnorway.es/que-ver-en-noruega/norte-de-noruega/islas-lofoten/.
Las islas de Senja y Dyrøy comparten web oficial de turismo: https://www.visitsenja.no/en.
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