No estaba seguro de que hubiera sido una buena idea. A las 8:30 de una mañana que se resistía a llegar, salía del hotel Fransiskus, a escasa distancia del puerto, para encontrarme con un amontonamiento de nieve frente a su puerta. De madrugada, había estado nevando en el norte de Snæfellsnes. Según pude ver en umferdin.is, la noche había sido mucho más dura al otro lado del Breidafjörður. ¿Me habría equivocado?
Una travesía invernal en el Baldur.
Ahora el plan consistía en llegar a Patreksfjörður, pasar allí la noche y, al día siguiente, improvisar en función de la evolución de la previsión meteorológica y el estado de las carreteras. Según salía del ferry, me di cuenta del punto débil del nuevo planteamiento: no tenía alojamiento reservado en Patreksfjörður. Me detuve un momento. El tiempo justo para realizar la reserva. Al parar, fui más consciente de la situación que me rodeaba. A mi izquierda, una hilera de vehículos, esperando a que la cubierta del Baldur se vaciase para abordar el ferry. A mi derecha, las gélidas aguas del Breidafjörður, sobre las que flotaba una asombrosa acumulación de témpanos. Al frente, los camiones que habían salido del ferry se desvanecían entre la nieve. La sensación de caos, acentuada por la intensa nevada, era intimidante. Pero había tomado una decisión y no pensaba dar marcha atrás.
Comencé mi avance hacia el oeste. Aún tenía que recorrer 55 kilómetros de carretera, por el sur de los Fiordos del Oeste. Los camiones habían desaparecido durante mi breve parada, dejándome completamente solo en una carretera cubierta de nieve. Al menos, ésta había sido aplastada por el paso de los vehículos que me habían precedido. Podía conducir con relativa seguridad.
Según avanzaba hacia el oeste, la nieve se volvía más escasa. Acabé conduciendo por una carretera limpia, en medio de un paisaje todavía mas etéreo e irreal de lo normal en los Fiordos del Oeste, con las montañas difuminándose entre los no tan lejanos temporales de nieve. De momento, éstos parecían respetarme. En cualquier caso, no me confié. Aún tenía que atravesar Kleifaheiði, a más de 400 metros de altitud. Sobre las 12:20, llegaba frente a las primeras rampas del paso de montaña.
Diez minutos mas tarde, podía distinguir entre la niebla la antena de comunicaciones que hay en la parte superior de Kleifaheiði. Al final, la carretera no estaba en tan mal estado. Las máquinas habían hecho un buen trabajo y, aunque nevaba levemente, no hacía viento, por lo que apenas había peligro de encontrar algún amontonamiento de nieve suelta sobre el asfalto. Incluso me crucé con un camión procedente del oeste, que me aportó una dosis extra de tranquilidad, al confirmarme que la ruta seguía siendo transitable.
A las 12:35 dejaba atrás la niebla y podía ver por primera vez el fiordo, muriendo a mis pies. Aunque, hacia Patreksfjörður, un negro nubarrón ocultaba el paisaje, podía respirar tranquilo. El resto del trayecto transcurría prácticamente al nivel del mar, sin ningún obstáculo digno de mención. Además, era bastante pronto. Intentaría improvisar alguna excursión. En realidad, no tenía demasiadas opciones. Las comunicaciones entre Patreksfjörður y el resto de Islandia son bastante complicadas. En invierno, la pequeña comunidad es prácticamente una isla, pues las carreteras hacia la zona central de los Fiordos del Oeste suelen estar cortadas. El paso de Kleifaheiði, que acababa de atravesar, acaba siendo su único vínculo con el resto del mundo. Siempre que no esté cerrado, por culpa de la nieve o el viento. En el fondo, me encontraba en un callejón sin salida.
Entonces recordé que el Garðar BA 64 estaba muy cerca del cruce entre las carreteras 62 y 612. Apenas supondría un desvío de 3.200 metros. Inicialmente bautizado como Globe IV, fue construido en Noruega en 1912, como buque ballenero destinado a operar en aguas próximas a la Antártida. Se le dotó de un potente motor y un casco reforzado, para poder navegar por mares congelados. El barco fue pasando de mano en mano hasta que, en 1950, llegó a Islandia. Trece años más tarde, adquirió su nombre actual. Cuando el incremento de las restricciones y la disminución de las capturas hicieron inviable la industria ballenera, el Garðar BA 64 fue destinado a la pesca de arenques. Hasta que, en 1981, se decidió que no cumplía los estándares de seguridad del momento.
El final del barco debería haber sido un desguace. Pero a alguien le pareció mejor idea embarrancarlo en el tramo final del Patreksfjörður. Se excavó un foso, se encalló el buque y se volvió a tapar el foso. El Garðar BA 64 quedó en medio de una playa de guijarros negros, junto a Skápadalur, a merced del duro clima del noroeste de Islandia. Cuatro décadas más tarde, sus efectos son innegables. El barco se descompone lentamente, haciendo extremadamente peligroso aventurarse en su interior. A cambio, ofrece un enorme abanico de posibilidades fotográficas. Sus superficies oxidadas, sus tablones desvencijados, las plantas que intentan crecer en sus resquicios y, en invierno, la nieve que se amontona en su cubierta, crean un extraño universo visual. Universo del que, aquel día, no supe sacar partido. Acababa de superar un tramo de conducción complicado y creo que mi cabeza aún estaba en otro lugar. Al menos, es la mejor excusa que se me ocurre.
En el fondo, acusaba el cansancio mental, tras una mañana de tensión, reorganizando mis planes continuamente. Definitivamente, había llegado el momento de encaminarme a Patreksfjörður. Pero, como suele pasar en Islandia, mis planes apenas duraron 1.000 metros. Los que tuve que recorrer para encontrarme con una foca, descansando tranquilamente sobre una roca cubierta de algas en la orilla del fiordo. Pasamos un rato observándonos mutuamente, en compañía de un cormorán, que a su vez nos miraba desde otra roca en las proximidades. Aunque no sea muy común avistarlos, la orilla meridional del Patreksfjörður es una de las pocas zonas de Islandia en las que se aparea el cormorán moñudo. Una especie cuya mayor colonia está en nuestras Islas Cïes.
El encuentro con la foca tuvo un efecto balsámico sobre mi estado de ánimo. Me relajé y regresé al que suele ser el comportamiento habitual durante mis viajes invernales por Islandia: avanzaba lentamente por la carretera, sin la menor prisa, aprovechando la total ausencia de tráfico para deleitarme con el impresionante paisaje que me rodeaba. Por primera vez en el día, comencé a disfrutar de los Fiordos del Oeste. Mientras recorría la orilla septentrional del Patreksfjörður, podía ver al frente las extrañas texturas formadas por la nieve y la roca en la ladera del Skápadalsmúli. Entre medias, las oscuras aguas del fiordo estaban salpicadas por manchas blancas y negras. Una bandada de patos nadaba tranquilamente entre varios bloques de hielo. La escena era tan dura como serena. Esa extraña mezcla que hace tan fascinante la Tierra de Hielo.
Tras recorrer otros 4 kilómetros, volví a detenerme. El temporal que había visto según descendía de Kleifaheiði parecía haberse desplazado hacia el oeste. Ahora, ennegrecía la boca del fiordo, impidiéndome ver el mar abierto. En cualquier caso, era el perfecto telón de fondo para el paisaje que tenía al frente. Las aguas del fiordo, de un extraño tono verdoso, se desvanecían a lo lejos en la cortina grisácea de la tempestad. A ambos lados del fiordo, la nieve se entremezclaba con las negras laderas, formando un impresionante pasillo. Al fondo, entre los oscuros nubarrones, se distinguían algunas luces. Estaba a 7 kilómetros de Patreksfjörður.
Llegué poco después de las dos de la tarde. Una tarde que, contra todo pronóstico, mejoraba por momentos. Las oscuras nubes seguían retirándose haca mar abierto, revelando los grandes contrafuertes de la orilla meridional del fiordo: Hafnarmúli, Kongshæð, Hádegishæð . . . Pero, en aquel momento, por encima del imponente paisaje, estaban las necesidades más mundanas. Cerca de uno de los fines del mundo, con un temporal invernal aproximándose, lo primero era repostar.
Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/invierno-en-los-fiordos-del-oeste/ se puede ver todo mi viaje invernal por los Fiordos del Oeste.
Quien tenga curiosidad por la ruta terrestre por el sur de los Fiordos del Oeste puede verla, en sentido contrario y en verano, en https://depuertoenpuerto.com/de-patreksfjordur-a-saelingsdalur/.
En inglés, la web oficial de turismo de Stykkishólmur está en https://www.visitstykkisholmur.is/en/home.
Se puede encontrar la sección sobre Patreksfjörður en la página de turismo de los Fiordos del Oeste en https://www.westfjords.is/en/destinations/towns/patreksfjordur.
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