Pero aun no podíamos cantar victoria. Faltaban los resultados de las pruebas. En cualquier caso, mientras esperábamos, la «cuarentena inteligente» que entonces funcionaba en Islandia te permitía moverte con ciertas limitaciones, siempre que no utilizases transporte público ni fueses a lugares concurridos. A la mañana siguiente, nos levantamos con calma, desayunamos y nos fuimos a recoger el coche de alquiler, en una agencia situada a escasos metros del hotel. Después, salimos tranquilamente hacia el sur, con la idea de hacer tiempo visitando el suroeste de la península, una zona normalmente tranquila, en la que no pensábamos coincidir con nadie.
Para empezar, hicimos una breve escala en Brú Milli Heimsálfa, el «puente entre continentes» que salta sobre la grieta de la dorsal oceánica, entre las placas europea y norteamericana. El aparcamiento estaba vacío. Acabábamos de bajar del coche cuando nos llegó un SMS. Para nuestra sorpresa, eran los resultados de las pruebas, que no pensábamos recibir hasta por la tarde. PCR negativo: éramos libres para seguir viaje por Islandia. A pesar del mensaje, decidimos atenernos al plan inicial. Al fin y al cabo, teníamos reservado hotel en Selfoss, por lo que no tenía sentido acelerar el ritmo.
Seguimos hasta Reykjanestá, donde tan solo había un par de vehículos. En cualquier caso, con el SMS del departamento de sanidad islandés en el móvil, ya podíamos mezclarnos con el resto de los humanos. El mar estaba asombrosamente tranquilo, la temperatura era relativamente agradable y apenas se movía el viento. El contraste con mi anterior visita, en febrero de 2019, no podía ser mayor. Sobre el nítido horizonte, destacaban las rocas de Karlinn y Eldey, una parte emergida de la dorsal atlántica. Como buena parte de Islandia, la cadena sumergida conocida como Fuglasker cambia con relativa frecuencia, haciendo aparecer y desparecer islotes en medio del mar.
Los últimos pingüinos.
Seguimos nuestro periplo por la península, visitando Gunnuhver. Por una vez, la ausencia de viento hacía que su penacho de gases se elevara verticalmente, restándole dramatismo, pero permitiendo apreciar con más tranquilidad la impresionante fumarola.
De Gunnuhver a Brimketill, donde la falta de oleaje nos privó de nuevo del espectáculo que pude disfrutar en invierno, poco más de un año atrás. En todo caso, la calma de la mañana aportaba al entorno una hermosa serenidad con la que nos tuvimos que conformar, a falta de la belleza salvaje de mi anterior visita.
Terminamos nuestro periplo por el suroeste de Reykjanes en Grindavík, el principal puerto pesquero del sur de la península. Con apenas 3.000 habitantes, Grindavík tiene una larga historia. Sus orígenes se remontan al año 934, cuando Molda-Gnúpur Hrólfsson se asentó en la zona. Uno de sus hijos fundó, en la ubicación actual de la ciudad, un asentamiento conocido como Járngerðarstaðarhverfi. En 1627, Grindavík fue uno de los puertos que sufrió el ataque de una partida de corsarios berberiscos, que zarpó desde Salé capitaneada por Jan Janszoon, un renegado de origen holandés. Pero, como tantas localidades de Islandia, Grindavík no tiene ninguna huella del pasado. La pequeña ciudad es poco más que una aglomeración dispersa de edificios modernos. Tras tomar un café junto al puerto, decidimos seguir nuestro camino, ahora en busca de lugares que no conocíamos.
El área geotermal de Seltún.
El lago Kleifarvatn.
El cráter de Kerið.
Acabamos llegando a Selfoss sobre las nueve de la tarde. La pequeña ciudad fue fundada por Þórir Ásason a principios del siglo XI pero, una vez más, es inútil intentar buscar vestigios del pasado. A finales del siglo XIX, su población ascendía a 40 habitantes. En 1891 se construyó un puente colgante sobre el río Ölfusá, el más caudaloso de Islandia, convirtiendo la mortecina localidad en punto de paso obligado en cualquier desplazamiento por el sur de la isla. Aquel puente colapsó en 1944, bajo el peso de dos camiones, pero fue reemplazado al año siguiente por la estructura actual, con un vano central de 84 metros. Al calor del puente, Selfoss se ha transformado en un próspero núcleo urbano, con más de 6.000 habitantes.
Tras dejar el equipaje en el hotel, nos fuimos a cenar. Después, dimos un breve paseo junto al río. El intenso tráfico de la Ring Road había descendido, haciendo de la fuerte corriente del Ölfusá el sonido dominante. El atardecer avanzaba y la pequeña ciudad rezumaba paz bajo la suave luz, tamizada por las nubes. Pero la jornada no había sido más que un día de transición, condicionado por la incertidumbre ante los resultados de las pruebas PCR. El prólogo de nuestro recorrido por la isla. En realidad, el viaje comenzaría al día siguiente, cuando nos adentraríamos por primera vez en una pista de las Tierras Altas, camino de Landmannalaugar.
Las demás entradas sobre Reykjanes en este blog están en https://depuertoenpuerto.com/category/europa/escandinavia/islandia/reykjanes/.
En Arctic Yeti hay una entrada con cosas que hacer en Reykjanes: https://arcticyeti.es/8-lugares-visitar-la-peninsula-reykjanes/.
En inglés, la sección sobre Selfoss en Guide to Iceland está en https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/selfoss-town.
Se puede visitar la web oficial de turismo de Selfoss en https://visitselfoss.com/.
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