Según nos alejábamos del muelle de Skansekaia, mientras Ålesund se empequeñecía lentamente, el anodino cielo grisáceo que nos llevaba acompañando toda la mañana había comenzado a cambiar. Incluso el sol parecía intentar romper entre las nubes, sobre las montañas que, en la isla de Sula, flanquean el Storfjorden por el norte. A pesar de no ser demasiado elevadas, con tan solo un pico superando los 700 metros, eran las primeras desde que había zarpado de Bergen que mostraban en sus cimas una capa compacta de nieve.
Tras sortear el racimo de escollos e islotes que se extiende al este de Valderøya y Vigra, cuarenta minutos después de zarpar enfilábamos Lepsøyrevet, entre la isla de Lepsøya y Gamlemshaugen, en el continente. Lepsøyrevet, con un ancho de 2,2 kilómetros y una longitud de 1,8, apenas tiene 3 metros de profundidad, por lo que antiguamente solo era navegable para buques de poco calado. En 1856 se instaló un buque faro, el primero de Noruega, para intentar reducir las colisiones y embarrancamientos. El barco naufragó al año siguiente y fue sustituido por el actual edificio blanco, sin demasiada gracia, ubicado al final de un largo espigón.
Posteriormente, se dragó Lepsøyrenna, un canal de 100 metros de ancho y una profundidad de 11 metros. Mientras entrábamos en su extremo meridional, recordé la travesía de dos años atrás, cuando el Finnmarken lo había atravesado cautelosamente, imagino que para evitar el «efecto squat«, pues el Kong Harald, otro buque de Hurtigruten, había rozado el fondo del canal en el 2010. En esta ocasión, no se formó el pequeño convoy de barcos de mi anterior travesía, aunque navegamos a popa de un pequeño mercante de cabotaje. En cualquier caso, más allá de la proa, algo me llamó la atención. Resultó ser la obra del nuevo puente que, en 2022, conectará las islas de Lepsøya y Haramsøya con el continente.
Superado Lepsøyrevet, el Polarlys viró hacia el este a la altura de la pequeña baliza que marca el extremo septentrional de la localidad de Hildre, en la península de Haram. Hildre es poco más que una iglesia, construida en 1934, arropada por unas cuantas granjas. Todo ello en una llanura entre el mar y las montañas, de más de 700 metros de altura, que forman el interior de la península.
Más allá de Hildre, nos adentramos en el Romsdalsfjorden, considerado el noveno fiordo más largo de Noruega, con 88 kilómetros de longitud. Era evidente que el tiempo estaba cambiando de nuevo y no precisamente a mejor. A nuestro alrededor, las nubes se descolgaban violentamente desde el cielo, ocultando el paisaje tras cortinas de lluvia. Según nos adentrábamos en el fiordo, el cielo se iba oscureciendo a nuestra popa, dejando tan solo un lejano resquicio de luz a lo lejos, sobre el horizonte.
El espectáculo era sobrecogedor. Un viento gélido empujaba las nubes, que cada vez estaban más cerca del Polarlys. Las montañas iban desapareciendo una tras otra, mientras nos adentrábamos en el Moldefjorden, uno de los brazos septentrionales del Romsdalsfjord. Hasta se hizo difícil ver los omnipresentes ferris, empequeñecidos por la magnitud del temporal. Poco después, descubrí que lo que había tomado por lluvia era en realidad granizo, cuando éste empezó a golpear con fuerza la cubierta, obligándome a buscar refugio.
La tormenta se fue con la misma celeridad con la que nos había alcanzado. En menos de diez minutos, según llegábamos a Molde, las nubes empezaron a retirarse hacia las montañas. También cesó el viento y las precipitaciones se vieron reducidas a algún chubasco ocasional. Pero el cielo quedó completamente encapotado, con nubes bajas que ocultaban las cimas. Además, las nubes debían ser compactas, pues una prematura oscuridad se había adueñado del paisaje. En esas condiciones, no tenía sentido ascender los 407 metros del Varden, oculto tras las nubes. Me quedé sin poder disfrutar de la famosa vista que ofrece, sobre nada menos que 222 picos al otro lado del fiordo, y sin un plan concreto para la escala en Molde.
La pequeña ciudad, de poco más de 30.000 habitantes, se hizo famosa a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando parte de la aristocracia del norte de Europa veraneaba en sus lujosos hoteles. Dicen que el emperador alemán solía referirse a Molde como La Niza del Norte. La suerte de la ciudad cambió con la Segunda Guerra Mundial, cuando el rey Haakon VII, el gobierno, parte del parlamento y las reservas de oro del país llegaron a Molde, huyendo de las tropas nazis. Durante unos días, entre el 22 y el 29 de abril de 1940, fue la capital de facto de Noruega. El precio que pagó fue enorme. La Luftwaffe machacó durante una semana la ciudad, destruyendo la mayor parte de sus edificios de madera. Molde hoy en día es un lugar tranquilo, rodeado por una hermosa naturaleza, pero poco más. Su único punto de interés, además del mirador del Varden, es el Museo de Romsdal, que en cualquier caso no iba a poder visitar.
Al final, me limité a dar un tranquilo paseo por sus calles, mientras buscaba un sitio para cenar. Apenas había tráfico y las pocas personas que me encontré eran pasajeros del Polarlys. Tras acercarme al ayuntamiento, la iglesia y el puerto sin encontrar nada digno de mención, acabé desistiendo y cené en el barco. Cuando zarpamos, a las siete de la tarde, era noche cerrada. Una vez dejamos atrás las luces de la ciudad, no había mucho más que ver. Me fui a descansar.
Al día siguiente, desperté antes de las siete de la mañana. Comenzaba a clarear, mientras el Polarlys navegaba por el extremo septentrional del Trondheimsleia, camino de la entrada al fiordo de Trondheim. Desayuné tranquilamente, en un comedor prácticamente vacío, viendo como virábamos alrededor del faro de Agdenes, para introducirnos en la boca del amplio Trondheimsfjorden, el tercero más largo del país. Tras la agitada llegada a Molde, la mañana era asombrosamente serena. Apenas hacía viento y, entre los jirones de nubes, era posible ver retazos de cielo azul.
Se podía adivinar un amanecer hermoso, pero éste acabó superando mis mejores expectativas. Navegábamos al este de Lensvik cuando, al otro lado del fiordo, el sol rompió entre las nubes, cerca de la cima del Gråkallen. El juego entre la luz, el extremo meridional de la península de Fosen, las montañas que circundan al Gråkallen, las aguas del fiordo, teñidas de hermosos tonos dorados, y las diversas capas de nubes, crearon un bello espectáculo, que además cambiaba continuamente, según nos movíamos lentamente por las aguas del Trondheimsfjorden.
Sobre las 9:40 superábamos la pintoresca campana de niebla de Rødberg, entrando en la parte más amplia del fiordo. Hacia babor, se extendía una gran superficie de agua, apenas agitada por el débil viento, sobre la que navegaban, en sentido opuesto, dos de los ferris que cubren la línea entre Flakk y Rørvik. De no haber sido por el intenso frío, la suave luz de la mañana y las nubes dispersas, que cubrían el cielo de suaves tonos azulados, me habría hecho pensar que estaba en un tibio día del verano noruego.
Uno de los dos ferris, el Lagatun, acabó cruzando nuestra estela, muy cerca de la popa del Polarlys. Más allá del ferry, podía ver las cimas nevadas al otro lado del Korsfjorden, el brazo meridional del fiordo de Trondheim. Mientras tanto, el Polarlys avanzaba sin prisa rumbo a la que, en su día, fue primera capital de la Noruega unificada, surcando las tranquilas aguas de su fiordo. Lentamente, sobre los edificios del puerto, se iba dibujando la torre central de Nidaros, la espléndida catedral gótica que domina el centro de la ciudad.
Poco antes de las diez, dejábamos atrás Munkholmen, el islote fortificado que protege la entrada al puerto de Trondheim. Unos minutos más tarde, atracábamos puntualmente en uno de los muelles del puerto nuevo. Desde cubierta, las calles de Trondheim estaban virtualmente despejadas. Ni rastro de la gruesa capa de nieve congelada que había disfrutado en mis anteriores visitas. Por una parte, perfecto. Me podría mover con más agilidad y sin necesitar los crampones. Por otra, eché en falta el encanto de la ciudad nevada. En cualquier caso, disponía de poco más de tres horas para visitarla. No tenía tiempo para lamentaciones.
En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.
En el blog Andén 27 se describe el mismo itinerario en verano: http://anden-27.blogspot.com/2015/11/hurtigruten-dia-2.html.
La web oficial de turismo de Noruega también tiene una página dedicada al expreso de la costa: https://www.visitnorway.es/organiza-tu-viaje/como-moverse/en-barco/hurtigruten/.
La página del representante de Hurtigruten para España y Portugal está en https://www.hurtigrutenspain.com/destinos/noruega/bergen-kirkenes-bergen/, aunque no permite hacer reservas, solo ver información y solicitar presupuestos.
En inglés la página oficial está en https://global.hurtigruten.com/destinations/norway/classic-round-voyage-bergen-kirkenes-bergen. Aquí si se pueden ver los camarotes disponibles y hacer la compra en línea.
Para el que prefiera hacer solo una parte del recorrido, recomiendo consultar el blog Snow to Seas, que describe un trayecto Bergen – Ålesund a principios de otoño, con consejos prácticos: http://snowtoseas.com/norwegian-fjords-budget-hurtigruten/.
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