El enésimo cambio de itinerario del Eurodam significaba que íbamos a disfrutar de una larga escala. Llegamos de madrugada y la salida no estaba prevista hasta las once de la noche. Nos organizamos para intentar llegar a nuestro primer destino, la Acrópolis, mas o menos a la hora de su apertura al público. A pesar de las mil advertencias sobre el caótico tráfico, la opción de coger el metro en El Pireo parecía complicada, por lo que nos arriesgamos con un taxi. No tuvimos mayor problema. Tardamos menos de media hora, por una avenida que atravesaba barrios industriales y residenciales bastante anodinos. Igual de anodinos que los barrios industriales y residenciales de Roma, Lisboa, París . . .
Atenas es en realidad dos ciudades superpuestas. Está la ciudad clásica, cargada de monumentos y vestigios históricos y arqueológicos de primer orden. Tras la caída de Roma, entró en un largo periodo de decadencia. Se estima que, durante los primeros tiempos del dominio otomano, la población rondaba los 4.000 habitantes. Su nuevo auge comienza con la independencia de Grecia. Las grandes metrópolis del mundo griego de la época, como Salónica, Esmirna y, por supuesto, Constantinopla, seguían bajo control otomano. Por motivos históricos, se decide que Atenas será la capital del naciente reino. Comenzó así una época de resurgimiento, que se aceleró con el fin de la guerra greco-turca, en 1922. Buena parte del millón largo de griegos expulsados de Anatolia fueron reubicados en la periferia de Atenas, dando el empujón definitivo a su expansión demográfica. Simultáneamente, a partir de mediados del XIX, se destruía parte de los barrios antiguos de la ciudad, asentados sobre zonas arqueológicas en proceso de excavación. El resultado es una ciudad en gran parte moderna, salpicada de vestigios clásicos, pero con muy pocas huellas de la época intermedia. Una época que abarca mas de un milenio y medio.
Empleamos la mayor parte de la mañana en visitar la Acrópolis y dar un paseo por el Ágora Griega. Tras esta última visita, dimos una vuelta por el mercadillo de Monastiraki. Personalmente no me gusto. Nada que ver con los bazares turcos, con los que algunas veces es comparado. Así que seguimos andando hacia la plaza homónima, en la que está la antigua mezquita de Tzistarakis, que actualmente forma parte del Museo del Arte Popular Griego.
Justo al lado de la mezquita están los restos de la Biblioteca de Adriano, construida en el año 132. Sufrió muchos daños en el 267, durante la invasión de los hérulos. Reconstruida a principios del siglo V, su espacio fue ocupado posteriormente por una iglesia, una basílica y una catedral, de las que se pueden apreciar diversos restos. Del edificio original se conserva poco mas que su muro occidental.
Seguimos avanzando hacia el este, y llegamos al Ágora Romana. Era la una de la tarde y estábamos cansados, sedientos y, sobre todo, hambrientos. Decidimos ir al cercano barrio de Plaka, buscar algún sitio en el que comer y regresar posteriormente. Acabamos en Psaras, un restaurante en la esquina de las calles Erotokritou y Erechtheos. Comimos tranquilamente en la terraza trasera del local, bastante agradable a pesar del calor reinante. Después de comer, dimos un paseo por las pintorescas y tranquilas calles de Plaka.
Regresamos al Ágora Romana, construida en tiempos de Augusto y cuyo edificio mas famoso es la Torre de los Vientos, una interesante combinación de reloj de sol, reloj de agua y veleta. La torre tuvo múltiples usos a lo largo de la historia. El último fue como lugar de oración de la secta musulmana de los Derviches, hasta 1828. En esa fecha, la torre se cerró. En 2014 se acometió una restauración integral y, a mediados de Agosto de 2016, apenas unos días antes de nuestra visita, se abrió de nuevo al público. Realmente, éramos afortunados de haber llegado en el momento justo para poder visitar un monumento que llevaba casi dos siglos cerrado, pensábamos felizmente mientras nos acercábamos a la puerta del Ágora. Pero no pudimos entrar: el Ágora Romana cerraba a las tres de la tarde. El horario estaba perfectamente especificado en un cartel en la puerta, que ni se me ocurrió leer cuando pasamos por delante un par de horas antes, convencido de que cerraría a la misma hora que la Acrópolis. Un error imperdonable.
Tras el tremendo fracaso, fuimos paseando por Adrianou, una animada calle peatonal llena de comercios, hacia el Arco de Adriano. La zona, con calles flanqueadas por casas de dos o tres alturas, generalmente bien conservadas, me pareció bastante agradable. De vez en cuando, te encontrabas con algún resto interesante, como la Linterna de Lisícrates, un monumento conmemorativo del siglo IV a. C. que se puede contemplar en la intersección de las calles Sellei y Lisikratous.
Llegamos al Arco de Adriano, el cual, pese a su nombre, no está claro que fuese encargado por el emperador romano. Se edificó en el 131 ó 132, se desconoce la fecha exacta. Tampoco está clara la función original del arco. A pesar de algunos espolios, ha llegado a nuestros días en bastantes buenas condiciones. Es una pena que su ubicación, junto a una curva de la avenida Vasilisis Amalias, lo exponga a un elevado grado de contaminación, que está dañando sus piedras.
A continuación del arco hay un parque, en cuyo centro se encuentran las ruinas del que, durante el helenismo y la época imperial romana, fue el mayor templo de Grecia: el Olimpeion, también llamado Templo del Zeus Olímpico. Su construcción comenzó en el 515 a. C., pero no se terminó hasta el reinado de Adriano, en el 129 de nuestra era. En sus 96 por 40 metros de planta, había 104 columnas corintias. Hoy solo quedan 16, una de ellas caída. No se sabe como fue destruido. Probablemente, como tantos otros edificios de la antigüedad, sería saqueado durante alguna invasión y abandonado, o destruido por un terremoto. La posterior reutilización de sus restos como materiales de construcción haría el resto. En 1889 comenzaron los trabajos de excavación, en los que no se logró encontrar ningún vestigio del interior del templo.
Volvimos a la avenida, y nos dimos de bruces con el bus turístico de Atenas. No me gustan estos autobuses, que considero parte de la «burbuja turística». Prefiero andar y, si tengo que coger un medio de transporte, utilizar los mismos que los residentes de la zona. Pero Olga, y sobre todo su tobillo, empezaban a dar síntomas de agotamiento. No se como era capaz de aguantar el ritmo que llevábamos, andando con las muletas. El caso es que se nos acercó una chica ofreciéndonos un sustancial descuento y sucumbimos a la tentación.
Teníamos pensado visitar el Monte Licabeto. Nos subimos al autobús, con la intención de bajar junto al Museo Benaki y seguir andando hasta la estación del teleférico. Entre que el autobús se decidió a arrancar, una larga parada en la plaza Sintagma, mientras cambiaba la guardia frente al edificio del parlamento, y el tráfico, tardamos mas tiempo que lo que nos habría llevado recorrer los 1.200 metros andando. Pero estuvimos sentados y disfrutando del aire acondicionado, lo que nos vino de maravilla.
Desde donde nos dejó el autobús hasta la parada del funicular no había ni 800 metros. Sobre el plano, un corto paseo. Pero con unas cuestas bastante pronunciadas, que nos retrasaron bastante. Perdimos un funicular por menos de un minuto. En cualquier caso, la subida mereció la pena. Las vistas desde lo alto son impresionantes. Podíamos ver los interminables barrios de Atenas, la Acrópolis, El Pireo, las Islas Sarónicas y, a lo lejos, el Peloponeso, a duras penas visible entre la bruma del horizonte. Estuvimos un largo rato disfrutando del panorama, intentando identificar los lugares que habíamos visitado, haciendo fotos y refrescándonos con la brisa que soplaba en las alturas.
Finalmente decidimos volver a bajar a la ciudad. Los 800 metros de distancia entre el funicular y la parada del autobús nos parecieron un corto paseo. Se notaba que ahora el camino era cuesta abajo. Hicimos la ruta completa del autobús, sin bajarnos en ninguna parada, sentados en la primera fila del piso superior. Como ya habíamos supuesto, el itinerario no era nada del otro mundo. Por razones obvias, el autobús no puede entrar en las callejuelas del centro de Atenas, por lo que se limita a recorrer las avenidas que lo circundan. De vez en cuando, pasa por algún lugar interesante, como la Plaza Monastiraki, o los estadios de la Olimpiada de 1896. Casi siempre se puede ver la Acrópolis, dominando la ciudad. Pero en su mayor parte el recorrido transcurre por calles sin demasiado interés. Tampoco me pareció muy práctico como medio para ir de un lugar a otro. El centro histórico de Atenas no es demasiado grande. Entre el tráfico y los tiempos de espera, creo que se tarda menos en ir andando. En cualquier caso, nuestras piernas agradecieron el descanso.
El autobús volvió a la Plaza Sintagma. Decidimos bajarnos. Dimos un corto paseo por la plaza y, sobre las siete de la tarde, cogimos un taxi con dirección a El Pireo. A pesar de lo que nos cundió el día, nos quedaron muchas cosas por ver. De sobra como para justificar una nueva visita a la ciudad. Mientras el taxi aceleraba por la avenida Andrea Siggrou, en la que no había ningún atasco, me asaltó una duda: ¿había estado en la misma ciudad de la que tan malos comentarios había escuchado, o me habría equivocado de Atenas?
Aún a riesgo de ser pesado, no tengo mas remedio que volver a recomendar el blog Escribe Cuando Llegues. Tiene varias entradas sobre Atenas, todas muy interesantes. En http://escribecuandollegues.com/guias-de-viaje/grecia/atenas/ hay una magnífica guía de la ciudad, con vínculos a otros artículos.
La web Guía de Grecia tiene una sección dedicada a Atenas: https://www.guiadegrecia.com/atenas/atenas.html.
Muy interesante, como siempre, la entrada del blog Fronteras: https://fronterasblog.com/2024/09/09/europa-low-cost-atenas-donde-todo-empezo/.
En https://depuertoenpuerto.com/crucero-mediterraneo-oriental/ se puede consultar el itinerario completo de nuestro viaje por el Mediterráneo Oriental.
En inglés, la página oficial de turismo del ayuntamiento está en http://www.thisisathens.org.
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