Fuimos a La Palma en invierno. Una breve escapada, huyendo del clima de Madrid. La Palma es un destino cómodo. Vuelos directos y una isla tan pequeña, que puedes elegir un hotel y utilizarlo de base para todos los días que vayas a pasar allí. Algunas carreteras pueden ser un tanto enrevesadas, pero las distancias son tan cortas que no suponían el menor problema. Desde el Parador de La Palma, en Breña Baja, al punto más septentrional de la isla había 74 kilómetros de carretera. Al más meridional, apenas 34. Alquilamos un pequeño utilitario y nos lanzamos a averiguar si «la Isla Bonita» hacía honor a su apodo.
La Palma saltó a todas las portadas el 19 de septiembre de 2021, cuando comenzó una erupción volcánica en la zona de Montaña Rajada, que acabaría durando 85 días. En 2004, el año de nuestra visita, la erupción más reciente había sido la del Teneguía, el 26 de octubre de 1971. Una erupción de la que guardaba vagos recuerdos de mi infancia y que se había prolongado por 24 días. En aquel momento, aún era el último episodio de vulcanismo en territorio español. Por tanto, fue uno de los destinos prioritarios de nuestro viaje.
Para preservar el excepcional paisaje de coladas y conos volcánicos, así como conservar la flora local, en 1987 se creó el Monumento Natural de los Volcanes de Teneguía. Abarca algo más de 857 hectáreas en el extremo meridional de La Palma. Un espacio que, en consonancia con el resto de la isla, no es demasiado extenso, pero en el que encontrarás lugares de gran belleza, que parecen de otro planeta.
Además del Teneguía, el monumento también comprende el volcán de San Antonio. Tradicionalmente se asociaba este cono con la erupción de Fuencaliente, en 1677. En la actualidad se piensa que San Antonio tiene varios miles de años de antigüedad y Fuencaliente tuvo lugar en varios conos menores, en la periferia del principal. En cualquier caso, ambos forman parte de la Dorsal de Cumbre Vieja. Una estructura volcánica que se extiende por 21 kilómetros, en sentido norte – sur y que, en época histórica, ha entrado en erupción en 8 ocasiones, durante los años 1470, 1585, 1646, 1677, 1712, 1949, 1971 y 2021.
Los conos que hay al norte de Fuencaliente y la carretera LP-2 forman parte del Parque Natural de Cumbre Vieja. También fue creado en 1987, aunque ocupa una extensión bastante mayor, que roza las 7.500 hectáreas. Más allá de la sucesión de volcanes, nos llamó la atención la vegetación. Sobre todo, los pinos canarios. Una especie que ha logrado adaptarse al vulcanismo, desarrollando la capacidad de rebrotar desde el xilema tras sufrir daños traumáticos. Una característica única entre las pináceas del Viejo Mundo.
Aunque la auténtica joya de la isla, aquello que la hace única, está aún más al norte. Con más de mil metros de profundidad y un diámetro de 8 kilómetros, la Caldera de Taburiente es como una enorme herida en el flanco occidental de La Palma. Aún no hay consenso sobre la forma en que pudo crearse. Empuje vertical del magma seguido por una fuerte erosión, periodos de vulcanismo intercalados con otros de erosión y desprendimientos, o un gran deslizamiento catastrófico. En cualquier caso, el resultado es uno de los paisajes más deslumbrantes de Canarias.
En el borde septentrional de la caldera encontraremos el Roque de los Muchachos, la mayor cima de la isla, con una altitud de 2.426 metros. Junto a la cumbre, hay una extraordinaria colección de telescopios. En la actualidad se levantan diez instrumentos nocturnos, entre los que destaca el Gran Telescopio Canarias. El mayor telescopio óptico del mundo, aunque en la fecha de nuestra visita apenas habían comenzado las obras. A lo que debemos añadir seis telescopios de otros tipos. En aquel momento, el mayor de los instalados en La Palma era el William Herschel, con un diámetro de 4,2 metros.
El motivo de tal proliferación de telescopios es el extraordinario clima de la isla. Los vientos alisios, que soplan desde el nordeste, suelen crear una capa de nubes, entre los 1.000 y 2.000 metros de altitud, con el doble efecto de dejar un cielo extraordinariamente limpio por encima y ocultar las luces artificiales por debajo. Al menos, eso es lo habitual. Acertamos a visitar La Palma durante unos días extraordinariamente nubosos. Preciosos para contemplar paisajes etéreos, surgiendo entre la bruma. Pero no tanto para visitar los observatorios, que apenas pudimos ver a lo lejos, parcialmente ocultos entre las nubes. En cualquier caso, entonces aún no existía el Centro de Visitantes del Observatorio Astronómico del Roque de los Muchachos. Creo que habría sido imposible hacer mucho más.
Pero la isla no termina ahí. Aún más al norte, se extienden los bosques de laurisilva atlántica. Un tipo de selva que, durante la Era Terciaria, cubría buena parte de Europa y la cuenca mediterránea. En la actualidad, sus últimos reductos se encuentran en Madeira y las Canarias. También deben su existencia a los vientos alisios, que llegan a las islas cargados de humedad. En La Palma, ocupa unas 10.000 hectáreas cubiertas de plantas lauráceas, como laureles, tilos, viñáticos o barbusanos. Algunas de ellas, endémicas de la Macaronesia.
La isla termina en una costa agreste, llena de acantilados, escollos, roques y playas negras. Todo ello entrelazado con una red de miradores, accesibles por carreteras vertiginosas y rutas de senderismo. Con pequeñas poblaciones y una industria turística, entonces aún incipiente, centrada en el disfrute de la naturaleza. Pequeños alojamientos y restaurantes se repartían por una zona que, debido al clima, la orografía y las malas carreteras, parecía mantenerse al margen del turismo masivo.
La Palma es una auténtica maravilla para cualquier amante de la naturaleza. Su variedad es realmente asombrosa, más aún teniendo en cuenta su escaso tamaño. A sus paisajes desérticos, sus enormes pinares y sus selvas primigenias, une otra de las especies características de las Canarias: el drago. Un árbol de crecimiento lento, que solo se encuentra en la Macaronesia, el Atlas marroquí y la lejana isla de Socotra, frente al Cuerno de África. Su extraña forma y su savia, que se vuelve roja al entrar en contacto con el aire, tuvieron como consecuencia que, tanto los guanches como los romanos, atribuyeran al árbol propiedades mágicas y medicinales.
Al final, el fin de semana largo que pasamos en La Palma se nos quedó corto. Llegamos temiendo que la pequeña isla no diera para más que un par de días y nos fuimos con una larga lista de tareas pendientes. En nuestro descargo, podemos decir que, en aquella época, preparar adecuadamente un viaje resultaba mucho más complicado que en la actualidad. Podríamos haber regresado, pero el destino acabó llevándonos por otros derroteros. Mucho más al norte, en todo lo referente a los viajes. En cualquier caso, La Palma en particular y todas las Canarias en general, son la mejor muestra de que no es necesario salir de España para encontrar paisajes asombrosos, que tienen poco que envidiar a los más deslumbrantes de otras latitudes. Salvo que, como en mi caso, hayas contraído el «mal del Ártico».
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Para ampliar la información.
Encontrarás la web oficial de turismo de La Palma en https://visitlapalma.es/.
También es muy interesante la página de la Fundación Canaria Reserva Mundial de la Biosfera La Palma: https://lapalmabiosfera.es/.
La sección dedicada a Taburiente en la web del Ministerio de Transición Ecológica está en https://www.miteco.gob.es/es/parques-nacionales-oapn/red-parques-nacionales/parques-nacionales/taburiente.html. Una mina de información, a pesar de su diseño poco atractivo.
La Asociación de Turismo Rural de La Palma tiene una web bastante interesante: https://islabonita.com/guias/.











