El otro día, me dio por entrar en Instagram. Sobre todo, porque un familiar estaba de viaje en Japón, publicando fotos con relativa frecuencia. Entre estas, me llamó la atención una sobre Kinkakuji, el Pabellón Dorado de Kioto, que puedes ver bajo estas líneas. No tanto por la imagen, como por el texto que la acompaña, que trajo a mi memoria algunas reflexiones que yo mismo había tenido mientras hacía varias de mis fotos. Y que acabó empujándome a escribir esta entrada.
Como casi todas las preguntas, la que encabeza esta entrada no tiene una respuesta sencilla. Comenzaremos por su misma formulación. ¿Realmente tienen las fotografías capacidad de mentir? En este caso, la respuesta es clara: no. Las fotos ni mienten, ni dicen la verdad. Simplemente reflejan, con más o menos acierto, aquello que ha capturado una cámara, a su vez operada por un humano, aunque pueda ser de un modo indirecto. En todo caso, quien mentiría sería la persona que aprieta el disparador.
Aún así, deberíamos intentar acotar qué significa mentir. Para muchos, las fotografías mienten por captar solo una parte de la realidad. La reflexión de mi primo parece ir en esta línea. Pero si llevamos la cuestión a esos extremos, todos estamos mintiendo. Y lo hacemos continuamente. ¿Mientes cuando alguien te pregunta «qué tal estás», y contestas con un simple «bien»? ¿Te encuentras bien físicamente, mentalmente, eres optimista ante el futuro, tus relaciones personales funcionan, te han subido el sueldo, has terminado de pagar la hipoteca, te entusiasma el viaje que estás planeando, o simplemente no te duele nada? ¿Miente la Wikipedia cuando dedica 500 palabras a un asunto sobre el que hay libros de 500 páginas? ¿O en ambos casos tan solo simplificamos? Algo que, por otra parte, hacemos de forma constante. Lo contrario sería insufrible. Que se lo pregunten a cualquiera que tenga un conocido sin capacidad de sintetizar.
Lo cual no impide que en muchas fotos se altere la realidad. O, siendo más precisos, se elija una visión determinada de dicha realidad. Es lo que hacemos al escoger un encuadre concreto. Y es algo que forma parte básica del proceso creativo (y artístico) de cualquier aficionado a la fotografía. Puedes conocer las sutilezas del triángulo de exposición, el uso de los filtros o las capacidades técnicas de tu cámara. O no. Lo que casi todo el mundo conoce es el proceso de encuadrar. Y digo casi, por haber podido ver fotos donde el protagonista parecía ser una papelera, un montón de neumáticos viejos o parte de la oreja de un acompañante. En el fondo, esas serían las fotos más honestas. Aquellas que captan la realidad cruda que está viendo aquel que las hace. ¿Alguien quiere ver este tipo de instantáneas?
Aunque también debemos reconocer que, en muchas ocasiones, la imagen que captamos puede reflejar una visión muy sesgada de la realidad. La foto que hay sobre estas líneas es un buen ejemplo. Un paisaje rural en las islas Feroe, con un rebaño de ovejas junto un remoto cobertizo, al borde de un pequeño acantilado. Falso. Las ovejas y el cobertizo son auténticos. El resto, fruto de tu imaginación, convenientemente guiada por el encuadre concreto que elegí. En realidad, la foto está hecha desde la acera, en una de las principales arterias de Tórshavn, la capital del archipiélago. Puedes explorar la ubicación concreta en esta localización de Google Maps. Como puedes ver, un lugar que, para el estándar de las Feroe, se podría definir como altamente urbanizado. Y en Google tampoco verás el intenso tráfico de camiones que pasaba a escasos metros de mi espalda, rumbo al ferri en el que había llegado a las islas. Justo lo contrario a la imagen bucólica que intenta trasmitir la fotografía.
En otras ocasiones, he pasado horas esperando un cambio en la luz o un claro en las nubes, para poder realizar la toma que tenía en mente. La realidad captada por la cámara fue un momento efímero, a veces precedido de un largo periodo de monotonía cromática. Siendo una toma cierta, se podría decir que refleja la excepción, más que la regla. Sin llegar a estos límites, ¿quién no ha estado esperando a que una persona se apartara de un lugar concreto para hacer una foto «limpia»? ¿O ha girado ligeramente la cámara, para sacar del encuadre una señal de tráfico? Volviendo a la foto de mi primo en Kioto, ¿tendría sentido hacer una toma de un mar de cabezas, con la parte alta del pabellón sobresaliendo a duras penas por encima de estas? Un componente importante de la fotografía es su capacidad para perpetuar momentos de nuestra vida. Generalmente, tendemos a preferir preservar una versión hermosa y agradable de dicho pasado. En el fondo, es lo mismo que hace nuestra memoria selectiva.
Más allá del encuadre, las distintas opciones que tomemos en lo referente a la exposición o el uso de filtros, también alterarán la percepción de la realidad. Una toma de larga exposición puede trasmutar un mar agitado en una superficie sedosa, que incita a la serenidad. O tener el mismo efecto con una impetuosa cascada que, dependiendo de la longitud de la toma, puede adoptar distintas apariencias. Una escena luminosa se puede tornar oscura. O al revés. También es posible «vaciar» espacios relativamente saturados, haciendo que desaparezcan coches o personas. El nivel de creatividad que se puede lograr aumenta proporcionalmente a la inversión en equipo y los conocimientos técnicos.
Y luego está el postprocesado. Alterar la saturación, el balance de blancos o cambiar la foto con «dodge and burn». Lo que antes era un proceso arcano, tan solo accesible para los que conocían los secretos del revelado químico, ahora está al alcance de cualquiera con un mínimo de soltura manejando el software adecuado. Soltura que, en muchos casos, se reduce a acertar con el botón de «mejora automática» o, como mucho, desplazar unas cuantas barras en la pantalla. Hay quien reniega de estas técnicas, afirmando que «eso no es fotografía», olvidando que se hacía desde los inicios de esta. Y que muchas de las fotos que hoy consideramos obras de arte están muy procesadas.
Lo cual no impide que, en muchas ocasiones, el postprocesado acabe yéndosenos de las manos. Disponer de una herramienta no implica que se sepa utilizar correctamente, sobre todo si es compleja. Si a esto añadimos la forma en que trabajan algunos programas, el resultado en ocasiones puede ser desastroso. Un claro ejemplo es el resalte del contraste, que puede llevar a la aparición de horrorosos filamentos blancos en las zonas de unión entre claros y oscuros. O el exceso de saturación en los colores, que tan de moda parece estar últimamente, y que en ocasiones acaba dando lugar a escenas grotescas.
Hay quien no se detiene aquí. Añadir o quitar objetos de una foto es cada día más sencillo. Al igual que alterar las proporciones. En algunas redes sociales, es bastante común encontrar fotografías de montañas, castillos o cualquier otro elemento destacado, distorsionadas verticalmente. O directamente creadas con inteligencia artificial. En mi opinión, aquí ya no estaríamos hablando de fotografía. Al igual que un cuadro, por muy realista que sea, no es una foto, tampoco lo es una imagen sintética. Otro asunto es que algunos intenten hacerlas pasar como tales.
Al final, la fotografía bien entendida acaba siendo un híbrido entre técnica y arte. Algo que, por otra parte, ocurre en toda forma de expresión artística. También puede ser un método para reflejar e inmortalizar la realidad. O, en algunas ocasiones, ambas cosas a la vez. En este sentido, una foto se mueve en un terreno ambiguo. Si primamos la creación artística, podríamos decir que el fotógrafo tendría la misma libertad que un pintor. Si damos preferencia a la plasmación de la realidad, las posibilidades serían mucho más limitadas, aunque nunca nulas.
En el fondo, creo que la mayor parte de los aficionados a la fotografía oscilamos entre ambos extremos, intentando buscar un punto intermedio, que además no tiene porqué ser estático. De lo que si estoy seguro es de que toda fotografía tiene un denominador común: en algún momento, has capturado una imagen con una cámara. Quizá haya sido una toma rápida, hecha sobre la marcha y mostrada tal cual. O por contra, habrás preparado la composición anteriormente, esperado pacientemente el momento con la luz adecuada, jugado con los parámetros de la cámara o alterado la imagen resultante con un programa de revelado. Pero si no hay una cámara en el proceso, no estás haciendo fotografía. Cómo quieras llamarlo, es otra cuestión.