En el Canal de Corfú

Se conoce como Canal de Corfú a la sucesión de estrechos que hay entre la isla del mismo nombre y la costa continental europea. En su parte mas angosta, al norte, apenas mil seiscientos metros separan Corfú de la costa de Albania. Durante siglos, ha sido frontera entre mundos antagónicos: Bizancio y las tribus eslavas, Venecia y el Imperio Otomano, o la OTAN y el Pacto de Varsovia, se han observado con recelo desde sus dos orillas.

Partíamos desde Sarandë, en Albania, cerca del extremo norte del canal. Nuestro destino era Katakolon, en el Peloponeso, por lo que la ruta marítima mas corta discurría a través de los estrechos. La temprana salida de Sarandë nos garantizaba que recorreríamos el canal a la luz del día. Mi duda era si llegaríamos a la altura del golfo de Ambracia antes del anochecer. Tenía curiosidad por contemplar el lugar en el que primero habían sido derrotados Marco Antonio y Cleopatra, en la batalla de Actium, y posteriormente la Liga Santa, en 1538, en la batalla de Préveza.

Comenzamos a movernos a las cinco en punto de la tarde. El barco había fondeado en el centro de la bahía, por lo que se limitó coger velocidad y describir un amplio arco buscando su rumbo. Apenas diez minutos después, Sarandë empezaba a quedar atrás. Navegábamos muy cerca de la costa, lo que nos permitía ver con claridad los distintos puntos de interés.

Saliendo de la bahía, vimos un conjunto de bunkers. No podíamos irnos del país sin ver alguno. Albania es famosa por la frenética construcción de bunkers durante el régimen comunista, nada menos que 173.000 (o hasta 750.000 según otras fuentes). Pero estos eran distintos. Quizá fueran construidos durante la ocupación italiana, aunque no conseguí encontrar información al respecto. Poco después, pasamos junto al monasterio de Shën Gjergjit (San Jorge, en español), un monasterio ortodoxo encaramado en una colina junto al mar, y el pequeño núcleo turístico de Ksamil.

A estribor, también teníamos muy cerca la costa griega. Dejamos atrás el islote de Peristeres y su faro, uno de los mas antiguos de Grecia. Fue construido en 1823, cuando las Islas Jónicas eran un protectorado británico. El faro marcaba el comienzo de la parte mas estrecha del canal.

El contraste entre ambas orillas era llamativo. Del lado albanés, el terreno era mas áspero. Las zonas cubiertas de arbustos se alternaban con manchas casi desprovistas de vegetación, de color amarillo pálido. Pero sobre todo, al igual que durante nuestra aproximación a Sarandë, llamaba la atención la ausencia casi total de edificaciones.

En cambio, en Corfú, el paisaje era muy diferente. La vegetación era mucho mas abundante y variada. En las calas, se veía alguna que otra playa, con sus lineas de sombrillas y chiringuitos. Pero, sobre todo, había muchas mas edificaciones. Desperdigadas por las laderas, podíamos ver numerosas casas, en su mayor parte con aspecto de residencias veraniegas. También abundaban las embarcaciones de recreo. Lo normal en la orilla europea del Mediterráneo.

Tras cruzarnos con el Costa Mediterranea, que navegaba con rumbo norte, llegamos a la altura de Butrint. Desde el mar no se apreciaba el yacimiento arqueológico que habíamos visitado por la mañana, pero si pudimos ver la torre y el castillo veneciano. Junto a la desembocadura del canal de Vivari se distinguía perfectamente la pequeña fortaleza que defendía su entrada.

El canal se ensanchó, por lo que nos comenzamos a navegar mas alejados de la costa. Sobre las 18:15 llegamos a la altura del puerto de Kerkyra, la capital de la isla de Corfú. El sol comenzaba a estar bastante bajo y el aire se cargaba de bruma, por lo que la visibilidad no era demasiado buena. A pesar de lo cual pudimos distinguir claramente la silueta de la Fortaleza Vieja, el elemento mas característico de la ciudad.

Superado Kerkyra, decidí cambiar de ubicación y me fui a la proa del barco. Estábamos en la parte mas ancha del canal, por lo que la parte interesante debía estar al frente, en su extremo sur, donde se estrecha de nuevo hasta no alcanzar los ocho kilómetros de anchura. Habíamos dejado atrás Albania, por lo que ambas orillas eran griegas. El paisaje de la orilla continental no había cambiado, pero si la densidad de edificaciones. Aunque las montañas seguían teniendo aspecto despoblado, la franja costera estaba salpicada de grupos de casas.

Tras pasar frente al golfo de Igoumenitsa, llegamos a los estrechos del sur. Eran mas de las siete y se hacía evidente que no íbamos a llegar a Ambracia con luz. Además, todo indicaba que se estaba preparando una hermosa puesta de sol hacia el noroeste, por lo que decidí volver a popa.

En ese momento navegábamos entre el extremo sur de Corfú y la isla de Nisida Syvota. A babor, en el extremo occidental de esta última, podíamos ver el faro de Murtos, construido en 1884. En la costa acantilada de la isla se distinguía la entrada a una gran cueva.

El sol se puso sobre el cabo de Asprokavos, la punta mas meridional de Corfú, tiñendo todo con una preciosa luz rojiza. Cuando empezó a oscurecer, navegábamos frente al estrecho que separa las islas de Paxos y Antipaxos. Eran mas de las ocho de la tarde. Decidimos irnos a cenar. Cuando regresamos a nuestro camarote, pasadas las diez, miré por curiosidad nuestra ubicación. Acabábamos de superar la boca del golfo de Ambracia. Pero nos habíamos separado unas veinte millas de la costa, para rodear Lefkada y Kefalonia por el oeste. Solo pude ver algún lejano grupo de tenues luces, imposibles de identificar.